Silencio

- Nos veremos mañana en la oficina para llevar a cabo los trámites necesarios para consolidar legalmente nuestra sociedad.- El Señor Ferrer estrechó la mano de Fernando, su nuevo socio, mientras la fuerte lluvia no dejaba de caer.

- Estaré ahí a primera hora junto a mi abogado.- Fernando sonrió satisfecho, mientras su secretaria sostenía un enorme paraguas sobre su cabeza.

- Lamento mucho que su esposa se halla enfermado. Espero se recupere pronto y despidanos de ella por favor.- Esmeralda extendió su mano, despidiéndose de Fernando, con una mirada cargada de coquetería.

- Le daré su recado señora, y muchas gracias por preocuparse por mi esposa.- Fernando besó la mano de la mujer como despedida, sonriendo ladino por la indirecta, para luego escoltarlos hacía el auto.

Apenas los Ferrer cruzaron el portón, Fernando regresó al interior de la mansión con rapidez, yendo directamente a su habitación para ver como se encontraba Aura. Estaba molesto con ella y quería dejar las cosas claras de una vez por todas, pero para su sorpresa, ella ya no estaba ahí.

Salió furioso y tocó con rabia y fuerza desmesurada la puerta de la habitación que compartía con la niña, pero nadie respondió. Las gritó y aún así no obtuvo respuesta. Ambas lo estaban ignorando a propósito y eso lo cabreaba. No había cosa que odiara más que no obedecieran sus órdenes.

Gritó y aporreo la puerta con fuerza brutal, profiriendo maldiciones y amenazas hacia la castaña y Berenice, pero aún así, no hubo la más minima respuesta.

- No deberías de gritarles, las pones en mayor alerta. Cambia la estrategia.- Mariana susurró en su oído, mientras mordia juguetonamente el lóbulo de su oreja.

Fernando asintió estando de acuerdo con la sugerencia de su secretaria, sintiendo como esta colaba las manos bajo su saco.

- Aura, mi amor, por favor abreme la puerta. Sé que estás molesta conmigo por lo sucedido, pero comprende que tú me provocaste. Me duele mucho castigarte mi bella donna, pero tú no me dejas opción. Abreme la puerta cielo y hablemos como la gente civilizada, ¿De acuerdo?.

La voz de Fernando se volvió suave y gentil, tratando de convencer a la chica de salir, ya que no lo había conseguido con gritos y amenazas. Sentía la ira hacer ebullición, pero trató de controlarse lo más que pudo.

- Berenice, pequeña. Dile a tu madre que abra la puerta por favor. Así aprovecho y te leo un cuento para dormir.- Dirigió sus dardos también hacia su hija, sabiendo que era el punto débil de su mujer. - Por favor mi nena hermosa, abrele a papá.

Pero nuevamente no obtuvo respuesta. Suspiró furioso, pero decidió no insistir. Las dejaría hacer lo que quisieran esa noche, seguramente estaban acurrucadas en la cama debido a la tormenta, ya que ambas les temían y por eso no se querían levantar a abrir.

-¿Quieres que vaya por la llave de la habitación?.- Mariana rodeó su cintura por detrás, mientras se ponía de puntillas para empezar a repartir besos por su cuello.

- No. Esperaré hasta mañana y entonces arreglare cuentas con ellas. Que disfruten esta noche. Mañana, les enseñaré quien manda.

Fernando caminó hacia su habitación furioso, y Mariana no tardó en seguirlo, mientras se iba despojando de la ropa en el camino. Cerró con cuidado y completamente desnuda rodeó el cuerpo de Fernando y besó sus labios con frenesí, siendo correspondida con la misma desesperación.

A los pocos minutos, potentes gemidos y gruñidos eran amortiguados por la fuerte tormenta, que acallaba con su danza los fogosos sonidos que brotaban de la lujuria.

El hombre tomó a su secretaria con rabia, desquitando en aquel cuerpo toda su furia. Hizo con ella lo que quiso durante todo lo que restaba de la noche y no paró hasta que la mujer se desmayó debido al agotamiento y al horrible dolor que le taladraba el cuerpo. Ella siempre cumplía todos sus fetiches, aún cuando sabía que sólo era un juguete, con la esperanza de obtener, lo que jamás sería suyo.

Fernando sabía que se había comportado como una bestia y que había sido un completo bruto. Miró a la mujer en la cama, llena de mordidas y moretones con una sonrisa cargada de frialdad. Manchas de sangre se dejaban ver en las sábanas, siendo estas una prueba más de su brutalidad, pero aquello muy poco le importaba.

Ella era una zorra dispuesta a lamerle los zapatos, entonces no debía quejarse de su suerte.

La lluvia no cesaba cuando ya sintiendose un poco más tranquilo, se puso una bata sobre sus hombros y salió de la habitación directo a su despacho. Arturo, su hombre de confianza, inclinó la cabeza como saludo cuando el hombre pasó junto a él.

- Cuando Mariana despierte, dile que se largue antes de que regrese y también diles a las sirvientas que quemen las sábanas de mi habitación y limpien absolutamente todo lo que encuentren a su paso. Estaré en mi despacho y por favor, que nadie me moleste.- Fernando se detuvo y ordenó sin siquiera mirar a su guardaespaldas, sabiendo que ejecutaria todo eficientemente como siempre.

- Como usted ordene señor.- Arturo volvió a inclinarse, listo para llevar a cabo las órdenes de su jefe.

Bajó las escaleras de prisa, mientras veía la lluvia caer, parecía que a cada minuto aumentaba su ímpetu. Se dirigió a una enorme puerta de ébano, la cuál abrió y cerró de un sonoro portazo después de ingresar en su interior. El despacho era enorme, con sus libreros, archivadores y un gran escritorio, dónde una pila de documentos se apilaban y una laptop se encontraba cerrada.

Ignoró todo y se dirigió directamente hacía la pequeña barra de su mini bar. Necesitaba un trago con urgencia y definitivamente un buen whisky no le vendría mal. Tal vez el fuego del alcohol recorriendo su garganta, calmaba el fuego de la ira que bullia con desesperación en su sangre.

Tal vez así podría olvidar por un momento que justo en aquel momento lo único que deseaba era hacerla suya, hasta hacerle entender que su lugar siempre estaría a su lado.

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