Abigail, tratando de aclarar sus pensamientos, salió al jardín. La brisa fría y serena de la noche acarició su rostro con sutileza, mientras ella miraba a su alrededor con dudas. Desde lo alto de su habitación, Max la observaba por la ventana y, motivado por un impulso irrefrenable, se dirigió rápidamente hacia donde ella se encontraba. Pronto, sus miradas se encontraron y los estoicos ojos color verdoso de Max se clavaron como dagas en los tímidos ojos color azul claro de Abigail. La brisa alborotó su larga y castaña cabellera y Max no pudo evitar sentirse conmovido, no solo por la delicada belleza de Abigail, sino también por la serenidad que emanaba. Allí estaba, frente a él, la dulce y joven madre de su hijo, un ser que representaba tanto amor y esperanza en su vida. En ese instante, el mundo a su alrededor se desvaneció y solo existía el profundo vínculo que los unía, un lazo que iba más allá de las palabras y que prometía un futuro lleno de posibilidades.
Max irrumpió en el silencio y le dijo a Abigail:
—No quiero que te vayas y te alejes de esta casa.
Su voz, aunque firme, reflejaba una súplica que denotaba su profundo deseo de mantenerla cerca. Abigail lo miró, sorprendida por la intensidad de sus palabras, y en sus ojos se podía ver la lucha entre el deseo de quedarse y la necesidad de encontrar su propio camino.
—Max, ya no puedo estar aquí... es solo que siento que necesito descubrir quién soy por mí misma, se lo debo a mi hijo.
Max frunció el ceño y su voz tembló ligeramente.
—Pero, ¿y si ese descubrimiento significa alejarte de mí? No puedo soportar la idea de perderte.
Ella dio un paso atrás, sintiendo el peso de su decisión.
—No se trata de perderme, sino de encontrarme. Necesito recuperar mi vida y alejarme de tanto drama a tu lado. Tú y yo nunca hemos sido un matrimonio, date cuenta.
Max bajó la mirada, con el corazón pesado.
—Entiendo, pero eso no hace que sea más fácil. Solo quiero que sepas que aquí siempre tendrás un lugar.
Abigail sonrió débilmente, sintiendo la calidez de sus palabras.
—Está bien.
Max, con la voz entrecortada, dio un paso hacia ella con la mirada intensa y vulnerable.
—Por favor, te lo suplico, perdóname. Nunca pensé que llegaría a suplicar por algo así, pero no puedo soportar la idea de perderte.
Abigail, sorprendida por la súplica de Max, sintió cómo se le aceleraba el corazón.
—Max, no se trata de perdón. Ya es demasiado tarde para el perdón. Solo necesito este tiempo para entenderme a mí misma y avanzar. Quiero dejar atrás el dolor.
Él bajó la mirada, luchando contra la tormenta de emociones que lo invadía.
—Pero, ¿y si este tiempo te aleja de mí para siempre? No soy un hombre que se rinda fácilmente, y menos ante alguien como tú.
Abigail dio un paso hacia él, con la voz suave pero firme.
—No hay vuelta atrás, Max. Quiero que entiendas que esto es algo que debo hacer no solo por mí, sino por el bebé que viene en camino. A pesar de todo, eres el padre de mi hijo.
Max sintió un nudo en el estómago. La debilidad que nunca había mostrado ante nadie ahora lo consumía.
—Siempre he sido el que controla todo, el que no muestra debilidad. Pero tú... tú me haces sentir cosas que nunca creí que pudiera sentir. No sé cómo afrontar esto que siento por ti.
Ella lo miró a los ojos, buscando la conexión que nunca habían compartido.
—No sé qué decir, me confunden tus palabras y también tu mirada. La de meses atrás no era igual.
Max asintió lentamente, aunque su corazón seguía pesado.
—Entonces, solo prométeme que no te olvidarás de mí. Que, sin importar lo que pase, siempre habrá un lugar para mí en tu vida. Insisto en pedirte perdón por todo lo que te hice.
Abigail sonrió con tristeza, sintiendo la profundidad de su unión.
—Siempre habrá un lugar para ti, Max. Y, por nuestro hijo, trataremos de llevar la fiesta en paz. Prometo que mi hijo y yo estaremos bien.
