Capítulo 3. El temido mafioso.

En el centro de operaciones criminales, Max se encontraba rodeado de pantallas que mostraban mapas y datos en tiempo real. Con una calma inquietante, analizaba cada detalle del próximo robo a uno de los principales bancos del país. Todo estaba fríamente calculado; incluso había logrado infiltrarse en las filas de la policía y el FBI, asegurándose de que sus movimientos no fueran detectados.

—Escuchen —comenzó Max, con su voz firme y autoritaria. —Este será nuestro séptimo golpe, y no podemos permitirnos errores. Cada uno de ustedes tiene un papel crucial que desempeñar.

Elliot, su mano derecha, asintió mientras tomaba notas. A su lado, Elisa, una mujer de belleza arrebatadora y una astucia sin igual, lo miraba con una mezcla de admiración y deseo. Su carácter indomable y su experiencia en el mundo del crimen la convertían en una aliada invaluable, pero su corazón latía con fuerza por Max, un secreto que ambos habían compartido en la intimidad de la noche.

—Max, ¿estás seguro de que podemos confiar en ellos? —preguntó Elisa en voz suave pero firme.

—Confío en que hayamos hecho los preparativos necesarios —respondió él, sin apartar la mirada de los planos. —Pero debemos ser cautelosos. La clave del éxito es la sorpresa.

Elisa se acercó un poco más, con la mirada fija en él.

—Siempre has sido un maestro en esto, pero no olvides que el amor también puede ser un arma de doble filo.

Max sonrió levemente, reconociendo la tensión entre ellos.

—Lo sé, Elisa. Pero esta vez el objetivo es claro: el banco. Y no dejaré que nada ni nadie se interponga en nuestro camino.

Con esa determinación, el grupo se preparó para el golpe más audaz de sus vidas, sabiendo que el peligro acechaba en cada esquina, pero también que la recompensa podría ser monumental.

Horas después, al salir del centro de operaciones, Max se dirigió a su empresa con la firme dualidad que lo caracterizaba. Entró rápidamente en la sala de reuniones, donde su secretaria ya había preparado todo. Los altos directivos estaban listos para la reunión que él lideraría.

Con firmeza, Max comenzó a explicar el ambicioso proyecto de construcción del nuevo complejo hotelero en Las Vegas.

—Este no es solo un hotel —dijo, proyectando imágenes del diseño en la pantalla. —Es una experiencia única que atraerá a turistas de todo el mundo. Las Vegas no para de crecer y este complejo nos permitirá aprovechar esa tendencia.

Los accionistas lo escuchaban con atención, y sus rostros reflejaban interés y entusiasmo.

—¿Y cuáles son las proyecciones de ganancias? —preguntó uno de los directivos, con una ceja levantada.

—Con la estrategia adecuada, podemos esperar un retorno de inversión del 30 % en los primeros tres años— respondió Max con confianza. —Además, la ubicación es clave. Estaremos en el corazón del Strip, rodeados de los mejores casinos y atracciones.

Los murmullos de aprobación comenzaron a circular entre los directivos y Max sintió que la energía en la sala cambiaba.

—Esto es lo que necesitamos para llevar nuestra empresa al siguiente nivel —añadió una de las accionistas, sonriendo. —Estoy completamente a favor.

Max sonrió, satisfecho. Sabía que este proyecto no solo representaba una oportunidad financiera, sino también un paso hacia su ambición de consolidarse como un líder en la industria.

—Entonces, ¿estamos todos de acuerdo? —preguntó, mirando a cada uno de los presentes.

—¡Sí! —respondieron al unísono, llenos de entusiasmo.

Con un gesto de aprobación, Max se sintió más seguro que nunca. La reunión había sido un éxito y el futuro parecía prometedor.

*****

Al salir de la reunión, Max estaba exhausto. Su ajetreado estilo de vida lo mantenía prácticamente ocupado todo el tiempo. Corrió hacia un exclusivo gimnasio que también era suyo. Al entrar, hizo contacto visual con Patrick, un joven entrenador, y se saludaron.

