Fernando abrió las cortinas y miró por la ventana el vendaval que se había desatado. Nadie en su sano juicio intentaría huir, mucho menos Aura que le temía a los truenos. Además, la había dejado lo suficientemente incapacitada para siquiera tener la más mínima voluntad de fugarse, por lo que eso no le preocupaba en absoluto.
Se empinó la botella. ¿Por qué Aura se comportaba de aquella manera?, ¿Por qué no simplemente aceptaba el amor que sentía por ella?, ¿Por qué lo rechazaba?, ¿Por qué tanto odio?. Ante cada nueva interrogante, más grande era su rabia. La había comprado, era cierto. Pero en lugar de provocarlo y llevarle la contraria debería haber estado agradecida con él, por evitar que otro desquiciado la comprara y le diera una vida de perros. Con él lo tenía todo: joyas, dinero, lujos, incluso su amor, aún así, ella a cambió le correspondió con desprecio. Si ella hubiese sido obediente, si tan sólo lo hubiera amado, no habría tenido que tomarla a la fuerza. Si ella hubiera sido agradecida, no hubiera tenido que golpearla hasta la inconsciencia para deshacerse de cada uno de los bebés. La quería sólo para el y un niño era un completo estorbo. Berenice fue un error suyo y fruto de la astucia de Aura, quien logró ocultarlo hasta que un aborto ya no era viable. Permitió que el embarazo llegara a su fin y en el momento del parto ya estaban las personas que se le llevarían para encargarse de ella, pero Aura amenazó con suicidarse y no estaba dispuesto a perderla, así que tuvo que dejarle a la niña para apaciguarla. Pronto se dió cuenta que no había sido tan mala idea. Con tal de proteger a la criatura, Aura cedía más fácilmente a sus caprichos, por lo que no haber tenido la oportunidad de poseerla durante un mes al final, había valido la pena. Ya que bastaba una simple amenaza contra la niña para que Aura estuviera a sus pies. El hombre sonrió con sorna, mientras estrellaba la botella vacía contra la pared y esta se hacía añicos esparciendose en el piso. Él no quería tenerla a sus pies por temor, sino por amor. Pero por más que trataba no podía tener su corazón. Alguien más era el dueño y ese era el peor castigo que pudo tener: amar a una mujer que ya le había entregado su corazón a otro hombre. Recordaba cada uno de sus gritos, al descubrir lo que había hecho su padre. Como de rodillas le suplicó clemencia al hombre que la engendró y este ni siquiera la miró, antes de venderla como un adorno cualquiera. Como había puesto resistencia a irse con él y se había visto obligado a ser duramente tajante y estricto con ella, dejándole claro que era su dueño. Como la chica valientemente le gritó a la cara que eso jamás y le había escupido en el rostro, provocando su ira y el primer golpe que descargó contra ella. Desde ese momento Aura lo odió. Y no dudó en plantarle cara, aún sabiendo lo peligroso que era. Recordó como intentó halagarla con joyas y flores, tratando de ganarse su confianza y como sus muestras de afecto y sus intentos de acercarse terminaban en un basurero, bajo el juramento que ella sólo se sentiría halagada el día que por fin la dejara libre y en paz, algo que jamás haría. Recordó cada rechazo, cada grito, cada súplica, cada lágrima y cada insulto, y una nueva botella se hizo añicos en la pared. Odiaba no haber sido suficiente para Aura y que esta dejara de anhelar alejarse de su lado. Para ella valía más su libertad, que el amor puro y sincero que él le ofrecia. Las lágrimas brotaron de sus ojos, mientras gritaba una y otra vez " Por qué ". Botellas, papeles, libros y todo lo que encontró al paso terminó regado en el suelo, mientras él lloraba en una esquina echo un ovillo. Se levantó tambaleante y tomando la réplica que guardaba de las llaves de la casa, fue hasta la habitación de las mujeres a buscar respuestas. Subió las escaleras a duras penas, hasta estar frente a la blanca puerta. La tiró de una patada y se dirigió directamente a la cama. Jaló con fuerza los cobertores y la borrachera se le fue de golpe al darse cuenta que sólo habían almohadas apiladas. -¿Aura?- Preguntó cauteloso.-¡¿Aura?!.- Gritó mientras abría la puerta del baño de una patada. No había nadie. Miró hacia arriba y vió la ventanilla abierta. Un mal presentimiento empezó a gestarse en su interior. Regresó a la habitación y revisó los cajones. Las joyas habían desaparecido. -¡Arturo!, ¡Arturo!.- La desesperación se desbordaba en cada uno de sus gritos. El hombre apareció de inmediato, con un vago presentimiento de lo que podría estar pasando. - ¡¿Dónde demonios está mi mujer y la escuincla?!-. El grito alertó a todos los sirvientes. - No lo sé señor, a la habitación no regresó anoche y la señorita Berenice no salió de aquí en ningún momento.- El hombre respondió seriamente. - ¿Entonces por que no están?