Para entonces, la reputación de Mattheo ya iba en picada.Gabriela sabía todo lo que él había hecho en contra de Álvaro, así que rechazó tajantemente la invitación a «charlar en privado». Recuerda que aquel emisario parecía tener algo importante que decirle, pero en ese instante Marcela pasó en la furgoneta del grupo de danza y Gabriela se subió, dejando al enviado de Mattheo sin posibilidad de insistir.A los pocos días, ocurrió el famoso incidente del secuestro de Álvaro. ¿Sería que en ese entonces aquel hombre quería advertirla sobre el asunto de los gemelos?Gabriela se quedó toda la tarde en su habitación, en silencio. De vez en cuando, Cintia le mandaba un mensaje para corroborar que al menos siguiera respirando.Al atardecer, al fin Gabriela sintió hambre y salió al pasillo. Cintia estaba en la cocina supervisando la cena. En cuanto vio asomar a Gabriela, Álvaro se levantó de inmediato.Tras haber llorado tanto, Gabriela se veía frágil: los ojos rojos y el rostro algo pálido.—D
Cintia volvió a mirar a Gabriela, queriendo que ella participara más en la conversación:—Cuñada, ¿tú qué crees?Gabriela, que aún no tocaba el pescado, respondió con pocas palabras:—Para mantener a su hermano.Cintia chasqueó los dedos con entusiasmo:—¡Exacto! Sabía yo que mi cuñada lo deduciría al instante.La respuesta no le pareció en absoluto sorprendente a Gabriela.Tenía experiencia con familias que, cuanto más limitadas se veían, más se aferraban a «sacar provecho» de las hijas para beneficiar al varón.Era un patrón bastante frecuente: la dote de la hija se transformaba en la base financiera de la boda del hijo, e incluso después de casadas, las hijas seguían extrayendo dinero de la familia política para mantener a la suya.Vitoria, incluso tras casarse, buscaba desesperadamente la aprobación de sus padres. Y la única forma de obtenerla era ayudar a su hermano.—¿Cuánto dinero puede perder Ismael a lo largo de un año? —exclamó Kian, asombrado por la cantidad.—Y eso no es lo
Era lo de siempre. Desde que se casaron, Gabriela jamás lo había visto pernoctar en la mansión familiar.Si se detenía a pensarlo, se daba cuenta de que, a partir de sus ocho años, Álvaro había vivido muy poco tiempo en esa casa: se fue a estudiar al extranjero, casi no volvía, y cuando Eliseo murió en aquel trágico accidente, tuvo que regresar de prisa… para luego verse expulsado por su tío Mattheo, terminando bajo la protección de la familia Rojo.¿Odiaba la idea de quedarse en la vieja casona o era simple casualidad? Gabriela recordó la expresión de Álvaro cada vez que pisaba esa residencia. Concluyó que sí: evidentemente, él evitaba pasar la noche ahí.—Estoy cansada y no quiero trasladarme a ningún lado, —dijo Gabriela—. Prefiero quedarme y dormir aquí. Después de todo, ya no queda nadie más.Álvaro frunció el ceño con leve duda:—Podríamos ir a la Villa Cielo Azul. Queda muy cerca.—No quiero moverme, —repitió Gabriela, mirándolo fijamente—. ¿Por qué nos empeñamos en irnos?Él gu
—¿Inmadura? Para nada. ¿Acaso no trabajamos duro precisamente para darnos el lujo de vivir con orgullo? Si ahora, siendo la «jefa» de la familia, te toca actuar con miedo y perdonar a quien sea, ¿entonces para qué querrías ese puesto?—¡Eres la mejor, cuñada! —exclamó Cintia, aferrándose un poco más.—Cintia, —prosiguió Gabriela—, sé que subiste tan rápido a esta posición en parte gracias a tu hermano. Habrá gente que te critique. Pero escúchame bien: Primero, haber nacido con buena estrella es un talento, y en eso, tú les ganas a todos. Segundo, mi cuñado es el rey de las estrategias; si decidió ponerte a cargo tanto de la empresa en Leeds como de la familia, es porque sabe que tienes lo necesario para el puesto.Cintia asintió. Aunque se sentía un poco intrusa en el papel de líder, las palabras de Gabriela la tranquilizaron.—¿Hablas en serio? ¿No me lo dices solo por darme ánimos? —Cintia le lanzó una mirada anhelante, esperando su aprobación.—Por favor, —replicó Gabriela con fingi
