Era lo de siempre. Desde que se casaron, Gabriela jamás lo había visto pernoctar en la mansión familiar.Si se detenía a pensarlo, se daba cuenta de que, a partir de sus ocho años, Álvaro había vivido muy poco tiempo en esa casa: se fue a estudiar al extranjero, casi no volvía, y cuando Eliseo murió en aquel trágico accidente, tuvo que regresar de prisa… para luego verse expulsado por su tío Mattheo, terminando bajo la protección de la familia Rojo.¿Odiaba la idea de quedarse en la vieja casona o era simple casualidad? Gabriela recordó la expresión de Álvaro cada vez que pisaba esa residencia. Concluyó que sí: evidentemente, él evitaba pasar la noche ahí.—Estoy cansada y no quiero trasladarme a ningún lado, —dijo Gabriela—. Prefiero quedarme y dormir aquí. Después de todo, ya no queda nadie más.Álvaro frunció el ceño con leve duda:—Podríamos ir a la Villa Cielo Azul. Queda muy cerca.—No quiero moverme, —repitió Gabriela, mirándolo fijamente—. ¿Por qué nos empeñamos en irnos?Él gu
—¿Inmadura? Para nada. ¿Acaso no trabajamos duro precisamente para darnos el lujo de vivir con orgullo? Si ahora, siendo la «jefa» de la familia, te toca actuar con miedo y perdonar a quien sea, ¿entonces para qué querrías ese puesto?—¡Eres la mejor, cuñada! —exclamó Cintia, aferrándose un poco más.—Cintia, —prosiguió Gabriela—, sé que subiste tan rápido a esta posición en parte gracias a tu hermano. Habrá gente que te critique. Pero escúchame bien: Primero, haber nacido con buena estrella es un talento, y en eso, tú les ganas a todos. Segundo, mi cuñado es el rey de las estrategias; si decidió ponerte a cargo tanto de la empresa en Leeds como de la familia, es porque sabe que tienes lo necesario para el puesto.Cintia asintió. Aunque se sentía un poco intrusa en el papel de líder, las palabras de Gabriela la tranquilizaron.—¿Hablas en serio? ¿No me lo dices solo por darme ánimos? —Cintia le lanzó una mirada anhelante, esperando su aprobación.—Por favor, —replicó Gabriela con fingi
Cuando Gabriela era muy niña, recuerda que Colomba llevó un documental de vida salvaje al orfanato donde vivía. En un fragmento mostraban a una manada de lobos: el lobo joven se convertía en el nuevo líder, y los lobos fuertes, en señal de sumisión, se echaban al suelo frente a él y exhibían su vientre, la parte más vulnerable de su cuerpo.Colomba les explicó a los niños que, en la naturaleza, enseñar el punto débil era la forma en que algunas especies declaraban su sometimiento.Ahora, varios años después, en la mitad de la noche, Álvaro —consumido por la angustia— le relataba a Gabriela cómo encontró a su madre encerrada en una jaula, tratada casi como un animal. Y mientras él confesaba ese recuerdo con dolor, a Gabriela le vino a la mente la enseñanza de Colomba sobre los animales que se mostraban indefensos ante el líder del grupo.—¿Por qué habría de encerrar a tu mamá? —susurró Gabriela tras unos segundos de silencio.Álvaro negó con la cabeza, y ella dudó de inmediato: ¿Realmen
Pensó que quizá se marcharía de la habitación, pero no. Álvaro se tumbó, la rodeó con sus brazos y la atrajo contra su pecho.—No volveré a impedir que salgas o que disfrutes de tu libertad, —murmuró con la voz quebrada—. Pero te pido que no veas más a Cristóbal. Ese es mi único requisito… y no nos divorciaremos.Gabriela cerró con fuerza los ojos. Sintió cómo las lágrimas brotaban sin que pudiera hacer nada por contenerlas.Gabriela pasó la noche entre sueños extraños y perturbadores.Soñó con un sótano, con una jaula donde parecía haber alguien encerrado.Y al final del sueño, regresó a Mar de Cristal, sentada en el muelle junto a Emiliano, compartiendo un helado.De pronto, él giró el rostro con una expresión inquietante y preguntó:—Dime, ¿me ves como Emiliano o como Álvaro?Gabriela despertó sobresaltada, descubriendo que el sol ya se filtraba por la ventana.Álvaro no estaba a su lado.Tocó el lugar que él había ocupado en la cama: ya se había enfriado, así que probablemente llev
