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Capítulo 7. Enemigo al asecho.

Al día siguiente, el recuerdo del coche que lo había estado siguiendo regresó a su mente como un umbral que distorsionaba sus pensamientos. Max se dirigió directamente al centro de operaciones Lombardo, sintiendo la presión de llevar el peso del negocio casi por completo solo, ya que su padre no daba señales de vida. Junto con Elliot, estaba al frente de la organización criminal, además de cumplir con sus compromisos como director ejecutivo del sector turístico. Se preguntaba cómo encontraría el tiempo para ocuparse también de su familia y, sobre todo, para enamorar a su mujer.

Al llegar, se encontró con Elliot en el centro de operaciones.

—Max, ¿todo bien? Te veo un poco distraído —comentó Elliot, frunciendo el ceño.

—No estoy seguro. Ayer sentí que alguien nos seguía, y eso me tiene inquieto —respondió Max, pasándose una mano por el cabello para despejar la mente.

—Eso suena serio. ¿Has considerado aumentar la seguridad? —sugirió Elliot, preocupado.

—Sí, lo haré. Pero también tengo que pensar en el negocio. Mi padre no está aquí y no puedo permitir que esto se descontrole—Max suspiró, sintiendo el peso de la responsabilidad.

—Entiendo, pero no puedes hacerlo todo solo. Necesitas un equilibrio. ¿Y Abigail? —preguntó Elliot, intentando cambiar de tema.

—Ella es una prioridad, pero con todo esto, me siento como si estuviera fallando como esposo—dijo Max, se pasó la mano por la cara, frustrado.

—Quizás deberías preparar una cena especial para ella. A veces, esos pequeños gestos marcan una gran diferencia. Trátala bien, eso nunca falla —sugirió Elliot sonriendo.

—Tienes razón. No puedo permitir que el trabajo consuma todo mi tiempo—asintió Max, sintiendo que, a pesar de la presión, había una salida.

Con una nueva determinación, se preparó para enfrentar el día, decidido a encontrar un equilibrio entre su temido trabajo y su vida personal.

Max se reunió rápidamente con el equipo que lideraba. Samuel llegó con una expresión grave.

—Max, tenemos un problema serio —dijo Samuel, mirando a su alrededor antes de continuar. —Un enemigo que quiere verte muerto ha llegado. Se llama Peter Anderson, un criminal estadounidense que no está dispuesto a ceder espacio en su territorio.

Max sintió que la tensión en la sala aumentaba.

—¿Qué sabemos de él? —preguntó, manteniendo la calma a pesar de su creciente preocupación.

—Es un tipo peligroso, con un historial de violencia. Si no actuamos rápido, podría arruinar nuestros planes—respondió Samuel, cruzando los brazos.

Elisa, que había estado escuchando atentamente, intervino:

—Necesitamos planear una estrategia. No solo para protegernos, sino también para salvaguardar la organización. No podemos permitir que esto nos detenga.

Elliot asintió y añadió:

—Exactamente. Nuestro octavo golpe es el asalto a una joyería exclusiva y lujosa. No podemos permitir que Peter interfiera en eso.

—¿Qué propones, Samuel? —preguntó Max, dirigiendo la mirada hacia él.

—Podríamos reforzar la seguridad en nuestras operaciones y establecer un plan de contingencia. Además, deberíamos considerar movernos a un lugar más seguro para nuestras reuniones—sugirió Samuel con voz firme.

—Eso suena bien, pero también necesitamos ser proactivos. Si Peter está detrás de todo esto, debemos enviar un mensaje claro de que no nos dejaremos intimidar—dijo Elisa con determinación.

—De acuerdo. Vamos a reunir toda la información que tengamos sobre él y a preparar un plan—decidió Max, sintiendo que la presión aumentaba, pero también una chispa de resolución.

Con la conversación centrada en la estrategia, el equipo se preparó para enfrentar la amenaza, decidido a mantener su organización a salvo y llevar a cabo su ambicioso golpe.

*****

Al salir de la reunión, Max recibió una llamada de Abigail, cuya voz temblorosa y llena de preocupación le dijo:

—Max, necesito que vengas. Mi padre ha tenido un problema... Lo golpearon en la salida de un bar —dijo Abigail con un tono lleno de angustia.

Max frunció el ceño, sintiendo cómo un nuevo problema se sumaba a los muchos que ya tenía en su complicada vida. A pesar de que le había vendido a Abigail para saldar sus deudas, sabía que ella era el único familiar que le quedaba en este mundo.

—¿Está en el hospital? —preguntó Max, tratando de mantener la calma.

—Sí, lo llevaron de urgencia. No sé qué hacer... —respondió Abigail, con la voz quebrándose.

