El frío de la noche le había calado hasta los huesos y le producía una sensación de desamparo y desolación. Abigail se preparaba para convertirse en la esposa de Max, un hombre al que nunca había visto y que pronto sería su marido. La idea de unirse a un desconocido le producía angustia, pero su situación era aún peor. Sin parientes que la apoyaran, solo contaba con su padre, un hombre atrapado en sus vicios, quien había tomado la decisión de entregarla a cambio de saldar sus deudas.
En la soledad de su habitación, Abigail lloraba desconsoladamente, sintiendo cómo la tristeza la ahogaba y le robaba las fuerzas. Su mente era un torbellino de pensamientos, reflexionando sobre la injusticia de la vida que la había llevado a aquella cruel encrucijada. Deseaba con todas sus fuerzas escapar, huir de un destino que no había elegido, pero el amor que sentía por su padre la mantenía atada a aquella realidad desgarradora. Sabía que su sacrificio era el precio que debía pagar por el bienestar de aquel que, a pesar de sus defectos, había sido su único familiar. Así, con el corazón pesado y la mente llena de dudas, se resignó a aceptar su destino, dispuesta a sacrificar su propia felicidad por amor a su padre, aunque eso significara renunciar a sus sueños y anhelos más profundos.
Abigail se detiene en lo alto de la escalera y observa a su padre con una mezcla de dolor y rabia. La atmósfera que la rodea es tan pesada que parece más un funeral que una boda. Con el corazón latiendo con fuerza, baja los escalones con valor. Al llegar al pie de la escalera, se enfrenta a su padre con la voz firme y decidida.
—Papá, estoy lista para casarme —dice, con la mirada fija en él. —Acabemos con esto de una vez.
—Lo siento, hija. Perdí y te entregué como garantía. Por favor, espero que algún día me perdones—suplicó su padre, con la voz temblorosa de desesperación. —Si no te casas con Max, no solo perderé todo, ¡podría perder la vida! Él ha pagado mis deudas y tú eres el aval.
Abigail lo miró con firmeza, mientras su corazón latía con fuerza.
—Ya no hay vuelta atrás, todo está perdido—respondió, con su voz llena de determinación. —Tendré que sacrificar mi felicidad por tus errores.
—Pero, Abigail, comprendes la gravedad de la situación. Max es nuestra única salida —insistió su padre, pálido y angustiado.
Su padre la miró con desesperación en los ojos, pero Abigail se mantuvo firme, decidida a seguir adelante con la boda.
*****
Minutos más tarde...
Abigail decidida a casarse va acompañada de su padre, se dirigieron al registro civil. Allí estaba Maximiliano Lombardo, junto a su mejor amigo y socio, Elliot Jones, un hombre que compartía sus negocios ilícitos en la mafia. La fría mirada de Max se cruzó con la dulce y aún inocente mirada de Abigail, una joven de apenas 19 años que estaba a punto de recorrer un duro camino a su corta edad.
—No puedo creer que esto esté sucediendo —murmuró Abigail, sintiendo un nudo en el estómago.
—Es lo que hay, hija—respondió su padre con tono de resignación. —No hay otra opción.
Max se acercó a ella con una sonrisa arrogante en el rostro.
—Hola, Abigail. ¿Listos para dar el gran paso, verdad? —dijo, con su voz suave, pero con un matiz amenazante.
—No tengo otra elección —respondió ella, tratando de mantener la compostura.
Elliot intervino al observar la tensión:
—Vamos, Max, dejemos que la chica respire. Este es un momento importante para ella.
—Claro, claro —replicó Max, sin quitarle la mirada de encima. —Pero recuerda, Abigail, que a veces las decisiones más difíciles son las que nos definen.
—Bienvenidos, todos —dijo el juez, mirando a la pareja con una expresión neutral. —Estamos aquí para unir en matrimonio a Abigail Lance y a Maximiliano Lombardo. ¿Tienen algo que decir antes de proceder?
Abigail tragó saliva, sintiendo el peso de la mirada de Max sobre ella.
—Solo… —comenzó, pero las palabras se le atragantaron.
Max sonrió, interrumpiendo suavemente.
