Abigail emitió un quejido extraño que no parecía humano, sintiendo cómo un estremecimiento recorría su cuerpo de pies a cabeza. Tragó saliva y se dio cuenta de que tenía la garganta seca. El miedo se instaló en su corazón y, presa de la angustia, corrió al baño para vomitar. Habían pasado ya un par de meses desde su matrimonio con Max, y entre tantas ocupaciones, él había estado tan atrapado en su deseo de no dejarla ir tan pronto que no había tenido tiempo suficiente para tramitar el divorcio. Pero finalmente había llegado el día.
Max fue hasta la habitación de Abigail y, al no recibir respuesta, decidió entrar. Al escuchar los gemidos provenientes del baño, su corazón se aceleró. Con nerviosismo, empujó la puerta y encontró a Abigail pálida, casi desmayada, arrodillada junto al retrete. Sin pensarlo dos veces, la tomó entre sus brazos y la llevó a la cama con preocupación.
—Abigail, ¿qué te pasa? —preguntó Max, con la voz temblándole ligeramente. — ¿Te sientes mal?
Ella apenas pudo responder, su voz era un susurro.
—Solo... solo me siento un poco mareada.
Max frunció el ceño, preocupado. Se levantó rápidamente y sacó el teléfono.
—Voy a llamar al doctor —dijo, mientras marcaba el número. —Y también le diré a Norah que venga. Necesitamos ayuda.
Abigail lo miró con ojos llenos de angustia.
—No quiero preocupar a nadie, Max. De verdad que estoy bien.
—No, no estás bien —replicó él con firmeza. —No voy a dejarte sola en esto. Te necesito aquí, fuerte y sana.
Mientras hablaba con el doctor, Max no podía evitar sentir que el peso de la situación lo aplastaba.
Horas más tarde, el médico les ofreció un posible diagnóstico antes de confirmar en el laboratorio si las pruebas eran concluyentes. Con una mezcla de miedo y melancolía, Abigail sintió cómo en silencio se apoderaba de ella un bonito sentimiento profundo. Max, por su parte, abrió los ojos como platos y, riendo de alegría, exclamó:
—¡Un hijo! ¡Esto es lo más maravilloso que podría pasarnos!
Abigail lo miró, sintiendo una mezcla de emociones.
—¿Estás seguro de que estamos listos para esto? —preguntó con la voz temblándole ligeramente.
—No, pero siempre he querido redimirme de mis pecados. Este niño podría ser mi oportunidad —respondió Max, con una sonrisa que iluminaba su rostro.
Abigail asintió; no entendía muy bien las palabras de Max, pero sentía que, a pesar del miedo, había algo hermoso en la posibilidad de empezar de nuevo.
*****
Al día siguiente, lo evidente se hizo notorio: Abigail estaba embarazada. Max olvidó sus miedos y sombras, e incluso sus temores, y tomó a Abigail entre sus brazos con emoción y alegría. Era una felicidad que antes sentía que la vida le había negado.
—No puedo creer que esto esté sucediendo —dijo Max, mirando a Abigail con asombro.
—Es real, Max. Vamos a ser padres—respondió ella, sonriendo mientras acariciaba su abdomen.
—Esto es un nuevo comienzo para nosotros. Prometo que voy a hacer todo lo posible para ser el mejor padre—afirmó Max con determinación en su voz.
—Y yo estaré ahí para este bebé en cada paso del camino —contestó Abigail, sintiendo que su corazón se llenaba de esperanza.
Ella suavizó su mirada hacia Max, quien, con ternura, acarició sus mejillas. Sin embargo, lo único que pudo susurrarle fue:
—Perdóname por lo que ocurrió en la noche de nuestra boda.
Abigail se puso seria y su expresión cambió drásticamente.
—Déjame sola, Max —respondió con firmeza. —No quiero recordar aquella noche.
La tensión en el aire se hizo palpable, y su voz tembló con la frustración de un dolor que aún no había sanado. Sin poder contenerse, lo empujó hacia la puerta, olvidando la alegría del momento que habían compartido.
—Por favor, Abigail... —intentó él, pero ella lo interrumpió.
—No, Max. Necesito tiempo.
Con esas palabras, cerró la puerta tras él, dejando a Max en el umbral, sintiendo el peso de su arrepentimiento y la distancia que se había creado entre ellos.