Tres años después de su matrimonio, Gabriela García se encontraba en la sala de obstetricia del hospital cuando, inesperadamente, vio a Álvaro Saavedra, su esposo, a quien no había visto en tres meses. Él no estaba solo. A su lado, iba su amante.La mujer, delicada y encantadora, tenía un rostro que podría haber sido el reflejo distorsionado de Gabriela, como si alguien hubiese mezclado sus rasgos en un 50 o 60 por ciento. Era Noelia García, la impostora que durante dieciséis años había vivido la vida de Gabriela.Medio año antes, Gabriela había comenzado a sospechar que Álvaro tenía a otra mujer, pero jamás habría imaginado que esa mujer sería Noelia. Aunque, en el fondo, tal vez no era tan sorprendente. Después de todo, en los círculos de la alta sociedad, todos sabían que el amor de Álvaro siempre había sido su amiga de la infancia: Noelia. Y ella, Gabriela, había sido el ángel caído que irrumpió para destruir aquella pareja perfecta.El corazón de Gabriela, que había soportado tant
Teatro Principal de la Ciudad Midred.Un hombre alto, envuelto en la frialdad del invierno, permanecía inmóvil en la penumbra, su mirada indescifrable clavada en el escenario. Allí, una deslumbrante y única Cisne Negro capturaba cada alma presente.El Cisne Negro era ágil, seductora, una sombra viviente de misterio. Cada movimiento suyo irradiaba una magia que hechizaba a quienes la observaban, despertando en ellos un deseo casi primitivo de poseerla, de consumir hasta el último destello de su ser.Cuando la presentación llegó a su punto final, el hombre apartó la vista, su rostro sombrío como una noche sin luna. Con pasos largos y decididos, se encaminó hacia el backstage, dejando atrás el resplandor del escenario.***Al concluir la función, Gabriela sintió un dolor sordo en la cintura, como una advertencia silenciosa de su cuerpo. Pero se mantuvo firme, dominando el dolor con la misma disciplina que había forjado en años de entrenamiento. Con una despedida perfecta, realizó su rever
Álvaro soltó una risa sarcástica, asintiendo con un «de acuerdo» antes de dirigirse hacia la puerta.Era un hombre alto, de hombros anchos y cintura estrecha. Gabriela lo observó mientras se alejaba, pero en su mente, la figura que veía era la del joven alto y delgado que apenas recordaba. El dolor que había permanecido adormecido comenzó a aflorar, agudo y punzante.De repente, Álvaro se detuvo en la puerta y giró la cabeza hacia ella.—Gabriela —dijo con un tono frío—. Ya no estoy bajo el control de mi abuelo Octavio, así que no tendrás una segunda oportunidad. Tú pediste este divorcio, así que si te arrepientes después, no vayas a molestar a Noelia. Ya has causado suficiente daño.Álvaro siempre había sido consciente del amor intenso de Gabriela por él. En su vida, tan desprovista de todo, no había más que danza… y él. Estaba convencido de que las acciones de Gabriela en este momento no eran más que una reacción impulsiva provocada por la aparición de Noelia. Una vez que se calmara,
Colomba, que la había criado como su propia hija, captó de inmediato lo que pasaba.La familia García había venido a buscar a Gabriela seis meses después de la muerte de Emiliano Martínez. Aunque le dolía desprenderse de ella, ver cómo Gabriela no podía aceptar la muerte de Emiliano, cómo no comía ni dormía, y la desesperación con la que lo buscaba por todas partes, hizo que Colomba temiera que ella no sobreviviría si seguía así.Todos decían que, de continuar así, Gabriela no resistiría mucho más tiempo. Colomba pensó que, tal vez, un nuevo ambiente y una nueva familia la ayudarían a superar ese dolor.Por eso aceptó el dinero de la familia García y la envió a Midred.Poco después, Colomba escuchó rumores sobre un compromiso matrimonial. Sabía que Gabriela amaba profundamente a Emiliano, y que en tan poco tiempo sería incapaz de aceptar a otra persona. Temiendo que alguien forzara a su niña a casarse por interés, se apresuró a ir a Midred.Allí fue donde vio a Álvaro Saavedra, que aca