68. No puedes obligarme.

Isolde tragó saliva con dificultad, el corazón golpeándole el pecho con una fuerza dolorosa. Podía sentir su aliento cálido en su rostro, percibir el calor que emanaba de su cuerpo, la tensión palpable que vibraba en el escaso espacio que los separaba... si es que aún quedaba alguno.

—No tienes derecho a... —intentó decir, pero la frase se quebró en su garganta, ahogada por la opresión.

—Tengo todos los derechos —la interrumpió él con un murmullo grave, sus ojos oscurecidos por una posesión implacable—. Porque te casaste conmigo. Porque eres mía.

Ella lo miró con la mandíbula tensa y los ojos brillando con una mezcla de rabia contenida y una emoción más profunda, más turbia, que se negaba a reconocer.

Isolde dio un paso lateral, intentando escapar de su encierro, pero su espalda ya había chocado contra la fría madera de la puerta. No tenía a dónde huir. Damián estaba frente a ella, una presencia imponente que la eclipsaba, y esa mirada suya no dejaba resquicio para el desacuerdo.

—Est
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