Allí estaba Abigail, de pie frente a Max en el dormitorio. Ambos se miraban fijamente, llenos de incredulidad. Max no iba a dejar pasar la oportunidad de hacer suya a Abigail en su noche de boda. Era consciente de que sería la primera vez para Abigail y su curiosidad lo impulsaba a comprobar si el alto precio que había pagado había valido la pena. Era un hombre intenso, un amante temerario y poco comedido, y al percibir el delicado miedo en Abigail, se encendía aún más, sintiendo una atracción química desbordante que los envolvía a ambos.
Max la tomó sin miramientos y, de un solo movimiento, la desnudó. Abigail, en silencio, se entregó a él, permitiéndole que explorase su cuerpo con una mezcla de gozo y dudas. Un fuerte cosquilleo recorre su piel, borrando momentáneamente sus pensamientos. Max, impulsado por su deseo, no se contiene y, de manera abrupta, arranca su virginidad. Abigail sintió un intenso dolor que la atravesó y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras Max la penetraba profundamente.
Minutos más tarde, ambos estaban de espaldas el uno al otro. Abigail lloraba en silencio; no era así como había imaginado que sería su primera vez. Max, por su parte, estaba ansioso, consciente de que había ido demasiado lejos con la joven. Sin embargo, no era capaz de hablarle ni de volverse hacia ella en la cama.
*****
A la mañana siguiente, Abigail entró en la ducha y abrió el grifo, dejando que el agua tibia recorriera su cuerpo mientras se estrujaba con furia. De repente, la desesperación la invadió y comenzó a gritar en el baño, golpeando las paredes con fuerza. Max, al escuchar el estruendo, entró rápidamente en el baño y se encontró con su caos emocional. Sin saber cómo reaccionar, salió corriendo de la habitación, sintiendo una mezcla de angustia y confusión en su interior.
Al salir, Norah, su ama de llaves (a quien Max considera como una madre), lo detuvo con una mirada preocupada.
—Max, ¿por qué estás tan agitado? —preguntó con su voz suave pero firme.
Max, sintiendo un nudo en el estómago, prefiere no compartir la tormenta emocional que lo invade. En lugar de eso, se toma un momento para respirar y responde:
—Solo cuida de Abigail, por favor. Necesita tu apoyo más que nunca.
Norah asiente, su expresión se torna seria y reconoce la gravedad de la situación.
—No te preocupes, estaré pendiente de ella. Pero tú también cuídate, ¿sí?
Max asiente brevemente, agradecido por su preocupación, y se aleja, dejando atrás la calidez del hogar y la incertidumbre que lo consume.
*****
Al llegar a la empresa, el hombre de negocios serio e inteligente se apodera de él. Revisa rápidamente su agenda con la secretaria y, al terminar, entra Pamela, una bella y sensual mujer con la que Max se divierte de vez en cuando. Ella le pregunta desconcertada por su repentino matrimonio.
—Max, no puedo creer que te hayas casado tan de repente. ¿Qué pasó? —pregunta Pamela, arqueando una ceja con curiosidad.
Max se encoge de hombros, intentando mantener la compostura.
—A veces, la vida te sorprende, Pamela. No todo se puede planear.
—¿Y qué hay de nosotros? —insiste ella, con una sonrisa juguetona. — ¿No crees que esto cambia las cosas?
Max la mira fijamente, sintiendo la tensión en el aire.
—Quizás, pero lo que tuvimos fue divertido. Ahora tengo que concentrarme en mi nueva vida.
Pamela se ríe suavemente, aunque su mirada revela una mezcla de sorpresa y decepción.
—Entiendo. Pero no olvides lo que dejamos en el aire. Si decides mirar hacia atrás, siempre estaré aquí para ti.
Max, impulsado por una mezcla de deseo y frustración, cierra la puerta de golpe, creando un ambiente cargado de tensión. Se vuelve hacia Pamela, atrapándola en un arrebato de pasión que había estado latente entre ellos.
