Ese fue el último día que Max vio a su padre, y el eco desgarrador de su corazón aún resonaba con la súplica de que lo detuviera, de aferrarse a él con todas sus fuerzas. Pero la terquedad de Francesco era un muro impenetrable, una decisión tomada en la que se entrelazaban el amor y el sacrificio. Prefirió salir de la vida de su hijo para siempre, convencido de que su ausencia era la única forma de protegerlo de un destino sombrío. Los días de Francesco en la mafia estaban contados; la sombra de la ley se cernía sobre él, y el sargento Mendiola, un policía honesto con un fervor inquebrantable por la justicia, no podía ignorar los crímenes atroces que manchaban el legado de Damon Castell y Boris Andrade.Francesco, en un acto de desesperación y amor paternal, había asumido toda la culpa de los delitos que habían manchado la organización Lombardo, una entidad que, en su apogeo, había sido temida y respetada, pero que ahora se convertía en una triste leyenda de la criminalidad. Su histor
El padre de Abigail, con una mirada que mezclaba firmeza y un atisbo de dolor que intentaba ocultar, respondió con voz grave:—Abigail, no se trata de que quiera hacerte esto. Es una cuestión de necesidad. Las circunstancias nos han llevado a este punto, y no hay otra salida. Este matrimonio es más que una unión entre dos personas; es una alianza que puede salvarnos.Abigail, temblando, intentó reunir toda la fuerza que le quedaba para enfrentarse a su padre:—¿Salvarnos? ¿A costa de qué, papá? ¿De mi felicidad? ¿De mi vida? No puedo creer que esto sea lo único que se te ocurre. ¡Tiene que haber otra manera!Su padre, con el semblante aún serio, se acercó a ella y, en un intento de suavizar sus palabras, bajó la voz:—Lo he pensado durante meses, hija. He buscado otras opciones, pero ninguna nos ofrece la protección y la seguridad que esta alianza nos brinda. No solo está en juego tu futuro, sino también el de nuestra familia. Recuerda que solo somos tú y yo, Abigail.Esta última lo m
El frío de la noche le había calado hasta los huesos y le producía una sensación de desamparo y desolación. Abigail se preparaba para convertirse en la esposa de Max, un hombre al que nunca había visto y que pronto sería su marido. La idea de unirse a un desconocido le producía angustia, pero su situación era aún peor. Sin parientes que la apoyaran, solo contaba con su padre, un hombre atrapado en sus vicios, quien había tomado la decisión de entregarla a cambio de saldar sus deudas.En la soledad de su habitación, Abigail lloraba desconsoladamente, sintiendo cómo la tristeza la ahogaba y le robaba las fuerzas. Su mente era un torbellino de pensamientos, reflexionando sobre la injusticia de la vida que la había llevado a aquella cruel encrucijada. Deseaba con todas sus fuerzas escapar, huir de un destino que no había elegido, pero el amor que sentía por su padre la mantenía atada a aquella realidad desgarradora. Sabía que su sacrificio era el precio que debía pagar por el bienestar de
Allí estaba Abigail, de pie frente a Max en el dormitorio. Ambos se miraban fijamente, llenos de incredulidad. Max no iba a dejar pasar la oportunidad de hacer suya a Abigail en su noche de boda. Era consciente de que sería la primera vez para Abigail y su curiosidad lo impulsaba a comprobar si el alto precio que había pagado había valido la pena. Era un hombre intenso, un amante temerario y poco comedido, y al percibir el delicado miedo en Abigail, se encendía aún más, sintiendo una atracción química desbordante que los envolvía a ambos.Max la tomó sin miramientos y, de un solo movimiento, la desnudó. Abigail, en silencio, se entregó a él, permitiéndole que explorase su cuerpo con una mezcla de gozo y dudas. Un fuerte cosquilleo recorre su piel, borrando momentáneamente sus pensamientos. Max, impulsado por su deseo, no se contiene y, de manera abrupta, arranca su virginidad. Abigail sintió un intenso dolor que la atravesó y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras Max l