—No hay necesidad de palabras, mi amor. Lo que importa es el compromiso que estamos a punto de sellar.
El juez asintió, sin inmutarse.
—Entonces, ¿Maximiliano y Abigail se aceptan el uno al otro como esposos, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza?
—Sí, acepto —respondió Max con firmeza, mientras Abigail dudaba un momento más.
—Sí, acepto —dijo finalmente, con voz apenas un susurro.
—Perfecto —dijo el juez, con un tono casi mecánico. —Por el poder que me ha sido conferido, los declaro marido y mujer.
Max se volvió hacia Abigail con una sonrisa triunfante.
—Ves, todo salió como lo planeamos.
Abigail sintió un escalofrío recorrerle la espalda, preguntándose si realmente había tomado la decisión correcta.
—Sí, pero… —comenzó a decir, pero Max la interrumpió.
—No te preocupes, todo estará bien. Ahora somos uno.
El juez les hizo un gesto de despedida y Max tomó la mano de Abigail y la llevó hacia la salida.
—Vamos, tenemos mucho que hacer. Esto es solo el comienzo.
Abigail lo siguió, sintiendo que el verdadero duelo apenas había comenzado.
Abigail y Max se alejaron rápidamente en su lujoso coche blindado. Mientras se acomodaba en el asiento, Abigail lo miró de reojo, sintiéndose a la vez asustada y molesta. Max, notando su incomodidad, se inclinó hacia ella, con una mirada intensa y penetrante.
—Eres mi esposa —dijo con tono gélido, como si cada palabra fuera un recordatorio de su nueva realidad.
Abigail sintió un espasmo en su espalda, como si le estuviera proclamando que era su propiedad.
—No soy un objeto, Max —respondió, tratando de mantener la voz firme a pesar de la inquietud que la invadía.
Max sonrió, pero no hubo calidez en su expresión.
—Lo sé, Abigail. Eres mucho más que eso. Pero ahora debemos actuar como tal.
Llegaron a la mansión de inmediato. Abigail miraba todo con extrañeza, como si todo aquello le resultara ajeno, a pesar de que era un lugar lleno de brillo y lujos. Su padre tenía algunas propiedades, pero nunca había sido tan rico como Max. Ella comenzó a recorrer los distintos espacios de la mansión, mientras Max la seguía, atraído por la belleza y la dulzura de la joven. Jamás había estado cerca de una mujer tan inocente como ella; él, que siempre había sido el chico malo, duro y hasta brusco con las mujeres.
—Es impresionante, ¿verdad? —dijo Max, rompiendo el silencio mientras observaba a Abigail explorar cada rincón.
—Sí, es... diferente —respondió ella, sin poder ocultar su incomodidad. Nunca había estado en un lugar así.
Max se acercó un poco más, con la mirada fija en ella.
—No tienes que sentirte fuera de lugar. Este es solo un espacio; lo que realmente importa es lo que hay dentro de ti.
Abigail lo miró, sorprendida por la sinceridad en su voz.
—Gracias, pero... no sé si podré acostumbrarme a todo esto.
—Con el tiempo, lo harás —dijo Max, sonriendo de manera enigmática. —Solo tienes que dejarte llevar.
Al escuchar estas palabras, Abigail sintió cómo su corazón latía con fuerza, como si cada latido resonara en su pecho. En ese momento, la realidad de su situación la golpeó con una intensidad abrumadora: estaba casada y eso suponía cumplir con el papel de esposa. La idea la llenó de una mezcla de emoción y temor, y sus manos, frías como el hielo, reflejaban la inquietud que se apoderaba de su mente.
La presión de las expectativas sociales y personales se cernía sobre ella como una sombra, y la sensación de miedo se entrelazaba con la incertidumbre de lo que significaría esa nueva etapa en su vida. ¿Sería capaz de adaptarse a ese nuevo mundo? ¿Podría encontrar su lugar en él sin perderse a sí misma en el proceso? Mientras sus pensamientos se agolpaban, Abigail se dio cuenta de que, más allá de las dudas, había una chispa de esperanza que comenzaba a asomarse, un pequeño destello que le susurraba que quizás, solo quizás, podría aprender a dejarse llevar y descubrir lo que realmente significaba ser parte de algo más grande.
