Capitulo 8 El legado del dragón: La coronación de un rey devastado

Después de esa tragedia, una compañera de trabajo llamada Amantina vino a mi casa a contarme lo sucedido, y quedé impactada. Porque, justamente esa noche, había hecho lo que hice, y ahora sentía un peso de culpabilidad inquebrantable.

No sabía qué hacer ni qué decir, ya que me imaginaba que Alan estaba devastado por todo lo ocurrido esa noche, y, además, debía reinar.

Amantina me contó todo muy amablemente, a pesar de que casi nunca le había dirigido la palabra. Solo le hablaba de vez en cuando y la ayudaba a realizar sus tareas; fue la única con la que logré tener un poco más de conversación.

Era una chica muy hermosa, de cabello castaño y un poco robusta, pero muy femenina. Era graciosa, y conmigo se complementaba, porque las dos nos reíamos aún más juntas. Pero este era un momento preocupante y complicado.

Era ahora cuando más nuestra jefa nos necesitaba para hacer una limpieza agotadora y profunda.

Así que, nerviosa, me vestí mientras Amantina me esperaba, y caminamos hacia el reino. Tenía miedo, ya que mi vida estaba en riesgo por lo que había sucedido con el príncipe.

Quería contárselo a Amantina, pero aún no le tenía suficiente confianza. Ella se veía callada, no era de estar siempre acompañada, pero no la conocía bien.

Al llegar al castillo fue una odisea, ya que habían miles de personas en el camino tratando de averiguar qué había ocurrido durante la noche.

El príncipe estaba devastado, pero trataba de mantener la compostura para cumplir con su deber. Todos los consejeros le hablaban y le sugerían ideas sobre la venganza y cómo deseaba que fuese el entierro de sus padres.

El príncipe había perdido su brillo; pasó de ser un hombre presumido, orgulloso, encantador, amable y alegre, a uno amargado, serio, desinteresado, deprimido y frívolo, llegando a incluso a tratar mal a la servidumbre, aunque sin perder su educación.

Tomó la decisión y dio la orden de investigar a las personas que sobrevivieron, para obtener información sobre lo que pudieron haber visto, así como sobre el lenguaje y los aspectos de los atacantes encapuchados.

También decidió que el entierro de sus padres fuera privado y honorable, cremados con fuego de dragón, y sus restos arrojados al mar.

En ese momento, llegó uno de sus primos, el apuesto príncipe Ascar Targaryen, de aspecto robusto y alto, con el cabello corto hasta los hombros, acompañado de su hermosa esposa Lisa Targaryen, quien tenía el cabello largo, era alta, delgada y delicada, con senos redondos y un trasero perfecto.

Sus tres hijos también estaban presentes: dos niños de 4 y 5 años, y una bebé, todos con el cabello plateado casi blanco. Los primos, con su cabello plateado y ojos violetas al igual que su primo Alan, poseían dragones.

Vinieron a quedarse para hacerle compañía y ayudarlo en lo que necesitara, lo que Alan agradeció profundamente.

Se ubicaron en sus habitaciones, y, obsesionado con encontrar a los asesinos de sus padres, Alan, junto a su primo Ascar, dejó de alimentarse y de dormir bien.

El entierro tuvo lugar y todos los miembros de la corte asistieron. Alan le indicó a su dragón que cremara a sus padres, y les brindó un entierro honorable bajo la tradición Targaryen.

Pasaron semanas en las que yo limpiaba sin tener la mala suerte de ver al príncipe, aunque no podía negar mi preocupación por él. Los rumores corrían rápidamente, y se decía que una guerra entre dragones y caballeros se avecinaba.

Una noche, de repente, todos marcharon, y vi desde lejos escondida a Alan, firme y serio, con su gran armadura que lo hacía ver muy atractivo.

Se subió a su dragón, mientras su primo Ascar y Lisa montaban los suyos, y emprendieron el vuelo hacia la guerra.

No supimos nada más durante unas semanas, hasta que regresaron victoriosos. Las miles de personas en la ciudad gritaban de alegría, mientras yo los escuchaba desde el castillo, trabajando junto ahora mi amiga Amantina que ahora nos habiamos vuelto mas unidas.

Todos los caballeros cantaban y celebraban con júbilo, pero Alan no parecía muy contento. Solo quería descansar y estar solo, así que, mientras todos celebraban su victoria, él se recluyó en su habitación durante días, sin hablar con nadie, hasta que llegó el día de su coronación.

El día de su coronación, lo vistieron con las mejores ropas y prendas, y todos debíamos estar en el pasillo, en filas y cabizbajos, como era el protocolo por ser un dia especial.

Pero yo no quería que me viera, así que no tuve más opción que fingir que me sentía mal y contarle la verdad a Amantina, dejándola sorprendida. No lo podía creer, pero confiaba en mí, así que me ayudó a convencer a nuestra jefa con la mentira que inventé.

El príncipe Alan, quien ahora sería rey, pasó por los pasillos del castillo mientras todos los empleados y soldados se inclinaban. Curioso y con la mirada algo melancólica, observó a los sirvientes buscando si me veía, pero no me encontró.

Al llegar a un salón abierto, fuera del castillo, donde miles de personas de la ciudad esperaban expectantes, comenzaron a aplaudirlo y a alabarlo. Estaban sus primos junto a sus hijos, y un guardia real sería el encargado de coronarlo.

De pie, firme, con las manos juntas al frente, Alan esperó el discurso de uno de sus consejeros:

¡Pueblo de estas tierras, hoy nos reunimos para presenciar un momento que será recordado por las generaciones venideras! Ante el favor de los cielos y con el poder otorgado por las antiguas costumbres, nos encontramos aquí para coronar a quien, con valentía, sabiduría y justicia, guiará a este reino hacia la gloria.

En este día solemne, sobre las cabezas de todos los presentes, cae la bendición de los dioses y la protección de nuestros ancestros.

Hoy, Ascar, tú llevas la corona, no solo como símbolo de poder, sino como el peso de la responsabilidad que recae sobre tus hombros. Que tu reinado sea largo y próspero, que guíes con honor a tu pueblo, protejas sus vidas y defiendas la paz en nuestras tierras.

¡Que todos los presentes lo aclamen como su soberano legítimo! ¡Larga vida al Rey Ascar! ¡Que su justicia y su fortaleza iluminen cada rincón de este reino! ¡Larga vida al Rey!

El guardia le colocó la corona, y Alan levantó su mirada temeraria.

Todos, orgullosos y felices, lo alabaron.

Desde lejos, lo observé... y me fui.

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