Capítulo 2 Un encuentro inesperado.

El restaurante al que Ricardo había llevado a Alejandro era uno de los lugares más exclusivos de la ciudad, conocido por su discreción y elegancia. A pesar de la tranquilidad que ofrecía el lugar, Alejandro seguía inquieto. Ni siquiera el olor a comida recién preparada lograba aliviar la presión que sentía en el pecho. No era solo la pérdida de su abuelo, sino todo lo que implicaba la herencia que ahora recaía sobre él.

—Relájate, hombre —dijo Ricardo mientras los dos se sentaban en una mesa junto a la ventana—. Una comida no va a arreglar todo, pero al menos te sacará de esa nube oscura en la que te has metido.

Alejandro no respondió, solo asintió, su mente todavía enfocada en los pendientes que lo esperaban en la oficina. Sin embargo, decidió hacer un esfuerzo aunque fuera por unos minutos.

—Voy al baño un segundo —dijo Alejandro, levantándose de la mesa.

Caminó con paso firme hacia la parte trasera del restaurante, intentando organizar sus pensamientos. Mientras regresaba, distraído y mirando su teléfono, sintió un golpe repentino y líquido frío escurriendo por su traje.

—¡¿Qué demonios?! —exclamó, sorprendido.

Frente a él, una joven mesera con la bandeja vacía lo miraba con los ojos muy abiertos, visiblemente aterrada. Era Camila Morales, quien trabajaba en ese restaurante para poder costear sus estudios. El choque había hecho que una copa de vino se derramara sobre el elegante traje negro de Alejandro, manchándolo por completo.

—¡Lo siento mucho! —dijo Camila rápidamente, con la voz temblorosa—. No lo vi venir, no fue mi intención, de verdad…

Pero Alejandro no estaba de humor para disculpas. La presión acumulada por la muerte de su abuelo y la molestia por el accidente hicieron que su carácter frío emergiera sin filtro.

—¿Acaso no miras por dónde caminas? —le gritó, fulminándola con la mirada—. ¡Mira lo que has hecho! Este traje cuesta más que lo que ganas en un mes. ¡Deberías ser despedida por un error tan estúpido!

Camila bajó la mirada, sintiéndose aún más pequeña bajo el peso de su desprecio. Luchaba por mantener la compostura, pero las palabras de Alejandro la golpeaban con dureza. Ella solo estaba trabajando para pagar sus estudios, y aunque sabía que el cliente tenía razón al estar molesto, sus palabras eran más crueles de lo necesario.

—Por favor, no... no me despida. No puedo perder este trabajo —respondió Camila con la voz baja, llena de angustia.

Antes de que Alejandro pudiera replicar, el director del restaurante apareció apresuradamente, alarmado por la escena.

—Señor Ferrer, lo siento mucho —dijo el director, inclinando la cabeza en señal de respeto—. Esto no volverá a pasar. Le aseguro que la situación será manejada de inmediato. ¿Le gustaría que le trajéramos algo para limpiarse?

Alejandro, todavía enfadado, apretó los puños. Aunque el director del restaurante había intervenido, el malestar no desaparecía. Sin embargo, decidió no prolongar la escena. No quería causar un espectáculo innecesario, y mucho menos perder más tiempo.

—Solo asegúrese de que algo así no vuelva a suceder —dijo finalmente, limpiando su traje con una servilleta que le ofreció el director.

Camila se quedó allí, de pie, sintiéndose aún más avergonzada mientras el director le lanzaba una mirada severa.

—Vuelve a la cocina —le ordenó el director en un tono frío—. Me encargaré de esto.

Camila asintió, sus manos temblorosas, y desapareció rápidamente hacia la parte trasera del restaurante. Mientras se alejaba, una mezcla de humillación y frustración se acumulaba en su pecho. No podía permitirse perder ese trabajo. No ahora.

Alejandro, por su parte, regresó a la mesa, todavía enfadado, pero intentando contener su molestia.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Ricardo al verlo llegar.

—Nada —respondió Alejandro, mirando su traje aún manchado—. Un simple error que no debería haber ocurrido.

Ricardo levantó una ceja, pero no dijo nada. Sabía que algo más había sucedido, pero dejó el tema por el momento.

Mientras Alejandro se sentaba, no podía quitarse de la mente la mirada de la mesera. Era algo en sus ojos, en su temor y desesperación, que lo había impactado más de lo que quería admitir. Pero rápidamente desechó esos pensamientos. No tenía tiempo para distracciones, y mucho menos para preocuparse por alguien que había arruinado su día aún más.

Camila entró a la cocina con el corazón latiéndole rápido en el pecho. La humillación del momento aún pesaba sobre ella, mientras se apoyaba contra la pared, tratando de controlar su respiración. No podía dejar de pensar en la mirada fría y acusatoria de Alejandro Ferrer, el hombre al que acababa de ensuciar por accidente. Sabía que su situación era delicada, y perder ese trabajo significaría el fin de sus estudios y la posibilidad de un futuro mejor.

El director del restaurante entró detrás de ella, cerrando la puerta con cuidado para que nadie escuchara su conversación.

—Camila —comenzó, con un tono menos severo que antes, aunque su rostro seguía tenso—, no te preocupes. Entiendo que fue un accidente, pero sabes que no podemos permitir que algo así vuelva a ocurrir.

Camila asintió rápidamente, aún temblorosa por el miedo de haber perdido su trabajo.

—Lo siento mucho, de verdad. No fue mi intención, señor. Estaba distraída... lo lamento tanto.

El director la miró durante unos segundos, suspirando antes de hablar.

—Lo sé, lo sé. Eres una buena trabajadora, y no quiero que este incidente arruine tu carrera aquí. Pero debemos ser muy cuidadosos, especialmente con clientes como el señor Ferrer. Es uno de nuestros mejores clientes y no podemos darnos el lujo de que se queje.

Camila asintió de nuevo, sus ojos bajando al suelo. Sabía lo importante que era su trabajo para su jefe y lo peligroso que era haber molestado a alguien como Alejandro Ferrer. En su mente, repetía una y otra vez lo cerca que había estado de perderlo todo por un simple accidente.

—Por hoy, puedes irte —continuó el director, con un tono más amable—. No quiero que te vean más por aquí, al menos hasta que las cosas se calmen. Mañana te cambiaré el turno, trabajarás de seis de la tarde hasta el cierre del restaurante. Así tendrás menos contacto con los clientes importantes y evitaremos problemas.

Camila asintió una vez más, agradecida, aunque el temor seguía latente en su interior. Sabía que este era un aviso, una advertencia para no volver a cometer un error similar.

—Gracias, señor. Prometo que no volverá a suceder —dijo con voz baja, luchando por mantener la compostura.

El director le dio una palmadita en el hombro antes de dar por terminada la conversación.

—Vete a casa, descansa un poco y mañana vuelve con la cabeza en alto. Eres buena trabajadora, Camila, pero recuerda siempre tener cuidado.

Ella asintió por última vez y, sin decir más, se dirigió a los vestuarios para cambiarse. A pesar de la comprensión del director, no podía quitarse de la cabeza la imagen de Alejandro, su expresión de desprecio, y sus duras palabras que resonaban en su mente: "Deberías ser despedida por un error tan estúpido."

El nudo en su garganta no desaparecía mientras recogía sus cosas y salía del restaurante por la puerta trasera. Sabía que su vida no era fácil, y momentos como este solo le recordaban lo frágil que era su situación. Pero, pese al miedo y la humillación, algo dentro de ella se rehusaba a rendirse. Valeria estaba decidida a seguir adelante, aunque las circunstancias parecieran empeñadas en lo contrario.

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