El sol de la tarde entraba en la habitación a través de las persianas entreabiertas, pintando rayas doradas sobre las sábanas blancas. El ambiente era cálido y tranquilo, lleno de una calma que parecía abrazarlo todo. Camila dormía profundamente; su respiración era lenta y pausada, como si su alma hubiera encontrado por fin un pequeño refugio de paz.La botella de medicamentos reposaba sobre la mesita de noche, junto a un vaso de agua medio vacío. Después de tomarlos, el sueño la había vencido, llevándola a un descanso profundo que su cuerpo necesitaba desesperadamente.Pasado un rato, Camila despertó. Sus párpados parpadearon perezosamente antes de abrirse del todo. Soltó un leve suspiro y estiró los brazos sobre la cama, desperezándose con movimientos suaves. Al mirar alrededor, se dio cuenta de que estaba sola en la habitación.Frunciendo el ceño con ligera confusión, apartó las sábanas y se incorporó. El suelo frío acarició sus pies desnudos mientras caminaba hasta el baño contigu
Adrien llevó a Camila de la mano, guiándola con cuidado por el sendero iluminado tenuemente por pequeñas luces que bordeaban el camino. La noche era fresca, el aroma de las flores silvestres impregnaba el aire, y una luna inmensa colgaba en el cielo despejado, como si quisiera ser testigo de todo lo que estaba a punto de suceder.Camila caminaba despacio, sintiendo el calor de la mano de Adrien envolviendo la suya, segura y firme. Pronto llegaron a un rincón apartado del restaurante al aire libre: un pequeño claro rodeado de arbustos florecidos y árboles adornados con guirnaldas de luces doradas. Sobre el césped, una manta de lino blanco estaba extendida, decorada con cestas de frutas frescas, copas de cristal fino y una botella de champaña enfriándose en un cubo de hielo.Adrien sonrió mientras soltaba suavemente la mano de Camila para ayudarla a sentarse en la manta. Ella, con una sonrisa de asombro, se acomodó mientras seguía mirando a su alrededor, maravillada por la belleza del l
Camila seguía abrazada a Adrien, sollozando contra su pecho, sintiendo un dolor que no lograba comprender del todo. Sus lágrimas empapaban la camisa de él, pero Adrien no hizo el más mínimo ademán de apartarla. Solo la sostenía, acariciándole la espalda con ternura infinita, como si su calor pudiera ahuyentar las tormentas que asolaban su alma.Su mente era un torbellino de preguntas sin respuesta. ¿Por qué haría algo así? ¿Qué habría sido tan grave como para obligarla a cambiar su identidad? ¿Qué vida había tenido antes de convertirse en Valentina Suárez? Cada pregunta era como una espina que se clavaba más hondo en su pecho.Con un temblor en los labios, Camila alzó la mirada hacia Adrien. Sus ojos, aún húmedos, brillaban bajo la suave luz de la luna. Con dedos temblorosos, acarició el rostro de Adrien, dibujando el contorno de su mandíbula con la yema de sus dedos, como si buscara asegurarse de que él era real, de que no se desvanecería como un sueño.—¿Tú sabes cuál fue la causa..
