Alejandro está pensativo mirando unos papeles de unos de los socios, pero no le cuadran algunas cosas y su amigo Ricardo entra en la oficina.Ricardo se acerca, notando la expresión de Alejandro, quien estaba absorto en los papeles.—¿Pasa algo con esos documentos? —preguntó Ricardo, mientras Alejandro los colocaba en su escritorio.—No cuadran —respondió Alejandro con una leve frustración—. Hay algo extraño en los informes financieros de uno de nuestros socios. Pero bueno, no quiero seguir pensando en esto ahora.Ricardo le dio una palmada en el hombro, sonriendo.—Entonces, vámonos. Un trago te vendrá bien para despejar la cabeza.Alejandro se puso de pie, recogió su chaqueta, y ambos salieron rumbo al bar, listos para una noche de distracción que los alejara de los problemas empresariales.Mientras Alejandro y Ricardo salían de la empresa, Camila pasó cerca de ellos, concentrada en entregar unos archivos. Ricardo notó cómo Alejandro la observaba en silencio y le dio un ligero codaz
—Dame otro trago doble —dijo Alejandro al barman, sin quitar la mirada de su vaso, sus pensamientos girando en un torbellino.Ricardo lo observó con atención y suspiró.—Alejandro, toma las cosas con calma, amigo. Lo mejor es ignorar cada indirecta que Andrés te lanza. Está claro que lo único que busca es sacarte de tus casillas, hacerte perder el control.Alejandro apretó la mandíbula y exhaló lentamente.—Lo sé, Ricardo, pero no puedo evitarlo. Andrés no se conformará hasta conseguir lo que quiere… Y quiere la empresa.Ricardo le dio una palmada en el hombro, en un gesto de apoyo.—Entonces dáselo. No la empresa, sino la indiferencia que lo hará arder. Tú sabes que controlas la situación y lo que él diga o haga no cambia quién eres ni lo que has logrado.—Mejor me voy, Ricardo. Nos vemos mañana en la empresa —dijo Alejandro, dejando su vaso vacío en la barra y dándole un apretón de manos a su amigo—. Y ya sabes, no se te olvide el informe completo de esa chica. Quiero cada detalle,
Ricardo entró en la oficina de Alejandro, sosteniendo una carpeta gruesa en su mano. Su expresión era de profesionalismo absoluto, aunque había un brillo en sus ojos, típico de quien disfruta adelantarse a lo que vendrá.—Aquí tienes —dijo, extendiéndole el informe—. Todo sobre Camila Morales. Desde sus antecedentes familiares hasta su rutina diaria. Es una chica muy metódica, tengo que decir.Alejandro tomó el informe y lo dejó sobre su escritorio, sin abrirlo aún. Lo observó por unos segundos en silencio, evaluando si realmente estaba preparado para el siguiente paso.—¿Algo interesante que deba saber antes de leer? —preguntó, manteniendo el tono despreocupado.—Es bastante reservada. No parece involucrarse demasiado con sus compañeros, al menos en el ámbito laboral —respondió Ricardo, cruzándose de brazos—. Vive con su madre y una hermana pequeña. No parece haber nada en su vida que indique problemas o complicaciones.Alejandro asintió, tomando nota mentalmente de cada detalle.—Pe
Alejandro se cruza de brazos y suspira, mostrando un leve destello de comprensión en su mirada.—Sé que suena como una locura, Camila, y no te culpo por pensarlo. Pero, créeme, esto no es un juego para mí. La vida que llevo no es fácil, y tener una esposa "por contrato" no es precisamente normal, lo sé —admite, en un tono más relajado—. Pero esto puede ser un acuerdo donde ambos ganemos algo.Camila lo observa, todavía escéptica, pero también intrigada. La incertidumbre se refleja en sus ojos.—Si decides aceptar, haré todo lo posible por proteger tu vida personal y asegurarme de que mantengas tu independencia. Pero, claro, las apariencias en ciertos momentos serán necesarias.Alejandro la observa con una mezcla de seriedad y paciencia.—Así que no te pido que me quieras ni que cambies quién eres. Solo te pido que confíes en que cumpliré mi parte. ¿Lo harías?—Tengo que pensarlo, no es fácil tomar una decisión; ahora tengo que hablar con mi madre respecto a esta locura y después le da
