En las tierras del norte de un reino antiguo, donde los castillos se alzaban como gigantes de piedra y las aldeas vivían bajo la sombra de sus torres, existió un príncipe llamado Alan Targaryen. Hijo único del rey Leopold Targaryen y la reina Eleanor, Alan era visto como el heredero perfecto: joven, de porte noble y apuesto, y sobre todo, de una pureza inquebrantable, tal como dictaban las tradiciones reales por su cabello blanco y sus ojos violetas al igual que sus padres. El resto de su familia reinaba en diferentes lugares teniendo hijos. Su virginidad era celebrada en la corte, pues solo un príncipe de sangre pura podría unirse a una princesa de linaje noble para continuar la estirpe real sin mancha alguna.Alan, sin embargo, no compartía del todo esta reverencia hacia su pureza. El peso de las expectativas y el control de sus acciones por parte de la corte lo había dejado insatisfecho y con una creciente sensación de rebeldía.Durante años, su vida había sido una rutina monóton
Después de aquella noche que jamás olvidaré, aunque debo admitir que me agradó, no pude conciliar el sueño completamente. Al amanecer, con la cabeza embotada y el cuerpo exhausto, me vi obligada a levantarme y retomar mis labores. A pesar de mi debilidad, comencé a barrer las afueras, pues esa tarea me correspondía en esta jornada. Mientras lo hacía, mis ojos se posaron sobre el balcón del príncipe, quien respiraba el aire fresco de la mañana. Quedé pasmada al ver cómo el viento jugueteaba con su cabello, y recordé la intimidad que la noche anterior había sellado entre nosotros.Sin embargo, sacudí esos pensamientos de mi mente y me forcé a continuar con mi labor, aunque no me percaté de que él me observaba desde lo alto. Tras un tiempo en la cocina con las demás sirvientas, me dirigí al jardín para atender las plantas, cuando encontré un pequeño bolso lleno de monedas. Solté un suspiro al notar que esta vez no había ninguna carta. Intuí que el mensaje era claro: el encuentro sería
En la penumbra del lugar, sentí su mirada cargada de deseo, observando su virilidad, erguida y llena de fuerza. Sorprendida y obediente, caí de rodillas ante su mandato, dispuesta a cumplir su voluntad sin demora. Así, con suavidad, tomé su carne en mis labios, dejándome llevar por sus suspiros entrecortados y los gruñidos que escapaban de su boca. Sus ojos, perdidos en el placer, me miraban con ardiente lujuria mientras mordía sus labios.—¡Ah, Elena!— exclamó él, acariciando mis cabellos con delicadeza, recogiéndolos en una coleta para tener mejor control de la escena.De súbito, su ímpetu creció, y comenzó a embestirme con tal vigor que apenas pude contener el aliento, sintiendo cómo mi garganta se ahogaba. Tosí, y el malestar me llevó a verter mi incomodidad en el suelo. Alcé mi mirada desafiante, y él, expectante, me observó con curiosidad.—Perdóname —murmuró, acariciando mi rostro. Le aparté y continué con mis labores hasta que, finalmente, su semilla fue vertida en mis labio
Después de disfrutar en silencio de la brisa y la luna, él tomó mi rostro entre sus manos, observándome con atención, lo cual me llevó a mirarlo de igual manera. Se acercó, y por un momento pensé que me besaría, pero no lo hizo. En cambio, sus ojos recorrieron mi rostro y mis labios con deseo. Sus dedos acariciaron mi cabello con delicadeza antes de retirarse y ponerse de pie. -Levántate -ordenó, su voz firme. Obedecí sin rechistar, bajando la mirada en señal de respeto. -Colócate allí, junto a la abertura -dijo, señalando un hueco en el muro sin ventana, por donde se filtraba la luz de la luna. Sabía lo que vendría después. Me coloqué en el lugar indicado, mi corazón pesado, esperando lo inevitable. Escuché el sonido de su cinturón al desatarse. Se acercó, y sus manos, frías como el acero, empezaron a levantar mi vestido con lentitud mientras rozaba mis muslos. Cuando estuvo alzado, sentí cómo su cuerpo se pegaba al mío, su erección presionando contra mi intimidad, despertando en
