En el centro de operaciones criminales, Max se encontraba rodeado de pantallas que mostraban mapas y datos en tiempo real. Con una calma inquietante, analizaba cada detalle del próximo robo a uno de los principales bancos del país. Todo estaba fríamente calculado; incluso había logrado infiltrarse en las filas de la policía y el FBI, asegurándose de que sus movimientos no fueran detectados.
—Escuchen —comenzó Max, con su voz firme y autoritaria. —Este será nuestro séptimo golpe, y no podemos permitirnos errores. Cada uno de ustedes tiene un papel crucial que desempeñar.
Elliot, su mano derecha, asintió mientras tomaba notas. A su lado, Elisa, una mujer de belleza arrebatadora y una astucia sin igual, lo miraba con una mezcla de admiración y deseo. Su carácter indomable y su experiencia en el mundo del crimen la convertían en una aliada invaluable, pero su corazón latía con fuerza por Max, un secreto que ambos habían compartido en la intimidad de la noche.
—Max, ¿estás seguro de que podemos confiar en ellos? —preguntó Elisa en voz suave pero firme.
—Confío en que hayamos hecho los preparativos necesarios —respondió él, sin apartar la mirada de los planos. —Pero debemos ser cautelosos. La clave del éxito es la sorpresa.
Elisa se acercó un poco más, con la mirada fija en él.
—Siempre has sido un maestro en esto, pero no olvides que el amor también puede ser un arma de doble filo.
Max sonrió levemente, reconociendo la tensión entre ellos.
—Lo sé, Elisa. Pero esta vez el objetivo es claro: el banco. Y no dejaré que nada ni nadie se interponga en nuestro camino.
Con esa determinación, el grupo se preparó para el golpe más audaz de sus vidas, sabiendo que el peligro acechaba en cada esquina, pero también que la recompensa podría ser monumental.
Horas después, al salir del centro de operaciones, Max se dirigió a su empresa con la firme dualidad que lo caracterizaba. Entró rápidamente en la sala de reuniones, donde su secretaria ya había preparado todo. Los altos directivos estaban listos para la reunión que él lideraría.
Con firmeza, Max comenzó a explicar el ambicioso proyecto de construcción del nuevo complejo hotelero en Las Vegas.
—Este no es solo un hotel —dijo, proyectando imágenes del diseño en la pantalla. —Es una experiencia única que atraerá a turistas de todo el mundo. Las Vegas no para de crecer y este complejo nos permitirá aprovechar esa tendencia.
Los accionistas lo escuchaban con atención, y sus rostros reflejaban interés y entusiasmo.
—¿Y cuáles son las proyecciones de ganancias? —preguntó uno de los directivos, con una ceja levantada.
—Con la estrategia adecuada, podemos esperar un retorno de inversión del 30 % en los primeros tres años— respondió Max con confianza. —Además, la ubicación es clave. Estaremos en el corazón del Strip, rodeados de los mejores casinos y atracciones.
Los murmullos de aprobación comenzaron a circular entre los directivos y Max sintió que la energía en la sala cambiaba.
—Esto es lo que necesitamos para llevar nuestra empresa al siguiente nivel —añadió una de las accionistas, sonriendo. —Estoy completamente a favor.
Max sonrió, satisfecho. Sabía que este proyecto no solo representaba una oportunidad financiera, sino también un paso hacia su ambición de consolidarse como un líder en la industria.
—Entonces, ¿estamos todos de acuerdo? —preguntó, mirando a cada uno de los presentes.
—¡Sí! —respondieron al unísono, llenos de entusiasmo.
Con un gesto de aprobación, Max se sintió más seguro que nunca. La reunión había sido un éxito y el futuro parecía prometedor.
*****
Al salir de la reunión, Max estaba exhausto. Su ajetreado estilo de vida lo mantenía prácticamente ocupado todo el tiempo. Corrió hacia un exclusivo gimnasio que también era suyo. Al entrar, hizo contacto visual con Patrick, un joven entrenador, y se saludaron.
