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Capítulo 1. Matrimonio forzado.

El frío de la noche le había calado hasta los huesos y le producía una sensación de desamparo y desolación. Abigail se preparaba para convertirse en la esposa de Max, un hombre al que nunca había visto y que pronto sería su marido. La idea de unirse a un desconocido le producía angustia, pero su situación era aún peor. Sin parientes que la apoyaran, solo contaba con su padre, un hombre atrapado en sus vicios, quien había tomado la decisión de entregarla a cambio de saldar sus deudas.

En la soledad de su habitación, Abigail lloraba desconsoladamente, sintiendo cómo la tristeza la ahogaba y le robaba las fuerzas. Su mente era un torbellino de pensamientos, reflexionando sobre la injusticia de la vida que la había llevado a aquella cruel encrucijada. Deseaba con todas sus fuerzas escapar, huir de un destino que no había elegido, pero el amor que sentía por su padre la mantenía atada a aquella realidad desgarradora. Sabía que su sacrificio era el precio que debía pagar por el bienestar de aquel que, a pesar de sus defectos, había sido su único familiar. Así, con el corazón pesado y la mente llena de dudas, se resignó a aceptar su destino, dispuesta a sacrificar su propia felicidad por amor a su padre, aunque eso significara renunciar a sus sueños y anhelos más profundos.

Abigail se detiene en lo alto de la escalera y observa a su padre con una mezcla de dolor y rabia. La atmósfera que la rodea es tan pesada que parece más un funeral que una boda. Con el corazón latiendo con fuerza, baja los escalones con valor. Al llegar al pie de la escalera, se enfrenta a su padre con la voz firme y decidida.

—Papá, estoy lista para casarme —dice, con la mirada fija en él. —Acabemos con esto de una vez.

—Lo siento, hija. Perdí y te entregué como garantía. Por favor, espero que algún día me perdones—suplicó su padre, con la voz temblorosa de desesperación. —Si no te casas con Max, no solo perderé todo, ¡podría perder la vida! Él ha pagado mis deudas y tú eres el aval.

Abigail lo miró con firmeza, mientras su corazón latía con fuerza.

—Ya no hay vuelta atrás, todo está perdido—respondió, con su voz llena de determinación. —Tendré que sacrificar mi felicidad por tus errores.

—Pero, Abigail, comprendes la gravedad de la situación. Max es nuestra única salida —insistió su padre, pálido y angustiado.

Su padre la miró con desesperación en los ojos, pero Abigail se mantuvo firme, decidida a seguir adelante con la boda.

*****

Minutos más tarde...

Abigail decidida a casarse va acompañada de su padre, se dirigieron al registro civil. Allí estaba Maximiliano Lombardo, junto a su mejor amigo y socio, Elliot Jones, un hombre que compartía sus negocios ilícitos en la mafia. La fría mirada de Max se cruzó con la dulce y aún inocente mirada de Abigail, una joven de apenas 19 años que estaba a punto de recorrer un duro camino a su corta edad.

—No puedo creer que esto esté sucediendo —murmuró Abigail, sintiendo un nudo en el estómago.

—Es lo que hay, hija—respondió su padre con tono de resignación. —No hay otra opción.

Max se acercó a ella con una sonrisa arrogante en el rostro.

—Hola, Abigail. ¿Listos para dar el gran paso, verdad? —dijo, con su voz suave, pero con un matiz amenazante.

—No tengo otra elección —respondió ella, tratando de mantener la compostura.

Elliot intervino al observar la tensión:

—Vamos, Max, dejemos que la chica respire. Este es un momento importante para ella.

—Claro, claro —replicó Max, sin quitarle la mirada de encima. —Pero recuerda, Abigail, que a veces las decisiones más difíciles son las que nos definen.

—Bienvenidos, todos —dijo el juez, mirando a la pareja con una expresión neutral. —Estamos aquí para unir en matrimonio a Abigail Lance y a Maximiliano Lombardo. ¿Tienen algo que decir antes de proceder?

Abigail tragó saliva, sintiendo el peso de la mirada de Max sobre ella.

—Solo… —comenzó, pero las palabras se le atragantaron.

Max sonrió, interrumpiendo suavemente.