- Siseo bajo, produciendole escalofríos al guardaespaldas. - Eso no puedo explicarlo señor.- El hombre respondió, tragandose el miedo y fingiendo serenidad. - ¡Bola de inútiles!, ¡Se escaparon en sus narices!. ¡Trae las cintas de grabación de inmediato!. Fernando le ordenó mientras salía como un vendaval a su habitación. Las mujeres que limpiaban se estremecieron al verlo y se fueron de inmediato antes de recibir su furia. Se cambió a la velocidad del rayo y bajó a su estudio esperando respuestas. Arturo ya estaba ahí y se veía tenso. No le tenía buenas noticias. - Escaparon después de que usted bajara de nuevo, por la puerta trasera del jardín. Cómo llegaron ahí sin ser vistas, es un misterio, ya que la cámara no grabó ninguna actividad arriba.- Él sabía que estaba estropeada, como también había visto a la niña ir a la habitación de su jefe. Pero eso jamás lo diría. - Busquenlas y trainganlas sea como sea. Vivas o muertas. No deben estar lejos.- Arturo asintió antes de salir del despacho. - No tendre piedad Aura de Luca. Te juro por mi alma que no tendré piedad y tú y esa escuincla suplicaran misericordia. Lloraran sangre y yo me bañare en ella. Me suplicaran que las mate y yo con mucho gusto, les concedere ese honor. Fernando miró por el ventanal, mientras apretaba los puños hasta clavarse las uñas en las palmas. No las perdonaría. Esta vez, las haría pagar muy caro aquel maldito error. Haría de sus vidas el peor de los infiernos. Las haría tan miserables que desearian nunca haber nacido.El frío calaba los huesos en las calles. La niebla cubría todo de blanco y la ventisca mezclada con lluvia empañaban los parabrisas y las ventanas.En las alturas, un hombre de porte elegante y de belleza casi inhumana, miraba con cierto atisbo de satisfacción, el clima que cubría a toda Grecia, llenandola de un encanto casi mágico. Sus enormes ojos azules miraban el exterior sin pestañear, con su ceño medio fruncido y un pequeño atisbo de sonrisa.Pero la paz no duró mucho.Un cojín aterrizó en su cabeza, mientras una pequeña niña traviesa, de largas trenzas rubias y vivaces ojos azules, corría riendo a carcajadas de su fechoría. Una hermosa mujer, idéntica a la pequeña, excepto por sus ojos verdes venía tras ella, con cierta cara de enfado que sólo ensancho la sonrisa del hombre. - ¡Ven de inmediato y disculpate con tu padre.- gritó fuerte, dispuesta a darle una reprimenda a su pequeña hija.- Dejala amor, es sólo una niña y debe estar aburrida. Llevamos varias horas de vuelo debid
El ojigris se froto los ojos con rudeza.Él siempre deseó que fuera feliz, aunque no fuera con él. Sin embargo, jamás imaginó lo doloroso que aquello sería y trataba de engañarse repitiéndose a sí mismo que era feliz porque ella era feliz. Una completa mentira. No odiaba a Daniel, por el contrario, agradecía que hubiese aparecido en la vida de la rubia, pero no por eso dolía menos.Se sentó en la cama y miró por la ventanilla como las enormes nubes grises, tan grises como sus ojos, se alzaban majestuosas e impetuosas, dejando claro que el vendaval apenas comenzaba.A lo lejos, entre la bruma, se distinguía la silueta de un avión que llevaba el mismo rumbo, esperaba que no tuvieran inconvenientes, ya que con la espesa niebla y la voluptuosa tormenta, era difícil mantener todo en orden.Se acostó nuevamente, sabiendo que no dormiria de nuevo, permitiendo a su mente jugar con sus sentimientos y crear tan hermosas fantasías, con aquella mujer que jamás podría ser suya, cuando entre aquell
Después del desastroso incidente en el aeropuerto, la cabeza de la castaña era un lío y su corazón dolía de forma agonizante. Daniel, su Daniel ya estaba casado con una preciosa mujer, tenía dos hijos adorables y una sonrisa tan deslumbrante que nunca vió antes. Era feliz, muy feliz y aunque era lo que ella había añorado en su corazón: dolía ver que no era junto a ella, a pesar de que ella misma se repetia una y otra vez, que la felicidad de Daniel era la suya.Miró por la ventana del taxi, mientras apretaba un trozo de papel amarillento debido al paso del tiempo, en cuyo interior se encontraba una dirección que su abuela le había dado antes de morir, era su única esperanza y salvación. Aura cerró los ojos y de inmediato su mente trajo a su memoria aquellos enigmáticos ojos grises, que estaba segura había visto antes y aquel rostro que le parecía excesivamente hermoso. La joven negó con la cabeza. ¿Porque rayos seguía pensando en ello?. Era guapo, sí, jodidamente guapo. Pero su mal