Adrien y Camila seguían compartiendo su noche mágica, esa noche que parecía suspendida en el tiempo, donde el dolor quedaba atrás y solo existía el latido acompasado de dos almas que empezaban a encontrarse. La brisa fresca de la noche acariciaba sus rostros, llevando consigo el aroma de las flores que decoraban el jardín del restaurante privado donde Adrien la había llevado.Ambos terminaron de comer, intercambiando sonrisas y miradas cómplices que hablaban más que mil palabras. Adrien dejó su copa sobre la pequeña mesa y, sin apartar sus ojos de Camila, le preguntó con voz suave:—¿Quieres que caminemos un poco?Camila, que jugaba distraídamente con el borde de su servilleta, levantó la vista. Sus ojos brillaban con una luz especial, como reflejando la tranquilidad que sentía estando junto a él. Asintió levemente.—Sí, me gustaría caminar —respondió, su voz apenas un murmullo cargado de ilusión.Adrien sonrió, esa sonrisa que parecía iluminar su rostro entero, y se levantó con movim
Adrien y Camila permanecían abrazados en la sala, inmersos en esa burbuja de tranquilidad que parecía haberse formado solo para ellos. El silencio era cómplice de su cercanía; el latido del corazón de Camila se acompasaba al de Adrien, mientras la tenue luz de las lámparas creaba sombras suaves en las paredes, envolviéndolos en una atmósfera de paz.Adrien acariciaba suavemente la espalda de Camila, sintiendo cómo ella se aferraba a él con la misma necesidad que él tenía de protegerla. Sus labios se posaron en la cabeza de ella en un beso cálido y silencioso.Pero aquel momento íntimo se vio interrumpido de pronto por una voz grave que rompió la quietud:—Disculpen... no quise asustarlos —dijo Eduardo, asomándose desde el umbral de la puerta.Adrien levantó la mirada hacia su padre, sin apartar todavía sus brazos de Camila. Camila, por su parte, se separó lentamente, un poco avergonzada, bajando la cabeza.—No te preocupes, papá —respondió Adrien, con tono tranquilo—. Llevaré a Camila
Margaret estaba frente a su enorme espejo de cuerpo completo, ajustando los últimos detalles de su atuendo. Su vestido rojo abrazaba cada curva de su figura, resaltando su cintura esbelta y sus piernas largas y torneadas. Se observaba con satisfacción, acariciando su cabello rubio perfectamente ondulado mientras ensayaba una sonrisa coqueta.De repente, su teléfono vibró sobre la cómoda de mármol. Sin apartar la vista de su reflejo, Margaret estiró la mano y lo tomó. La pantalla mostró un nombre que le arrancó una sonrisa pícara: Álvaro . Con un movimiento suave, deslizó su dedo para contestar.—¿Aló? —dijo con voz seductora.Del otro lado, la voz de Álvaro sonó cargada de deseo:—Hola, amor. Quiero verte.Margaret soltó una risita mientras giraba un mechón de su cabello.—Tengo que ir a trabajar, Álvaro. No puedo verte ahora...—No quiero que vayas. —Su tono fue dominante, firme—. Da cualquier excusa, pero te quiero aquí... ahora.Ella soltó un suspiro resignado, como si no pudiera r
La tarde caía con lentitud sobre la gran mansión Ferrer, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y violetas. Alejandro detuvo su auto frente a la entrada principal, acompañado de su primo Andrés. Ambos bajaron en silencio, arrastrando tras ellos la pesada carga de pensamientos que los perseguían desde hacía días. El portón se cerró tras ellos con un leve chirrido metálico.Al abrir la puerta principal, fueron recibidos por una ráfaga de perfume fresco y la voz alegre de sus padres, que conversaban animadamente en la sala principal.—Buenas tardes —dijo Alejandro, su voz algo ronca, mientras Andrés, más jovial, también saludaba.Emma, que estaba sentada en un elegante sillón de terciopelo, se levantó de inmediato al verlos. Con una sonrisa cálida, caminó hacia su hijo y le dio un beso en la mejilla, dejando un leve rastro de su delicado aroma floral.—Buenas tardes, hijo —dijo en tono amoroso—. Tu hija Melody está en su habitación, esperándote. Me pidió varias veces que te avisara.Una c
La noche había caído por completo sobre la ciudad. Las luces de la mansión Ferrer se difuminaban entre los árboles mientras el jardín se sumía en un silencio apacible. Bajo el cielo estrellado, Alejandro e Irma permanecían sentados en el banco de piedra, sin necesidad de hablar, simplemente contemplando el firmamento.Una brisa suave mecía las hojas y traía consigo el aroma de las flores recién regadas. El silencio entre ellos no era incómodo; era más bien un espacio compartido de comprensión mutua, de esas conexiones silenciosas que sólo nacen entre dos almas que han conocido el dolor.Irma tenía los brazos cruzados sobre su regazo. Llevaba una blusa de manga larga color crema que resaltaba el tono cálido de su piel, y sus ojos oscuros estaban fijos en el cielo, buscando algo, quizás a alguien. Alejandro, a su lado, tenía una expresión serena, aunque sus cejas ligeramente fruncidas delataban la batalla que libraba internamente.—¿Puedo saber por qué estás triste? —preguntó de pronto,