Capitulo 7 El antepasado del rey roto

Luego de que él se fuera frustrado, yo me levanté, ahora más tranquila, para irme a casa. Mientras bajaba las escaleras, vigilé que no hubiese nadie pasando y caminé hasta encontrarme con mi jefa.

—¡Hey! Qué bueno que te encuentro, Elena, porque tengo malas noticias —dijo, y me estremecí.

—Creo que deberás trabajar hoy, porque una de tus compañeras se enfermó gravemente —mencionó, a lo que yo suspiré, molesta.

—Tranquila, al menos te lo van a pagar —agregó.

Sin más opción, acepté y fui a cambiarme con mi uniforme de sirvienta. Ella no sospechó nada, supongo que porque pensó que me había vestido para irme a mi casa en el pueblo. Esa noche dormí en mi cuarto del sótano. Me puse manos a la obra, ya que era muy importante mantener todo impecable, especialmente porque traerían invitados.

Había una gran fiesta en la que, además, el príncipe podría encontrar pareja, algo que me preocupaba y me causaba un nudo en el pecho, una sensación que no debería tener, ya que confundía las cosas.

Mientras limpiaba, escuchaba a la gente hablando feliz por todo el castillo y a los músicos tocando. Me sentía un poco triste, ya que no podía disfrutar de la fiesta, siendo una sirvienta. Tendría que ocultarme, pero estar alerta por si necesitaban alguna limpieza.

Estuve en constante ajetreo, pero en ningún momento vi al príncipe, pues supuse que estaban preparándole la ropa para la fiesta.

Él no sabía que estaba trabajando ese día, ya que fue algo repentino, y pensaba que yo estaría libre. Eso me tranquilizó un poco, pues tenía un día de descanso para mi cuerpo. Él me mantenía en constante tensión, ya que llevaba varias noches seguidas buscándome sin falta, y eso comenzaba a hartarme.

Aunque era el hombre más bello que había visto, se volvía molesto tener que acostarme con él todas las noches.

Mas tarde, fui al jardín a recoger unas flores faltantes para los floreros y se las entregué a mi jefa. En ese momento, el príncipe, que montaba a caballo desde lo lejos, me vio, aunque yo no lo vi a él.

Sorprendido, se quedó observando, asegurándose de que era yo. Al confirmarlo, su emoción interna surgió. Me quería solo para él, siempre, y no iba a permitir que, aunque fuera solo por una noche, yo descansara sin él. Con una sonrisa presumida y pícara, siguió montando su caballo, al parecer, para practicar.

Yo, inocente, sin saber que él me había visto, continué con mis labores. Al caer la noche, me oculté en una banca para mirar las estrellas. Mi jefa sabía dónde estaba por si me necesitaban, pero lo dudaba, ya que las sirvientas de mayor rango se encargarían del resto.

La noche estaba fría, así que me abrigué. Escuché que la fiesta comenzaba. Risas, voces y cantos de alegría se oían en las afueras, ya estaban bailando. Sin embargo, comencé a pensar en el príncipe. ¿Qué estaría haciendo?

El príncipe, mientras tanto, estaba junto a su padre y su madre, rodeado de otras familias. A cada momento, alguna familia le ofrecía a sus hijas, pero él rechazaba cada oferta con frialdad e indiferencia.

El rey, molesto, le reclamó a Alan por su mala educación. Mientras observaba a todos disfrutando y bailando en el centro, varias chicas se acercaron a invitarlo a bailar, pero él solo les volvía los ojos.

Antes de que otro noble viniera a ofrecer a su hija, Alan dijo que iría al baño, pero en realidad fue a buscarme, algo que yo desconocía.

Disfrutaba de las estrellas, sintiendo paz y felicidad, pensando que esa noche podría descansar tranquila. Sin embargo, escuché unos pasos cerca de mí y me asusté. Al girarme, sobresaltada, vi que era Alan, quien me agarró del brazo.

—¡Alteza! ¿Qué hace aquí? —exclamé.

—Eso mismo pregunto yo —dijo con una sonrisa, mientras se sentaba a mi lado sin soltarme el brazo.

Le expliqué lo de mi compañera para justificarme.

—Mmm, ya empezaba a pensar que mentías para no estar conmigo —dijo, acariciándome el cabello, mientras intentaba besarme. Lo rechacé.

Sorprendido y molesto, me preguntó si realmente lo estaba rechazando y le respondí que sí.

—¡Esto debe parar! No quiero estar más contigo. Lo siento —dije, poniéndome de pie de inmediato. Él intentó agarrarme, pero falló, así que corrí. Me siguió, tratando de atraparme, pero corrí tan rápido que ya estaba dentro del castillo, donde había gente, y decidió dejarme ir.

Me sentí mal por lo que había hecho, devastada. No sabía qué sentir realmente. Fui a mi cuarto y, aprovechando que el castillo estaba visiblemente vacío por la fiesta, recogí todas las monedas y prendas que me había dado. Corrí a su habitación y las tiré sobre su cama.

Al hacer esto, me sentí terrible. Me apresuré a irme a mi casa en el pueblo y me encerré a llorar, temiendo lo que podría pasar después y pensando en sus sentimientos y en los míos.

Después de esa noche, todo cambió. Hubo un gran altercado en el castillo, del cual ni el rey ni la reina pudieron salvarse. Varias personas, enviadas por otro reino, se infiltraron y quemaron muchos lugares.

El rey Leopold y la reina Eleanor no sobrevivieron. El rey luchó hasta el final para proteger a su amada esposa, pero fue inútil ante tantas llamas y enemigos.

El príncipe Alan, atrapado por guardias que duplicaban su tamaño, fue testigo de la masacre de sus padres. Gritó y forcejeó, intentando liberarse para salvarlos, pero fue en vano. Solo pudo llorar, lleno de dolor, agonía e ira.

El destino que persiguió al antepasado de Aegon III de la familia Targaryen hace cientos de años lo alcanzó también. En medio de una guerra, Aegon III vio cómo mataban a su madre, la reina Rhaenyra, con un dragón frente a sus ojos cuando aún era un niño. Estos traumas lo convirtieron a Aegon lll en un rey amargado y lleno de tristeza.

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