Había pasado un mes desde que Don Alfonso Ferrer fue enterrado, y el luto aún rondaba en los corazones de la familia. Alejandro Ferrer, a pesar de su temple firme, no podía evitar sentirse inquieto. El testamento de su abuelo sería leído al día siguiente, y aunque muchos asumían que la empresa familiar le pertenecería, Alejandro no estaba tan seguro. Aquella tarde, se encontraba en el club privado junto a su amigo Ricardo. Era un lugar que siempre había frecuentado, pero en ese momento no lograba disfrutar la atmósfera relajada del sitio. Estaban sentados en la terraza, con bebidas sobre la mesa y una vista de la ciudad que, para Alejandro, parecía lejana y borrosa. —¿Listo para mañana? —preguntó Ricardo mientras daba un sorbo a su bebida. Alejandro se encogió de hombros, con una expresión seria. —No sé si estoy listo, Ricardo. Mi abuelo siempre fue impredecible. No tengo ni idea de lo que pueda haber dejado en ese testamento. Ricardo lo miró con curiosidad. —¿De verdad crees q
La noche había sido larga, pero Alejandro, fiel a su costumbre, no dejaba que las distracciones lo afectaran. Se despidió de la mujer con quien había compartido la velada, tan despreocupado como siempre, asegurándose de que ella no esperara nada más que un momento pasajero. Después de todo, su vida no estaba diseñada para compromisos duraderos.Cuando finalmente llegó a casa, la madrugada ya asomaba y las luces de la enorme residencia Ferrer permanecían encendidas. La imponente mansión, situada en las afueras de la ciudad, parecía más silenciosa que de costumbre, y Alejandro no pudo evitar notar lo pesado que se sentía el ambiente al entrar.Al cruzar la puerta, fue recibido por la mirada seria de su padre, Carlos Ferrer, quien estaba sentado en uno de los sillones del gran salón. Llevaba un tiempo esperando su regreso, con una mezcla de preocupación y anticipación reflejada en sus ojos.—Alejandro —dijo Carlos con voz firme, aunque contenida—. Mañana se lee el testamento de tu abuelo
La mañana había llegado, y la mansión Ferrer se encontraba en silencio, como si todos los que estaban dentro supieran la gravedad del momento que estaban por vivir. La lectura del testamento de Don Alfonso Ferrer reuniría a toda la familia y, de alguna manera, definiría el futuro de su legado. Andrés llegó temprano, acompañado de sus padres, Oscar y Emma. La atmósfera era solemne, pero tensa. Alejandro estaba sentado junto a sus padres en un rincón de la gran sala, esperando pacientemente. Todos intercambiaban miradas, pero nadie hablaba mucho. La expectación era palpable. El abogado de la familia, un hombre mayor con gafas de montura dorada y una expresión seria, estaba listo frente a ellos, sosteniendo el sobre que contenía las últimas voluntades de Don Alfonso. El silencio se hizo más profundo cuando comenzó a hablar. —Buenos días a todos —dijo el abogado con voz firme—. Como ustedes saben, hoy nos reunimos para leer el testamento del señor Alfonso Ferrer, quien en vida fue el
El silencio en la sala era denso, roto solo por el leve sonido del papel al ser guardado por el abogado. Los ojos de todos estaban fijos en Alejandro, que aún no había terminado de procesar la revelación del testamento. Sin embargo, no fue él quien habló primero. Andrés se levantó de su asiento con una calma que contrastaba con la tensión en el ambiente. Sus padres, Oscar y Emma, lo siguieron, ambos con una expresión de evidente satisfacción en sus rostros. —Bueno —dijo Oscar con un tono que parecía mezclar alivio y arrogancia—, creo que ya hemos escuchado todo lo que necesitábamos. Se dirigió a la sala con una leve sonrisa, casi como si ya diera por hecho que su hijo heredaría la empresa. —Mi hijo Andrés tendrá todo ese derecho —prosiguió Oscar, con una seguridad que hizo que todos en la sala lo miraran—. Después de todo, ya está casado, tiene una familia estable, y está listo para seguir el legado de tu abuelo. Alejandro entrecerró los ojos, pero permaneció en silencio, observ
Sin decir más, salió de la sala y se dirigió a la puerta principal, decidido a encontrar paz en la rutina de la empresa. Mientras se dirigía a su auto, su teléfono vibró en el bolsillo. Era Ricardo, su amigo de toda la vida y alguien en quien Alejandro confiaba plenamente. —Alejandro, ¿estás bien? —preguntó Ricardo, con voz genuinamente preocupada. Alejandro soltó un suspiro, sabiendo que su amigo entendería la confusión que sentía en ese momento. —He tenido mejores días —respondió con un tono agotado—. Estoy en camino a la empresa. Cuando llegue, te cuento todo. —Claro, aquí te espero. Hoy el trabajo nos vendrá bien a ambos —replicó Ricardo —. Nos vemos pronto. Alejandro colgó y aceleró. Su mente seguía procesando las palabras de su abuelo y la presión que sentía por la cláusula, pero la decisión estaba tomada. Llegaría a la empresa y enfrentaría cada compromiso como siempre lo había hecho: con firmeza y determinación. Alejandro cruzó las puertas de la empresa Ferrer, y de in
Camila llegó al restaurante en su nuevo horario, apenas acomodándose al cambio de turno. Sus compañeros de trabajo, al verla entrar, la saludaron con expresiones de alivio y curiosidad. —¡Camila! Pensamos que te habían despedido —le dijo Marta, una de las meseras, mientras se acercaba—. Después de lo que pasó el otro día, no te vimos más por aquí. Camila sonrió con un poco de nerviosismo. —No, solo me cambiaron la guardia. Ahora estoy en el turno de la tarde hasta el cierre —explicó—. Así que aquí estoy. Sus compañeros asintieron, y uno de ellos, Pablo, le pasó una bandeja con cubiertos recién limpiados. —Hoy vamos a necesitar todas las manos posibles. Hay una reserva grande de unos empresarios importantes, y el jefe nos pidió que estemos atentos. No podemos cometer errores. Camila tomó la bandeja y suspiró, mentalizándose para el trabajo que tenía por delante. —Entendido. Me encargaré de que todo esté perfecto —dijo, dispuesta a dejar una buena impresión, especialmente despué
Después de una exitosa reunión y una cena satisfactoria, Alejandro y Ricardo se despidieron de los socios, quienes se marcharon contentos tras haber cerrado un acuerdo beneficioso para la empresa. Ambos decidieron quedarse un poco más en el restaurante, relajándose y aprovechando el momento de tranquilidad para discutir la inesperada situación del testamento. Ricardo miró a Alejandro con una sonrisa divertida mientras tomaba un sorbo de su bebida. —Entonces, ¿has pensado cómo vas a resolver el asunto de la esposa? —preguntó Ricardo, rompiendo el silencio. Alejandro suspiró, cansado solo de pensar en ello. —No tengo idea. No puedo simplemente elegir a alguien al azar. No es como si este tema fuera sencillo para mí —dijo, mirando su copa—. La última cosa que quiero es atarme a alguien sin que sea necesario, pero tampoco quiero perder la empresa. Ricardo, que siempre intentaba ver el lado positivo, se inclinó hacia él con entusiasmo. —¿Y qué tal Margaret? Es hija de un buen socio
La Cena InesperadaAl llegar a casa, Alejandro notó que las luces del comedor estaban encendidas y que había una actividad poco habitual. Al entrar, se encontró con una sorpresa: su madre, Isabel, había organizado una cena y había invitado a Margaret, la hija de uno de los socios de la empresa. Alejandro no pudo evitar fruncir el ceño ligeramente.—Alejandro, cariño, ¡qué bueno que llegas! —dijo Isabel, sonriendo mientras lo recibía—. Justo a tiempo. He preparado una cena para que podamos pasar un rato en familia… y también invité a Margaret.Alejandro disimuló su sorpresa, controlando su expresión. Sus ojos se encontraron con los de Margaret, quien estaba sentada en el comedor y se levantó, esbozando una sonrisa elegante.—Buenas noches, Alejandro —dijo Margaret con una voz suave, mientras lo observaba con cierta expectativa.—Buenas noches, Margaret —respondió Alejandro, manteniendo la cordialidad y tratando de ocultar su incomodidad—. No esperaba una cena así.Isabel intervino de i