El Legado de Don Alfonso El viento frío soplaba entre los árboles del cementerio, sacudiendo las hojas secas que crujían bajo los pies de quienes asistían al último adiós. Alejandro Ferrer permanecía en silencio, observando cómo el ataúd de su abuelo, Don Alfonso Ferrer, descendía lentamente hacia su tumba. La expresión en su rostro era tan rígida como siempre; no había lágrimas en sus ojos, aunque el peso de la pérdida lo aplastaba por dentro. Alejandro, de treinta y tres años, había aprendido desde joven a no mostrar sus emociones. Era un hombre fuerte, calculador y con un temperamento frío que lo convertía en un líder implacable en los negocios. Su abuelo había sido su modelo a seguir, el hombre que le había enseñado a no depender de nadie, a ser independiente y a tomar el control. Ahora, todo lo que quedaba de Don Alfonso era una pesada herencia: no solo la empresa familiar, sino también el vacío que dejaba en cada uno de los miembros de la familia. A su lado, sus padres, Carl
El restaurante al que Ricardo había llevado a Alejandro era uno de los lugares más exclusivos de la ciudad, conocido por su discreción y elegancia. A pesar de la tranquilidad que ofrecía el lugar, Alejandro seguía inquieto. Ni siquiera el olor a comida recién preparada lograba aliviar la presión que sentía en el pecho. No era solo la pérdida de su abuelo, sino todo lo que implicaba la herencia que ahora recaía sobre él. —Relájate, hombre —dijo Ricardo mientras los dos se sentaban en una mesa junto a la ventana—. Una comida no va a arreglar todo, pero al menos te sacará de esa nube oscura en la que te has metido. Alejandro no respondió, solo asintió, su mente todavía enfocada en los pendientes que lo esperaban en la oficina. Sin embargo, decidió hacer un esfuerzo aunque fuera por unos minutos. —Voy al baño un segundo —dijo Alejandro, levantándose de la mesa. Caminó con paso firme hacia la parte trasera del restaurante, intentando organizar sus pensamientos. Mientras regresaba, dis
Camila caminaba por las calles del barrio con pasos lentos, sintiendo el peso de la tarde en sus hombros. A sus 23 años, la vida no había sido fácil para ella, pero siempre había encontrado la fuerza para seguir adelante. Desde que su padre murió en un accidente cuando ella tenía solo 17 años, la responsabilidad de cuidar a su familia había recaído completamente sobre sus hombros. Su madre, Marta, había quedado devastada por la pérdida, y desde entonces, Camila había sido el pilar del hogar. Vivía en una pequeña casa de un barrio humilde, junto a su madre y su hermana menor, Sofía, quien apenas tenía 6 años. El hogar era modesto, con muebles desgastados pero llenos de cariño. A pesar de las dificultades económicas, Camila siempre hacía lo posible por mantener un ambiente cálido y amoroso para su hermana y su madre. Ese día, al abrir la puerta de su casa más temprano de lo habitual, su madre, Marta, levantó la vista desde la mesa del comedor, sorprendida. Marta era una mujer de rost
Había pasado un mes desde que Don Alfonso Ferrer fue enterrado, y el luto aún rondaba en los corazones de la familia. Alejandro Ferrer, a pesar de su temple firme, no podía evitar sentirse inquieto. El testamento de su abuelo sería leído al día siguiente, y aunque muchos asumían que la empresa familiar le pertenecería, Alejandro no estaba tan seguro. Aquella tarde, se encontraba en el club privado junto a su amigo Ricardo. Era un lugar que siempre había frecuentado, pero en ese momento no lograba disfrutar la atmósfera relajada del sitio. Estaban sentados en la terraza, con bebidas sobre la mesa y una vista de la ciudad que, para Alejandro, parecía lejana y borrosa. —¿Listo para mañana? —preguntó Ricardo mientras daba un sorbo a su bebida. Alejandro se encogió de hombros, con una expresión seria. —No sé si estoy listo, Ricardo. Mi abuelo siempre fue impredecible. No tengo ni idea de lo que pueda haber dejado en ese testamento. Ricardo lo miró con curiosidad. —¿De verdad crees q