Una tragedia medieval de amor y poder
Una tragedia medieval de amor y poder
Por: Lyrics clouds
Prólogo y Capitulo 1: El secreto en la recámara oscura

En las tierras del norte de un reino antiguo, donde los castillos se alzaban como gigantes de piedra y las aldeas vivían bajo la sombra de sus torres, existió un príncipe llamado Alan Targaryen.

Hijo único del rey Leopold Targaryen y la reina Eleanor, Alan era visto como el heredero perfecto: joven, de porte noble y apuesto, y sobre todo, de una pureza inquebrantable, tal como dictaban las tradiciones reales por su cabello blanco y sus ojos violetas al igual que sus padres.

El resto de su familia reinaba en diferentes lugares teniendo hijos. Su virginidad era celebrada en la corte, pues solo un príncipe de sangre pura podría unirse a una princesa de linaje noble para continuar la estirpe real sin mancha alguna.

Alan, sin embargo, no compartía del todo esta reverencia hacia su pureza. El peso de las expectativas y el control de sus acciones por parte de la corte lo había dejado insatisfecho y con una creciente sensación de rebeldía.

Durante años, su vida había sido una rutina monótona de banquetes, guerras simuladas y ceremonias. Pero todo cambió el día en que sus ojos se posaron sobre una sirvienta que trabajaba en los jardines del palacio.

La sirvienta prohibida

Ella se llamaba Elena. Bastarda de nacimiento, hija de una relación ilícita entre un noble menor y una mujer campesina, había sido relegada a las tareas más bajas del castillo. Sus padres habían muerto cuando ella era pequeña, dejándola al cuidado de los siervos del castillo, quienes la veían como una más de su clase. Aunque les dejaron su pequeña y humilde casa en el pueblo.

Nadie en la corte le prestaba atención, y eso la había vuelto invisible a los ojos de los nobles, hasta el día en que Alan la vio.

No era que Elena fuera extraordinariamente bella según los estándares de la corte, pero había algo en su sencillez que intrigó al joven príncipe.

Al principio, los encuentros entre el príncipe y Elena fueron puramente circunstanciales. Alan la observaba de lejos, intrigado por su vida y su indiferencia hacia su estatus. Pronto, esa curiosidad se transformó en una obsesión.

Decidió que quería conocerla, pero no como lo haría un noble con una campesina, sino en secreto, lejos de las miradas inquisitivas de la corte.

Capitulo 1:

Largas eran las jornadas en las que me hallaba trabajando en las tierras del reino, afananda con esmero por ganar las pocas monedas que apenas bastaban para mi sustento. La rutina de los días transcurría sin novedad alguna; algunos más pesados que otros, pero siempre iguales en su monotonía. Cuando el trabajo lo permitía, descansaba en la pequeña cabaña que heredé de mis padres, y en ocasiones dormía en el castillo, en un cuarto modesto que me fue asignado como sirvienta.

Mi vida era simple hasta que, poco a poco, comencé a notar la presencia del príncipe Alan cada vez más cercana. En diversas ocasiones, sus caminos se cruzaban con los míos, y aunque al principio lo consideré un hecho fortuito, comencé a percibir algo extraño en ello. Un día, mientras trabajaba en el jardín, me agaché para arreglar unas plantas y, para mi sorpresa, encontré una bolsa con monedas de oro y una carta junto a ella. Mi corazón se agitó al instante. Al abrir la misiva, me quedé perpleja al ver que era del príncipe Alan, dirigida a mí.

La carta decía lo siguiente:

"Deseo encontraros esta noche en una de las cámaras vacías que yacen en lo más profundo del castillo. Cuando vuestros quehaceres hayan concluido, acercaos sin ser vista, y bajo ninguna circunstancia mencionéis esto a nadie."

- Príncipe Alan, a Elena.

La brevedad de las palabras y su misterioso contenido hicieron que mi pecho se llenara de inquietud. ¿Por qué querría el príncipe verme a tales horas y en un lugar tan oculto? El temor creció dentro de mí, pues sabía que no podría desobedecer la voluntad de un príncipe.

