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Capítulo 8 En la empresa

Sin decir más, salió de la sala y se dirigió a la puerta principal, decidido a encontrar paz en la rutina de la empresa.

Mientras se dirigía a su auto, su teléfono vibró en el bolsillo. Era Ricardo, su amigo de toda la vida y alguien en quien Alejandro confiaba plenamente.

—Alejandro, ¿estás bien? —preguntó Ricardo, con voz genuinamente preocupada.

Alejandro soltó un suspiro, sabiendo que su amigo entendería la confusión que sentía en ese momento.

—He tenido mejores días —respondió con un tono agotado—. Estoy en camino a la empresa. Cuando llegue, te cuento todo.

—Claro, aquí te espero. Hoy el trabajo nos vendrá bien a ambos —replicó Ricardo —. Nos vemos pronto.

Alejandro colgó y aceleró. Su mente seguía procesando las palabras de su abuelo y la presión que sentía por la cláusula, pero la decisión estaba tomada. Llegaría a la empresa y enfrentaría cada compromiso como siempre lo había hecho: con firmeza y determinación.

Alejandro cruzó las puertas de la empresa Ferrer, y de inmediato, las miradas de los empleados se volvieron hacia él. Algunos lo saludaron con respeto, otros le dedicaron una breve inclinación de cabeza. La noticia de la muerte de Don Alfonso y el testamento probablemente había llegado a todos, pero en aquel momento Alejandro solo quería sumergirse en su trabajo y dejar esos asuntos personales a un lado.

Se dirigió hacia el ascensor con paso firme, sin detenerse demasiado en las miradas curiosas. Al llegar a su piso, las puertas se abrieron y allí estaba su secretaria, María, esperándolo con una carpeta en las manos y una lista de pendientes en su cabeza.

—Buenos días, señor Ferrer. Lamento mucho su pérdida —dijo María con una expresión de genuina compasión—. He preparado el resumen de sus pendientes. Tiene una reunión a las diez con el equipo de finanzas, y también hay varios documentos que necesita revisar antes de la tarde.

Alejandro asintió, apreciando el profesionalismo de María. Era una de las pocas personas que sabía cómo mantener el equilibrio perfecto entre la eficiencia y el respeto.

—Gracias, María. Aprecio mucho que hayas organizado todo —respondió con un leve asentimiento, mientras tomaba la carpeta—. Hoy será un día largo.

María sonrió levemente y añadió:

—Por cierto, su amigo Ricardo ya está en su oficina esperándolo.

Alejandro asintió y se dirigió a su oficina, donde encontró a Ricardo de pie, observando la vista desde la ventana. Cuando Alejandro cerró la puerta detrás de él, Adrián se dio la vuelta, con una sonrisa amigable en el rostro.

—Alejandro, pensé que después de todo lo que pasó esta mañana te tomarías el día libre —comentó Ricardo

Alejandro dejó la carpeta sobre el escritorio y soltó un suspiro.

—Lo último que necesito es un día libre —respondió—. Esto no puede detenerse solo porque mi abuelo decidió ponerme en una situación complicada.

Ricardo lo observó, comprensivo.

—¿Entonces… qué vas a hacer? ¿Cuentame que sucedió?

Alejandro se quedó en silencio un momento, mirando la ciudad a través de la ventana.

—No lo sé todavía. Pero sea lo que sea, tengo claro que no voy a perder lo que he trabajado toda mi vida por una cláusula. Seguiré adelante, aunque ahora tenga que considerar… otras posibilidades.

Finalmente, Alejandro soltó un suspiro y se pasó una mano por el cabello, mostrando el peso que llevaba encima.

—El testamento tenía una cláusula que no esperaba —comenzó, con un tono frustrado—. Mi abuelo no solo dejó la empresa a mi nombre… Dejó una condición.

Ricardo frunció el ceño, interesado.

—¿Qué tipo de condición?

Alejandro lo miró con una mezcla de resignación e incredulidad.

—Para heredar la empresa, tengo que casarme. Y no tengo mucho tiempo; debo encontrar una esposa en menos de un año si quiero conservar el control —respondió, mientras se dejaba caer en la silla detrás de su escritorio—. Si no lo hago, la empresa pasará a manos de… Adrián.

Ricardo parpadeó, sorprendido.

—¿De verdad? ¿Así de simple?

—Así de simple —replicó Alejandro, su tono cargado de frustración—. Mi abuelo pensaba que el matrimonio me daría estabilidad, que era lo que necesitaba para manejar todo esto. Pero lo que no entendió es que yo siempre he trabajado en la empresa sin esa "estabilidad" que él creía indispensable.

Ricardo observó a Alejandro en silencio y luego dejó escapar una ligera risa, aunque con empatía.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Buscar una esposa por contrato o algo así?

Alejandro levantó la vista. Sus ojos brillaron con determinación.

—Si eso es lo que hace falta para quedarme con la empresa, lo consideraré. No pienso perder todo lo que he logrado solo porque mi abuelo tenía una idea anticuada de lo que se necesita para ser un buen líder. Eres increíble. Adrian

Ricardo asintió, comprendiendo la encrucijada en la que se encontraba su amigo.

—Sabes que cuentas conmigo para lo que decidas, ¿verdad? Aunque… no te imagino con un anillo en el dedo.

Alejandro esbozó una sonrisa breve y sarcástica.

—Ni yo. Pero si es lo que tengo que hacer para demostrar que soy digno de este puesto, entonces buscaré la forma. Ya veremos cómo se da.

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