Capítulo 3 Un hogar humilde

Camila caminaba por las calles del barrio con pasos lentos, sintiendo el peso de la tarde en sus hombros. A sus 23 años, la vida no había sido fácil para ella, pero siempre había encontrado la fuerza para seguir adelante. Desde que su padre murió en un accidente cuando ella tenía solo 17 años, la responsabilidad de cuidar a su familia había recaído completamente sobre sus hombros. Su madre, Marta, había quedado devastada por la pérdida, y desde entonces, Camila había sido el pilar del hogar.

Vivía en una pequeña casa de un barrio humilde, junto a su madre y su hermana menor, Sofía, quien apenas tenía 6 años. El hogar era modesto, con muebles desgastados pero llenos de cariño. A pesar de las dificultades económicas, Camila siempre hacía lo posible por mantener un ambiente cálido y amoroso para su hermana y su madre.

Ese día, al abrir la puerta de su casa más temprano de lo habitual, su madre, Marta, levantó la vista desde la mesa del comedor, sorprendida. Marta era una mujer de rostro cansado pero bondadoso, con el cabello grisáceo recogido en un moño y los ojos marcados por las dificultades de la vida.

—Hija, ¿qué haces aquí tan temprano? —preguntó Marta, levantándose rápidamente—. ¿Qué sucedió? ¿Estás bien?

Camila cerró la puerta detrás de ella, tratando de esconder la tristeza y frustración que todavía sentía después del incidente en el restaurante. No quería preocupar a su madre, pero sabía que sería difícil disimular.

—Estoy bien, mamá —respondió Camila, forzando una sonrisa para calmarla—. Solo que… tuve un pequeño problema en el trabajo y el jefe me dio el resto del día libre.

Marta frunció el ceño, claramente preocupada.

—¿Un problema? ¿Qué pasó, hija?

Camila se encogió de hombros, tratando de restarle importancia al incidente.

—Tropecé y derramé algo sobre un cliente importante. Fue un accidente, pero... el jefe me cambió el turno para evitar que algo así vuelva a suceder. No es nada grave, pero me sentí muy mal.

Marta suspiró y se acercó a Camila, tomando sus manos.

—Hija, no te preocupes. Todo el mundo comete errores. Lo importante es que sigues teniendo el trabajo, y sé que harás lo mejor para no volver a pasar por eso.

Camila asintió lentamente, agradecida por el apoyo de su madre. Su mirada se desvió hacia el rincón donde Sofía jugaba con una muñeca rota. Su hermana siempre lograba arrancarle una sonrisa, aunque en ese momento, Camila sentía un nudo en el estómago. La responsabilidad de mantener a su familia la agobiaba, y sabía que no podía permitirse más errores, ni en el restaurante ni en su vida en general.

—Lo sé, mamá. Solo… a veces es difícil. — Camila se dejó caer en una de las sillas, suspirando profundamente—. Quiero que todo mejore, que Sofía tenga una vida mejor, pero a veces siento que estoy nadando contra la corriente.

Marta acarició el cabello de su hija, con ternura y comprensión.

—Eres muy fuerte, Camila. Has hecho mucho por esta familia, y te admiro por eso. No pienses que estás sola en esto.

Camila sonrió con tristeza, pero en su interior se prometió que seguiría luchando, sin importar lo que viniera. Sabía que su madre y su hermana dependían de ella, y aunque las cosas no siempre fueran fáciles, no podía permitirse desfallecer.

—Gracias, mamá. Haré todo lo posible para que estemos bien.

Marta la abrazó suavemente, y Camila sintió un pequeño alivio al estar en casa, rodeada de quienes más amaba. Por más duro que fuera el mundo afuera, ese pequeño hogar siempre sería su refugio.

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