Con un gesto decidido, toma su barbilla y la obliga a mirarlo a los ojos. Ella tiembla, no solo por el contacto físico, sino también por la intensidad de la emoción que emana de él. En ese instante, mientras sus miradas se entrelazan, Max no puede evitar que su mente divague hacia Abigail, recordando el gravísimo error que cometió al casarse con ella.
La imagen de su vida juntos, una existencia que ahora le parece vacía y llena de arrepentimientos, se mezcla con el deseo ardiente que siente por Pamela. La lucha interna entre lo que debería ser y lo que realmente desea lo consume, y en ese momento, el deseo se convierte en una necesidad apremiante de romper las cadenas que lo atan a su pasado. El ambiente se vuelve electrizante y el tiempo parece detenerse mientras ambos se enfrentan a la realidad de sus sentimientos, atrapados en un torbellino de emociones que amenaza con desbordarse.
*****
Al caer la noche, Max regresa a la mansión. Entra en su habitación, donde se encuentra con una de las chicas de servicio, y comienza a recoger sus cosas para mudarse a otra habitación. Abigail lo observa desde la puerta y siente una mezcla de admiración y preocupación.
Mientras la chica sale con sus pertenencias, Max se detiene un momento y, con una voz grave pero cargada de emoción, le dice:
—Lo siento. Nuestro matrimonio fue un error.
En su interior, aún resuena el dolor que sintió por la joven esa mañana. A pesar de ser un hombre rudo e implacable, un verdugo temido, en su interior hay un rincón que guarda sentimientos profundos, los mismos que Abigail había logrado conmover. Ella lo mira y comprende la lucha interna que lo ahoga. En ese instante, el aire entre ambos se vuelve denso, cargado de emociones no expresadas.
Max se detiene en la puerta, con la mirada perdida en el pasillo. Norah se le acerca un poco más, con una mezcla de preocupación y curiosidad.
—Max, ¿qué ocurre? —pregunta Norah, su voz suave pero firme. — ¿Por qué te alejas de tu esposa?
Max suspira, sintiendo el peso de la culpa en su pecho. Se vuelve hacia Norah y sus ojos reflejan una tormenta de emociones.
—No lo sé, Norah. —responde con un ligero temblor en la voz. —Ahora mismo siento que... que no soy el hombre que ella necesita.
Norah frunce el ceño, tratando de entender.
—¿Por qué piensas eso? Eres un buen hombre, Max.
—Quizá, pero... —dice, buscando las palabras adecuadas. —Me casé con ella por el deseo de ser padre, de tener algo real en mi vida. Pero no puedo dejar de pensar que ella es demasiado inocente para mi mundo.
Norah lo observa y, al ver la vulnerabilidad de Max, se le ablanda el corazón.
—¿Y qué hay de tus sentimientos? ¿No crees que ella merece saber lo que sientes?
Max se pasa una mano por el cabello, frustrado.
—No quiero arrastrarla a mi vida. Las mujeres con las que he estado antes solo buscaban mi dinero, pero Abigail... ella es diferente. La veo y me duele pensar que podría perderla por lo que soy.
Norah da un paso adelante y habla en un susurro.
—A veces, el amor requiere valentía. Si realmente la quieres, deberías luchar por ella, no huir. Esa linda chica podría ser tu liberación, Max.
Max la mira, sintiendo el peso de sus palabras.
—No lo sé, Norah. Pero, ¿y si le hago daño?
—El riesgo siempre está presente, pero el verdadero error sería no intentarlo—responde Norah, con una mirada decidida. —Habla con ella.
Max asiente lentamente, sintiendo una chispa de esperanza en medio de su confusión.
—Gracias, Norah. Necesito pensarlo.
Dicho esto, se da la vuelta y regresa a su nueva habitación, donde se confunde al intentar enfrentar sus miedos y luchar por lo que realmente quiere.