Tras el príncipe bajarse de su fiero dragón, tomó su espada y comenzó a practicar con una destreza y fuerza tales, que en todo su entrenamiento no hubo quien le superase. Las damas que por allí paseaban, al verlo, quedaron aún más prendadas de su gallardía y habilidad. Yo, que observaba desde la distancia, me llené de desdén. Aunque ante los demás parecía un hombre recto y virtuoso, yo bien sabía que su nobleza no era más que una fachada. Su continua arrogancia y el modo en que todos lo alababan, salvo yo, me provocaban una furia contenida. Quería que todo eso acabase, pero él insistía en que debía seguir presentándome ante su presencia, bajo veladas amenazas. Perdida en mis pensamientos de desprecio, me percaté de que me observaba desde lejos mientras afilaba su espada. Mi rostro, sucio y sudado, mostraba el desagrado que me provocaba, mientras mis manos temblaban de rabia. Al cruzar nuestras miradas, él esbozó una ligera sonrisa que solo alimentó mi deseo de marcharme cua
—Has cometido un error hoy —recalcó él, mientras seguía acariciándome. Su voz sonaba tan varonil que me costaba no derretirme por él.—Majestad, tu me besaste, y olvidé que no debía tocarteÉl comenzó a reír.—Shh... ¿y si, para remediar ese error, sigues viniendo? Así evitarás el castigo, claro —dijo, acercándose más a mí, al punto de que sentí su respiración sobre mis labios. Me miraba a los ojos, luego a mis labios, y me dio un suave beso que me hizo dar un pequeño brinco, pues no lo esperaba. Él rió ante mi reacción, y yo solo lo miré, avergonzada, quedándome en silencio.—Eres tan dulce y encantadora, tan diferente —dijo, mientras acariciaba mi cabello.—Perdona el atrevimiento, pero... ¿siempre te sales con la tuya? —le pregunté.—Sí, casi siempre. Soy el príncipe, así que... —respondió con una sonrisa mientras seguía acariciándome.—Además, trato de pensar bien las cosas antes de hacerlas, y por eso me salen bien —añadió con aire confiado.—Pues eres... eres talentoso porque to
Luego de que él se fuera frustrado, yo me levanté, ahora más tranquila, para irme a casa. Mientras bajaba las escaleras, vigilé que no hubiese nadie pasando y caminé hasta encontrarme con mi jefa.—¡Hey! Qué bueno que te encuentro, Elena, porque tengo malas noticias —dijo, y me estremecí.—Creo que deberás trabajar hoy, porque una de tus compañeras se enfermó gravemente —mencionó, a lo que yo suspiré, molesta.—Tranquila, al menos te lo van a pagar —agregó.Sin más opción, acepté y fui a cambiarme con mi uniforme de sirvienta. Ella no sospechó nada, supongo que porque pensó que me había vestido para irme a mi casa en el pueblo. Esa noche dormí en mi cuarto del sótano. Me puse manos a la obra, ya que era muy importante mantener todo impecable, especialmente porque traerían invitados. Había una gran fiesta en la que, además, el príncipe podría encontrar pareja, algo que me preocupaba y me causaba un nudo en el pecho, una sensación que no debería tener, ya que confundía las cosas.Mient
Después de esa tragedia, una compañera de trabajo llamada Amantina vino a mi casa a contarme lo sucedido, y quedé impactada. Porque, justamente esa noche, había hecho lo que hice, y ahora sentía un peso de culpabilidad inquebrantable. No sabía qué hacer ni qué decir, ya que me imaginaba que Alan estaba devastado por todo lo ocurrido esa noche, y, además, debía reinar.Amantina me contó todo muy amablemente, a pesar de que casi nunca le había dirigido la palabra. Solo le hablaba de vez en cuando y la ayudaba a realizar sus tareas; fue la única con la que logré tener un poco más de conversación. Era una chica muy hermosa, de cabello castaño y un poco robusta, pero muy femenina. Era graciosa, y conmigo se complementaba, porque las dos nos reíamos aún más juntas. Pero este era un momento preocupante y complicado.Era ahora cuando más nuestra jefa nos necesitaba para hacer una limpieza agotadora y profunda.Así que, nerviosa, me vestí mientras Amantina me esperaba, y caminamos hacia el r