El día pasó con lentitud. A medida que realizaba mis labores, no podía apartar de mi mente lo que me esperaba al caer la noche. Mientras fregaba los suelos, sentí una sombra tras de mí, pero al voltear solo vi un tenue movimiento en las penumbras. Mi corazón dio un vuelco. Cuando mis tareas finalmente terminaron, me retiré a mis aposentos, donde, tras un baño rápido con agua fría, esperé ansiosa la hora de mi encuentro. Sin embargo, el agotamiento me venció, y me quedé dormida. Desperté sobresaltada, recordando de inmediato la cita con el príncipe.

Arreglé mi cabello apresuradamente y, sin hacer ruido, salí de mi habitación, asegurándome de que nadie me viera. Mis pasos fueron sigilosos mientras avanzaba por los oscuros pasillos del castillo. Debía evitar a los guardias y a otros sirvientes, mis compañeros, que aún deambulaban por el lugar. Conocía bien las cámaras vacías, ya que una vez al mes éramos enviados a limpiarlas para preparar el castillo ante la llegada de huéspedes importantes.

Al llegar, inspeccioné las cámaras una por una hasta que lo vi. El príncipe Alan estaba sentado de espaldas a la puerta, observando el fuego que ardía en la chimenea.

- Alteza... -murmuré, haciendo una reverencia.

El príncipe se levantó al oírme.

- Cierra la puerta y toma asiento, -ordenó con voz serena.

Obedecí en silencio, sintiendo una mezcla de nerviosismo y temor. Me senté frente a él, que me observaba con intensidad.

- Te he llamado aquí porque necesito de ti para un asunto de gran importancia. Nadie debe saber de esto. Será beneficioso tanto para ti como para mí, -dijo mientras se acomodaba en su asiento.

Sentí un nudo en el estómago al escuchar sus palabras, pero no me atreví a hablar.

- Quiero proponerte un acuerdo. Necesito que te conviertas en mi compañera, pero no como esposa... sino como mi compañera de placer.

Mis ojos se abrieron con horror ante sus palabras. El miedo y la confusión me invadieron, pero el príncipe continuó:

- A cambio, te ofreceré oro. Sin embargo, hay condiciones: no debes mirarme, ni tocarme, ni hablar de esto a nadie. Lo que ocurra entre nosotros permanecerá en secreto. Si llegas a desobedecer o a contarle a alguien, te haré la vida un infierno. Y recuerda, no es amor lo que busco, sino solo satisfacción.

Mis manos temblaban mientras escuchaba cada una de sus frías condiciones. Apenas podía creer lo que oía. El príncipe me observaba con una sonrisa de satisfacción mientras mi mente luchaba por encontrar una salida. Sabía que no podía negarme sin enfrentar terribles consecuencias.

Yo me quedé pasmada, mientras mis piernas temblaban bajo el peso del miedo y la incertidumbre.

"¡Levántate!" - ordenó él con voz firme y autoritaria.

"Yo... yo..." - intenté balbucear, pero mis palabras se ahogaban en mi garganta.

"¡Ah! Estás faltando a las reglas de la corte" - dijo con un tono irónico, divertido por mi vacilación.

Con el corazón palpitante, me levanté. Él, sin vacilar, me indicó que le diera la espalda. Sentí cómo movía mi cabello hacia un lado y con dedos hábiles comenzó a desatar los cordones de mi vestido. Cerré mis ojos, atemorizada, y obedecí en silencio. Sus manos recorrieron mi espalda desde el cuello hasta el inicio de mis caderas, y al primer contacto me tensé.

El vestido cayó al suelo en un susurro de telas, dejando a la vista mis sencillas prendas. Admirado por mi desnudez, comenzó a acariciar cada parte de mi cuerpo con una suavidad inesperada. Recorrió mis brazos desde los hombros hasta los dedos, que observó con detenimiento, como si fuesen reliquias de alguna deidad olvidada.

Me despojó del sostén y de las prendas restantes, hasta que no quedó más barrera entre mi cuerpo y sus ojos ávidos. La vergüenza se apoderó de mí, pero no me atreví a alzar la mirada. Él, arrodillándose detrás de mí, contemplaba mis caderas, tocando mis muslos con ambas manos, deslizándolas hasta mis pies con una calma inquietante.

