Capítulo 4 Alejandro en el club.

Había pasado un mes desde que Don Alfonso Ferrer fue enterrado, y el luto aún rondaba en los corazones de la familia. Alejandro Ferrer, a pesar de su temple firme, no podía evitar sentirse inquieto. El testamento de su abuelo sería leído al día siguiente, y aunque muchos asumían que la empresa familiar le pertenecería, Alejandro no estaba tan seguro.

Aquella tarde, se encontraba en el club privado junto a su amigo Ricardo. Era un lugar que siempre había frecuentado, pero en ese momento no lograba disfrutar la atmósfera relajada del sitio. Estaban sentados en la terraza, con bebidas sobre la mesa y una vista de la ciudad que, para Alejandro, parecía lejana y borrosa.

—¿Listo para mañana? —preguntó Ricardo mientras daba un sorbo a su bebida.

Alejandro se encogió de hombros, con una expresión seria.

—No sé si estoy listo, Ricardo. Mi abuelo siempre fue impredecible. No tengo ni idea de lo que pueda haber dejado en ese testamento.

Ricardo lo miró con curiosidad.

—¿De verdad crees que puede haber alguna sorpresa? —preguntó, extrañado—. Eres su nieto favorito. La empresa Ferrer siempre ha sido tu destino, todos lo sabemos.

Alejandro dejó la copa en la mesa y cruzó los brazos, tensando la mandíbula.

—Eso es lo que la mayoría piensa, pero... mi abuelo era un hombre de principios. Él valoraba mucho la familia, y si hay algo que me preocupa es que mi primo Adrián ya está casado. Mi abuelo podría verlo como un hombre más "estable" para dirigir el legado familiar.

Ricardo levantó una ceja, sorprendido por el comentario.

—¿Andrés? —repitió—. ¿Crees que le dejaría todo a él solo porque está casado? No lo veo así, Alejandro.

—No es solo eso —replicó Alejandro—. Mi abuelo siempre me insistió en la importancia de formar una familia. Aunque nunca lo dijo explícitamente, creo que en el fondo deseaba que yo siguiera su ejemplo, que me casara. Pero tú sabes cómo soy, no me interesa casarme ni tener a alguien controlando mi vida. El problema es que Andrés ya lo hizo. Se casó; tiene esa imagen de estabilidad que tal vez mi abuelo consideraba importante.

Ricardo lo observó en silencio por un momento.

—Entonces, ¿crees que Andrés podría recibir todo porque está casado y tú no? —preguntó finalmente, tratando de entender el temor de su amigo.

Alejandro asintió; su expresión se endureció al pensar en la posibilidad de que todo por lo que había trabajado pudiera escapársele de las manos.

—Es una posibilidad —admitió, con un tono frío—. Y si eso pasa, me quedo sin nada. No es que yo quiera casarme, ni tampoco lo haré solo para complacer a otros, pero si mi abuelo puso eso como una condición para heredar la empresa, entonces Andrés tiene ventaja.

Ricardo se quedó en silencio, sabiendo que la preocupación de Alejandro era más profunda de lo que dejaba ver.

—Mira, mañana lo sabremos. Tal vez estés preocupándote por nada. —Ricardo intentó darle ánimos—. Si tu abuelo te quería como todos sabemos, lo lógico es que te haya dejado la empresa a ti. Tal vez hay alguna condición, pero dudo que te excluya por completo.

Alejandro no respondió de inmediato. Sabía que Ricardo tenía razón en parte, pero no podía evitar la sensación de que algo inesperado ocurriría. Desde que murió Don Alfonso, el peso de la incertidumbre se había vuelto más grande. No solo era su futuro, sino el legado de su familia el que estaba en juego.

—Mañana lo sabremos —repitió Alejandro en voz baja, tomando un último sorbo de su copa—. Y si tengo que luchar por lo que es mío, lo haré. Andrés no me va a ganar tan fácilmente.

Ricardo sonrió ligeramente.

—Ese es el Alejandro que conozco. Siempre dispuesto a pelear.

Alejandro sonrió de lado, pero el gesto apenas ocultaba la ansiedad que lo consumía por dentro. El destino de la empresa, y tal vez de toda su vida, se definiría al día siguiente.

Ricardo seguía hablando, intentando animar a Alejandro, cuando una chica se acercó a su mesa. Era una mujer joven y atractiva, con una mirada segura y un aire provocador que no pasó desapercibido para ninguno de los dos. Llevaba un vestido ajustado que destacaba su figura, y su sonrisa era directa, casi como si ya supiera que tenía la atención de Alejandro.

—Hola, Alejandro —dijo la chica con una voz suave, pero segura—. ¿Te importa si te acompaño?

Alejandro levantó la mirada, esbozando una sonrisa fría. Aunque la conversación sobre el testamento lo mantenía tenso, había algo que siempre lograba desconectar su mente de las preocupaciones: las mujeres. Sin dudarlo, sus ojos se deslizaron sobre ella, y decidió que la mejor forma de relajarse antes del gran día sería divertirse un poco.

—Claro —respondió con tono despreocupado, levantándose de la silla y mirando a Ricardo con complicidad—. Creo que me vendría bien distraerme un rato. Nada mejor que disfrutar de la soltería, ¿no?

Ricardo soltó una risa breve, entendiendo perfectamente lo que Alejandro quería decir.

—Como quieras, amigo. Nos vemos después.

Alejandro no esperó más. Tomó la mano de la chica, y sin más palabras, ambos se dirigieron hacia una de las habitaciones privadas del club. Era un espacio lujoso y reservado, donde las luces suaves y la decoración elegante creaban un ambiente de intimidad. Alejandro cerró la puerta detrás de ellos, alejando cualquier preocupación que pudiera tener sobre el día siguiente. Allí, en ese momento, no había herencias ni testamentos que lo inquietaran, solo el deseo de vivir el presente.

La chica, consciente de la tensión que Alejandro cargaba, se acercó lentamente, deslizando sus dedos por su pecho mientras le sonreía. Para Alejandro, la compañía femenina siempre había sido una vía de escape de la presión y las expectativas que su apellido conllevaba.

—Eres un hombre complicado, ¿verdad? —dijo ella en un tono juguetón.

—Solo cuando me obligan a serlo —respondió él, con una sonrisa que no revelaba nada de lo que realmente pasaba por su mente.

Aquella noche, Alejandro se permitió olvidar por un momento el peso del futuro que lo aguardaba, refugiándose en su usual estilo de vida despreocupado, donde la única regla que seguía era no atarse a nada ni a nadie.

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