La tarde siguiente, Max había acompañado al padre de Abigail a un centro de rehabilitación de Nueva York para tratar su alcoholismo y sus vicios. Había optado por uno de los mejores y más caros centros de Nueva York, con la esperanza de que su suegro recibiera la ayuda que tanto necesitaba. Aunque su relación con Abigail había tenido altibajos, su amor por ella crecía día a día, como las hojas que brotan en los árboles en primavera. Max sabía que Abigail sería la madre de su único hijo y eso lo motivaba aún más a hacer lo correcto.Sin embargo, no podía evitar sentirse confundido por el comportamiento hostil de Abigail hacia él. A menudo se preguntaba por qué ella parecía exagerar en sus reacciones, y esto lo llevó a considerar la posibilidad de que su relación estuviera más marcada por los malentendidos que por la verdadera animosidad. A pesar de sus sentimientos, Max decidió que lo mejor sería mantener cierta distancia. Se comprometió a evitar cualquier contacto físico y a no poner
Max salió de inmediato de la mansión, con la cabeza revuelta y los pensamientos desordenados. Había recibido una terrible noticia de Samuel y el resto del equipo: el centro de operaciones había sido atacado de forma inesperada, sin darles tiempo para reaccionar. Su mejor amigo y socio, Elliot Jones, había resultado gravemente herido. Sin perder un segundo, Max se dirigió rápidamente a la clínica para asegurarse de que Elliot recibiera la atención médica que necesitaba.Mientras viajaban en el coche con Samuel y los escoltas, Max no podía evitar lamentarse.—Todo me sale mal, Samuel —murmuró, mirando por la ventana. —Elliot está en el hospital y mi padre sigue sin aparecer para ayudarme con la organización. Estoy exhausto.Samuel, con una expresión seria, respondió:—Max, tenemos que mantener la calma. Elliot es fuerte y lo sacaremos de esta. Pero tú también necesitas cuidar de ti mismo. La reunión con los inversores está a la vuelta de la esquina.—Lo sé —suspiró Max, frotándose la fr
Abigail se encontraba sumida en la angustia en su habitación, aferrándose a la esperanza de que su padre estuviera a salvo en el centro de rehabilitación, donde luchaba por superar sus vicios. Sin embargo, de repente, un intenso dolor la atravesó en la parte baja del vientre y el miedo se apoderó de ella. Al intentar sentarse, se dio cuenta con horror de que estaba sangrando.—¡Ayuda! ¡Por favor, ayúdenme! —gritó, y su voz resonó con desesperación en las paredes de la mansión.Los guardias que vigilaban la puerta, alarmados por sus gritos, se apresuraron a entrar. Uno de ellos, con una expresión de preocupación, se acercó rápidamente.—¿Qué sucede? —preguntó, tratando de calmarla mientras evaluaba la situación.—¡Estoy sangrando! ¡Necesito ayuda! —respondió Abigail, con la voz temblorosa de miedo.Sin perder tiempo, el guardia sacó su radio y pidió asistencia médica.—¡Norah, ven rápido! —gritó, mientras otro guardia se acercaba a Abigail para brindarle apoyo.Al escuchar la llamada d
Al día siguiente, las aguas comenzaron a calmarse para Max. Su esposa, Abigail, y el bebé estaban fuera de peligro, aunque ella necesitaba reposo absoluto y debía evitar el estrés y las preocupaciones. Por otro lado, Elliot también había salido bien de la operación: lograron extraerle la bala y se encontraba fuera de peligro, lo que le brindaba un respiro a Max en medio de la tormenta emocional que lo rodeaba. A pesar de todo, se sentía un poco más tranquilo.Norah llegó desde la mansión, preocupada al ver a Max tan abatido y con la misma ropa de la noche anterior. Había pasado toda la noche en el hospital y su agotamiento era evidente. Se acercó a él con cariño y dejó de lado el tema del contrato que había firmado para casarse con Abigail.—Max, cariño —dijo Norah, acariciándole el brazo. — ¿Cómo te sientes? Has estado aquí toda la noche. Necesitas descansar.Max levantó la mirada y sintió el calor del amor maternal en su voz.—Estoy bien, Norah. Solo estoy preocupado por Abigail y e