—No hay necesidad de palabras, mi amor. Lo que importa es el compromiso que estamos a punto de sellar.

El juez asintió, sin inmutarse.

—Entonces, ¿Maximiliano y Abigail se aceptan el uno al otro como esposos, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza?

—Sí, acepto —respondió Max con firmeza, mientras Abigail dudaba un momento más.

—Sí, acepto —dijo finalmente, con voz apenas un susurro.

—Perfecto —dijo el juez, con un tono casi mecánico. —Por el poder que me ha sido conferido, los declaro marido y mujer.

Max se volvió hacia Abigail con una sonrisa triunfante.

—Ves, todo salió como lo planeamos.

Abigail sintió un escalofrío recorrerle la espalda, preguntándose si realmente había tomado la decisión correcta.

—Sí, pero… —comenzó a decir, pero Max la interrumpió.

—No te preocupes, todo estará bien. Ahora somos uno.

El juez les hizo un gesto de despedida y Max tomó la mano de Abigail y la llevó hacia la salida.

—Vamos, tenemos mucho que hacer. Esto es solo el comienzo.

Abigail lo siguió, sintiendo que el verdadero duelo apenas había comenzado.

Abigail y Max se alejaron rápidamente en su lujoso coche blindado. Mientras se acomodaba en el asiento, Abigail lo miró de reojo, sintiéndose a la vez asustada y molesta. Max, notando su incomodidad, se inclinó hacia ella, con una mirada intensa y penetrante.

—Eres mi esposa —dijo con tono gélido, como si cada palabra fuera un recordatorio de su nueva realidad.

Abigail sintió un espasmo en su espalda, como si le estuviera proclamando que era su propiedad.

—No soy un objeto, Max —respondió, tratando de mantener la voz firme a pesar de la inquietud que la invadía.

Max sonrió, pero no hubo calidez en su expresión.

—Lo sé, Abigail. Eres mucho más que eso. Pero ahora debemos actuar como tal.

Llegaron a la mansión de inmediato. Abigail miraba todo con extrañeza, como si todo aquello le resultara ajeno, a pesar de que era un lugar lleno de brillo y lujos. Su padre tenía algunas propiedades, pero nunca había sido tan rico como Max. Ella comenzó a recorrer los distintos espacios de la mansión, mientras Max la seguía, atraído por la belleza y la dulzura de la joven. Jamás había estado cerca de una mujer tan inocente como ella; él, que siempre había sido el chico malo, duro y hasta brusco con las mujeres.

—Es impresionante, ¿verdad? —dijo Max, rompiendo el silencio mientras observaba a Abigail explorar cada rincón.

—Sí, es... diferente —respondió ella, sin poder ocultar su incomodidad. Nunca había estado en un lugar así.

Max se acercó un poco más, con la mirada fija en ella.

—No tienes que sentirte fuera de lugar. Este es solo un espacio; lo que realmente importa es lo que hay dentro de ti.

Abigail lo miró, sorprendida por la sinceridad en su voz.

—Gracias, pero... no sé si podré acostumbrarme a todo esto.

—Con el tiempo, lo harás —dijo Max, sonriendo de manera enigmática. —Solo tienes que dejarte llevar.

Al escuchar estas palabras, Abigail sintió cómo su corazón latía con fuerza, como si cada latido resonara en su pecho. En ese momento, la realidad de su situación la golpeó con una intensidad abrumadora: estaba casada y eso suponía cumplir con el papel de esposa. La idea la llenó de una mezcla de emoción y temor, y sus manos, frías como el hielo, reflejaban la inquietud que se apoderaba de su mente.

La presión de las expectativas sociales y personales se cernía sobre ella como una sombra, y la sensación de miedo se entrelazaba con la incertidumbre de lo que significaría esa nueva etapa en su vida. ¿Sería capaz de adaptarse a ese nuevo mundo? ¿Podría encontrar su lugar en él sin perderse a sí misma en el proceso? Mientras sus pensamientos se agolpaban, Abigail se dio cuenta de que, más allá de las dudas, había una chispa de esperanza que comenzaba a asomarse, un pequeño destello que le susurraba que quizás, solo quizás, podría aprender a dejarse llevar y descubrir lo que realmente significaba ser parte de algo más grande.

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