Capitulo 3 Susurros de la Luna: Entre el deseo y el deber

En la penumbra del lugar, sentí su mirada cargada de deseo, observando su virilidad, erguida y llena de fuerza. Sorprendida y obediente, caí de rodillas ante su mandato, dispuesta a cumplir su voluntad sin demora.

Así, con suavidad, tomé su carne en mis labios, dejándome llevar por sus suspiros entrecortados y los gruñidos que escapaban de su boca. Sus ojos, perdidos en el placer, me miraban con ardiente lujuria mientras mordía sus labios.

—¡Ah, Elena!— exclamó él, acariciando mis cabellos con delicadeza, recogiéndolos en una coleta para tener mejor control de la escena.

De súbito, su ímpetu creció, y comenzó a embestirme con tal vigor que apenas pude contener el aliento, sintiendo cómo mi garganta se ahogaba.

Tosí, y el malestar me llevó a verter mi incomodidad en el suelo. Alcé mi mirada desafiante, y él, expectante, me observó con curiosidad.

—Perdóname —murmuró, acariciando mi rostro. Le aparté y continué con mis labores hasta que, finalmente, su semilla fue vertida en mis labios.

—¡Ah, Elena, tómalo todo!— exclamó en medio de su éxtasis, y aunque el sabor no fue de mi agrado, obedecí sin rechistar. Su sonrisa fue vista mientras mordía sus labios, y yo, exhausta, caí al suelo, sin apenas fuerzas para mirarle.

De reojo, noté cómo su virilidad, ahora menguante, permanecía bañada en los fluidos de su pasión, pero rápidamente desvié mi mirada.

—¿A dónde vas?— inquirió con voz autoritaria al ver que me levantaba para partir.

—A mi alcoba, señor— respondí con tono contenido.

—No he dado orden para que te retires— replicó, irritado mientras ajustaba su vestimenta —, la próxima vez, pide permiso antes de marcharte. Ahora, puedes irte.

—Mis disculpas, mi señor— respondí con una reverencia, oculta en el resentimiento que comenzaba a hervir en mi pecho.

—Y no te enfades— añadió, haciéndome volver la vista por un instante antes de marcharme, contrariada por sus palabras.

El hombre, aunque noble de cuna, era a veces de carácter enervante, con actitudes que me desconcertaban.

Regresé a mi estancia, y tras un rato de reflexión, me dejé caer en el lecho, buscando consuelo en el sueño. Al día siguiente, el sol despuntó en el horizonte, trayendo consigo un aire fresco y renovador.

Me levanté con el alma más tranquila, y durante mis quehaceres, me asomé a la barandilla del balcón. Fue entonces que, sin previo aviso, una fuerte palmada resonó en mis nalgas, haciéndome sobresaltar.

Al voltear, lo vi, riendo con esa picardía que tanto me perturbaba. Desconcertada y molesta, me retiré para recuperar la calma.

Aunque el era muy educado y honorable, conmigo desvelaba un lado que nadie más conocía, ni siquiera él mismo, sospechaba yo.

Pero decidí apartar aquellos pensamientos y volví a mis labores, dedicando la jornada a mis deberes.

Al anochecer, cuando creía que el día terminaría en paz, encontré un pesado saco de monedas colgando de la puerta de mi cuarto, acompañado de una pequeña misiva.

"Quisiera verte esta noche en la torre."

Mi corazón se agitó, y con el ceño fruncido, entré en mi aposento para revisar el contenido. Dentro, hallé, junto a las monedas, finas prendas de gran valor. ¿Hasta cuándo se prolongaría esta humillación?

Sin embargo, siguiendo las indicaciones, me presenté en la torre, donde lo encontré contemplando la luna en todo su esplendor.

—Mi señor— musité, manteniéndome a cierta distancia tras él.

—La luna está radiante esta noche, ¿no es así, Elena?— me preguntó sin voltear.

—Sí, mi señor— respondí, tratando de contener la tristeza que invadía mis palabras.

—Ella es nuestra luz en la oscuridad. Deberíamos estar agradecidos por su presencia— dijo mientras se sentaba en una banca cercana.

—Siéntate— ordenó, señalando una banca enfrente de él. Pero yo, con respeto, evité mirarlo directamente.

—¿Qué opinas tú?— prosiguió.

—Es tan hermosa como lo decís, mi señor— respondí, observándola con ojos cargados de melancolía.

—Quizá deberías pedirle un deseo— sugerí, mirándome con una sonrisa que escapaba de su rostro.

—Tal vez— respondí, esbozando una leve sonrisa—. Si el deseo proviene del corazón y está en nuestro destino, podría cumplirse.

—¿Tú crees?— replicó él, con una ternura inesperada.

Me atreví a darle una breve mirada antes de desviar la vista nuevamente hacia la luna.

—mm - miró la luna y luego me miro a mi - ya

–ya? - reí soprendida - debo admitir que me da curiosidad pero si me lo dice lo mas probable no se le cumpla a lo que el rió tambien pero esta vez de forma mas coqueta.

--Y tú, Elena, ¿deseas algo?

—No tengo deseos, mi señor— respondí con honestidad.

—¿Cómo es posible?— preguntó, algo sorprendido.

—No lo sé— contesté cortante, mientras me abrazaba a mí misma para protegerme del frío.

Al notar mi incomodidad, se quitó su capa y la colocó sobre mis hombros.

—Mi señor...— balbuceé, incómoda por su gesto.

—No arruines el momento— dijo, volviendo a su asiento.

–No deseas... no lo se.... casarte, tener hijos? Una mejor casa tal vez! Emm... un mejor empleo? No lo sé - dijo

–no– a lo que lo hice reír y lo miré haciéndome reir a mi también - si va a pasar que pasé

—buena filosofía... — respondió después de un rato mirar la luna.

El eran tan hermoso y apuesto, no se porque me elegiría a mi para acostarme con el.

—y te gusta a alguien? — preguntó algo nervioso

—no y a usted?

+no tampoco — dijo mirándome con una pequeña y sensual sonrisa en sus labios. Lo que me hizo respirar profundamente.

Y así, bajo la luz de la luna, se desvanecieron las palabras, dejando solo el susurro del viento entre nosotros.

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