Allí estaba Abigail, de pie frente a Max en el dormitorio. Ambos se miraban fijamente, llenos de incredulidad. Max no iba a dejar pasar la oportunidad de hacer suya a Abigail en su noche de boda. Era consciente de que sería la primera vez para Abigail y su curiosidad lo impulsaba a comprobar si el alto precio que había pagado había valido la pena. Era un hombre intenso, un amante temerario y poco comedido, y al percibir el delicado miedo en Abigail, se encendía aún más, sintiendo una atracción química desbordante que los envolvía a ambos.Max la tomó sin miramientos y, de un solo movimiento, la desnudó. Abigail, en silencio, se entregó a él, permitiéndole que explorase su cuerpo con una mezcla de gozo y dudas. Un fuerte cosquilleo recorre su piel, borrando momentáneamente sus pensamientos. Max, impulsado por su deseo, no se contiene y, de manera abrupta, arranca su virginidad. Abigail sintió un intenso dolor que la atravesó y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras Max l
En el centro de operaciones criminales, Max se encontraba rodeado de pantallas que mostraban mapas y datos en tiempo real. Con una calma inquietante, analizaba cada detalle del próximo robo a uno de los principales bancos del país. Todo estaba fríamente calculado; incluso había logrado infiltrarse en las filas de la policía y el FBI, asegurándose de que sus movimientos no fueran detectados.—Escuchen —comenzó Max, con su voz firme y autoritaria. —Este será nuestro séptimo golpe, y no podemos permitirnos errores. Cada uno de ustedes tiene un papel crucial que desempeñar.Elliot, su mano derecha, asintió mientras tomaba notas. A su lado, Elisa, una mujer de belleza arrebatadora y una astucia sin igual, lo miraba con una mezcla de admiración y deseo. Su carácter indomable y su experiencia en el mundo del crimen la convertían en una aliada invaluable, pero su corazón latía con fuerza por Max, un secreto que ambos habían compartido en la intimidad de la noche.—Max, ¿estás seguro de que po
Abigail emitió un quejido extraño que no parecía humano, sintiendo cómo un estremecimiento recorría su cuerpo de pies a cabeza. Tragó saliva y se dio cuenta de que tenía la garganta seca. El miedo se instaló en su corazón y, presa de la angustia, corrió al baño para vomitar. Habían pasado ya un par de meses desde su matrimonio con Max, y entre tantas ocupaciones, él había estado tan atrapado en su deseo de no dejarla ir tan pronto que no había tenido tiempo suficiente para tramitar el divorcio. Pero finalmente había llegado el día.Max fue hasta la habitación de Abigail y, al no recibir respuesta, decidió entrar. Al escuchar los gemidos provenientes del baño, su corazón se aceleró. Con nerviosismo, empujó la puerta y encontró a Abigail pálida, casi desmayada, arrodillada junto al retrete. Sin pensarlo dos veces, la tomó entre sus brazos y la llevó a la cama con preocupación.—Abigail, ¿qué te pasa? —preguntó Max, con la voz temblándole ligeramente. — ¿Te sientes mal?Ella apenas pudo
Abigail, tratando de aclarar sus pensamientos, salió al jardín. La brisa fría y serena de la noche acarició su rostro con sutileza, mientras ella miraba a su alrededor con dudas. Desde lo alto de su habitación, Max la observaba por la ventana y, motivado por un impulso irrefrenable, se dirigió rápidamente hacia donde ella se encontraba. Pronto, sus miradas se encontraron y los estoicos ojos color verdoso de Max se clavaron como dagas en los tímidos ojos color azul claro de Abigail. La brisa alborotó su larga y castaña cabellera y Max no pudo evitar sentirse conmovido, no solo por la delicada belleza de Abigail, sino también por la serenidad que emanaba. Allí estaba, frente a él, la dulce y joven madre de su hijo, un ser que representaba tanto amor y esperanza en su vida. En ese instante, el mundo a su alrededor se desvaneció y solo existía el profundo vínculo que los unía, un lazo que iba más allá de las palabras y que prometía un futuro lleno de posibilidades.Max irrumpió en el sile
