Después de disfrutar en silencio de la brisa y la luna, él tomó mi rostro entre sus manos, observándome con atención, lo cual me llevó a mirarlo de igual manera. Se acercó, y por un momento pensé que me besaría, pero no lo hizo. En cambio, sus ojos recorrieron mi rostro y mis labios con deseo. Sus dedos acariciaron mi cabello con delicadeza antes de retirarse y ponerse de pie.
-Levántate -ordenó, su voz firme. Obedecí sin rechistar, bajando la mirada en señal de respeto. -Colócate allí, junto a la abertura -dijo, señalando un hueco en el muro sin ventana, por donde se filtraba la luz de la luna. Sabía lo que vendría después. Me coloqué en el lugar indicado, mi corazón pesado, esperando lo inevitable. Escuché el sonido de su cinturón al desatarse. Se acercó, y sus manos, frías como el acero, empezaron a levantar mi vestido con lentitud mientras rozaba mis muslos. Cuando estuvo alzado, sentí cómo su cuerpo se pegaba al mío, su erección presionando contra mi intimidad, despertando en mí una extraña mezcla de placer y temor. -Eres hermosa, tan dulce -murmuró con una voz cargada de deseo mientras comenzaba a moverse contra mí. Sus manos recorrían mi espalda, sus caricias siguiendo el ritmo de sus embestidas. A pesar del placer que sentía, el miedo y la inseguridad no me abandonaban. Entonces, bajó mis ropas menores, dejándome desnuda ante su mirada. El frío de la noche me envolvía, y un escalofrío recorrió mi piel cuando se arrodilló ante mí, su lengua encontrando mi clítoris. -Mmm, tu sabor es inigualable -susurró con deleite, saboreándome como si quisiera devorarme por completo mientras lambia y chupaba. Mis rodillas temblaban y, con los ojos cerrados, gemía, incapaz de contener los sonidos de placer que escapaban de mis labios. -Mmm... aaah... -dejé escapar un gemido, que pareció encender su pasión. Incapaz de contenerse por más tiempo, se levantó e, introduciéndolo con una suavidad inesperada, comenzó a moverse dentro de mí. Volteé la cabeza para verlo y, al sentirlo completamente, giré la vista hacia adelante, evitando sus ojos, pues sabía que no debía mirarlo de esa manera. Pero él, observando cada uno de mis gestos, continuaba. Estaba tan húmeda que la sensación fue más intensa que nunca. Él alzó la vista al cielo con los ojos entrecerrados por el placer, mientras mordía sus labios. Al principio, sus movimientos fueron lentos y profundos, pero luego comenzaron a acelerarse. El sonido de nuestras de nuestras partes humedas chocando, junto con nuestros gemidos y jadeos, llenaba el aire. Finalmente, él llegó a su clímax, derramándose sobre mí con un último gemido de satisfacción. Me acomodé la ropa en silencio, mientras él hacía lo mismo, sin mirarlo. Contemplé la luna una última vez antes de hablar. -¿Puedo retirarme, majestad? -pregunté, con las manos juntas y la vista fija en el suelo. Él permaneció en silencio por un momento, sentado en el banco, calmando su respiración. Le devolví su capa sin atreverme a levantar la mirada. -Gracias -susurré, antes de retroceder hacia mi lugar. -Puedes irte -dijo finalmente, soltando un suspiro molesto. Hice una reverencia y me alejé. Al día siguiente, retomé mi rutina como de costumbre. El príncipe, Alan, estaba reunido con su padre, el rey, en el salón del trono. A su alrededor se encontraban miembros de la nobleza, tanto familiares como visitantes de otros reinos. Todos presentaban sus problemas, buscando la sabiduría y la decisión del rey. Uno de los nobles comenzó a blasfemar contra el primo de Alan, quien había tenido una aventura con una campesina, culpando al padre de su primo la cual era hermano del rey por tal deshonra. A pesar de las advertencias, el noble no cesaba en su ira, hasta que el rey, furioso, amenazó con su vida. Sin dudarlo, Alan desenvainó su espada y, en un solo golpe, decapitó al hombre. Un silencio sepulcral llenó la sala. El príncipe, con la misma calma, limpió su espada con un paño. -Padre, ya no hay de qué preocuparse -dijo, antes de volver a su lugar junto a la reina, su madre. Después del suceso, Alan se dirigió a los establos, donde aguardaba su dragón, una criatura majestuosa que inspiraba temor en todos los que la veían. El príncipe lo acarició, susurrando palabras tranquilizadoras. -Vamos a volar, ¿quieres? -dijo, y el dragón rugió en respuesta. Subió a su lomo, y juntos se elevaron sobre el castillo, dejando a todos los presentes admirados. Mientras yo limpiaba dentro del castillo, alcé la vista y lo vi surcar los cielos. El rugido del dragón resonaba, y las gentes abajo aplaudían y vitoreaban con júbilo. -¡Viva el príncipe! ¡Viva! -gritaban algunos. Yo bajé la mirada y continué con mi labor, pues aquel día me tocaba limpiar la asquerosa letrina. Pasé varias horas allí, lavando y restregando, hasta que terminé. Después, me dirigí a lavar las ropas que traían las sirvientas de más alto rango, aquellas que atendían directamente a la nobleza. Ellas tenían el privilegio de servir en las cámaras reales, peinando, bañando y vistiendo a los señores y damas, e incluso haciéndoles compañía si así lo requerían. Yo, en cambio, pertenecía al escalafón más bajo, ocupándome de las tareas más sucias y despreciadas, sin siquiera tener la oportunidad de acercarme a los señores del reino.Tras el príncipe bajarse de su fiero dragón, tomó su espada y comenzó a practicar con una destreza y fuerza tales, que en todo su entrenamiento no hubo quien le superase. Las damas que por allí paseaban, al verlo, quedaron aún más prendadas de su gallardía y habilidad. Yo, que observaba desde la distancia, me llené de desdén. Aunque ante los demás parecía un hombre recto y virtuoso, yo bien sabía que su nobleza no era más que una fachada. Su continua arrogancia y el modo en que todos lo alababan, salvo yo, me provocaban una furia contenida. Quería que todo eso acabase, pero él insistía en que debía seguir presentándome ante su presencia, bajo veladas amenazas. Perdida en mis pensamientos de desprecio, me percaté de que me observaba desde lejos mientras afilaba su espada. Mi rostro, sucio y sudado, mostraba el desagrado que me provocaba, mientras mis manos temblaban de rabia. Al cruzar nuestras miradas, él esbozó una ligera sonrisa que solo alimentó mi deseo de marcharme cua
—Has cometido un error hoy —recalcó él, mientras seguía acariciándome. Su voz sonaba tan varonil que me costaba no derretirme por él.—Majestad, tu me besaste, y olvidé que no debía tocarteÉl comenzó a reír.—Shh... ¿y si, para remediar ese error, sigues viniendo? Así evitarás el castigo, claro —dijo, acercándose más a mí, al punto de que sentí su respiración sobre mis labios. Me miraba a los ojos, luego a mis labios, y me dio un suave beso que me hizo dar un pequeño brinco, pues no lo esperaba. Él rió ante mi reacción, y yo solo lo miré, avergonzada, quedándome en silencio.—Eres tan dulce y encantadora, tan diferente —dijo, mientras acariciaba mi cabello.—Perdona el atrevimiento, pero... ¿siempre te sales con la tuya? —le pregunté.—Sí, casi siempre. Soy el príncipe, así que... —respondió con una sonrisa mientras seguía acariciándome.—Además, trato de pensar bien las cosas antes de hacerlas, y por eso me salen bien —añadió con aire confiado.—Pues eres... eres talentoso porque to
Luego de que él se fuera frustrado, yo me levanté, ahora más tranquila, para irme a casa. Mientras bajaba las escaleras, vigilé que no hubiese nadie pasando y caminé hasta encontrarme con mi jefa.—¡Hey! Qué bueno que te encuentro, Elena, porque tengo malas noticias —dijo, y me estremecí.—Creo que deberás trabajar hoy, porque una de tus compañeras se enfermó gravemente —mencionó, a lo que yo suspiré, molesta.—Tranquila, al menos te lo van a pagar —agregó.Sin más opción, acepté y fui a cambiarme con mi uniforme de sirvienta. Ella no sospechó nada, supongo que porque pensó que me había vestido para irme a mi casa en el pueblo. Esa noche dormí en mi cuarto del sótano. Me puse manos a la obra, ya que era muy importante mantener todo impecable, especialmente porque traerían invitados. Había una gran fiesta en la que, además, el príncipe podría encontrar pareja, algo que me preocupaba y me causaba un nudo en el pecho, una sensación que no debería tener, ya que confundía las cosas.Mient
Después de esa tragedia, una compañera de trabajo llamada Amantina vino a mi casa a contarme lo sucedido, y quedé impactada. Porque, justamente esa noche, había hecho lo que hice, y ahora sentía un peso de culpabilidad inquebrantable. No sabía qué hacer ni qué decir, ya que me imaginaba que Alan estaba devastado por todo lo ocurrido esa noche, y, además, debía reinar.Amantina me contó todo muy amablemente, a pesar de que casi nunca le había dirigido la palabra. Solo le hablaba de vez en cuando y la ayudaba a realizar sus tareas; fue la única con la que logré tener un poco más de conversación. Era una chica muy hermosa, de cabello castaño y un poco robusta, pero muy femenina. Era graciosa, y conmigo se complementaba, porque las dos nos reíamos aún más juntas. Pero este era un momento preocupante y complicado.Era ahora cuando más nuestra jefa nos necesitaba para hacer una limpieza agotadora y profunda.Así que, nerviosa, me vestí mientras Amantina me esperaba, y caminamos hacia el r
El rey Alan, ahora sentado en su trono, infeliz y melancólico, escuchaba las peticiones de su pueblo. Fue bondadoso y realista con cada persona, aclarando tanto lo que podía cumplir como lo que no.Después, con la corona aún sobre su cabeza, se dirigió a la corte junto a su primo, donde hablaron sobre asuntos económicos, barcos y otros temas de estado.Alan debía celebrar una gran fiesta y un torneo en honor a su reinado, pero no deseaba acceder a tal evento. Se sentía abrumado y deprimido. Su primo intentaba motivarlo, pero rara vez lograba sacarlo de ese estado. Alan estaba sumido en la tristeza por la muerte de sus padres y porque me había perdido, sin saber dónde estaba ni qué había sido de mí.Llevaba días encerrado en su habitación, detestando al mundo entero. No hablaba con nadie ni salía de sus aposentos. No quería asistir a la corte, y mucho menos sentarse en el trono. Sin embargo, cuando surgían asuntos importantes, salía con diligencia, pues era un rey de palabra y no des
Alan estaba convencido de que podría encontrarme, así que habló con uno de sus consejeros de confianza y le confió un secreto:—Quiero que busques a una chica llamada Elena, es una de las sirvientas de los pisos de abajo. Nunca suben aquí, por lo que tendrás que ser muy sigiloso. Habla con su jefa, haz preguntas discretas y que te muestre quién es. Dale una buena cantidad de monedas para comprar su silencio. Y además, dale este mandato: si alguien llega a enterarse de esto, yo mismo cortaré su lengua, y la tuya también. Síguela, día y noche.—Quiero saber cada detalle, incluso el más pequeño, sobre ella. Sé discreto, y que no te vea, porque si lo hace, estarás en serios problemas conmigo. ¡Ve! —ordenó el rey, con una mirada firme y peligrosa.El consejero, Struck, era fiel al rey, y aceptó el encargo sin dudarlo. Desde ese momento, me siguió en silencio, sin que yo notara nada. Mientras, yo continuaba con mis tareas diarias, trabajando en el jardín y ayudando en la cocina con las demá
Mientras caminaba por el bosque, el crujido de unas hojas me alertó. Al voltear, lo vi a él, con su imponente presencia y su capa ligera ondeando en el viento, siguiéndome de cerca.—¿Qué? —pregunté, con el corazón acelerado, cuando de repente me agarró por la cintura y me atrajo hacia su cuerpo.—Llévame a tu casa... a tu casa en el pueblo —exigió, con la respiración agitada, su rostro rozando el mío, el calor de su piel haciendo que el mundo se desvaneciera a nuestro alrededor.—¿Por qué? —pregunté, asustada pero incapaz de alejarme de él.—Porque lo digo yo... y tú lo sabes —su tono era intenso, casi autoritario, pero sus ojos brillaban con una lujuria que me hacía temblar.Me llevó hacia su caballo, y cuando intenté protestar, le dije temerosa—. Majestad, los caballos me dan miedo...Sin pensarlo el se rió y dandole ternura me levantó entre sus fuertes brazos y frente a él en la montura, nuestros cuerpos ahora completamente pegados.—No te caerás... —susurró contra mi oído, su ri
Después de esa noche inolvidable, caminé hacia la cocina en la mañana para beber un vaso de agua que había en la cubeta, hasta que escuché la puerta y rápidamente la abrí. Era un chico de pelo corto y blanco, desesperado. —¡Tienes que ayudarme, por favor! —dijo asustado, mirando hacia todos lados. Pero como no lo conocía, no podía dejarlo pasar. —Es que no te conozco. ¿Qué necesitas? ¿Quién eres? —pregunté, cerrando la puerta tras de mí mientras salía afuera. —¡Te explico después! ¡Escóndeme! —me dijo, muy angustiado. —Mira, ahora mismo no puedo porque hay alguien conmigo, pero si quieres, escóndete detrás de la casa —le dije, y él corrió a abrir la pequeña puerta de mi patio trasero para ocultarse. Asustada por la situación, miré a mi alrededor. Cuando vi que varios hombres y soldados del reino venían buscándolo, disimulé y entré. Al verificar que Alan seguía plácidamente durmiendo, lo acaricié. Se despertó como un bebé, bostezando y estirándose al verme acariciándolo y sonrien