"Deshazte de los zapatos" - ordenó con frialdad.

Me descalcé, y sus dedos recorrieron mis pies, ascendiendo por mis piernas hasta mis rodillas, provocando que un escalofrío recorriera mi piel. Luego me hizo girar, y aunque yo no me atrevía a mirarlo, él acarició mis mejillas con delicadeza, apartando un mechón de mi cabello y tocando mis orejas como si fuesen joyas preciosas.

Al ver mi desnudez frontal, se acercó con más devoción, colocando ambas manos en mi cuello, descendiendo lentamente hasta mis senos. Vi cómo mordía sus labios, satisfecho, mientras sus dedos jugueteaban con mis pezones, retorciéndolos sutilmente. Luego, sus manos abarcaron mis senos con una suavidad que contrastaba con su mirada intensa.

De pronto, se arrodilló frente a mí, sus ojos fijos en mi intimidad, y deslizó un dedo sobre mi v*gina, lo que me hizo saltar de sorpresa. Él sonrió ante mi reacción, pero yo aparté la mirada, incapaz de soportar la intensidad de su escrutinio.

Se levantó y, mientras sus ojos se clavaban en mi rostro, llevó su mano a mi entrepierna, causando que me sobresaltara de nuevo. La habitación estaba en un inquietante silencio, roto solo por su respiración agitada y el crepitar del fuego en la chimenea. Sus dedos se movían, explorando con lentitud, abriendo y cerrando suavemente su mano en mi entrepierna, provocándome una sensación incómoda pero extrañamente satisfactoria.

"Para ser una campesina, tu cuerpo está bien cuidado y tu rostro es digno de admiración" - murmuró mientras continuaba con sus caricias.

"Aah..." - gimió él suavemente, mientras profundizaba sus movimientos, deslizándose desde mi vientre hasta mi centro en un vaivén calculado.

La sensación crecía dentro de mí, y aunque la vergüenza me embargaba, mis músculos se relajaban ante su tacto. Sin embargo, cuando me ordenó que me tumbara en la cama, la vergüenza me impidió obedecer de inmediato.

"Vamos, camina" - insistió él, señalando la cama con un gesto impaciente.

"Es que... su alteza, me siento avergonzada..." - confesé, bajando la mirada.

"No me importa. ¡Ve!" - dijo con firmeza.

Atemorizada, solté mis brazos que intentaban cubrir mi desnudez y caminé hacia la cama, consciente de que su mirada estaba fija en cada uno de mis pasos. Me senté en el borde, de espaldas a él, mirando la ventana, cuando sentí cómo él se acercaba, despojándose de sus propias ropas.

Se colocó detrás de mí, sus manos grandes y firmes presionaron suavemente mis hombros, masajeando mi espalda hasta llegar a mi cintura. Su respiración era pesada, llena de deseo. Finalmente, me ordenó que me tumbara, y lo hice, sintiendo cómo mis piernas temblaban mientras él las acomodaba a su antojo.

Me besó el cuello, deslizando su lengua de manera lenta y calculada, descendiendo hasta mis senos, donde comenzó a chupar con tal fervor que sentí cómo mi cuerpo respondía involuntariamente, levantando una pierna en un gesto de incomodidad mezclado con placer.

Él siguió su recorrido por mi cuerpo, besando mi ombligo y luego descendiendo hasta mi entrepierna, donde su lengua me arrancó un jadeo de sorpresa. Sonrió con malicia, disfrutando de mi reacción, mientras sus manos separaban mis piernas para tener mejor acceso.

Mi corazón se exaltó y él esbozó una sonrisa serena, como quien sabe lo que ha de venir. Con manos firmes, tomó mis piernas, flexionándolas con gentileza, separándolas lo suficiente para colocarse mejor ante mí. Yo me dispuse bajo su mando, y él prosiguió con su arte. Su lengua, cálida y húmeda, recorrió mi cuerpo, trazando un camino desde mi vientre hasta lo más recóndito de mi ser, y luego, con la misma devoción, volvía sobre sus pasos. Lo repitió tantas veces que, a pesar del ardor en mi pecho, ningún gemido logró escapar de mis labios.