Cuando el odio llega a cierto nivel, la mirada que quiere matar se hace imposible de disfrazar.—Trabajó aquí durante décadas, —contestó Álvaro—. De niño, me ayudó varias veces.Frunció el ceño e intentó tocar la mejilla de Gabriela.—¿Por qué me miras así?Ella esquivó su mano y, sin responder, se volvió hacia el cuerpo de Florencio en el piso. Luego se dio la vuelta, intentando calmarse.«¡Cálmate, Gabriela!», se dijo.Antes de hablar con Mattheo, no podía delatar su desconfianza.—Cuñada… —Cintia la siguió. Tenía problemas para caminar y no lograba alcanzarla con facilidad.—¿Siguen sin arreglar las cámaras de seguridad, cierto? —soltó Gabriela.—Ayer por la tarde quedaron listas, pero la zona del jardín casi no se graba. Desde que el abuelo murió, no se cuida esa parte. Los dos viejos equipos no cubren mucho.—Entiendo.Si alguien decidió deshacerse de Florencio, no dejaría rastros.—¿Estás bien? —Cintia notó la inquietud de Gabriela.—Tengo hambre, —dijo ella, y se fue con paso rá
«¿Me mostrará?»Gabriela bajó la mirada. «Con el poder que tiene Álvaro, ¿qué no podría falsificar un informe forense?», pensó.Se apartó de él y se acercó al lavabo para enjuagarse la boca y lavarse la cara. No pudo comer ni un bocado más de desayuno: cada vez que intentaba dar un sorbo o llevarse algo a la boca, el estómago se le revolvía. Vomitó siete u ocho veces en la mañana, y eso a Álvaro le puso los nervios de punta.Sin más remedio, llamó a Alicia, aunque estuviera de vacaciones. Ella llegó sin protestar.—Antes no vomitaba casi nada. Hoy, en cambio, lleva ocho veces, —se quejó Álvaro, con el ceño fruncido—. Le propuse ir al hospital, pero no quiere.—Eso es normal en el embarazo, —sonrió Alicia—. Parece que entró en la etapa de las náuseas. No te preocupes. Voy a buscarle algo que sí le apetezca comer.Álvaro la escuchó y, para sus adentros, pensó: «Feliciana resultó una pequeña bribona... y yo que creí que se estaba portando bien.» Y enseguida se le ocurrió otra idea molesta
Tras escuchar esas explicaciones tan mediocres, Kian sentía que la ira lo consumía.Al caer la tarde, su desesperación y nerviosismo se transformaron en una preocupación cada vez más seria.Sus «informantes», o «ratoncitos» como solía llamarlos, revisaron todas las cámaras alrededor del Hospital Serrano Verde. Incluso consiguieron grabaciones de las cámaras de autos que habían pasado cerca, pero no lograron encontrar el menor rastro de Noelia.Era como si hubiera desaparecido dentro del propio hospital.Para Kian, solo había dos posibilidades:1. Noelia seguía oculta en algún rincón del Hospital Serrano Verde.2. Alguien la estaba ayudando desde las sombras, alguien con amplio conocimiento de la zona, de los caminos y de los puntos de vigilancia, que la había sacado sin dejar huella.Fuera cual fuera la respuesta, nada de eso traía buenas noticias.Agotado y sin una pista clara, Kian decidió regresar a la mansión. Encontró a Álvaro acompañando a Gabriela mientras veían las noticias.—S
—¿Por qué habría de temerle a ella? ¿Crees que el señor la valora de verdad? Si de veras le importara, no pondría a la hija ilegítima de los Saavedra a cargo de todo. ¡Está clarísimo que el señor piensa que esa muda vale menos que una simple bastarda!—Bueno… visto así, tal vez tengas razón. —La otra muchacha se quedó pensativa un instante.—Bah, ya veremos cuánto le dura la buena suerte a esa.Desviando la conversación, la compañera comentó con un estremecimiento:—Oye, hoy en la noche mejor durmamos juntas. Ese anciano murió de un modo muy raro… ¡me da miedo!Pero la primera empleada no pudo contenerse y volvió a hablar de Gabriela:—¿«Raro»? ¡Si fue culpa de la muda! Le trae mala suerte a todo el mundo. Si no, ¿cómo se explica que sus padres murieran de forma tan sospechosa? Y fue poner un pie en esta casa… y pum, don Eliseo se muere. Ahora la familia Saavedra está hecha pedazos, y todo por esa salada.La otra chica guardó silencio. No coincidía con esas ideas.Sabía que esa señora