C6: La esposa muerta.

Su corazón que momentos antes latía con fuerza debido a la ansiedad, ahora parecía detenerse y al mismo tiempo acelerarse en un tumulto caótico de miedo y desconcierto. Su piel se volvió fría, como si todo el calor hubiera sido succionado de su cuerpo, dejándolo tembloroso. Norman trató de tragar saliva, pero su garganta estaba seca, como si hubiera tragado arena.

No podía ser ella. Samira estaba muerta.

—¿Samira? —murmuró con incredulidad.

Ella levantó la vista y lo miró fijamente. Al ver el impacto que tuvo en Norman el hecho de tenerla en frente, decidió burlarse de él.

—Lo siento, pero creo que me confundes con otra persona.

Norman soltó su brazo lentamente y retrocedió unos pasos, sintiéndose mareado.

—No puede ser. Esto no puede estar pasando. Yo te vi... te vi muy lastimada en el bosque. Era imposible que te salvaras… con esas heridas… —susurró, tratando de mantener el equilibrio.

Samira mantuvo su mirada sólida, sin parpadear.

—No sé de qué me estás hablando —continuó—. Insisto, me estás confundiendo con alguien más. Además, lo que estás diciendo es muy delicado. ¿Alguien se lastimó en el bosque? —resaltó, infundiendo miedo en el alma de Norman.

El hombre retrocedió otro paso, tambaleándose, como si el suelo bajo sus pies se hubiera convertido en un terreno movedizo. Cada fibra de su ser quería negar lo que estaba viendo, pero no podía. La evidencia era innegable.

—Yo… debo estar volviéndome loco —dijo más para sí mismo que para Samira—. Estoy seguro de que vi… que te lastimaste. Vi… lo herida que estabas. Es imposible que salieras de esa trampa. ¡¿Cómo demonios saliste?!

Samira dio un paso adelante, acortando la distancia entre ellos.

—¿En verdad estás bien? —sabía que su presencia lo abrumaba, así que se acercó más para agobiarlo—. Creo que deberías calmarte.

Al tenerla tan cerca, el pánico se apoderó de Norman. No podía aceptar lo que estaba viendo y escuchando hasta que, finalmente, perdió la paciencia.

—¡Deja de jugar! —gruñó, volviendo a tomar a Samira del brazo, pero esta vez con más fuerza—. ¡Sé quién eres y no puedes engañarme! ¡¿Qué demonios haces aquí?! ¡Deberías estar en la tumba que cavé para ti!

Samira mantuvo su compostura, incluso cuando el agarre de Norman se tornó doloroso. La situación se estaba volviendo peligrosa, pero sintió una gran satisfacción al verlo tan desmoronado y confundido.

—Ya te he dicho que me estás confundiendo. Además, me estás lastimando. Yo ni siquiera sé quién eres —se liberó del agarre de Norman—. He venido a esta boda con mi esposo, es él quien sabe de ti.

—¿Qué? —la miró escéptico—. ¿Tu… esposo? ¿Es una broma?

—Mi esposo es Alister Frost y está entre los invitados, esperándome —expuso con seguridad—. Ya es hora de que me vaya o se preocupará.

Norman la miró y su rostro pasó por una tormenta de emociones: incredulidad, rabia y burla, todo a la vez. Rió amargamente, incapaz de aceptar lo que estaba escuchando.

—¿Esposa de Alister Frost? ¿Tú? —la burla en su voz era evidente—. No me hagas reír. Alister jamás se fijaría en una pueblerina como tú.

Samira sostuvo su mirada, sin dejarse intimidar.

—Es la verdad —agregó—. Si no puedes aceptarlo, no es asunto mío.

La rabia de Norman aumentaba con cada palabra que ella decía.

—¿En serio esperas que me trague esa mentira? Alister Frost, el hombre más poderoso de la región, casado con alguien como tú. ¡Es ridículo!

La rabia ardía en sus ojos mientras miraba a Samira, intentando encontrar algún rastro de mentira en su expresión. La idea de que alguien como Alister pudiera estar con ella lo corroía por dentro.

—¿Qué tipo de juego estás jugando? —gruñó él, acercándose peligrosamente—. ¿Crees que puedes burlarte así de mí?

—No estoy jugando. Esta es mi vida ahora.

Norman, lleno de cólera, la agarró de los hombros con fuerza.

—¡Deja de mentir! ¡Tú estás muerta! ¡Esto no puede ser real! —exclamó—. ¡Cuántas veces tengo que matarte para que desaparezcas de mi vida!

Justo en ese momento, Alister apareció y apartó a Norman de un empujón.

—¿Qué demonios acabas de decir? —cuestionó con una ira invadiendo sus entrañas. Una vena le saltaba en la frente y las llamas del enojo rodeaban su cuerpo—. Atrévete a repetirlo delante de mí.

Norman lo miró sorprendido. Sabía perfectamente quién era él. Alister Frost, presidente de Between the Clouds, empresa en la que trabajaba como asesor de ventas.

—No me hagas esperar por una respuesta —Alister extendió la mano y, en cuestión de segundos, tenía los dedos presionando el cuello de Norman—. ¿Por qué le estás hablando de esa manera? ¿Y por qué tienes tus manos sobre ella? ¿Con qué derecho la tocas?

—Cariño, cálmate, por favor —intercedió Samira, agarrándole el brazo y aparentando ser su esposa.

Alister le dedicó una mirada, no hizo falta más detalles para entender la situación.

La presencia del Alfa hacía que Norman se sintiera diminuto. Miró a Samira y luego a Alister, tratando de encontrar alguna fisura en la historia, algo que pudiera usar para recuperar el control.

—Esto no tiene sentido —murmuró, sacudiendo la cabeza—. Esto no puede ser real.

—¿Qué es lo que no puede ser real? ¿Acaso pediste la cabeza? —refunfuñó Alister.

—¿Qué… está pasando? —articuló Norman, aún más aturdido—. ¿Cómo es que la conoces?

—Samira es mi mujer —respondió el Alfa con firmeza.

Norman se quedó anonadado.

—Eso… ¡es imposible! Ustedes no pueden estar juntos porque nosotros…

—¿Ustedes qué? —interrumpió Alister—. Ten cuidado con lo que dices. Samira es mi mujer y no permitiré que le faltes el respeto. Te puede ir bastante mal.

Norman se quedó callado, incapaz de enfrentar a Alister. Sabía que contrariarlo no le convenía en absoluto, considerando que quería ganarse su confianza para escalar dentro de la empresa.

—Ha sido… solo un malentendido —dijo Norman, procurando apaciguar la situación.

—Supe que uno de mis empleados iba a casarse y no resistí la curiosidad de conocer a la novia. Sin embargo, ¿dónde está? —preguntó Alister, con un tono colmado de un sarcasmo oscuro que hirvió la sangre de Norman.

—No tardará en llegar —dijo él, apretando los dientes—. Siéntanse cómodos —les dio la espalda y se alejó de ambos, refunfuñando por lo bajo.

Samira soltó un suspiro, como si finalmente pudiese respirar de manera apropiada.

—Te agradezco que hayas intervenido, pero… podía manejar la situación por mi cuenta.

Alister entornó los ojos.

—¿Acaso querías que me quedara cruzado de brazos mientras veo cómo te lastima? No podía quedarme quieto.

—Tengo que poder enfrentar a Norman yo sola —insistió Samira.

Alister empezó a ponerse ansioso.

—No voy a dejarte a solas con él, eso es muy difícil para mí. ¿O es que tú todavía lo quieres? —preguntó acercándose a ella, con la mirada llena de celos y preocupación—. ¿Acaso tú todavía tienes sentimientos por él después de todo lo que te hizo?

Después de haberle hecho esa pregunta, se cuestionó a sí mismo el por qué lo hizo.

Sí, en efecto, Samira era su mate. Sin embargo, ¿era el lazo realmente tan fuerte como para incluso sentir celos?

Alister nunca se había considerado un hombre fácilmente impresionable. Como alfa del Clan Valkyria, su vida había estado llena de responsabilidades, deberes y la constante lucha por mantener a salvo a su manada. Pero desde la llegada de Samira, algo en su mundo comenzó a cambiar.

Al principio, Samira solo era una humana desconocida que los dioses decidieron poner en su camino como su compañera destinada. Decidió ayudarla para tenerla cerca, mientras pensaba en qué hacer con ella y cómo resolver su situación. Sin embargo, a medida que los días se convirtieron en semanas, Alister empezó a notar cosas que antes había pasado por alto.

Cada vez que Samira hablaba, Alister se encontraba prestando atención no solo a sus palabras, sino a su tono y a sus gestos. Había una honestidad cruda en ella, una transparencia que era refrescante y desconcertante a la vez. Poco a poco, Alister comenzó a ansiar su compañía.

A medida que sus sentimientos crecían, el Alfa empezó a cuestionarse ¿cómo una humana había logrado atravesar las barreras que él había construido con tanto esmero? Cada vez que Samira estaba cerca, sentía una mezcla de emociones: protección, ternura, deseo. Con cada sonrisa, cada toque accidental, sentía cómo su corazón latía más rápido.

Las noches solitarias comenzaron a llenarse de pensamientos sobre ella. Se preguntaba cómo sería despertar con su rostro cerca y sentir su calor junto a él. Cada día, la idea de un futuro sin Samira se volvía más difícil de ver. Se estaba acostumbrando a ella, lo cual era una consecuencia por tenerla metida bajo su mismo techo.

Alister era consciente de que Samira no era solo alguien que había irrumpido en su vida. Era su mate, su compañera destinada. Aunque intentara resistirse, sentía una conexión profunda, una necesidad de protegerla y amarla de una manera que nunca antes había experimentado.

Mientras se sumía en sus más profundos pensamientos, cuestionándose a sí mismo por sus alocados sentimientos, Samira lo miró confundida debido a la extraña pregunta que había hecho hacía unos segundos.

—Lo único que siento hacia él es odio y repugnancia —expresó sin titubear—. Yo jamás volvería a amar a alguien como él. Mi hijo… está muerto por su culpa —dijo con rabia—. Por lo pronto, no acepté que era Samira, así que quedó muy asustado. Le hice creer que estaba viendo a un fantasma.

Alister salió de su estado ensimismado y prestó atención a sus palabras.

—Pero, me temo que no se lo creyó totalmente —contestó.

—Eso no importa. Al menos, lo puse lo bastante nervioso como para que no se pueda recuperar con facilidad.

—Lo hiciste bien —la felicitó—. Hay que regresar.

Ambos retornaron al salón y se sentaron entre los invitados, esperando a que empezara la boda. Sin embargo, la novia nunca se presentó.

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