Capitulo 10 La obsesión del rey

Alan estaba convencido de que podría encontrarme, así que habló con uno de sus consejeros de confianza y le confió un secreto:

—Quiero que busques a una chica llamada Elena, es una de las sirvientas de los pisos de abajo. Nunca suben aquí, por lo que tendrás que ser muy sigiloso. Habla con su jefa, haz preguntas discretas y que te muestre quién es. Dale una buena cantidad de monedas para comprar su silencio. Y además, dale este mandato: si alguien llega a enterarse de esto, yo mismo cortaré su lengua, y la tuya también. Síguela, día y noche.

—Quiero saber cada detalle, incluso el más pequeño, sobre ella. Sé discreto, y que no te vea, porque si lo hace, estarás en serios problemas conmigo. ¡Ve! —ordenó el rey, con una mirada firme y peligrosa.

El consejero, Struck, era fiel al rey, y aceptó el encargo sin dudarlo. Desde ese momento, me siguió en silencio, sin que yo notara nada. Mientras, yo continuaba con mis tareas diarias, trabajando en el jardín y ayudando en la cocina con las demás sirvientas.

Cuando descansaba, solía charlar con Amantina. Nos relajábamos y reíamos tanto que a veces las demás nos hacían callar.

—Jajaja, ¿te acuerdas cuando te conté que me caí del caballo? ¡Caí como una plasta y grité como un viejo! —dije entre risas, mientras Amantina se carcajeaba.

Y mientras tanto, Struck no apartaba la vista de mí.

—Deberías tener más cuidado al bañarte en esa poza los días que estás libre, Elena. Es peligroso —me advirtió Amantina.

—Tranquila, siempre reviso el lugar antes de meterme —le respondí.

—Aun así, no me fiaría. Deberías ir acompañada. No sabes a quién podrías encontrarte.

—Agradezco tu preocupación, pero sé cómo cuidarme —le aseguré con una sonrisa.

Esa noche, regresé a mi pequeña casa, donde el calor de la chimenea me envolvía, sin saber que alguien me observaba desde las sombras.

En su habitación, el rey Alan esperaba ansioso el informe de Struck.

—Majestad, ella sigue trabajando en el castillo. Pasa mucho tiempo con una amiga, Amantina. Escuché que creen en un Dios de Nazareth. También se baña en una poza en el bosque, y hoy regresó a dormir a su casa en el pueblo. No escuché nada más importante —informó Struck.

—¿Un Dios de Nazareth, eh? Interesante... —murmuró Alan, pensativo. Luego, con un brillo en los ojos, agregó—. Puedes irte.

Molesto, pero intrigado, el rey no dejaba de pensar en mí. Sus deseos por encontrarme y tenerme en sus brazos lo consumían, aunque yo no tenía idea de sus intenciones.

Al día siguiente, mientras caminaba hacia el castillo, Amantina corrió hacia mí, agitada.

—¡Elena! ¡Elena! —me gritó— ¡El rey viene hacia aquí! ¡Escóndete!

—¿Qué? ¿Cómo es posible? —exclamé, asustada.

—¡Sí! ¡Está dando una vuelta por el jardín! ¡Rápido! —me tomó del brazo y me llevó a un pasillo oculto.

Desde allí, lo vi. Su paso era lento, su mirada fija en todo a su alrededor. Alto, atractivo, con esa seriedad que lo hacía tan enigmático. El corazón me latía con fuerza.

—Oye, oye... —la voz de Amantina me sacó de mi ensimismamiento—. Se te nota que te gusta, pero ya pasó —rió, viendo cómo me sonrojaba.

Al caer la noche, me retiré a mi casa, feliz de tener el siguiente día libre. Esa mañana, decidí ir a la poza. El bosque estaba frío y hermoso, lleno de aves que cantaban y hojas cayendo suavemente.

Me llevé un sándwich y lo comí mientras miraba el agua cristalina, relajándome antes de entrar. Me quité la ropa, dejando solo una bata ligera, y me sumergí en el agua fría, que erizaba cada centímetro de mi piel.

Lo que no sabía era que Alan me observaba desde las sombras, escondido entre las ramas. Al enterarse por Struck de mi plan, había partido rápidamente a caballo, dejándolo lejos para no ser detectado. Se acercó sigilosamente, arrodillándose para contemplarme. Sus ojos recorrían cada curva de mi cuerpo cubierto por la bata húmeda, mi cabello mojado cayendo por mi espalda, y mi rostro sereno en medio de la naturaleza.

Después de un rato, me levanté y, sin pensar, dejé caer la bata, entrando desnuda al agua. No sabía que el rey estaba ahí, observándome en silencio con sus ojos llenos de deseo.

Mientras disfrutaba del chorro de agua, oí un ruido en el agua. Mi cuerpo se tensó y miré rápidamente hacia el frente, echándome hacia atrás.

—No deberías bañarte aquí sola. Cualquiera podría entrar contigo —la profunda voz de Alan resonó detrás de mí.

Lo vi acercarse lentamente, deslizándose al agua, desnudo.

Mi corazón se aceleró.

—¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres? —pregunté con nerviosismo, mi voz temblando.

—¿Qué? ¿El rey no puede disfrutar de sus tierras? —respondió con una sonrisa seductora.

—¡Pero yo estoy aquí ahora! —repliqué, indignada.

—Oh, vaya. Qué desafortunado... —se acercó más, y mi intento de escapar fue en vano cuando tomó mi brazo con firmeza.

—¿A dónde vas? —susurró, acercándose a mi oído, su aliento cálido contrastando con el agua fría.

—Suéltame, por favor —susurré, sintiendo cómo mi resistencia se desvanecía.

—No sabía que seguías trabajando en el castillo. Mi castillo... —su voz era un susurro íntimo, lleno de deseo contenido.

—¡Busca a otra mujer! —le grité, intentando liberar mi brazo.

—¿Y por qué no te haces mi mujer tú? —susurró, sus labios rozando los míos. Pero antes de que pudiera reaccionar, lo abofeteé.

Él retrocedió, sorprendido y enojado, soltándome. Aproveché la oportunidad para huir y mi corazón iba latiendo desbocado.

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