Capitulo 9 En la sombra de la melancolía

El rey Alan, ahora sentado en su trono, infeliz y melancólico, escuchaba las peticiones de su pueblo. Fue bondadoso y realista con cada persona, aclarando tanto lo que podía cumplir como lo que no.

Después, con la corona aún sobre su cabeza, se dirigió a la corte junto a su primo, donde hablaron sobre asuntos económicos, barcos y otros temas de estado.

Alan debía celebrar una gran fiesta y un torneo en honor a su reinado, pero no deseaba acceder a tal evento. Se sentía abrumado y deprimido. Su primo intentaba motivarlo, pero rara vez lograba sacarlo de ese estado.

Alan estaba sumido en la tristeza por la muerte de sus padres y porque me había perdido, sin saber dónde estaba ni qué había sido de mí.

Llevaba días encerrado en su habitación, detestando al mundo entero. No hablaba con nadie ni salía de sus aposentos. No quería asistir a la corte, y mucho menos sentarse en el trono.

Sin embargo, cuando surgían asuntos importantes, salía con diligencia, pues era un rey de palabra y no deseaba ser recordado como otros reyes Targaryen, crueles y perezosos.

Un día, su primo le sugirió que, durante la ceremonia por su coronación, buscara una esposa.

—¡Rey! —le dijo Ascan, tomándole del hombro—. ¿Qué te pareció mi propuesta?

—No lo sé, Ascan —respondió Alan sin mucho interés.

—¡Vamos! ¡Motívate! Tal vez encuentres una buena esposa que te acompañe en el trono y te haga feliz, junto con los hijos que te dé.

—Lo pensaré —respondió Alan con desgano.

—¡Ah! Qué mal, pero no puedes esperar mucho. Ya que te han coronado, es el momento —replicó Ascan.

Alan asintió sin darle importancia, mientras caminaba y dejaba que la brisa fresca lo envolviera.

Su primo Ascan intentaba ayudarlo, buscando entre las mujeres más nobles y hermosas de sangre Targaryen y Velaryon con cabello plateado, con la esperanza de que una esposa pudiera darle la felicidad que tanto le faltaba.

Planeaba organizar una gran fiesta en su honor, una ceremonia alegre y espléndida, con la ayuda de su esposa Lisa.

Sin embargo, el rey seguía cargando una sombra oscura que lo acompañaba a cada paso. No podía ser feliz, y todo a su alrededor le resultaba molesto. Para algunos, era temerario; para otros, melancólico.

El único momento en que Alan encontraba un poco de alegría era cuando compartía con su primo Ascan mismo, un guerrero sabio que era como un hermano para él.

Los consejeros de la corte le sugerían que, mientras encontraba una esposa, buscara compañía entre las mujeres de cortejo, para aliviar su soledad. Pero él se negó.

Por mi parte, seguía cumpliendo con mis deberes, siempre alerta. Mi amiga Amantina me ayudaba, siendo mis ojos en muchas ocasiones.

En nuestros días libres, a veces me visitaba en casa y traía sus exquisitos pasteles, que preparaba para sus hijos y su esposo. Amantina tenía dos niñas, a quienes describía como inteligentes e inquietas. Su esposo, según me contaba, era trabajador y celoso, y siempre resultaba divertido escuchar sus historias.

Mientras tanto, el rey Alan, en su habitación, melancólico y absorto en sus pensamientos, pasaba el tiempo leyendo libros y escribiendo cartas de amor. Esas cartas, dedicadas a las noches secretas que compartimos, las guardaba bajo llave en un cajón, sin nunca atreverse a enviarlas.

Una de sus cartas decía:

A mi amada que habita en el eco de mi memoria,

Desde este trono frío, envuelto en la soledad de estas murallas de piedra, mi corazón se consume en el recuerdo de tu ser.

El tiempo no ha hecho más que avivar el fuego de mi anhelo, y cada día que pasa, siento más lejano el calor de tu cuerpo, aquel que me brindaba refugio en noches oscuras y frías.

Cuánto deseo volver a sentir la suavidad de tu piel, el calor que solo tú podías darme en el abrazo secreto de nuestro amor prohibido.

Las horas se tornan eternas mientras tu risa resuena en mi mente, como un eco que se desvanece en la distancia.

Tu sonrisa, aquella que ilumina las sombras más profundas de mi alma, se me ha vuelto un sueño inalcanzable. La nostalgia de tus besos dulces me atormenta, y las palabras que solíamos susurrar bajo el velo de la noche hoy son fantasmas que recorren mis pensamientos sin descanso.

¿Cómo puede un rey, que lo posee todo, sentirse tan vacío sin ti? Este castillo, con sus grandes salones y banquetes fastuosos, no es más que una jaula dorada, desprovista de alegría sin tu presencia.

Tu rostro, tu voz, tus caricias... cada parte de ti es un tesoro que ningún reino puede igualar. A escondidas nos amamos, y esas furtivas caricias fueron el único respiro en esta vida llena de responsabilidades y frialdad.

No hay día en que no imagine tu mano sobre la mía, tu cálido aliento tan cerca de mi cuello, recordándome lo que significa verdaderamente estar vivo. Sin ti, mis días son grises y mis noches un abismo interminable.

Si pudiera despojarme de esta corona, huiría hacia ti, sin mirar atrás, sin el peso del deber oprimiendo mi pecho.

Pero la realidad de mi título y de mi reino me condena a esta distancia dolorosa. Solo me queda esta pluma, este papel, para derramar el lamento de un corazón que, aunque cargado de poder, se siente roto sin ti.

Vuelve a mí en mis sueños, aunque sea por una noche, como solías hacerlo. Que tus ojos, brillantes y llenos de vida, me miren una vez más, aunque sea en las sombras de mi subconsciente. No sé cuánto más puedo soportar este vacío sin ti.

Con el dolor de quien extraña más allá de lo que las palabras pueden expresar,

Tu rey

En otra de sus cartas de arrepentimiento, escribió:

Hoy escribo con un peso que no es el de mi corona, sino el de mi corazón. Me arrepiento de haberte comprado, de haber creído que el deseo podía ser comprado, cuando en verdad era tu alma la que anhelaba la mía. Qué necio fui, cegado por mi orgullo, incapaz de admitir que me enamoré de ti.

Te extraño, no solo en cuerpo, sino en cada risa que compartimos en secreto, en cada mirada que escondí tras la máscara de mi poder. Te traté como un placer, pero eras mucho más. Eras lo que necesitaba y mi orgullo me impidió verlo a tiempo.

Ahora, en esta soledad que me rodea, te busco en cada rincón de mis pensamientos, sabiendo que quizás sea demasiado tarde. Perdóname, si es que alguna vez puedes.

Con el alma rota,

Tu rey arrepentido.

Estas cartas eran hacia a mi pero tambien tenia otras muy dolorosas hacía sus padres porque en realidad los extrañaba mucho.

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