—¡Hola, Max! ¿Listo para una sesión intensa? —preguntó Patrick con una sonrisa.
—Siempre, Patrick. Necesito liberar un poco de estrés —respondió Max, quien sentía que el ejercicio era la mejor manera de despejar su mente.
Max se subió a la cinta y notó cómo su cuerpo se adaptaba al ritmo constante de la máquina. Sin embargo, su mente no podía evitar divagar hacia Abigail. Desde el momento en que vio aquella fotografía que Timothy Lance, el padre de Abigail, le mostró para que él pudiera saldar sus deudas en el casino, la imagen de la joven había quedado grabada en su mente.
Era imposible no pensar en su belleza, en la dulzura de su sonrisa y en la forma en que sus ojos brillaban con una luz especial. A sus 28 años, Max era un hombre joven y apuesto, pero su vida había estado marcada por el sufrimiento y la venganza. Hijo de Francesco Lombardo, un capo de la mafia de renombre, Max había crecido inmerso en un mundo de criminalidad y corrupción, donde la lealtad y la traición estaban a la orden del día.
Su padre, que actualmente se encontraba en Italia disfrutando de la compañía de una de sus jóvenes amantes, había dejado a Max a merced de un destino que nunca eligió. Ambos vivían separados, cada uno atrapado en su propio laberinto de decisiones y consecuencias. Mientras corría, Max se preguntaba si alguna vez podría liberarse de las sombras de su pasado y encontrar un camino que lo llevara hacia un futuro más brillante, en el que Abigail pudiera formar parte de su vida.
*****
Max llegó a la mansión en la oscuridad de la noche. El silencio del lugar contrastaba con el torbellino de emociones que llevaba dentro. Al entrar, se encontró con Abigail en el salón. Su rostro reflejaba una profunda tristeza que lo conmovió. Se acercó a ella, notando cómo su corazón se agitaba ante la fragilidad de su estado.
—Abigail —susurró, con su voz suave pero firme. —Pronto te daré tu libertad. ¿Es lo que realmente deseas, verdad?
Ella lo miró, con sus ojos llenos de una mezcla de esperanza y temor.
—Sí, Max —respondió con un susurro. —Quiero proyectarme en la vida y ser una profesional. No quiero ser solo la esposa trofeo de un multimillonario.
Max sintió un ligero alivio al escuchar sus palabras. Sabía que ambos estaban atrapados en un laberinto de decisiones, pero en ese momento, comprendió que la libertad de Abigail era también su propia liberación.
—Entonces, hagámoslo —dijo él, decidido. —Te ayudaré a encontrar tu camino.
Abigail sonrió débilmente, sintiendo que, por fin, veía la luz al final del túnel.
Al concluir su rápida conversación con Abigail, Max sintió que un silencio ensordecedor resonaba en su interior, un grito desesperado que le instaba a no dejarla ir. La confusión lo envolvía, mientras su mente se debatía entre las palabras de Norah y los sentimientos profundos que albergaba su corazón. Sin embargo, un recuerdo perturbador lo asaltó: la noche en que hizo mujer a Abigail, un momento que había estado marcado por la intensidad de sus emociones, pero también por el sufrimiento que ella había expresado en el baño. Esa imagen, tan vívida y dolorosa, lo detuvo en seco.
Con cada paso que daba hacia su habitación, la decisión de dejarla se hacía más palpable, aunque su corazón se resistía a aceptarlo. Sabía que, a pesar de su amor por ella, debían tomar un camino que los llevaría a la libertad que ambos anhelaban. La lucha interna entre el deseo de aferrarse a lo que tenían y la necesidad de permitir que Abigail siguiera su propio camino lo atormentaba. Max se sintió atrapado en un laberinto emocional, donde cada giro lo acercaba más a la inevitable conclusión de que, aunque no quisiera, debía soltarla. La idea de perderla lo desgarraba, pero, en el fondo, comprendía que su libertad también significaba su propia salvación.