—Voy para allá. No te preocupes, Abigail. Estaré contigo —dijo Max, sintiendo una punzada de compasión. Sabía que debía dejar de lado sus propios problemas y acudir al rescate de Abigail.

Al llegar al hospital, Max la encontró en la sala de espera con los ojos llenos de lágrimas. Se acercó y la abrazó con fuerza.

—Lo siento mucho, Abigail. Haré todo lo posible para ayudar a tu padre.

—Gracias, Max —le dijo, con el peso de la situación. — No sé qué haría sin ti— respondió ella, secándose las lágrimas.

Mientras esperaban noticias sobre Timothy, Max se sintió abrumado por la carga de sus responsabilidades, pero también decidido a estar allí para Abigail en ese difícil momento.

*****

Al día siguiente, Timothy se encontraba en la mansión de Maximiliano Lombardo, sumido en la pena y la confusión. Acababa de enterarse de que su hija estaba embarazada. Después de que la resaca comenzara a disiparse, decidió sentarse con Abigail en el jardín a conversar. Mientras miraba a su hija, sintió una ligera culpa por cómo se habían dado las cosas en su matrimonio con Max, una decisión apresurada que le había sacado a él de problemas.

—Abigail, lo siento mucho...

—Papá, no es solo eso —le interrumpió ella. —No puedes seguir así. Tu vida no puede girar en torno a la bebida y los juegos— respondió Abigail, mirándolo con determinación.

Timothy bajó la mirada, sintiendo el peso de sus vicios.

—Lo sé, lo sé... He sido un mal padre. Pero estoy tratando de cambiar, de ser mejor— dijo con un tono de arrepentimiento.

—¿De verdad? Porque a veces parece que no te importa nada más que tus problemas —replicó Abigail, con sutileza y firmeza.

—Te prometo que estoy trabajando en ello. Quiero estar aquí para ti, para el bebé... —Timothy se detuvo, dándose cuenta de lo que había dicho.

Abigail lo miró, sorprendida.

—¿El bebé? ¿Cómo sabes... eso? —preguntó, con la voz temblorosa.

—Max me lo mencionó. Abigail, ¿estás bien? —preguntó Timothy, sintiendo una mezcla de preocupación y esperanza.

—Estoy bien, papá. Pero necesito que tú también lo estés. No puedo cargar con tus problemas y los míos al mismo tiempo —dijo Abigail, con lágrimas en los ojos.

Timothy asintió, con la urgencia de cambiar. Sabía que debía hacer un esfuerzo por su hija y su futuro nieto.

El padre de Abigail se deslizó frente a ella, con una mezcla de preocupación y culpa en su mirada. Intuía que, a pesar de todo, su hija parecía feliz por la llegada de su hijo con Max. En medio del caos que presagiaba, intuyó que había elegido a un marido que, al menos en apariencia, la mantenía a salvo. Sin embargo, Timothy desconocía que Max tenía serios vínculos con la mafia y lideraba una red delictiva. También ignoraba cómo se había quedado embarazada Abigail; fue en medio de una relación íntima forzada, aunque no hubo ultraje, tampoco hubo delicadeza por parte de Max. Abigail, por su parte, ocultaba a su padre los detalles de su apresurado matrimonio.

—Papá, sé que las cosas no han sido fáciles —comenzó Abigail, tratando de romper el silencio tenso entre ellos. —Pero creo que, de alguna manera, estoy encontrando mi camino.

Timothy la miró, sintiendo una punzada de preocupación.

—¿Estás segura de eso, Abigail? A veces me pregunto si realmente estás feliz con Max. No quiero que te sientas atrapada.

—No estoy atrapada, papá. Max... Max me cuida y, aunque todo ha sido muy rápido, siento que puedo confiar en él —respondió Abigail, tratando de convencerse a sí misma.

—¿Confías en él? —preguntó Timothy, frunciendo el ceño. —Hay cosas que yo no sé y me preocupa que no vea lo que te está pasando.

Abigail bajó la mirada, sintiendo el peso de la verdad que ocultaba.

—Papá, hay cosas que son complicadas. No todo es blanco o negro. Max ha hecho cosas de las que no estoy orgullosa, pero... —dijo, buscando las palabras. —No quiero que te preocupes más de lo que ya lo haces.

Timothy sintió que su corazón se hundía.

—Abigail, solo quiero lo mejor para ti. No quiero que repitas mis errores. Si hay algo que no me has contado, por favor, dímelo.

—No hay nada que no puedas manejar, papá. Solo necesito que confíes en mí y en mis decisiones —dijo Abigail, con una mezcla de determinación y tristeza en su voz.

Timothy asintió, aunque en su interior sabía que su hija le ocultaba más cosas de las que estaba dispuesta a compartir. La preocupación lo invadía, pero también el deseo de protegerla, sin saber que el verdadero peligro estaba más cerca de lo que imaginaba.

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