El rey Alan, ahora sentado en su trono, infeliz y melancólico, escuchaba las peticiones de su pueblo. Fue bondadoso y realista con cada persona, aclarando tanto lo que podía cumplir como lo que no.Después, con la corona aún sobre su cabeza, se dirigió a la corte junto a su primo, donde hablaron sobre asuntos económicos, barcos y otros temas de estado.Alan debía celebrar una gran fiesta y un torneo en honor a su reinado, pero no deseaba acceder a tal evento. Se sentía abrumado y deprimido. Su primo intentaba motivarlo, pero rara vez lograba sacarlo de ese estado. Alan estaba sumido en la tristeza por la muerte de sus padres y porque me había perdido, sin saber dónde estaba ni qué había sido de mí.Llevaba días encerrado en su habitación, detestando al mundo entero. No hablaba con nadie ni salía de sus aposentos. No quería asistir a la corte, y mucho menos sentarse en el trono. Sin embargo, cuando surgían asuntos importantes, salía con diligencia, pues era un rey de palabra y no des
Alan estaba convencido de que podría encontrarme, así que habló con uno de sus consejeros de confianza y le confió un secreto:—Quiero que busques a una chica llamada Elena, es una de las sirvientas de los pisos de abajo. Nunca suben aquí, por lo que tendrás que ser muy sigiloso. Habla con su jefa, haz preguntas discretas y que te muestre quién es. Dale una buena cantidad de monedas para comprar su silencio. Y además, dale este mandato: si alguien llega a enterarse de esto, yo mismo cortaré su lengua, y la tuya también. Síguela, día y noche.—Quiero saber cada detalle, incluso el más pequeño, sobre ella. Sé discreto, y que no te vea, porque si lo hace, estarás en serios problemas conmigo. ¡Ve! —ordenó el rey, con una mirada firme y peligrosa.El consejero, Struck, era fiel al rey, y aceptó el encargo sin dudarlo. Desde ese momento, me siguió en silencio, sin que yo notara nada. Mientras, yo continuaba con mis tareas diarias, trabajando en el jardín y ayudando en la cocina con las demá
Mientras caminaba por el bosque, el crujido de unas hojas me alertó. Al voltear, lo vi a él, con su imponente presencia y su capa ligera ondeando en el viento, siguiéndome de cerca.—¿Qué? —pregunté, con el corazón acelerado, cuando de repente me agarró por la cintura y me atrajo hacia su cuerpo.—Llévame a tu casa... a tu casa en el pueblo —exigió, con la respiración agitada, su rostro rozando el mío, el calor de su piel haciendo que el mundo se desvaneciera a nuestro alrededor.—¿Por qué? —pregunté, asustada pero incapaz de alejarme de él.—Porque lo digo yo... y tú lo sabes —su tono era intenso, casi autoritario, pero sus ojos brillaban con una lujuria que me hacía temblar.Me llevó hacia su caballo, y cuando intenté protestar, le dije temerosa—. Majestad, los caballos me dan miedo...Sin pensarlo el se rió y dandole ternura me levantó entre sus fuertes brazos y frente a él en la montura, nuestros cuerpos ahora completamente pegados.—No te caerás... —susurró contra mi oído, su ri
Después de esa noche inolvidable, caminé hacia la cocina en la mañana para beber un vaso de agua que había en la cubeta, hasta que escuché la puerta y rápidamente la abrí. Era un chico de pelo corto y blanco, desesperado. —¡Tienes que ayudarme, por favor! —dijo asustado, mirando hacia todos lados. Pero como no lo conocía, no podía dejarlo pasar. —Es que no te conozco. ¿Qué necesitas? ¿Quién eres? —pregunté, cerrando la puerta tras de mí mientras salía afuera. —¡Te explico después! ¡Escóndeme! —me dijo, muy angustiado. —Mira, ahora mismo no puedo porque hay alguien conmigo, pero si quieres, escóndete detrás de la casa —le dije, y él corrió a abrir la pequeña puerta de mi patio trasero para ocultarse. Asustada por la situación, miré a mi alrededor. Cuando vi que varios hombres y soldados del reino venían buscándolo, disimulé y entré. Al verificar que Alan seguía plácidamente durmiendo, lo acaricié. Se despertó como un bebé, bostezando y estirándose al verme acariciándolo y sonrien
Al despertar, sentí un sobresalto en el pecho al descubrir a Alan, de pie junto a la cama. Su desnudez quedaba expuesta ante mis ojos, revelando la magnificencia de su cuerpo. —¿Qué hacéis allí? —pregunté, incorporándome con premura, los nervios apoderándose de mí. —Os contemplo, ¿no puedo acaso? —repuso él, con una sonrisa pícara que encendía en mí un fuego incontrolable, mientras comenzaba a trepar sobre la cama con la gracia de un cazador al acecho. Sentí en mi interior una calidez creciente, y no pude resistir. Antes de que lograse alcanzarme, me lancé sobre él con ímpetu, mis labios buscando los suyos con deseo. En el acto, nuestros cuerpos se encontraron, y sus músculos poderosos cedieron bajo el peso de mi pasión. —¡Eres majestuoso! —exclamé, mis manos recorriendo su fuerte pecho, mientras sus ojos me contemplaban, impresionado por mi osadía. Mi piel desnuda se fundía con la suya en un abrazo fervoroso. —No, vos sois la majestuosa —murmuró, en un intento de voltear la sit
En las tierras del norte de un reino antiguo, donde los castillos se alzaban como gigantes de piedra y las aldeas vivían bajo la sombra de sus torres, existió un príncipe llamado Alan Targaryen. Hijo único del rey Leopold Targaryen y la reina Eleanor, Alan era visto como el heredero perfecto: joven, de porte noble y apuesto, y sobre todo, de una pureza inquebrantable, tal como dictaban las tradiciones reales por su cabello blanco y sus ojos violetas al igual que sus padres. El resto de su familia reinaba en diferentes lugares teniendo hijos. Su virginidad era celebrada en la corte, pues solo un príncipe de sangre pura podría unirse a una princesa de linaje noble para continuar la estirpe real sin mancha alguna.Alan, sin embargo, no compartía del todo esta reverencia hacia su pureza. El peso de las expectativas y el control de sus acciones por parte de la corte lo había dejado insatisfecho y con una creciente sensación de rebeldía.Durante años, su vida había sido una rutina monóton
Después de aquella noche que jamás olvidaré, aunque debo admitir que me agradó, no pude conciliar el sueño completamente. Al amanecer, con la cabeza embotada y el cuerpo exhausto, me vi obligada a levantarme y retomar mis labores. A pesar de mi debilidad, comencé a barrer las afueras, pues esa tarea me correspondía en esta jornada. Mientras lo hacía, mis ojos se posaron sobre el balcón del príncipe, quien respiraba el aire fresco de la mañana. Quedé pasmada al ver cómo el viento jugueteaba con su cabello, y recordé la intimidad que la noche anterior había sellado entre nosotros.Sin embargo, sacudí esos pensamientos de mi mente y me forcé a continuar con mi labor, aunque no me percaté de que él me observaba desde lo alto. Tras un tiempo en la cocina con las demás sirvientas, me dirigí al jardín para atender las plantas, cuando encontré un pequeño bolso lleno de monedas. Solté un suspiro al notar que esta vez no había ninguna carta. Intuí que el mensaje era claro: el encuentro sería
En la penumbra del lugar, sentí su mirada cargada de deseo, observando su virilidad, erguida y llena de fuerza. Sorprendida y obediente, caí de rodillas ante su mandato, dispuesta a cumplir su voluntad sin demora. Así, con suavidad, tomé su carne en mis labios, dejándome llevar por sus suspiros entrecortados y los gruñidos que escapaban de su boca. Sus ojos, perdidos en el placer, me miraban con ardiente lujuria mientras mordía sus labios.—¡Ah, Elena!— exclamó él, acariciando mis cabellos con delicadeza, recogiéndolos en una coleta para tener mejor control de la escena.De súbito, su ímpetu creció, y comenzó a embestirme con tal vigor que apenas pude contener el aliento, sintiendo cómo mi garganta se ahogaba. Tosí, y el malestar me llevó a verter mi incomodidad en el suelo. Alcé mi mirada desafiante, y él, expectante, me observó con curiosidad.—Perdóname —murmuró, acariciando mi rostro. Le aparté y continué con mis labores hasta que, finalmente, su semilla fue vertida en mis labio