Minutos después, llegaron a la mansión y Abigail se acomodó en la cama, notando el suave roce de las sábanas. La tranquilidad que reinaba en la mansión la envolvía, pero su mente estaba llena de preguntas. Justo cuando estaba a punto de relajarse, Max entró en la habitación con una expresión decidida.—Abigail —comenzó, con un tono que intentaba ser reconfortante. —He hablado con los hombres de seguridad. Ya no estarán aquí. Quiero que te sientas más tranquila.Abigail lo miró, sintiendo una mezcla de alivio y desconfianza.—Max, eso no cambia lo que está pasando entre nosotros. Necesitamos hablar sobre nuestra separación y lo que significa para mí… para nosotros.Max se pasó una mano por el cabello, evitando su mirada.—Abigail, ahora mismo lo más importante es que te recuperes y que estés bien. Todo será diferente a partir de ahora.—¿Diferente? —replicó ella, frustrada. — ¿Y qué hay de mi libertad? ¿Qué hay de nosotros?Max dio un paso atrás, como si la distancia pudiera ayudar a e
Finalmente, Peter Anderson estaba muerto. El enfrentamiento duró horas y fue una batalla de ingenio y fuerza que dejó huellas en ambos bandos. Sin embargo, al final, Max se salió con la suya, victorioso. Regresó al nuevo centro de operaciones en la madrugada, con la adrenalina aún corriendo por sus venas. Al entrar, encontró a Samuel y a Elisa esperándolo, ansiosos por conocer el desenlace.—¿Lo hiciste? —preguntó Samuel, con una mezcla de temor y expectativa.Max asintió con una sonrisa sombría en su rostro.—Anderson ya no es un problema —anunció, dejando caer su arma sobre la mesa con un golpe sordo. —Con su muerte, los problemas para la organización Lombardo se acabarán temporalmente.Elisa respiró aliviada, pero una sombra de preocupación cruzó su rostro.—¿Estás seguro de que esto es el final? —preguntó, y su voz tembló ligeramente. —Siempre hay repercusiones.Max se acercó a la ventana y miró hacia la oscuridad de la noche.—Quizás, pero por ahora hemos ganado una batalla impor
Al poco tiempo, Norah entró en la habitación con una energía que cortaba la tensión en el aire. Mientras tanto, Max se había encerrado en el baño para evitar los reproches de su padre.—¿Qué está pasando aquí? —preguntó con voz firme y llena de preocupación.Francesco se giró hacia ella con su expresión aún dura, pero con un destello de sorpresa en su mirada.—Nada que te concierna, Norah —respondió, intentando mantener su autoridad.—¡Claro que me concierne! —replicó ella, cruzando los brazos. —Los gritos los escuché desde el pasillo. Esto no es una discusión normal. ¿Qué le has hecho a Max?Francesco suspiró, sabiendo que no podría evitar el enfrentamiento.—Estamos hablando de cosas importantes. Max necesita entender su lugar en esta familia.—¿Su lugar? —Norah se acercó, su voz ahora más baja pero cargada de rabia. — ¿Desde cuándo ser tu hijo significa cargar con el peso de tus decisiones? No es un soldado, Francesco. Es un joven que necesita a su padre, no a un jefe.Francesco fru
Norah salió del despacho junto a Francesco, y sus miradas se cruzaron como dardos afilados. Maximiliano ya se había marchado hacia la empresa, dejando tras de sí un ambiente tenso. Francesco abandonó la mansión como si huyera de un fantasma, tras la acalorada discusión que había mantenido con Norah sobre su hijo, Maximiliano. Era una verdad que solo ellos conocían.Al marcharse Francesco, Norah entró en la habitación de Abigail, quien estaba inquieta y curiosa por lo sucedido.—¿Qué pasó, Norah? —preguntó Abigail, con los ojos brillantes de curiosidad. — ¿Quién era ese señor?—Es el padre de Maximiliano —respondió Norah, tratando de mantener la calma.—No me gusta ese señor —dijo Abigail, frunciendo el ceño.Norah, con una sonrisa pícara, le preguntó:—¿Estabas espiando, quizá?Abigail se encogió de hombros y sonrió tímidamente.—¡No! Solo... estaba mirando por el filo de la puerta.Norah soltó una suave risa, disfrutando de la inocencia de la joven.—Eres una pequeña espía —dijo, ace