capitulo 5

Cuando escucho la voz de Adam gritándome, siento cómo todo mi cuerpo se tensa, y mis manos comienzan a sudar. Él se acerca rápidamente, toma el cigarrillo y lo tira al suelo.

—¿Qué mierdas crees que haces fumando? —me dice, tomando mi brazo con fuerza. Suelto un gemido de dolor.

—¡Oye, imbécil! ¿No ves que la lastimas? —interviene Eliot, intentando evitar que me toque.

—Tú no te metas. Soy su tutor y veré cómo la trato —responde Adam con un tono autoritario. Eliot abre los ojos, sorprendido.

—¿Eres menor de edad? —me pregunta Eliot, y yo bajo la cabeza. —Lo siento, no debí darte el cigarro —añade él, con arrepentimiento.

Adam me ordena que recoja mis cosas y, sin despedirme de Eliot, me saca del evento.

Cuando llegamos a casa, toma mi brazo con fuerza y me voltea, obligándome a mirarlo.

—Escúchame, niñata. Estoy harto de ti. No quiero que te acerques a Eliot, y la próxima vez que te vea haciendo algo como lo de hoy, te las verás conmigo.

En ese momento, recuerdo todo lo que le dijo a esa mujer, y siento cómo la ira empieza a recorrer todo mi cuerpo.

—Tú no eres nadie para prohibirme nada. Solo eres un maldito imb... —Las palabras se cortan cuando siento su mano impactar en mi mejilla. La toco y lo miro con odio puro.

—Más respeto conmigo, mocosa, porque recuerda que si no fuera por mí, seguirías en ese lugar de m****a —dice con desprecio.

Siento cómo las ganas de llorar me invaden, pero no permitiré que me vea vulnerable.

—Vete ahora a tu cuarto. Mañana empiezas el instituto —me ordena.

Sin decir nada, tomo mis cosas y subo.

Estoy en mi habitación. Intento no llorar, pero es imposible. Adam, el único que estuvo para mí durante el tiempo que estuve en el hospital, ese hombre tierno y amoroso, ahora me doy cuenta de que es una mentira. Es un monstruo que está logrando hacer mi vida más miserable.

Me levanto con un fuerte dolor de cabeza y siento mi mejilla arder. Me tomo un par de calmantes, pero al mirarme en el espejo, veo un horrible morado donde Adam me pegó. Le doy un golpe a la mesa, y sin dejar que una lágrima caiga, me meto a la ducha. Al salir, busco algo que ponerme.

Bajo a desayunar, y ahí está Lila, dedicándome una linda sonrisa.

—Hola, mi niña. ¿Cómo estás?

—Bien, gracias. ¿Y tú?

—Bien, mi niña. Mira, te preparé tu desayuno para que tengas energía para tu primer día de instituto.

Le sonrío y le doy las gracias mientras comienzo a comer. Escucho cómo alguien baja las escaleras, y ya sé quién es.

—Buenos días, Lila. Y buenos días, Luz —dice Adam.

Lila le devuelve el saludo, pero yo no digo nada. Ella le sirve el desayuno y luego nos deja solos. Como rápido para poder irme y estar lejos de él.

—¿Acaso no piensas hablar? —dice en tono molesto. No le respondo hasta que siento cómo me gira rápidamente, obligándome a mirarlo. —¡Habla! —grita, y doy un leve salto por el susto.

Su mirada de ira se transforma en preocupación al ver mi mejilla. Cuando intenta tocarla, me aparto y me levanto.

—Me voy. Adiós —digo, pero él me detiene.

—Recuerda lo que te dije, Luz: nada de amigos.

No respondo y salgo disparada.

Cuando llego al instituto, varias personas me miran, pero no digo nada. Entro al salón, y la maestra me asigna un puesto al lado de una chica.

—Hola, mi nombre es Mia. ¿Y tú? —saluda, muy formal.

—Mi nombre es Luz —respondo. Ella me estrecha la mano.

—¿Quieres ser mi amiga? —dice, muy alegre.

—Claro, me encantaría.

Mia grita emocionada y sonríe, mientras yo también sonrío al pensar que, por fin, tengo una amiga.

Cuando salimos de clase, ella me presenta a su grupo de amigos. Todos son muy formales, pero hay uno que me mira mucho. Se llama Thomas, es el capitán del equipo de fútbol y es bastante guapo.

—Oye, ¿el sábado puedes ir a mi casa? Vamos a hacer una fiesta en la piscina —dice Mia, emocionada.

—Mmm... Preguntaré si puedo ir.

—Ok, espero que te dejen.

Llego al estacionamiento, y para mi mala suerte, ahí está Adam.

—¿Cómo te fue? —pregunta, observándome.

—Bien, gracias —respondo, seca.

El camino es incómodo, pero no decimos nada más hasta que llegamos a casa.

—No podemos seguir así, Luz. Háblame.

—¿En serio, Adam? ¿Qué quieres que te diga? ¿Gracias por pegarme como lo hacía mi padre? —escupo las palabras con odio.

—Escuché todo lo que le dijiste a esa mujer. Si soy tanto un estorbo para ti, ¿por qué me sacaste de ese lugar? —le grito, enojada. Adam parece no esperarse que le diga eso.

—Luz, no es lo que tú piensas —intenta acercarse, pero yo me alejo.

—¡Yo los escuché! No te hagas el tonto.

—Solo te protejo, no quiero problemas con Jessica.

—¿Y quién es ella? —le grito.

—Alguien que a ti no te importa —responde irritado.

—Ok, no me quieres decir, entonces me gustaría subir a mi habitación. ¿Puedo?

Él asiente, y subo a mi cuarto. Al llegar, tiro mi maleta y doy una patada a todo lo que veo. Saco la caja de cigarrillos que compré fuera del instituto y me enciendo uno. Con cada inhalada, siento cómo mi enojo se va disipando.

—Dios, esto es gloria. Ya entiendo por qué la gente se vuelve adicta —digo, casi como un susurro. Cuando termino, tiro el cigarro al inodoro y echo un poco de perfume para que no huela a humo.

Escucho unos toques en la puerta, y veo a Adam parado.

—¿Qué haces?

—Mis deberes —respondo, de forma inocente.

—¿Segura? —mira por todas partes, tratando de buscar algo.

—Sí, ahora déjame, que tengo mucha tarea —digo, con tono firme.

Sin que me lo espere, Adam me toma y me pega a su pecho, rodeando su brazo en mi cintura.

—¿Qué haces, Adam? —digo, algo incómoda.

—Perdón... —maldición, está disculpándose conmigo.

—No debí pegarte. No sabes lo mal que me siento. En serio, Luz, perdóname —me dice, abrazándome más fuerte y besando mi cabeza.

—Que sea la última vez —le advierto, mientras correspondo a su abrazo.

—No volverá a suceder, te lo prometo —dice, con una voz llena de sinceridad.

Justo entonces, tocan la puerta del cuarto, y aparece Lila.

—Señor, disculpe, hay alguien esperándolo abajo.

Él asiente y me dice:

—Ve a comer, yo ya voy.

Asiento y bajo a la cocina. Al poco tiempo, escucho una conversación entre Adam y un hombre. No puedo evitar acercarme al despacho y abrir un poco la puerta.

—Dios, Adam, no puedes con tu miserable vida, ahora vas a poder criar a esa niña.

Me acerco un poco más, y la puerta se abre de golpe, haciendo que dos ojos verdes se posen sobre mí.

—Mierda —

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo