Capítulo 6. El comienzo de un largo camino.

Max observaba la vasta ciudad que se extendía ante él desde la altura del rascacielos del edificio empresarial. A lo lejos, el vibrante Manhattan latía con vida; la gente se movía de un lugar a otro, como si cada uno tuviera un propósito claro en medio del bullicio urbano. Sin embargo, en su mente, Max se encontraba atrapado en un vaivén de pensamientos y emociones. Abigail había decidido quedarse a su lado debido a su embarazo, pero aún no lograba aceptarlo plenamente como su marido en la intimidad. Esta situación lo llenaba de incertidumbre y ansiedad, ya que sabía que debía esforzarse enormemente para ganarse su confianza en el ámbito más personal y delicado de su relación. A pesar de su corta edad, Abigail se mostraba firme y decidida, exhibiendo una madurez que sorprendía a Max. Aunque carecía de experiencia en la vida, su actitud resolutiva y su capacidad para enfrentar los desafíos le otorgaban una fortaleza que él admiraba profundamente. Max comprendía que el camino hacia la intimidad y el vínculo emocional que deseaba con ella sería largo y lleno de obstáculos, pero estaba dispuesto a luchar con todas sus fuerzas para construir una unión sólida y duradera.

De repente, la sensual Elisa irrumpió en la oficina, envuelta en un aura de seducción pasional que la hacía destacar. Era una mujer con un pasado oscuro, parte del equipo que se dedicaba a actividades delictivas, pero había algo más en su mirada que solo la frialdad del crimen. Siempre había sentido una gran atracción por el guapísimo Max, con quien intuía que sentía algo más que amistad, algo que se asemejaba al amor. Sin embargo, su corazón se sentía herido por su repentino matrimonio y, ahora, por el embarazo de Abigail. Con una actitud desafiante, se acercó a Max, dejando que su sensualidad se desbordara.

—¿Así que te has casado y ahora vas a ser padre? —dijo Elisa, su voz suave pero cargada de reproche. — ¿No te parece un poco cruel, Max? Sabes que siempre he estado aquí, y ahora me dejas por ella. ¿Cómo pudiste embarazarla?

Max, sorprendido por su llegada y sus palabras, intentó mantener la calma.

—Elisa, basta, tus reclamos sobran. Abigail y yo somos un matrimonio, ¿qué esperabas?

—¿Qué? ¿Qué es lo que hay entre nosotros? —interrumpió ella, acercándose aún más y desafiándolo con la mirada. —No puedes simplemente ignorar lo que sentimos.

Max sintió la tensión en el aire, consciente de la atracción que siempre había existido entre ellos, pero también de la realidad que lo ataba a Abigail.

—No estoy ignorando nada, pero esto es complicado. Abigail necesita mi apoyo ahora más que nunca. Bien sabes que nuestra relación es ocasional, entiende que es solo sexo.

Elisa sonrió con desdén, mirándolo con recelo.

—¿Y qué hay de lo que yo necesito, Max? ¿Acaso no importa?

La conversación se tornó intensa, cargada de emociones no resueltas y de decisiones difíciles que ambos debían afrontar.

Max sintió cómo la ira comenzaba a crecer en su interior ante las reclamaciones de Elisa. Para él, sus momentos juntos habían sido solo eso: momentos de pasión y diversión, sin ataduras emocionales. Ahora, con Abigail esperando un hijo, no estaba dispuesto a arriesgar su relación por un juego de seducción que ya no tenía sentido.

—Elisa, ¿realmente crees que esto es justo? —dijo Max con voz firme y decidida. —Solo tuvimos un desliz, y ahora tengo responsabilidades. Abigail está embarazada y no puedo poner en riesgo mi matrimonio por algo que no significa lo que tú piensas.

Elisa frunció el ceño con gesto desafiante.

—¿Desliz? ¿Eso es todo lo que fue para ti? —preguntó, con un tono cargado de rabia. —Sabes que hay algo más entre nosotros, Max. No puedes simplemente ignorarlo.

—No estoy ignorando nada —replicó él, sintiendo cómo la frustración se apoderaba de él. —Pero no puedo seguir jugando contigo. Abigail necesita mi apoyo, y no puedo ser el hombre que te dé lo que quieres mientras ella está embarazada.

Elisa dio un paso atrás y su expresión pasó de la provocación a la decepción.

—Así que eso es todo, ¿verdad? ¿Te vas a conformar con una vida aburrida y predecible? —dijo, su voz ahora más suave, casi suplicante. — ¿No hay lugar para la pasión en tu vida?

Max respiró hondo, sintiendo el peso de la decisión que había tomado.

—La pasión no lo es todo, Elisa. A veces, hay que hacer lo correcto. Y lo correcto ahora es estar con Abigail y con nuestro hijo.

La tensión entre ellos era palpable y Max sabía que había cruzado una línea que no podría deshacer. La conversación había dejado claro que sus caminos estaban destinados a separarse y, aunque le dolía, sabía que era lo mejor.

Elisa, aunque decepcionada, no se quedaría tranquila. En su mente, la idea de perder a Max era inaceptable. Recordó que primero fue sábado que domingo, y sabía que Max volvería a ella en medio de sus responsabilidades y complicaciones. Trabajaban juntos en la misma organización criminal. Con una determinación renovada, comenzó a tramar un plan en su cabeza para separarlos. Se veía a sí misma como una mujer temeraria, pasional y seductora, pero también como una aguerrida delincuente a la que no se podía tomar el pelo.

Antes de salir, se acercó a Max, su mirada llena de un fuego que él no podía ignorar.

—¿Así que eso es todo? —dijo ella, su voz suave pero cargada de ironía. — ¿Te conformarás con una vida monótona mientras yo estoy aquí, dispuesta a ofrecerte algo más emocionante?

Max la miró y percibió la tensión en el aire, pero mantuvo su firmeza.

—Elisa, esto no es un juego. No puedes seguir así.

Ella sonrió con desdén, acercándose un poco más y, antes de que él pudiera reaccionar, le dio un ligero beso en los labios, un gesto que contenía una astuta dosis de venganza.

—No te preocupes, Max. Siempre hay formas de cambiar las cosas—susurró, antes de alejarse, dejando a Max con una sensación de inquietud que no podía ignorar.

*****

Tiempo después, Max intentó olvidar la reacción impulsiva de Elisa, convencido de que «perro que ladra no muerde», y de que nadie podía ser más temido que él. Con esa mentalidad, decidió ir a una floristería con su chófer, un ex policía entrenado que siempre estaba alerta. Al llegar, le pidió que le comprara las flores más frescas y bellas, de color blanco, un gesto que simbolizaba su deseo de mantener la paz y la armonía en su hogar.

Mientras se dirigían de regreso a casa, una sensación inquietante se apoderó de él. Tenía la impresión de que los estaban siguiendo. Sin perder la calma, le dijo rápidamente a su chófer que pidiera refuerzos y que intentara persuadir hábilmente al vehículo que parecía estar detrás de ellos. La tensión en el aire era palpable, pero Max sabía que debía mantener la compostura.

Minutos más tarde, finalmente llegaron a casa, sanos y salvos, y con el ramo de flores intacto. Sin embargo, el nerviosismo que sentía era evidente, a pesar de sus esfuerzos por ocultarlo. Se dirigió a la habitación de Abigail, donde esta había estado organizando algunas cosas para el bebé junto con Norah. La atmósfera en la habitación era diferente; Abigail estaba más serena que en los meses anteriores. La inminente llegada de su hijo le dibujaba una enorme sonrisa en los labios, alejándola de todos sus temores y ansiedades.

Max la observó por un momento, con una mezcla de amor y preocupación. Sabía que debía proteger a su familia de cualquier amenaza, pero también anhelaba que esos momentos de felicidad y tranquilidad perduraran. Con el ramo de flores en la mano, se acercó a ella intentando dejar atrás la inquietud que lo había acompañado durante el trayecto.

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