En el centro de operaciones criminales, Max se encontraba rodeado de pantallas que mostraban mapas y datos en tiempo real. Con una calma inquietante, analizaba cada detalle del próximo robo a uno de los principales bancos del país. Todo estaba fríamente calculado; incluso había logrado infiltrarse en las filas de la policía y el FBI, asegurándose de que sus movimientos no fueran detectados.—Escuchen —comenzó Max, con su voz firme y autoritaria. —Este será nuestro séptimo golpe, y no podemos permitirnos errores. Cada uno de ustedes tiene un papel crucial que desempeñar.Elliot, su mano derecha, asintió mientras tomaba notas. A su lado, Elisa, una mujer de belleza arrebatadora y una astucia sin igual, lo miraba con una mezcla de admiración y deseo. Su carácter indomable y su experiencia en el mundo del crimen la convertían en una aliada invaluable, pero su corazón latía con fuerza por Max, un secreto que ambos habían compartido en la intimidad de la noche.—Max, ¿estás seguro de que po
Abigail emitió un quejido extraño que no parecía humano, sintiendo cómo un estremecimiento recorría su cuerpo de pies a cabeza. Tragó saliva y se dio cuenta de que tenía la garganta seca. El miedo se instaló en su corazón y, presa de la angustia, corrió al baño para vomitar. Habían pasado ya un par de meses desde su matrimonio con Max, y entre tantas ocupaciones, él había estado tan atrapado en su deseo de no dejarla ir tan pronto que no había tenido tiempo suficiente para tramitar el divorcio. Pero finalmente había llegado el día.Max fue hasta la habitación de Abigail y, al no recibir respuesta, decidió entrar. Al escuchar los gemidos provenientes del baño, su corazón se aceleró. Con nerviosismo, empujó la puerta y encontró a Abigail pálida, casi desmayada, arrodillada junto al retrete. Sin pensarlo dos veces, la tomó entre sus brazos y la llevó a la cama con preocupación.—Abigail, ¿qué te pasa? —preguntó Max, con la voz temblándole ligeramente. — ¿Te sientes mal?Ella apenas pudo
Abigail, tratando de aclarar sus pensamientos, salió al jardín. La brisa fría y serena de la noche acarició su rostro con sutileza, mientras ella miraba a su alrededor con dudas. Desde lo alto de su habitación, Max la observaba por la ventana y, motivado por un impulso irrefrenable, se dirigió rápidamente hacia donde ella se encontraba. Pronto, sus miradas se encontraron y los estoicos ojos color verdoso de Max se clavaron como dagas en los tímidos ojos color azul claro de Abigail. La brisa alborotó su larga y castaña cabellera y Max no pudo evitar sentirse conmovido, no solo por la delicada belleza de Abigail, sino también por la serenidad que emanaba. Allí estaba, frente a él, la dulce y joven madre de su hijo, un ser que representaba tanto amor y esperanza en su vida. En ese instante, el mundo a su alrededor se desvaneció y solo existía el profundo vínculo que los unía, un lazo que iba más allá de las palabras y que prometía un futuro lleno de posibilidades.Max irrumpió en el sile
Max observaba la vasta ciudad que se extendía ante él desde la altura del rascacielos del edificio empresarial. A lo lejos, el vibrante Manhattan latía con vida; la gente se movía de un lugar a otro, como si cada uno tuviera un propósito claro en medio del bullicio urbano. Sin embargo, en su mente, Max se encontraba atrapado en un vaivén de pensamientos y emociones. Abigail había decidido quedarse a su lado debido a su embarazo, pero aún no lograba aceptarlo plenamente como su marido en la intimidad. Esta situación lo llenaba de incertidumbre y ansiedad, ya que sabía que debía esforzarse enormemente para ganarse su confianza en el ámbito más personal y delicado de su relación. A pesar de su corta edad, Abigail se mostraba firme y decidida, exhibiendo una madurez que sorprendía a Max. Aunque carecía de experiencia en la vida, su actitud resolutiva y su capacidad para enfrentar los desafíos le otorgaban una fortaleza que él admiraba profundamente. Max comprendía que el camino hacia la i