—¡Hola, Max! ¿Listo para una sesión intensa? —preguntó Patrick con una sonrisa.

—Siempre, Patrick. Necesito liberar un poco de estrés —respondió Max, quien sentía que el ejercicio era la mejor manera de despejar su mente.

Max se subió a la cinta y notó cómo su cuerpo se adaptaba al ritmo constante de la máquina. Sin embargo, su mente no podía evitar divagar hacia Abigail. Desde el momento en que vio aquella fotografía que Timothy Lance, el padre de Abigail, le mostró para que él pudiera saldar sus deudas en el casino, la imagen de la joven había quedado grabada en su mente.

Era imposible no pensar en su belleza, en la dulzura de su sonrisa y en la forma en que sus ojos brillaban con una luz especial. A sus 28 años, Max era un hombre joven y apuesto, pero su vida había estado marcada por el sufrimiento y la venganza. Hijo de Francesco Lombardo, un capo de la mafia de renombre, Max había crecido inmerso en un mundo de criminalidad y corrupción, donde la lealtad y la traición estaban a la orden del día.

Su padre, que actualmente se encontraba en Italia disfrutando de la compañía de una de sus jóvenes amantes, había dejado a Max a merced de un destino que nunca eligió. Ambos vivían separados, cada uno atrapado en su propio laberinto de decisiones y consecuencias. Mientras corría, Max se preguntaba si alguna vez podría liberarse de las sombras de su pasado y encontrar un camino que lo llevara hacia un futuro más brillante, en el que Abigail pudiera formar parte de su vida.

*****

Max llegó a la mansión en la oscuridad de la noche. El silencio del lugar contrastaba con el torbellino de emociones que llevaba dentro. Al entrar, se encontró con Abigail en el salón. Su rostro reflejaba una profunda tristeza que lo conmovió. Se acercó a ella, notando cómo su corazón se agitaba ante la fragilidad de su estado.

—Abigail —susurró, con su voz suave pero firme. —Pronto te daré tu libertad. ¿Es lo que realmente deseas, verdad?

Ella lo miró, con sus ojos llenos de una mezcla de esperanza y temor.

—Sí, Max —respondió con un susurro. —Quiero proyectarme en la vida y ser una profesional. No quiero ser solo la esposa trofeo de un multimillonario.

Max sintió un ligero alivio al escuchar sus palabras. Sabía que ambos estaban atrapados en un laberinto de decisiones, pero en ese momento, comprendió que la libertad de Abigail era también su propia liberación.

—Entonces, hagámoslo —dijo él, decidido. —Te ayudaré a encontrar tu camino.

Abigail sonrió débilmente, sintiendo que, por fin, veía la luz al final del túnel.

Al concluir su rápida conversación con Abigail, Max sintió que un silencio ensordecedor resonaba en su interior, un grito desesperado que le instaba a no dejarla ir. La confusión lo envolvía, mientras su mente se debatía entre las palabras de Norah y los sentimientos profundos que albergaba su corazón. Sin embargo, un recuerdo perturbador lo asaltó: la noche en que hizo mujer a Abigail, un momento que había estado marcado por la intensidad de sus emociones, pero también por el sufrimiento que ella había expresado en el baño. Esa imagen, tan vívida y dolorosa, lo detuvo en seco.

Con cada paso que daba hacia su habitación, la decisión de dejarla se hacía más palpable, aunque su corazón se resistía a aceptarlo. Sabía que, a pesar de su amor por ella, debían tomar un camino que los llevaría a la libertad que ambos anhelaban. La lucha interna entre el deseo de aferrarse a lo que tenían y la necesidad de permitir que Abigail siguiera su propio camino lo atormentaba. Max se sintió atrapado en un laberinto emocional, donde cada giro lo acercaba más a la inevitable conclusión de que, aunque no quisiera, debía soltarla. La idea de perderla lo desgarraba, pero, en el fondo, comprendía que su libertad también significaba su propia salvación.

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