En la penumbra del lugar, sentí su mirada cargada de deseo, observando su virilidad, erguida y llena de fuerza. Sorprendida y obediente, caí de rodillas ante su mandato, dispuesta a cumplir su voluntad sin demora.
Así, con suavidad, tomé su carne en mis labios, dejándome llevar por sus suspiros entrecortados y los gruñidos que escapaban de su boca. Sus ojos, perdidos en el placer, me miraban con ardiente lujuria mientras mordía sus labios. —¡Ah, Elena!— exclamó él, acariciando mis cabellos con delicadeza, recogiéndolos en una coleta para tener mejor control de la escena. De súbito, su ímpetu creció, y comenzó a embestirme con tal vigor que apenas pude contener el aliento, sintiendo cómo mi garganta se ahogaba. Tosí, y el malestar me llevó a verter mi incomodidad en el suelo. Alcé mi mirada desafiante, y él, expectante, me observó con curiosidad. —Perdóname —murmuró, acariciando mi rostro. Le aparté y continué con mis labores hasta que, finalmente, su semilla fue vertida en mis labios. —¡Ah, Elena, tómalo todo!— exclamó en medio de su éxtasis, y aunque el sabor no fue de mi agrado, obedecí sin rechistar. Su sonrisa fue vista mientras mordía sus labios, y yo, exhausta, caí al suelo, sin apenas fuerzas para mirarle. De reojo, noté cómo su virilidad, ahora menguante, permanecía bañada en los fluidos de su pasión, pero rápidamente desvié mi mirada. —¿A dónde vas?— inquirió con voz autoritaria al ver que me levantaba para partir. —A mi alcoba, señor— respondí con tono contenido. —No he dado orden para que te retires— replicó, irritado mientras ajustaba su vestimenta —, la próxima vez, pide permiso antes de marcharte. Ahora, puedes irte. —Mis disculpas, mi señor— respondí con una reverencia, oculta en el resentimiento que comenzaba a hervir en mi pecho. —Y no te enfades— añadió, haciéndome volver la vista por un instante antes de marcharme, contrariada por sus palabras. El hombre, aunque noble de cuna, era a veces de carácter enervante, con actitudes que me desconcertaban. Regresé a mi estancia, y tras un rato de reflexión, me dejé caer en el lecho, buscando consuelo en el sueño. Al día siguiente, el sol despuntó en el horizonte, trayendo consigo un aire fresco y renovador. Me levanté con el alma más tranquila, y durante mis quehaceres, me asomé a la barandilla del balcón. Fue entonces que, sin previo aviso, una fuerte palmada resonó en mis nalgas, haciéndome sobresaltar. Al voltear, lo vi, riendo con esa picardía que tanto me perturbaba. Desconcertada y molesta, me retiré para recuperar la calma. Aunque el era muy educado y honorable, conmigo desvelaba un lado que nadie más conocía, ni siquiera él mismo, sospechaba yo. Pero decidí apartar aquellos pensamientos y volví a mis labores, dedicando la jornada a mis deberes. Al anochecer, cuando creía que el día terminaría en paz, encontré un pesado saco de monedas colgando de la puerta de mi cuarto, acompañado de una pequeña misiva. "Quisiera verte esta noche en la torre." Mi corazón se agitó, y con el ceño fruncido, entré en mi aposento para revisar el contenido. Dentro, hallé, junto a las monedas, finas prendas de gran valor. ¿Hasta cuándo se prolongaría esta humillación? Sin embargo, siguiendo las indicaciones, me presenté en la torre, donde lo encontré contemplando la luna en todo su esplendor. —Mi señor— musité, manteniéndome a cierta distancia tras él. —La luna está radiante esta noche, ¿no es así, Elena?— me preguntó sin voltear. —Sí, mi señor— respondí, tratando de contener la tristeza que invadía mis palabras. —Ella es nuestra luz en la oscuridad. Deberíamos estar agradecidos por su presencia— dijo mientras se sentaba en una banca cercana. —Siéntate— ordenó, señalando una banca enfrente de él. Pero yo, con respeto, evité mirarlo directamente. —¿Qué opinas tú?— prosiguió. —Es tan hermosa como lo decís, mi señor— respondí, observándola con ojos cargados de melancolía. —Quizá deberías pedirle un deseo— sugerí, mirándome con una sonrisa que escapaba de su rostro. —Tal vez— respondí, esbozando una leve sonrisa—. Si el deseo proviene del corazón y está en nuestro destino, podría cumplirse. —¿Tú crees?— replicó él, con una ternura inesperada. Me atreví a darle una breve mirada antes de desviar la vista nuevamente hacia la luna. —mm - miró la luna y luego me miro a mi - ya –ya? - reí soprendida - debo admitir que me da curiosidad pero si me lo dice lo mas probable no se le cumpla a lo que el rió tambien pero esta vez de forma mas coqueta. --Y tú, Elena, ¿deseas algo? —No tengo deseos, mi señor— respondí con honestidad. —¿Cómo es posible?