A pesar de la desenfrenada reacción y el enojo de Abigail, Max no podía evitar sentirse contento. Estaba decidido a conquistarla a toda costa y a ganarse su corazón con amor, sin que el temido y ardiente deseo sexual se lo impidiera. Solo quería enamorarla con dulzura y ternura. Si antes había comenzado a sentir cariño por la joven, ahora que sabía que llevaba a su hijo en el vientre, el amor se adentraba en su corazón con una fuerza que no podía ignorar.
Max tomó su teléfono móvil y, con una mezcla de emoción y nerviosismo, marcó el número de su mejor amigo, Elliot. Cuando este contestó, se notaba la incredulidad en su voz.
—¡Elliot! —exclamó Max, conteniendo apenas su alegría. — ¡Tengo una noticia increíble!
—¿Qué pasa, amigo? Suena serio —respondió Elliot, con un tono lleno de curiosidad.
—Voy a ser padre —dijo Max, sintiendo cómo una sonrisa se dibujaba en su rostro.
—¿Qué? ¡No me lo puedo creer! ¿De verdad? —Elliot estalló en risas, aunque su sorpresa era evidente. — ¿Embarazaste a Abigail?
—Así es, Abigail es la madre de mi hijo. Estoy decidido a ganarme su corazón a pesar de todo lo que ha pasado —confesó Max, sintiendo que la vida le sonreía un poco en medio de sus tormentos.
—Eso es increíble, Max. ¡Felicidades! Pero, ¿estás seguro de que esto es lo que quieres? —preguntó Elliot, con un tono de preocupación en su voz.
—Sí, estoy seguro. Quiero que nuestro hijo crezca en un ambiente lleno de amor—respondió Max, sintiendo una renovada esperanza.
—Entonces, ¡vamos a celebrarlo! —dijo Elliot, cuyo entusiasmo era contagioso. — ¡Eres un futuro papá!
Al colgar la llamada con Elliot, Max sintió una oleada de determinación recorrer su cuerpo. Con una mezcla de emoción y resolución, se dirigió a la mesa donde reposaban los papeles del divorcio que tanto tiempo llevaban esperando a que los firmaran. Con un gesto decidido, tomó los documentos y, en un acto simbólico de renacimiento, los rompió en pedazos, dejando atrás los trámites que habían marcado una etapa dolorosa de su vida. La noticia de que iba a ser papá lo llenaba de una renovada esperanza y le daba fuerzas para enfrentar el futuro con valentía. En su corazón, una chispa de amor y anhelo por Abigail comenzó a arder con más intensidad. Sabía que debía luchar por ella, no solo por el bien de su futuro hijo, sino también por el profundo deseo de construir una familia unida y feliz. Con cada fragmento de papel que caía al suelo, Max se convencía más de que podía conquistar a Abigail y demostrarle que estaba dispuesto a hacer lo necesario para crear un hogar lleno de amor y estabilidad. La vida volvía a sonreírle y, con esa alegría, se sentía listo para enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino.
*****
Mientras tanto, Norah sube personalmente a llevarle la cena a Abigail, asegurándose de que se alimente bien. Conversa un poco con ella y le insiste en que renuncie a dejar la mansión y también a Max. Sin embargo, Abigail, con una firme determinación, se mantiene firme en su decisión de divorciarse y seguir adelante sola con su hijo, sin Max. Asegura que su equivocado matrimonio solo fue una mala experiencia en su vida.
—Abigail, realmente creo que deberías reconsiderar tu decisión. Esta casa ha sido tu hogar, y Max... Bueno, él también necesita una oportunidad para cambiar—dice Norah mientras sirve la cena.
Abigail, mirando por la ventana, le responde:
—Norah, he pensado mucho en esto. No puedo seguir aferrándome a algo que solo me ha traído dolor. Mi matrimonio con Max fue un error y estoy lista para dejarlo atrás.
—Pero, ¿y tu hijo? ¿No crees que sería mejor para él tener a su padre cerca?
—No se trata solo de eso. Quiero que mi hijo crezca en un ambiente saludable, y eso no incluye a Max. Necesito ser fuerte y tomar esta decisión por mí y por él.
—Entiendo tu punto de vista, pero a veces las segundas oportunidades pueden ser valiosas.
Lo sé, pero no puedo arriesgarme a repetir los mismos errores. Es hora de que ambos sigamos adelante, cada uno por su lado. Esto nunca fue un matrimonio.
Abigail asiente con una ligera tristeza, sintiendo el peso de su decisión mientras lleva la cuchara a sus labios y come despacio. Cada bocado parece recordarle los momentos difíciles compartidos con Max, en los que no ha habido risas ni promesas, solo dolor y desconfianza. Sin embargo, en su corazón sabe que es necesario anteponer el bienestar de su hijo y su propio bienestar emocional. La comida, que antes le parecía un placer, ahora le parece insípida, como si el sabor se hubiera desvanecido junto con la esperanza de una reconciliación. Mientras mastica lentamente, sus pensamientos divagan en medio de la realidad de su situación actual. El firme propósito que ha tomado contrasta con la melancolía que la acompaña. A pesar de que le duele en lo más profundo de su ser y se niega a aceptarlo, entiende que es un paso crucial para tener un futuro más saludable para ambos.
Abigail, tratando de aclarar sus pensamientos, salió al jardín. La brisa fría y serena de la noche acarició su rostro con sutileza, mientras ella miraba a su alrededor con dudas. Desde lo alto de su habitación, Max la observaba por la ventana y, motivado por un impulso irrefrenable, se dirigió rápidamente hacia donde ella se encontraba. Pronto, sus miradas se encontraron y los estoicos ojos color verdoso de Max se clavaron como dagas en los tímidos ojos color azul claro de Abigail. La brisa alborotó su larga y castaña cabellera y Max no pudo evitar sentirse conmovido, no solo por la delicada belleza de Abigail, sino también por la serenidad que emanaba. Allí estaba, frente a él, la dulce y joven madre de su hijo, un ser que representaba tanto amor y esperanza en su vida. En ese instante, el mundo a su alrededor se desvaneció y solo existía el profundo vínculo que los unía, un lazo que iba más allá de las palabras y que prometía un futuro lleno de posibilidades.Max irrumpió en el sile
Max observaba la vasta ciudad que se extendía ante él desde la altura del rascacielos del edificio empresarial. A lo lejos, el vibrante Manhattan latía con vida; la gente se movía de un lugar a otro, como si cada uno tuviera un propósito claro en medio del bullicio urbano. Sin embargo, en su mente, Max se encontraba atrapado en un vaivén de pensamientos y emociones. Abigail había decidido quedarse a su lado debido a su embarazo, pero aún no lograba aceptarlo plenamente como su marido en la intimidad. Esta situación lo llenaba de incertidumbre y ansiedad, ya que sabía que debía esforzarse enormemente para ganarse su confianza en el ámbito más personal y delicado de su relación. A pesar de su corta edad, Abigail se mostraba firme y decidida, exhibiendo una madurez que sorprendía a Max. Aunque carecía de experiencia en la vida, su actitud resolutiva y su capacidad para enfrentar los desafíos le otorgaban una fortaleza que él admiraba profundamente. Max comprendía que el camino hacia la i
Al día siguiente, el recuerdo del coche que lo había estado siguiendo regresó a su mente como un umbral que distorsionaba sus pensamientos. Max se dirigió directamente al centro de operaciones Lombardo, sintiendo la presión de llevar el peso del negocio casi por completo solo, ya que su padre no daba señales de vida. Junto con Elliot, estaba al frente de la organización criminal, además de cumplir con sus compromisos como director ejecutivo del sector turístico. Se preguntaba cómo encontraría el tiempo para ocuparse también de su familia y, sobre todo, para enamorar a su mujer.Al llegar, se encontró con Elliot en el centro de operaciones.—Max, ¿todo bien? Te veo un poco distraído —comentó Elliot, frunciendo el ceño.—No estoy seguro. Ayer sentí que alguien nos seguía, y eso me tiene inquieto —respondió Max, pasándose una mano por el cabello para despejar la mente.—Eso suena serio. ¿Has considerado aumentar la seguridad? —sugirió Elliot, preocupado.—Sí, lo haré. Pero también tengo
Al anochecer, impulsado por un intenso deseo, Max se acercó a la habitación de Abigail, quien ya se había tranquilizado un poco con él y creía que era el momento de acercarse más íntimamente a ella. Al llegar, vio que Abigail estaba a punto de dormirse. Se sentó en la cama y, esta vez, con un poco más de delicadeza, se abalanzó sobre ella. Sin embargo, las imágenes oscuras de su noche de bodas seguían presentes en la mente de Abigail, y, como un destello, los recuerdos la perturbaban. No había tenido una buena experiencia con Max en su primera vez; lo había sentido como una violación. Con brusquedad, lo apartó de su lado y lo miró con aprensión.—Max, por favor, no. Solo... vete y no me toques —dijo, con la voz temblando ligeramente.Max, sorprendido por su reacción, se detuvo y la miró a los ojos, tratando de entender su dolor.—Abigail, no quiero hacerte daño. Solo quiero que estemos juntos — respondió con tono lleno de preocupación.Ella cerró los ojos, tratando de calmarse, pero l