En el centro de operaciones criminales, Max se encontraba rodeado de pantallas que mostraban mapas y datos en tiempo real. Con una calma inquietante, analizaba cada detalle del próximo robo a uno de los principales bancos del país. Todo estaba fríamente calculado; incluso había logrado infiltrarse en las filas de la policía y el FBI, asegurándose de que sus movimientos no fueran detectados.—Escuchen —comenzó Max, con su voz firme y autoritaria. —Este será nuestro séptimo golpe, y no podemos permitirnos errores. Cada uno de ustedes tiene un papel crucial que desempeñar.Elliot, su mano derecha, asintió mientras tomaba notas. A su lado, Elisa, una mujer de belleza arrebatadora y una astucia sin igual, lo miraba con una mezcla de admiración y deseo. Su carácter indomable y su experiencia en el mundo del crimen la convertían en una aliada invaluable, pero su corazón latía con fuerza por Max, un secreto que ambos habían compartido en la intimidad de la noche.—Max, ¿estás seguro de que po
Abigail emitió un quejido extraño que no parecía humano, sintiendo cómo un estremecimiento recorría su cuerpo de pies a cabeza. Tragó saliva y se dio cuenta de que tenía la garganta seca. El miedo se instaló en su corazón y, presa de la angustia, corrió al baño para vomitar. Habían pasado ya un par de meses desde su matrimonio con Max, y entre tantas ocupaciones, él había estado tan atrapado en su deseo de no dejarla ir tan pronto que no había tenido tiempo suficiente para tramitar el divorcio. Pero finalmente había llegado el día.Max fue hasta la habitación de Abigail y, al no recibir respuesta, decidió entrar. Al escuchar los gemidos provenientes del baño, su corazón se aceleró. Con nerviosismo, empujó la puerta y encontró a Abigail pálida, casi desmayada, arrodillada junto al retrete. Sin pensarlo dos veces, la tomó entre sus brazos y la llevó a la cama con preocupación.—Abigail, ¿qué te pasa? —preguntó Max, con la voz temblándole ligeramente. — ¿Te sientes mal?Ella apenas pudo
Abigail, tratando de aclarar sus pensamientos, salió al jardín. La brisa fría y serena de la noche acarició su rostro con sutileza, mientras ella miraba a su alrededor con dudas. Desde lo alto de su habitación, Max la observaba por la ventana y, motivado por un impulso irrefrenable, se dirigió rápidamente hacia donde ella se encontraba. Pronto, sus miradas se encontraron y los estoicos ojos color verdoso de Max se clavaron como dagas en los tímidos ojos color azul claro de Abigail. La brisa alborotó su larga y castaña cabellera y Max no pudo evitar sentirse conmovido, no solo por la delicada belleza de Abigail, sino también por la serenidad que emanaba. Allí estaba, frente a él, la dulce y joven madre de su hijo, un ser que representaba tanto amor y esperanza en su vida. En ese instante, el mundo a su alrededor se desvaneció y solo existía el profundo vínculo que los unía, un lazo que iba más allá de las palabras y que prometía un futuro lleno de posibilidades.Max irrumpió en el sile
Max observaba la vasta ciudad que se extendía ante él desde la altura del rascacielos del edificio empresarial. A lo lejos, el vibrante Manhattan latía con vida; la gente se movía de un lugar a otro, como si cada uno tuviera un propósito claro en medio del bullicio urbano. Sin embargo, en su mente, Max se encontraba atrapado en un vaivén de pensamientos y emociones. Abigail había decidido quedarse a su lado debido a su embarazo, pero aún no lograba aceptarlo plenamente como su marido en la intimidad. Esta situación lo llenaba de incertidumbre y ansiedad, ya que sabía que debía esforzarse enormemente para ganarse su confianza en el ámbito más personal y delicado de su relación. A pesar de su corta edad, Abigail se mostraba firme y decidida, exhibiendo una madurez que sorprendía a Max. Aunque carecía de experiencia en la vida, su actitud resolutiva y su capacidad para enfrentar los desafíos le otorgaban una fortaleza que él admiraba profundamente. Max comprendía que el camino hacia la i