— preguntó, algo sorprendido. —No lo sé— contesté cortante, mientras me abrazaba a mí misma para protegerme del frío. Al notar mi incomodidad, se quitó su capa y la colocó sobre mis hombros. —Mi señor...— balbuceé, incómoda por su gesto. —No arruines el momento— dijo, volviendo a su asiento. –No deseas... no lo se.... casarte, tener hijos? Una mejor casa tal vez! Emm... un mejor empleo? No lo sé - dijo –no– a lo que lo hice reír y lo miré haciéndome reir a mi también - si va a pasar que pasé —buena filosofía... — respondió después de un rato mirar la luna. El eran tan hermoso y apuesto, no se porque me elegiría a mi para acostarme con el. —y te gusta a alguien? — preguntó algo nervioso —no y a usted? +no tampoco — dijo mirándome con una pequeña y sensual sonrisa en sus labios. Lo que me hizo respirar profundamente. Y así, bajo la luz de la luna, se desvanecieron las palabras, dejando solo el susurro del viento entre nosotros.Después de disfrutar en silencio de la brisa y la luna, él tomó mi rostro entre sus manos, observándome con atención, lo cual me llevó a mirarlo de igual manera. Se acercó, y por un momento pensé que me besaría, pero no lo hizo. En cambio, sus ojos recorrieron mi rostro y mis labios con deseo. Sus dedos acariciaron mi cabello con delicadeza antes de retirarse y ponerse de pie. -Levántate -ordenó, su voz firme. Obedecí sin rechistar, bajando la mirada en señal de respeto. -Colócate allí, junto a la abertura -dijo, señalando un hueco en el muro sin ventana, por donde se filtraba la luz de la luna. Sabía lo que vendría después. Me coloqué en el lugar indicado, mi corazón pesado, esperando lo inevitable. Escuché el sonido de su cinturón al desatarse. Se acercó, y sus manos, frías como el acero, empezaron a levantar mi vestido con lentitud mientras rozaba mis muslos. Cuando estuvo alzado, sentí cómo su cuerpo se pegaba al mío, su erección presionando contra mi intimidad, despertando en
Tras el príncipe bajarse de su fiero dragón, tomó su espada y comenzó a practicar con una destreza y fuerza tales, que en todo su entrenamiento no hubo quien le superase. Las damas que por allí paseaban, al verlo, quedaron aún más prendadas de su gallardía y habilidad. Yo, que observaba desde la distancia, me llené de desdén. Aunque ante los demás parecía un hombre recto y virtuoso, yo bien sabía que su nobleza no era más que una fachada. Su continua arrogancia y el modo en que todos lo alababan, salvo yo, me provocaban una furia contenida. Quería que todo eso acabase, pero él insistía en que debía seguir presentándome ante su presencia, bajo veladas amenazas. Perdida en mis pensamientos de desprecio, me percaté de que me observaba desde lejos mientras afilaba su espada. Mi rostro, sucio y sudado, mostraba el desagrado que me provocaba, mientras mis manos temblaban de rabia. Al cruzar nuestras miradas, él esbozó una ligera sonrisa que solo alimentó mi deseo de marcharme cua
—Has cometido un error hoy —recalcó él, mientras seguía acariciándome. Su voz sonaba tan varonil que me costaba no derretirme por él.—Majestad, tu me besaste, y olvidé que no debía tocarteÉl comenzó a reír.—Shh... ¿y si, para remediar ese error, sigues viniendo? Así evitarás el castigo, claro —dijo, acercándose más a mí, al punto de que sentí su respiración sobre mis labios. Me miraba a los ojos, luego a mis labios, y me dio un suave beso que me hizo dar un pequeño brinco, pues no lo esperaba. Él rió ante mi reacción, y yo solo lo miré, avergonzada, quedándome en silencio.—Eres tan dulce y encantadora, tan diferente —dijo, mientras acariciaba mi cabello.—Perdona el atrevimiento, pero... ¿siempre te sales con la tuya? —le pregunté.—Sí, casi siempre. Soy el príncipe, así que... —respondió con una sonrisa mientras seguía acariciándome.—Además, trato de pensar bien las cosas antes de hacerlas, y por eso me salen bien —añadió con aire confiado.—Pues eres... eres talentoso porque to