Max, intentando calmar su rabia y canalizar la tormenta de emociones que lo consumía, llegó al apartamento de la sensual Elisa. Cuando ella abrió la puerta, no pudo contenerse y la besó con una pasión desenfrenada, como si cada beso fuera un intento de borrar el dolor que lo atormentaba. Con locura, comenzó a quitarle la ropa, dejando cada prenda en el suelo como símbolo de su desesperación.Elisa, fascinada por la intensidad de su reacción, sonrió con picardía. Sabía que el lobo hambriento que habitaba en Max siempre regresaría a ella, buscando saciar sus pasiones.—Siempre estaré dispuesta para ti, Max —le susurró con voz seductora. —Estoy disponible para ti en todo momento, con todo el deseo disponible, sin reservas.En medio de esa intensa batalla campal de emociones, se entregaron el uno al otro con ardiente frenesí, dejando que la química que existía entre ellos los consumiera por completo. Cada roce, cada susurro, era un recordatorio de la conexión que compartían, un refugio en
La tarde siguiente, Max había acompañado al padre de Abigail a un centro de rehabilitación de Nueva York para tratar su alcoholismo y sus vicios. Había optado por uno de los mejores y más caros centros de Nueva York, con la esperanza de que su suegro recibiera la ayuda que tanto necesitaba. Aunque su relación con Abigail había tenido altibajos, su amor por ella crecía día a día, como las hojas que brotan en los árboles en primavera. Max sabía que Abigail sería la madre de su único hijo y eso lo motivaba aún más a hacer lo correcto.Sin embargo, no podía evitar sentirse confundido por el comportamiento hostil de Abigail hacia él. A menudo se preguntaba por qué ella parecía exagerar en sus reacciones, y esto lo llevó a considerar la posibilidad de que su relación estuviera más marcada por los malentendidos que por la verdadera animosidad. A pesar de sus sentimientos, Max decidió que lo mejor sería mantener cierta distancia. Se comprometió a evitar cualquier contacto físico y a no poner
Max salió de inmediato de la mansión, con la cabeza revuelta y los pensamientos desordenados. Había recibido una terrible noticia de Samuel y el resto del equipo: el centro de operaciones había sido atacado de forma inesperada, sin darles tiempo para reaccionar. Su mejor amigo y socio, Elliot Jones, había resultado gravemente herido. Sin perder un segundo, Max se dirigió rápidamente a la clínica para asegurarse de que Elliot recibiera la atención médica que necesitaba.Mientras viajaban en el coche con Samuel y los escoltas, Max no podía evitar lamentarse.—Todo me sale mal, Samuel —murmuró, mirando por la ventana. —Elliot está en el hospital y mi padre sigue sin aparecer para ayudarme con la organización. Estoy exhausto.Samuel, con una expresión seria, respondió:—Max, tenemos que mantener la calma. Elliot es fuerte y lo sacaremos de esta. Pero tú también necesitas cuidar de ti mismo. La reunión con los inversores está a la vuelta de la esquina.—Lo sé —suspiró Max, frotándose la fr
Abigail se encontraba sumida en la angustia en su habitación, aferrándose a la esperanza de que su padre estuviera a salvo en el centro de rehabilitación, donde luchaba por superar sus vicios. Sin embargo, de repente, un intenso dolor la atravesó en la parte baja del vientre y el miedo se apoderó de ella. Al intentar sentarse, se dio cuenta con horror de que estaba sangrando.—¡Ayuda! ¡Por favor, ayúdenme! —gritó, y su voz resonó con desesperación en las paredes de la mansión.Los guardias que vigilaban la puerta, alarmados por sus gritos, se apresuraron a entrar. Uno de ellos, con una expresión de preocupación, se acercó rápidamente.—¿Qué sucede? —preguntó, tratando de calmarla mientras evaluaba la situación.—¡Estoy sangrando! ¡Necesito ayuda! —respondió Abigail, con la voz temblorosa de miedo.Sin perder tiempo, el guardia sacó su radio y pidió asistencia médica.—¡Norah, ven rápido! —gritó, mientras otro guardia se acercaba a Abigail para brindarle apoyo.Al escuchar la llamada d