Al día siguiente, el recuerdo del coche que lo había estado siguiendo regresó a su mente como un umbral que distorsionaba sus pensamientos. Max se dirigió directamente al centro de operaciones Lombardo, sintiendo la presión de llevar el peso del negocio casi por completo solo, ya que su padre no daba señales de vida. Junto con Elliot, estaba al frente de la organización criminal, además de cumplir con sus compromisos como director ejecutivo del sector turístico. Se preguntaba cómo encontraría el tiempo para ocuparse también de su familia y, sobre todo, para enamorar a su mujer.Al llegar, se encontró con Elliot en el centro de operaciones.—Max, ¿todo bien? Te veo un poco distraído —comentó Elliot, frunciendo el ceño.—No estoy seguro. Ayer sentí que alguien nos seguía, y eso me tiene inquieto —respondió Max, pasándose una mano por el cabello para despejar la mente.—Eso suena serio. ¿Has considerado aumentar la seguridad? —sugirió Elliot, preocupado.—Sí, lo haré. Pero también tengo
Al anochecer, impulsado por un intenso deseo, Max se acercó a la habitación de Abigail, quien ya se había tranquilizado un poco con él y creía que era el momento de acercarse más íntimamente a ella. Al llegar, vio que Abigail estaba a punto de dormirse. Se sentó en la cama y, esta vez, con un poco más de delicadeza, se abalanzó sobre ella. Sin embargo, las imágenes oscuras de su noche de bodas seguían presentes en la mente de Abigail, y, como un destello, los recuerdos la perturbaban. No había tenido una buena experiencia con Max en su primera vez; lo había sentido como una violación. Con brusquedad, lo apartó de su lado y lo miró con aprensión.—Max, por favor, no. Solo... vete y no me toques —dijo, con la voz temblando ligeramente.Max, sorprendido por su reacción, se detuvo y la miró a los ojos, tratando de entender su dolor.—Abigail, no quiero hacerte daño. Solo quiero que estemos juntos — respondió con tono lleno de preocupación.Ella cerró los ojos, tratando de calmarse, pero l
Max, intentando calmar su rabia y canalizar la tormenta de emociones que lo consumía, llegó al apartamento de la sensual Elisa. Cuando ella abrió la puerta, no pudo contenerse y la besó con una pasión desenfrenada, como si cada beso fuera un intento de borrar el dolor que lo atormentaba. Con locura, comenzó a quitarle la ropa, dejando cada prenda en el suelo como símbolo de su desesperación.Elisa, fascinada por la intensidad de su reacción, sonrió con picardía. Sabía que el lobo hambriento que habitaba en Max siempre regresaría a ella, buscando saciar sus pasiones.—Siempre estaré dispuesta para ti, Max —le susurró con voz seductora. —Estoy disponible para ti en todo momento, con todo el deseo disponible, sin reservas.En medio de esa intensa batalla campal de emociones, se entregaron el uno al otro con ardiente frenesí, dejando que la química que existía entre ellos los consumiera por completo. Cada roce, cada susurro, era un recordatorio de la conexión que compartían, un refugio en
La tarde siguiente, Max había acompañado al padre de Abigail a un centro de rehabilitación de Nueva York para tratar su alcoholismo y sus vicios. Había optado por uno de los mejores y más caros centros de Nueva York, con la esperanza de que su suegro recibiera la ayuda que tanto necesitaba. Aunque su relación con Abigail había tenido altibajos, su amor por ella crecía día a día, como las hojas que brotan en los árboles en primavera. Max sabía que Abigail sería la madre de su único hijo y eso lo motivaba aún más a hacer lo correcto.Sin embargo, no podía evitar sentirse confundido por el comportamiento hostil de Abigail hacia él. A menudo se preguntaba por qué ella parecía exagerar en sus reacciones, y esto lo llevó a considerar la posibilidad de que su relación estuviera más marcada por los malentendidos que por la verdadera animosidad. A pesar de sus sentimientos, Max decidió que lo mejor sería mantener cierta distancia. Se comprometió a evitar cualquier contacto físico y a no poner