Abigail emitió un quejido extraño que no parecía humano, sintiendo cómo un estremecimiento recorría su cuerpo de pies a cabeza. Tragó saliva y se dio cuenta de que tenía la garganta seca. El miedo se instaló en su corazón y, presa de la angustia, corrió al baño para vomitar. Habían pasado ya un par de meses desde su matrimonio con Max, y entre tantas ocupaciones, él había estado tan atrapado en su deseo de no dejarla ir tan pronto que no había tenido tiempo suficiente para tramitar el divorcio. Pero finalmente había llegado el día.Max fue hasta la habitación de Abigail y, al no recibir respuesta, decidió entrar. Al escuchar los gemidos provenientes del baño, su corazón se aceleró. Con nerviosismo, empujó la puerta y encontró a Abigail pálida, casi desmayada, arrodillada junto al retrete. Sin pensarlo dos veces, la tomó entre sus brazos y la llevó a la cama con preocupación.—Abigail, ¿qué te pasa? —preguntó Max, con la voz temblándole ligeramente. — ¿Te sientes mal?Ella apenas pudo
Abigail, tratando de aclarar sus pensamientos, salió al jardín. La brisa fría y serena de la noche acarició su rostro con sutileza, mientras ella miraba a su alrededor con dudas. Desde lo alto de su habitación, Max la observaba por la ventana y, motivado por un impulso irrefrenable, se dirigió rápidamente hacia donde ella se encontraba. Pronto, sus miradas se encontraron y los estoicos ojos color verdoso de Max se clavaron como dagas en los tímidos ojos color azul claro de Abigail. La brisa alborotó su larga y castaña cabellera y Max no pudo evitar sentirse conmovido, no solo por la delicada belleza de Abigail, sino también por la serenidad que emanaba. Allí estaba, frente a él, la dulce y joven madre de su hijo, un ser que representaba tanto amor y esperanza en su vida. En ese instante, el mundo a su alrededor se desvaneció y solo existía el profundo vínculo que los unía, un lazo que iba más allá de las palabras y que prometía un futuro lleno de posibilidades.Max irrumpió en el sile
Max observaba la vasta ciudad que se extendía ante él desde la altura del rascacielos del edificio empresarial. A lo lejos, el vibrante Manhattan latía con vida; la gente se movía de un lugar a otro, como si cada uno tuviera un propósito claro en medio del bullicio urbano. Sin embargo, en su mente, Max se encontraba atrapado en un vaivén de pensamientos y emociones. Abigail había decidido quedarse a su lado debido a su embarazo, pero aún no lograba aceptarlo plenamente como su marido en la intimidad. Esta situación lo llenaba de incertidumbre y ansiedad, ya que sabía que debía esforzarse enormemente para ganarse su confianza en el ámbito más personal y delicado de su relación. A pesar de su corta edad, Abigail se mostraba firme y decidida, exhibiendo una madurez que sorprendía a Max. Aunque carecía de experiencia en la vida, su actitud resolutiva y su capacidad para enfrentar los desafíos le otorgaban una fortaleza que él admiraba profundamente. Max comprendía que el camino hacia la i
Al día siguiente, el recuerdo del coche que lo había estado siguiendo regresó a su mente como un umbral que distorsionaba sus pensamientos. Max se dirigió directamente al centro de operaciones Lombardo, sintiendo la presión de llevar el peso del negocio casi por completo solo, ya que su padre no daba señales de vida. Junto con Elliot, estaba al frente de la organización criminal, además de cumplir con sus compromisos como director ejecutivo del sector turístico. Se preguntaba cómo encontraría el tiempo para ocuparse también de su familia y, sobre todo, para enamorar a su mujer.Al llegar, se encontró con Elliot en el centro de operaciones.—Max, ¿todo bien? Te veo un poco distraído —comentó Elliot, frunciendo el ceño.—No estoy seguro. Ayer sentí que alguien nos seguía, y eso me tiene inquieto —respondió Max, pasándose una mano por el cabello para despejar la mente.—Eso suena serio. ¿Has considerado aumentar la seguridad? —sugirió Elliot, preocupado.—Sí, lo haré. Pero también tengo