Max se acercó aún más a ella, la abrazó y le susurró con la voz entrecortada:
—Te juro que quiero correr de tu vida y dejarte ir, pero tengo tanto peso en los pies que no puedo caminar sin tropezar.
Sus palabras conmueven a Abigail hasta el punto de que olvida su oscura noche de bodas por un instante.
El corazón de Abigail se ablanda al escuchar las palabras de Max. La tristeza y la desesperación que percibe en su voz la conmueven profundamente. Aunque ella misma está lidiando con sus propios demonios, no puede evitar sentir compasión por él.
—Lo siento, Abigail —le dice, abrazándola aún más fuerte. —No quiero ser la persona que te hace sentir así. Pero no puedo simplemente dejarte ir. No puedo dejarte ir a un lugar desconocido. Timothy no te cuidaría ni te protegería, y yo estoy dispuesto a hacerlo.
Abigail se aparta de él y lo mira a los ojos.
—No menciones a mi padre, siento vergüenza de mi situación —le reprocha sutilmente con incomodidad. —Yo soy la única que tiene velar por su integridad. Las decisiones apresuradas de mi padre me llevaron por un camino espinoso.
Max sabe que tiene razón, pero no puede evitar sentirse responsable por ella.
—Lo sé —admite él. —Pero no puedo evitar preocuparme por ti. No quiero que te hagan daño.
Abigail se mira los pies y evita encontrarse con su mirada.
—No puedo prometerte que no me hagan daño —dice en voz baja. —Pero tampoco puedo vivir mi vida con miedo. Ya no creo que mi padre me venda de nuevo.
Max se contradice a sí mismo con sus confusas palabras, las cuales lo hieren y llenan de dolor. Al darse cuenta de que Abigail fue vendida a él por su padre para saldar sus deudas, un sentimiento de culpa lo desgarra por dentro. La culpa lo consume por dentro y sabe que no podrá olvidar lo que sucedió.
Sin medir palabras, Max se abalanza sobre Abigail y sella con un beso en la mejilla una promesa de amor y juramento, donde el dolor queda suspendido por el momento. Abigail responde a ese beso con la misma dulzura.
Max, con sus fuertes brazos, la toma y la lleva hasta su habitación como si sostuviera una pluma. Ella se sorprende de su fuerza, pero calla, disfrutando del momento.
Mientras Max camina por el pasillo, Abigail se acomoda en sus brazos, rodeándolo con sus piernas y apoyando su cabeza en su pecho. El latido de su corazón le dice que está en el lugar correcto, con el hombre con el que comienza a sentir una firme conexión.
*****
Al llegar a la habitación, Max la deposita suavemente en la cama y se sienta a su lado, mirándola a los ojos.
—Eres la mujer más hermosa que he conocido —le dice, acariciando su mejilla con ternura. —Y no puedo imaginar mi vida sin ti.
Abigail se sonroja y sus ojos brillan de emoción.
—Yo todavía no puedo amarte, Max —responde, tomando su mano suavemente. —Lo único que ocupa mi mente, es este bebé que ha venido repentinamente a nuestras vidas.
Max la abraza con fuerza y, juntos, se sumergen en un abrazo lleno de ternura y compromiso.
—No puedo creer que estemos aquí, ahora más serenos —susurra Abigail, con los ojos brillantes de emoción.
—Yo tampoco —responde Max, acariciando su rostro con ternura. —Pero lo que siento por ti es real, y no hay nada que pueda cambiarlo.
Abigail sonríe, aunque una sensación de incomodidad la invade al escuchar a Max hablar de amor. No le pasa por alto la contradicción de su situación: él, que la forzó a tener un encuentro íntimo sin delicadeza, ahora se presenta como un romántico. Es un juego peligroso, y ella no puede evitar preguntarse cómo es posible que alguien tan poderoso y aparentemente encantador pueda ser tan contradictorio.
Max, con su aire de hombre rico, parece estar acostumbrado a obtener lo que quiere sin considerar las consecuencias para los demás. Sin embargo, Abigail siente que hay algo más oscuro detrás de su fachada. Ignora que, bajo esa apariencia de éxito y sofisticación, se oculta un mafioso, un mundo de secretos y peligros que aún no ha llegado a comprender.