Aura miró ansiosa a la mujer, y luego empezó a asustarse, al ver como a la mujer el rostro empezaba a ponersele ceniciento y de sus labios no brotaba una palabra. -¿Se encuentra bien?- La joven preguntó un poco preocupada, mirando al hombre quién inmediatamente se puso alerta.Ante la pregunta, pareció que la mujer salió de su trance, más sin embargo no dejaba de verla y eso empezaba a incomodarle. Su pánico se disparó cuando la mujer acarició su rostro con miedo, justamente sobre su mejilla amoratada que tanta atención innecesaria había llamado. - Estoy bien.- La mujer respondió en un susurro. - Es sólo que desde que Odelette se fue de aquí, no supe nada de ella. Si sabía que tenía una hija, más nunca supe que tenía una nieta. Te pareces mucho a ella cuando era joven, pero supongo que eso ya lo sabías. Aura asintió. Su corazón empezó a doler cuando sintió como un enorme nudo comenzaba a formarsele en la garganta al recordar a su amada abuela, y más aún al ver el enorme cariño refle
-¿Qué fue exactamente lo que sucedió con tu madre y tu abuela?. - Caminaban por el sendero de piedras talladas, en medio de un enorme jardin de ensueño, con fuentes llenas de aves que bebían o se bañaban en sus aguas, árboles frutales y flores de muchas clases y colores, dándole un toque mágico a todo, aún a pesar de lo gris del día. Berenice correteaba contenta, maravillandose con todo lo que veía, sin prestar atención a la conversación de las mujeres. Por suerte ya no llovía a cántaros y sólo era un leve rocío el que acariciaba el ambiente, lo que les había permitido caminar y apreciar toda aquella belleza a detalle, con el silencio como compañero hasta ese momento. Aura dudó y Casandra pareció notarlo ya que de inmediato añadió: - No me respondas si no te sientes lista, yo lo entenderé. Es sólo que quiero entender quien tenía el corazón tan negro para hacerles daño.- La mujer susurró lo último, más sin embargo Aura la escuchó. - De niña todo era alegría. - Aura miraba hacia la
Alexein miraba por la ventana de su habitación como las enormes nubes grises, comenzaban nuevamente a agruparse, causando fantasticos remolinos que llevaban el olor de la tormenta impregnado en cada partícula, anunciando una nueva tempestad. Nubes grises como sus ojos, nubes grises como el revoluto de sensaciones que en aquel momento lo estaban ahogando.Unas pequeñas y suaves manos acariciaron sus hombros desnudos, mientras besos húmedos eran repartidos a lo largo de su espalda. Todos sus sentidos se pusieron en alerta y una insólita rabia le nubló la razón. - Deberíamos aprovechar al máximo tú único día libre, ¿No crees?.- La voz sensual y acaramelada de Calipso llegó a sus oídos más como una punzada de dolor directo a su cabeza, que como una melodía tentadora a sus oídos. - ¡Vaya!, Que irónico que nos digan insaciables a los hombres, cuando tú nunca tienes suficiente.- La ironía era palpable en cada sílaba, definitivamente en aquel momento su humor era completamente nulo.- ¡¿Que
Aura miró estupefacta a la hermosa rubia, la misma rubia que iba tomada orgullosamente del brazo de Daniel, pero aún con más estupefacción, al hombre sin camisa que caminaba justamente tras ellos.¡Definitivamente su suerte no había cambiado en absoluto!Daniel se quedó de piedra y sus ojos desbordaban auténtica sorpresa. Ocho años... Habían pasado ocho años desde que había visto aquellos ojos por última vez. Ocho años en los que se había preguntado una y otra vez que demonios había pasado. Ocho años en los que aprendió que nada es eterno. Ocho años en los que poco a poco su recuerdo se volvió tenue en su memoria... Más nunca se borró del todo.Aura pudo descifrar sin ningún problema cada uno de los sentimientos que empezaban a bullir dentro de Daniel, siempre lo había hecho y a pesar del tiempo... Al parecer aquello no había cambiado.-Hola, mucho gusto. Dafne Lamprou para servirte.- La melodiosa y dulce voz de la rubia la hizo desviar su mirada y volver nuevamente a la realidad, mir
- Quiero la verdad Daniel, es mejor que seas sincero o juro que lo voy a descubrir por mi cuenta.- Alexein amenazó a Daniel, apenas cerró la puerta del gimnasio con fuerza.Él no era un tonto, y sabía que algo se traían entre manos esa mujer y él. Había visto como esta lo miraba en el aeropuerto, con una mezcla de anhelo y melancolía, y en la casa, cuando habían sido presentados, Daniel ni siquiera articuló la más mínima palabra y sólo miraba a la mujer boquiabierto, mientras ella lo veía como si fuese el peor de sus tormentos.Lo había sacado de ahí antes que Dafne se diera cuenta de lo que estaba pasando, conocía perfectamente las inseguridades de esta y no quería que la estupidez de aquellos dos, avivara los pensamientos negativos que tanto mal le hacían.Daniel siguió guardando silencio. Durante todo el camino había tratado de sacarle información por las buenas y no lo conseguía, lo que empezaba a molestarlo, por lo que ahora lo haría por las malas de ser necesario. Justo cuando