Al anochecer, impulsado por un intenso deseo, Max se acercó a la habitación de Abigail, quien ya se había tranquilizado un poco con él y creía que era el momento de acercarse más íntimamente a ella. Al llegar, vio que Abigail estaba a punto de dormirse. Se sentó en la cama y, esta vez, con un poco más de delicadeza, se abalanzó sobre ella. Sin embargo, las imágenes oscuras de su noche de bodas seguían presentes en la mente de Abigail, y, como un destello, los recuerdos la perturbaban. No había tenido una buena experiencia con Max en su primera vez; lo había sentido como una violación. Con brusquedad, lo apartó de su lado y lo miró con aprensión.—Max, por favor, no. Solo... vete y no me toques —dijo, con la voz temblando ligeramente.Max, sorprendido por su reacción, se detuvo y la miró a los ojos, tratando de entender su dolor.—Abigail, no quiero hacerte daño. Solo quiero que estemos juntos — respondió con tono lleno de preocupación.Ella cerró los ojos, tratando de calmarse, pero l
Max, intentando calmar su rabia y canalizar la tormenta de emociones que lo consumía, llegó al apartamento de la sensual Elisa. Cuando ella abrió la puerta, no pudo contenerse y la besó con una pasión desenfrenada, como si cada beso fuera un intento de borrar el dolor que lo atormentaba. Con locura, comenzó a quitarle la ropa, dejando cada prenda en el suelo como símbolo de su desesperación.Elisa, fascinada por la intensidad de su reacción, sonrió con picardía. Sabía que el lobo hambriento que habitaba en Max siempre regresaría a ella, buscando saciar sus pasiones.—Siempre estaré dispuesta para ti, Max —le susurró con voz seductora. —Estoy disponible para ti en todo momento, con todo el deseo disponible, sin reservas.En medio de esa intensa batalla campal de emociones, se entregaron el uno al otro con ardiente frenesí, dejando que la química que existía entre ellos los consumiera por completo. Cada roce, cada susurro, era un recordatorio de la conexión que compartían, un refugio en
La tarde siguiente, Max había acompañado al padre de Abigail a un centro de rehabilitación de Nueva York para tratar su alcoholismo y sus vicios. Había optado por uno de los mejores y más caros centros de Nueva York, con la esperanza de que su suegro recibiera la ayuda que tanto necesitaba. Aunque su relación con Abigail había tenido altibajos, su amor por ella crecía día a día, como las hojas que brotan en los árboles en primavera. Max sabía que Abigail sería la madre de su único hijo y eso lo motivaba aún más a hacer lo correcto.Sin embargo, no podía evitar sentirse confundido por el comportamiento hostil de Abigail hacia él. A menudo se preguntaba por qué ella parecía exagerar en sus reacciones, y esto lo llevó a considerar la posibilidad de que su relación estuviera más marcada por los malentendidos que por la verdadera animosidad. A pesar de sus sentimientos, Max decidió que lo mejor sería mantener cierta distancia. Se comprometió a evitar cualquier contacto físico y a no poner
Max salió de inmediato de la mansión, con la cabeza revuelta y los pensamientos desordenados. Había recibido una terrible noticia de Samuel y el resto del equipo: el centro de operaciones había sido atacado de forma inesperada, sin darles tiempo para reaccionar. Su mejor amigo y socio, Elliot Jones, había resultado gravemente herido. Sin perder un segundo, Max se dirigió rápidamente a la clínica para asegurarse de que Elliot recibiera la atención médica que necesitaba.Mientras viajaban en el coche con Samuel y los escoltas, Max no podía evitar lamentarse.—Todo me sale mal, Samuel —murmuró, mirando por la ventana. —Elliot está en el hospital y mi padre sigue sin aparecer para ayudarme con la organización. Estoy exhausto.Samuel, con una expresión seria, respondió:—Max, tenemos que mantener la calma. Elliot es fuerte y lo sacaremos de esta. Pero tú también necesitas cuidar de ti mismo. La reunión con los inversores está a la vuelta de la esquina.—Lo sé —suspiró Max, frotándose la fr