A medida que sus caminos se entrelazan, la lucha interna de Abigail se intensifica: por un lado, la atracción que siente por él y, por otro, la desconfianza que crece al descubrir las sombras que lo rodean. Su sonrisa se convierte en una máscara, un intento de ocultar su confusión y su temor ante un hombre que parece tenerlo todo, pero que, en realidad, podría arrastrarla a un abismo del que no podría escapar.
Max observaba la vasta ciudad que se extendía ante él desde la altura del rascacielos del edificio empresarial. A lo lejos, el vibrante Manhattan latía con vida; la gente se movía de un lugar a otro, como si cada uno tuviera un propósito claro en medio del bullicio urbano. Sin embargo, en su mente, Max se encontraba atrapado en un vaivén de pensamientos y emociones. Abigail había decidido quedarse a su lado debido a su embarazo, pero aún no lograba aceptarlo plenamente como su marido en la intimidad. Esta situación lo llenaba de incertidumbre y ansiedad, ya que sabía que debía esforzarse enormemente para ganarse su confianza en el ámbito más personal y delicado de su relación. A pesar de su corta edad, Abigail se mostraba firme y decidida, exhibiendo una madurez que sorprendía a Max. Aunque carecía de experiencia en la vida, su actitud resolutiva y su capacidad para enfrentar los desafíos le otorgaban una fortaleza que él admiraba profundamente. Max comprendía que el camino hacia la i
Al día siguiente, el recuerdo del coche que lo había estado siguiendo regresó a su mente como un umbral que distorsionaba sus pensamientos. Max se dirigió directamente al centro de operaciones Lombardo, sintiendo la presión de llevar el peso del negocio casi por completo solo, ya que su padre no daba señales de vida. Junto con Elliot, estaba al frente de la organización criminal, además de cumplir con sus compromisos como director ejecutivo del sector turístico. Se preguntaba cómo encontraría el tiempo para ocuparse también de su familia y, sobre todo, para enamorar a su mujer.Al llegar, se encontró con Elliot en el centro de operaciones.—Max, ¿todo bien? Te veo un poco distraído —comentó Elliot, frunciendo el ceño.—No estoy seguro. Ayer sentí que alguien nos seguía, y eso me tiene inquieto —respondió Max, pasándose una mano por el cabello para despejar la mente.—Eso suena serio. ¿Has considerado aumentar la seguridad? —sugirió Elliot, preocupado.—Sí, lo haré. Pero también tengo
Al anochecer, impulsado por un intenso deseo, Max se acercó a la habitación de Abigail, quien ya se había tranquilizado un poco con él y creía que era el momento de acercarse más íntimamente a ella. Al llegar, vio que Abigail estaba a punto de dormirse. Se sentó en la cama y, esta vez, con un poco más de delicadeza, se abalanzó sobre ella. Sin embargo, las imágenes oscuras de su noche de bodas seguían presentes en la mente de Abigail, y, como un destello, los recuerdos la perturbaban. No había tenido una buena experiencia con Max en su primera vez; lo había sentido como una violación. Con brusquedad, lo apartó de su lado y lo miró con aprensión.—Max, por favor, no. Solo... vete y no me toques —dijo, con la voz temblando ligeramente.Max, sorprendido por su reacción, se detuvo y la miró a los ojos, tratando de entender su dolor.—Abigail, no quiero hacerte daño. Solo quiero que estemos juntos — respondió con tono lleno de preocupación.Ella cerró los ojos, tratando de calmarse, pero l
Max, intentando calmar su rabia y canalizar la tormenta de emociones que lo consumía, llegó al apartamento de la sensual Elisa. Cuando ella abrió la puerta, no pudo contenerse y la besó con una pasión desenfrenada, como si cada beso fuera un intento de borrar el dolor que lo atormentaba. Con locura, comenzó a quitarle la ropa, dejando cada prenda en el suelo como símbolo de su desesperación.Elisa, fascinada por la intensidad de su reacción, sonrió con picardía. Sabía que el lobo hambriento que habitaba en Max siempre regresaría a ella, buscando saciar sus pasiones.—Siempre estaré dispuesta para ti, Max —le susurró con voz seductora. —Estoy disponible para ti en todo momento, con todo el deseo disponible, sin reservas.En medio de esa intensa batalla campal de emociones, se entregaron el uno al otro con ardiente frenesí, dejando que la química que existía entre ellos los consumiera por completo. Cada roce, cada susurro, era un recordatorio de la conexión que compartían, un refugio en
La tarde siguiente, Max había acompañado al padre de Abigail a un centro de rehabilitación de Nueva York para tratar su alcoholismo y sus vicios. Había optado por uno de los mejores y más caros centros de Nueva York, con la esperanza de que su suegro recibiera la ayuda que tanto necesitaba. Aunque su relación con Abigail había tenido altibajos, su amor por ella crecía día a día, como las hojas que brotan en los árboles en primavera. Max sabía que Abigail sería la madre de su único hijo y eso lo motivaba aún más a hacer lo correcto.Sin embargo, no podía evitar sentirse confundido por el comportamiento hostil de Abigail hacia él. A menudo se preguntaba por qué ella parecía exagerar en sus reacciones, y esto lo llevó a considerar la posibilidad de que su relación estuviera más marcada por los malentendidos que por la verdadera animosidad. A pesar de sus sentimientos, Max decidió que lo mejor sería mantener cierta distancia. Se comprometió a evitar cualquier contacto físico y a no poner
Max salió de inmediato de la mansión, con la cabeza revuelta y los pensamientos desordenados. Había recibido una terrible noticia de Samuel y el resto del equipo: el centro de operaciones había sido atacado de forma inesperada, sin darles tiempo para reaccionar. Su mejor amigo y socio, Elliot Jones, había resultado gravemente herido. Sin perder un segundo, Max se dirigió rápidamente a la clínica para asegurarse de que Elliot recibiera la atención médica que necesitaba.Mientras viajaban en el coche con Samuel y los escoltas, Max no podía evitar lamentarse.—Todo me sale mal, Samuel —murmuró, mirando por la ventana. —Elliot está en el hospital y mi padre sigue sin aparecer para ayudarme con la organización. Estoy exhausto.Samuel, con una expresión seria, respondió:—Max, tenemos que mantener la calma. Elliot es fuerte y lo sacaremos de esta. Pero tú también necesitas cuidar de ti mismo. La reunión con los inversores está a la vuelta de la esquina.—Lo sé —suspiró Max, frotándose la fr
Abigail se encontraba sumida en la angustia en su habitación, aferrándose a la esperanza de que su padre estuviera a salvo en el centro de rehabilitación, donde luchaba por superar sus vicios. Sin embargo, de repente, un intenso dolor la atravesó en la parte baja del vientre y el miedo se apoderó de ella. Al intentar sentarse, se dio cuenta con horror de que estaba sangrando.—¡Ayuda! ¡Por favor, ayúdenme! —gritó, y su voz resonó con desesperación en las paredes de la mansión.Los guardias que vigilaban la puerta, alarmados por sus gritos, se apresuraron a entrar. Uno de ellos, con una expresión de preocupación, se acercó rápidamente.—¿Qué sucede? —preguntó, tratando de calmarla mientras evaluaba la situación.—¡Estoy sangrando! ¡Necesito ayuda! —respondió Abigail, con la voz temblorosa de miedo.Sin perder tiempo, el guardia sacó su radio y pidió asistencia médica.—¡Norah, ven rápido! —gritó, mientras otro guardia se acercaba a Abigail para brindarle apoyo.Al escuchar la llamada d
Al día siguiente, las aguas comenzaron a calmarse para Max. Su esposa, Abigail, y el bebé estaban fuera de peligro, aunque ella necesitaba reposo absoluto y debía evitar el estrés y las preocupaciones. Por otro lado, Elliot también había salido bien de la operación: lograron extraerle la bala y se encontraba fuera de peligro, lo que le brindaba un respiro a Max en medio de la tormenta emocional que lo rodeaba. A pesar de todo, se sentía un poco más tranquilo.Norah llegó desde la mansión, preocupada al ver a Max tan abatido y con la misma ropa de la noche anterior. Había pasado toda la noche en el hospital y su agotamiento era evidente. Se acercó a él con cariño y dejó de lado el tema del contrato que había firmado para casarse con Abigail.—Max, cariño —dijo Norah, acariciándole el brazo. — ¿Cómo te sientes? Has estado aquí toda la noche. Necesitas descansar.Max levantó la mirada y sintió el calor del amor maternal en su voz.—Estoy bien, Norah. Solo estoy preocupado por Abigail y e