Luego de que él se fuera frustrado, yo me levanté, ahora más tranquila, para irme a casa. Mientras bajaba las escaleras, vigilé que no hubiese nadie pasando y caminé hasta encontrarme con mi jefa.—¡Hey! Qué bueno que te encuentro, Elena, porque tengo malas noticias —dijo, y me estremecí.—Creo que deberás trabajar hoy, porque una de tus compañeras se enfermó gravemente —mencionó, a lo que yo suspiré, molesta.—Tranquila, al menos te lo van a pagar —agregó.Sin más opción, acepté y fui a cambiarme con mi uniforme de sirvienta. Ella no sospechó nada, supongo que porque pensó que me había vestido para irme a mi casa en el pueblo. Esa noche dormí en mi cuarto del sótano. Me puse manos a la obra, ya que era muy importante mantener todo impecable, especialmente porque traerían invitados. Había una gran fiesta en la que, además, el príncipe podría encontrar pareja, algo que me preocupaba y me causaba un nudo en el pecho, una sensación que no debería tener, ya que confundía las cosas.Mient
Después de esa tragedia, una compañera de trabajo llamada Amantina vino a mi casa a contarme lo sucedido, y quedé impactada. Porque, justamente esa noche, había hecho lo que hice, y ahora sentía un peso de culpabilidad inquebrantable. No sabía qué hacer ni qué decir, ya que me imaginaba que Alan estaba devastado por todo lo ocurrido esa noche, y, además, debía reinar.Amantina me contó todo muy amablemente, a pesar de que casi nunca le había dirigido la palabra. Solo le hablaba de vez en cuando y la ayudaba a realizar sus tareas; fue la única con la que logré tener un poco más de conversación. Era una chica muy hermosa, de cabello castaño y un poco robusta, pero muy femenina. Era graciosa, y conmigo se complementaba, porque las dos nos reíamos aún más juntas. Pero este era un momento preocupante y complicado.Era ahora cuando más nuestra jefa nos necesitaba para hacer una limpieza agotadora y profunda.Así que, nerviosa, me vestí mientras Amantina me esperaba, y caminamos hacia el r
El rey Alan, ahora sentado en su trono, infeliz y melancólico, escuchaba las peticiones de su pueblo. Fue bondadoso y realista con cada persona, aclarando tanto lo que podía cumplir como lo que no.Después, con la corona aún sobre su cabeza, se dirigió a la corte junto a su primo, donde hablaron sobre asuntos económicos, barcos y otros temas de estado.Alan debía celebrar una gran fiesta y un torneo en honor a su reinado, pero no deseaba acceder a tal evento. Se sentía abrumado y deprimido. Su primo intentaba motivarlo, pero rara vez lograba sacarlo de ese estado. Alan estaba sumido en la tristeza por la muerte de sus padres y porque me había perdido, sin saber dónde estaba ni qué había sido de mí.Llevaba días encerrado en su habitación, detestando al mundo entero. No hablaba con nadie ni salía de sus aposentos. No quería asistir a la corte, y mucho menos sentarse en el trono. Sin embargo, cuando surgían asuntos importantes, salía con diligencia, pues era un rey de palabra y no des
Alan estaba convencido de que podría encontrarme, así que habló con uno de sus consejeros de confianza y le confió un secreto:—Quiero que busques a una chica llamada Elena, es una de las sirvientas de los pisos de abajo. Nunca suben aquí, por lo que tendrás que ser muy sigiloso. Habla con su jefa, haz preguntas discretas y que te muestre quién es. Dale una buena cantidad de monedas para comprar su silencio. Y además, dale este mandato: si alguien llega a enterarse de esto, yo mismo cortaré su lengua, y la tuya también. Síguela, día y noche.—Quiero saber cada detalle, incluso el más pequeño, sobre ella. Sé discreto, y que no te vea, porque si lo hace, estarás en serios problemas conmigo. ¡Ve! —ordenó el rey, con una mirada firme y peligrosa.El consejero, Struck, era fiel al rey, y aceptó el encargo sin dudarlo. Desde ese momento, me siguió en silencio, sin que yo notara nada. Mientras, yo continuaba con mis tareas diarias, trabajando en el jardín y ayudando en la cocina con las demá
Mientras caminaba por el bosque, el crujido de unas hojas me alertó. Al voltear, lo vi a él, con su imponente presencia y su capa ligera ondeando en el viento, siguiéndome de cerca.—¿Qué? —pregunté, con el corazón acelerado, cuando de repente me agarró por la cintura y me atrajo hacia su cuerpo.—Llévame a tu casa... a tu casa en el pueblo —exigió, con la respiración agitada, su rostro rozando el mío, el calor de su piel haciendo que el mundo se desvaneciera a nuestro alrededor.—¿Por qué? —pregunté, asustada pero incapaz de alejarme de él.—Porque lo digo yo... y tú lo sabes —su tono era intenso, casi autoritario, pero sus ojos brillaban con una lujuria que me hacía temblar.Me llevó hacia su caballo, y cuando intenté protestar, le dije temerosa—. Majestad, los caballos me dan miedo...Sin pensarlo el se rió y dandole ternura me levantó entre sus fuertes brazos y frente a él en la montura, nuestros cuerpos ahora completamente pegados.—No te caerás... —susurró contra mi oído, su ri