-¡Ah, por los dioses! -exclamé en voz baja-. Perdón.

Mas él no cejó en su tarea al ver esta reacción satisfecho, y de súbito, su boca, como siervo de un placer profundo, comenzó a besarme con ansias. Su lengua, danzando entre los rincones de mi ser, me hizo aferrar las sábanas con nerviosismo.

-Ah... -gemí apenas, ahogando mi voz contra una almohada, temerosa de ser oída.

Entonces, veloz cual viento, él se recostó a mi lado y me ordenó con suavidad:

-Haz conmigo lo mismo.

Me erguí con torpeza, aún inexperta en tales menesteres, y me acerqué a su entrepierna. Con manos temblorosas, tomé lo que él me ofrecía. Un gemido bajo surgió de su pecho, aunque mis ojos no osaron observarle.

Pasé mi lengua por su virilidad, tocando apenas su punta, lo cual le hizo tensar una pierna. Deposité un beso suave sobre aquella carne, y él, con voz apremiante, exclamó:

-¡Adelante! -Su mano se alzó en un gesto de desesperación.

Con lentitud y reverencia, fui recibiéndolo en mi boca, y él suspiró, como quien halla alivio tras larga búsqueda. Yo, turbada por la sensación que invadía mi cuerpo, comencé a moverme, ascendiendo y descendiendo con suavidad, mientras una de mis manos seguía el ritmo de mi boca.

-Ah, Elena, no te detengas -gruñó con el semblante cargado de deseo.

Continué por un breve instante, hasta que él, tomando las riendas del momento, se enderezó y murmuró con decisión:

-Recuéstate.

Obedecí de inmediato, y él, ágil como un lobo en la noche, separó mis piernas con sus manos. Sus dedos recorrieron mi centro, provocando que mis nervios quisieran cerrarlas, pero con una firme mirada, me hizo entender que debía mantenerme abierta. Poco a poco, comenzó a introducir un dedo, y un gemido suave de dolor se escapó de mis labios.

-¿Eres virgen como yo lo soy? -preguntó, buscando certeza en mi mirada.

-Sí -contesté, con la voz apenas audible.

Entonces, con delicadeza, comenzó a mover su dedo, sacándolo y metiéndolo con suavidad, mientras el sonido de mi humedad llenaba la habitación. Pronto, él, sin poder contenerse, intentó introducirse en mí. Le costó un tanto, lo cual aumentó mi vergüenza, hasta que al fin logró entrar, y sentí cómo algo dentro de mí se rompía. Con suavidad, empezó a moverse, sus brazos colocados a cada lado de los míos, su rostro muy cerca del mío. Yo, mirando hacia otro lado, cerraba los ojos, sintiendo una mezcla de dolor y algo que empezaba a transformarse en satisfacción.

-Oh, Elena... -jadeó mientras aceleraba, sus ojos cerrados, su cuerpo entregado al placer.

Yo gemí apenas, pero al sentir su acelerado movimiento, instintivamente intenté asir su brazo. No obstante, recordé que no debía tocarlo.

Él siguió embistiéndome, cada vez más profundamente, hasta que, incapaz de resistir más, mi cuerpo se estremeció, gimiendo mientras me retorcía y aferraba las sábanas. Al ver mi liberación, él tampoco pudo contenerse y, con un último empuje, se retiró, dejando que su semilla cayera sobre mi vientre.

-Oh... ah... -suspiró, acariciando su miembro mientras observaba cómo yo, en silencio, lo miraba.

Sus manos acariciaron mi muslo con suavidad, y luego recorrieron mi rostro antes de dejarse caer exhausto a mi lado. Sabía que debía irme, así que me senté de espaldas a él, respirando profundamente, mientras él me miraba aún con la respiración agitada.

Me levanté sin mirarlo, y con rapidez comencé a vestirme. Sentí su mirada fija en mí, intentando descifrar si estaba molesta o si me sentía bien. Pero ni yo misma conocía mis propios sentimientos en ese momento. Finalmente, tomé mis cosas y salí de aquel lugar, sintiéndome humillada y perdida en mis propios pensamientos.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo