C2: El encuentro del destino.

El bosque era como su segundo hogar en el cual podía tener sus momentos de calma, lejos de la bulliciosa ciudad. Cada rincón de esos árboles y sombras profundas, el lobo blanco los conocía muy bien. Mientras caminaba por el bosque esa noche, sus sentidos agudos captaron un olor familiar, uno que aceleró su corazón y encendió una chispa en su pecho. El olor de su mate, su alma gemela, estaba en el aire.

Sin embargo, su interés se transformó rápidamente en preocupación cuando detectó otro aroma que lo acompañaba: el penetrante olor a sangre.

El lobo Alfa, Alister, percibió que la situación era grave. Solo podía pensar en que probablemente su mate estaba herida. Por lo tanto, cierta determinación lo impulsó a correr.

Sabía que debía llegar a ella lo antes posible. Sus pies apenas tocaban el suelo mientras corría, zigzagueando entre los árboles con una gracia sobrenatural. Finalmente, llegó al sitio de donde provenía el aroma.

La escena ante él lo dejó ciertamente desconcertado. Una mujer, una humana, estaba atrapada en una trampa profunda, con varias heridas en el cuerpo y su entrepierna sangrando. Por otro lado, alrededor de ella, una manada de lobos comunes acechaba.

Con un aullido poderoso, se lanzó hacia los salvajes. Sus movimientos fueron precisos y letales y derribó a cada lobo que se interpuso en su camino.

Aquellos lobos, sorprendidos por la furia y fuerza de Alister, intentaron defenderse, pero él era una fuerza de la naturaleza. Con cada mordisco y garrazo, se aseguraba de que ninguno sobreviviera. En cuestión de minutos, todos los lobos yacían inmóviles en el suelo.

Luego de eliminar a los que amenazaban la vida de su mate, Alister se lanzó dentro de la trampa y lamió las heridas de Samira.

—¿Eres real? —preguntó ella, quien no sabía si ya había empezado a desvariar.

Con suavidad, la levantó con sus colmillos para dar un salto poderoso para salir de la trampa, asegurándose de no causarle más daño. Luego, la colocó con cuidado cerca de un árbol, en un lugar seguro.

Minutos después, tras asegurarse de que no había ninguna amenaza a su alrededor, se preparó para iniciar su cambio. Samira respiraba con dificultad, su mente oscilaba entre la conciencia y la oscuridad. Miró al lobo que se alejaba unos pasos y sus ojos se abrieron con sorpresa al ver lo que sucedía a continuación.

Alister comenzó a transformarse. Su cuerpo cambió de forma, alargándose y remodelándose. El pelaje blanco se replegó y en su lugar apareció una piel humana. Sus ojos dorados permanecieron, ahora enmarcados por un rostro humano. La transformación fue rápida y fluida, y en cuestión de segundos, donde había estado el lobo, ahora se encontraba un hombre alto, de complexión fuerte y con el pelo oscuro.

—Tranquila. Todo va a estar bien. Ya estás a salvo —expresó Alister con voz cálida.

Samira, en su último sentido antes de perder el conocimiento, apenas pudo procesar lo que vio. La visión de Alister en su forma humana fue lo último que registró antes de que la oscuridad la envolviera por completo.

*****

A la mañana siguiente, Samira se despertó lentamente, sintiendo el mundo volver a enfocarse a su alrededor. Parpadeó varias veces antes de darse cuenta de que estaba en una habitación blanca, iluminada por la luz del sol que se filtraba a través de las persianas. El sonido de máquinas y pasos apresurados le indicaron que estaba en un hospital. Intentó moverse, pero el dolor la hizo gemir.

De pronto, la puerta de la habitación se abrió, dejando entrar a Alister con su apariencia humana.

Samira se quedó ensimismada por un momento, observando las facciones de aquel hombre, hasta que su voz gruesa la hizo espabilar.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, acercándose a la cama con una expresión de sincera preocupación.

Ella lo miró con cierta confusión, pero repentinamente, todo lo que había sucedido en la noche anterior comenzó a volver a su mente como un torrente. Intentó hablar, pero las palabras se atoraron en su garganta. Finalmente, logró preguntar.

—Este… es un hospital, ¿no es así?

—Sí, es un hospital —respondió con suavidad—. Te encontré lastimada en el bosque.

—¿Tú… me trajiste aquí?

—Sí, lo hice.

Samira asintió lentamente, asimilando la información. Entonces, recordó lo más importante y, con un nudo en la garganta, dijo lo siguiente.

—Yo… estoy embarazada —reveló—. ¿Cómo… cómo está mi bebé?

Alister tomó un profundo respiro, preparándose para darle la devastadora noticia. Se sentó a su lado, tomando su mano con una delicadeza sorprendente.

—Lo siento mucho. Los médicos hicieron todo lo posible, pero no pudieron salvarlo.

La reacción de Samira fue inmediata. Su rostro se contrajo en una mueca de dolor y desesperación. Las lágrimas comenzaron a fluir libremente por sus mejillas mientras un sollozo desgarrador escapaba de sus labios.

—¡No! ¡No puede ser! —gritó, apretando los puños con rabia y desesperación.

Alister sintió un nudo en el estómago al ver su sufrimiento. Sin pensarlo, la rodeó con sus brazos, atrayéndola hacia su pecho.

—Lo siento en verdad —susurró—. Desearía poder cambiar lo que ha pasado, desearía haber llegado a tiempo para evitarte todo este dolor.

Sin importar que se trataba de un completo extraño para ella, Samira se aferró a Alister, hundiendo su rostro en su pecho mientras sollozaba. Él la sostuvo con fuerza, acariciando suavemente su cabello en un intento de ofrecerle consuelo.

—Estoy aquí contigo —murmuró, con su tono lleno de compasión—. No estás sola y jamás volverás a estarlo.

Dejó que llorara, comprendiendo que necesitaba desahogarse. Permaneció a su lado, ofreciéndole su presencia y su apoyo incondicional. No la soltó hasta que sus sollozos empezaron a calmarse, convirtiéndose en un llanto silencioso.

—Te cuidaré —prometió, mirándola al rostro—. Haré todo lo posible para que te recuperes, así que solo enfócate en recobrar tu fortaleza.

La mujer no articuló ninguna palabra más, solo continuó lamentándose de su miserable situación.

Como aún se estaba recuperando de sus heridas, permaneció un día más en el hospital privado que Alister había pagado. Él exigió que no le dieran el alta hasta que estuviesen completamente seguros de que se encontraba en buen estado de salud y no tenía ninguna herida interna o externa de lo cual preocuparse.

Al día siguiente, Alister fue un momento a la cafetería del hospital en lo que Samira dormía. Posteriormente regresó a la habitación, viéndola tendida en la cama, abrazándose a sí misma, con los ojos hinchados y la nariz enrojecida.

Al escuchar que alguien entró, Samira dirigió la vista hacia el hombre y se sentó sobre su cama.

—Quería irme, pero las enfermeras no me lo permitieron —le dijo ella, ahorrándose cualquier introducción—. Además, había unos hombres parados frente a mi puerta. ¿Acaso tú los pusiste allí?

—Sí, yo lo hice —respondió sin vacilar.

—¿Quién eres y qué quieres? —preguntó, inquieta. Era consciente de que la salvó, pero ese tipo de comportamiento era completamente innecesario, pues actuaba como si fuese algún familiar o incluso su pareja cuando en realidad ni siquiera se conocían.

—Solo estoy tratando de ayudarte —respondió con calma.

Samira lo miró a los ojos, con las cejas fruncidas en una mezcla de confusión y curiosidad.

—¿Nos conocemos de antes? —preguntó, recordando que Alister la había consolado como si fuesen cercanos.

Él negó con la cabeza.

—No, no nos conocemos. Si mi actitud te incomoda, trataré de ser más cuidadoso —respondió con suavidad.

—Entonces, si no me conoces, ¿por qué haces todo esto por mí? —insistió Samira, queriendo entender sus motivos.

Alister sonrió levemente, con su mirada llena de una calidez inexplicable.

—Simplemente estoy viendo a una mujer desvalida que necesita una mano de la cual agarrarse —dijo, ocultando la verdad sobre su conexión con ella—. Dime, ¿qué pasó en el bosque? ¿Por qué estabas allí?

Ella levantó la mirada para contemplar al hombre. No estaba segura si responderle era lo correcto, pero, al mismo tiempo, quería decirle a alguien la basura que tenía de esposo y cuánto se arrepentía por haber confiado en él.

—Mi esposo… intentó matarme. Quería deshacerse de mí para casarse con otra mujer —respondió con voz temblorosa, apretando los puños hasta que los nudillos se pusieron blancos.

Alister sintió una furia fría recorrer su interior al escuchar esas palabras. Por otro lado, Samira, aún llena de rabia y dolor, hizo un juramento.

—¡Juro que me vengaré de él! —gritó con voz quebrada pero llena de veneno—. No voy a dejar que se salga con la suya. Me ha traicionado de la manera más cruel. ¡Me ha arrebatado todo! Mi integridad, mi dignidad… ¡y mi hijo! —rompió de nuevo en llanto, pero no se detuvo—. No permitiré que viva feliz. Le haré pagar por cada lágrima, por cada momento en que me hizo sentir miserable. No merece nada más que mi odio. ¡Lo juro por todo lo que aún me queda de vida!

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