Max observaba la vasta ciudad que se extendía ante él desde la altura del rascacielos del edificio empresarial. A lo lejos, el vibrante Manhattan latía con vida; la gente se movía de un lugar a otro, como si cada uno tuviera un propósito claro en medio del bullicio urbano. Sin embargo, en su mente, Max se encontraba atrapado en un vaivén de pensamientos y emociones. Abigail había decidido quedarse a su lado debido a su embarazo, pero aún no lograba aceptarlo plenamente como su marido en la intimidad. Esta situación lo llenaba de incertidumbre y ansiedad, ya que sabía que debía esforzarse enormemente para ganarse su confianza en el ámbito más personal y delicado de su relación. A pesar de su corta edad, Abigail se mostraba firme y decidida, exhibiendo una madurez que sorprendía a Max. Aunque carecía de experiencia en la vida, su actitud resolutiva y su capacidad para enfrentar los desafíos le otorgaban una fortaleza que él admiraba profundamente. Max comprendía que el camino hacia la i
Al día siguiente, el recuerdo del coche que lo había estado siguiendo regresó a su mente como un umbral que distorsionaba sus pensamientos. Max se dirigió directamente al centro de operaciones Lombardo, sintiendo la presión de llevar el peso del negocio casi por completo solo, ya que su padre no daba señales de vida. Junto con Elliot, estaba al frente de la organización criminal, además de cumplir con sus compromisos como director ejecutivo del sector turístico. Se preguntaba cómo encontraría el tiempo para ocuparse también de su familia y, sobre todo, para enamorar a su mujer.Al llegar, se encontró con Elliot en el centro de operaciones.—Max, ¿todo bien? Te veo un poco distraído —comentó Elliot, frunciendo el ceño.—No estoy seguro. Ayer sentí que alguien nos seguía, y eso me tiene inquieto —respondió Max, pasándose una mano por el cabello para despejar la mente.—Eso suena serio. ¿Has considerado aumentar la seguridad? —sugirió Elliot, preocupado.—Sí, lo haré. Pero también tengo
Al anochecer, impulsado por un intenso deseo, Max se acercó a la habitación de Abigail, quien ya se había tranquilizado un poco con él y creía que era el momento de acercarse más íntimamente a ella. Al llegar, vio que Abigail estaba a punto de dormirse. Se sentó en la cama y, esta vez, con un poco más de delicadeza, se abalanzó sobre ella. Sin embargo, las imágenes oscuras de su noche de bodas seguían presentes en la mente de Abigail, y, como un destello, los recuerdos la perturbaban. No había tenido una buena experiencia con Max en su primera vez; lo había sentido como una violación. Con brusquedad, lo apartó de su lado y lo miró con aprensión.—Max, por favor, no. Solo... vete y no me toques —dijo, con la voz temblando ligeramente.Max, sorprendido por su reacción, se detuvo y la miró a los ojos, tratando de entender su dolor.—Abigail, no quiero hacerte daño. Solo quiero que estemos juntos — respondió con tono lleno de preocupación.Ella cerró los ojos, tratando de calmarse, pero l
Max, intentando calmar su rabia y canalizar la tormenta de emociones que lo consumía, llegó al apartamento de la sensual Elisa. Cuando ella abrió la puerta, no pudo contenerse y la besó con una pasión desenfrenada, como si cada beso fuera un intento de borrar el dolor que lo atormentaba. Con locura, comenzó a quitarle la ropa, dejando cada prenda en el suelo como símbolo de su desesperación.Elisa, fascinada por la intensidad de su reacción, sonrió con picardía. Sabía que el lobo hambriento que habitaba en Max siempre regresaría a ella, buscando saciar sus pasiones.—Siempre estaré dispuesta para ti, Max —le susurró con voz seductora. —Estoy disponible para ti en todo momento, con todo el deseo disponible, sin reservas.En medio de esa intensa batalla campal de emociones, se entregaron el uno al otro con ardiente frenesí, dejando que la química que existía entre ellos los consumiera por completo. Cada roce, cada susurro, era un recordatorio de la conexión que compartían, un refugio en