Tras el príncipe bajarse de su fiero dragón, tomó su espada y comenzó a practicar con una destreza y fuerza tales, que en todo su entrenamiento no hubo quien le superase. Las damas que por allí paseaban, al verlo, quedaron aún más prendadas de su gallardía y habilidad.
Yo, que observaba desde la distancia, me llené de desdén. Aunque ante los demás parecía un hombre recto y virtuoso, yo bien sabía que su nobleza no era más que una fachada. Su continua arrogancia y el modo en que todos lo alababan, salvo yo, me provocaban una furia contenida. Quería que todo eso acabase, pero él insistía en que debía seguir presentándome ante su presencia, bajo veladas amenazas. Perdida en mis pensamientos de desprecio, me percaté de que me observaba desde lejos mientras afilaba su espada. Mi rostro, sucio y sudado, mostraba el desagrado que me provocaba, mientras mis manos temblaban de rabia. Al cruzar nuestras miradas, él esbozó una ligera sonrisa que solo alimentó mi deseo de marcharme cuanto antes. Su altanería crecía día tras día, cegado por su habilidad de que era bueno en todo, pero yo conocía su verdadera naturaleza, esa que revelaba bajo el manto de la noche. A pesar de mi disgusto, los dos días de descanso que me aguardaban aliviaron mi ánimo, y con renovado vigor limpié las zonas que me correspondían mas motivada. Sin embargo, al barrer los bancos del salón, hallé un pequeño bolso suyo oculto bajo una de las bancas, que me indicaba que debía acudir, como siempre, a su aposento. Frustrada, llevé el bolso de monedas a mi cuarto juntos a los demas, y cuando llegó la hora, con pesar me cambié para presentarme ante él. Pero esta vez no podía ocultar mi enojo. —Majestad —dije con la voz temblorosa, sin atreverme a mirarle directamente, mi mirada perdida entre la tristeza y el rencor. Él, al notar mi gesto, se levantó y se acercó lentamente, quedando frente a mí sin pronunciar palabra alguna. —¿Es así como recibes a tu príncipe, a tu señor? —inquirió molesto, lo que encendió aún más mi ira. Le observé de reojo, y a pesar de mi desprecio, no pude evitar notar lo gallardo que lucía con su atuendo regio. Pero reprimí esos pensamientos y mantuve mi postura. —¿Qué sucede? —preguntó, alzando mi rostro con suavidad. —¿Por cuánto tiempo más debo soportar esto? —pregunté con voz quebrada. Él, visiblemente irritado, se volvió hacia su lecho y con firmeza ordenó: —¡Ven aquí, ahora mismo! —¿Por qué? ¿Qué es lo que esperas de mí? —exclamé retrocediendo unos pasos, mientras él avanzaba con una mirada amenazante. —¿Te atreves a cuestionarme? —preguntó, acercándose cada vez más. —¡Busca a otra! ¡Paga a alguien que se dedique a esto, es humillante! —grité, mi voz llena de indignación. Pero en ese instante, él se abalanzó sobre mí, sujetando mi cuello con fuerza. Mi respiración se volvió difícil, y antes de que pudiera reaccionar, me besó de forma apasionada, soltando lentamente su agarre. El desconcierto me invadió, y aunque intenté resistirme, su fuerza me dominaba. Me vi atrapada en un beso largo y arrebatado, hasta que, sin saber cómo, comencé a corresponderle y a tocarlo. Me alzó con facilidad, mis piernas rodearon su cintura mientras me llevaba contra la pared, su mirada de fiera me envolvía. Atrapada entre sus brazos, no pude evitar perderme en ese acto, acariciando su rostro y su cabello, presa del fervor del momento. Con destreza me llevó al lecho, despojándose de su ropa con desesperación. Yo, asustada, me acurruqué en el cabecero de la cama, pero él, sin perder tiempo, me dio la vuelta y rápidamente desnudó mi cuerpo. Su urgencia me sobrepasaba, y cuando finalmente se unió a mí penetrandome, sus besos y caricias fueron tan intensos que mi resistencia cedió por completo. Jadeando y embriagada por el deseo, sentía que el control de la situación se desvanecía. Apenas podía contenerme, y entre susurros, exclamé: —Majestad, no puedo más... Él, entre jadeos, respondió: —Entrégate a mí, como yo me entrego a ti. Y así, ambos nos dejamos llevar por el frenesí de aquel encuentro. Cuando el éxtasis nos alcanzó, nuestros cuerpos permanecieron juntos, su frente apoyada en la mía, compartiendo el aliento agitado. En ese instante, el mundo pareció detenerse. Finalmente, él se tumbó a mi lado, sus manos recorrieron suavemente mi piel, y con una voz suave, pronunció: —Eres hermosa. Una ligera sonrisa se dibujó en mis labios, pero aún atormentada por todo lo ocurrido, no pude evitar preguntar: —Majestad... ¿Puedo retirarme? —No —respondió, con una satisfacción que me heló el alma, mientras seguía acariciándome.—Has cometido un error hoy —recalcó él, mientras seguía acariciándome. Su voz sonaba tan varonil que me costaba no derretirme por él.—Majestad, tu me besaste, y olvidé que no debía tocarteÉl comenzó a reír.—Shh... ¿y si, para remediar ese error, sigues viniendo? Así evitarás el castigo, claro —dijo, acercándose más a mí, al punto de que sentí su respiración sobre mis labios. Me miraba a los ojos, luego a mis labios, y me dio un suave beso que me hizo dar un pequeño brinco, pues no lo esperaba. Él rió ante mi reacción, y yo solo lo miré, avergonzada, quedándome en silencio.—Eres tan dulce y encantadora, tan diferente —dijo, mientras acariciaba mi cabello.—Perdona el atrevimiento, pero... ¿siempre te sales con la tuya? —le pregunté.—Sí, casi siempre. Soy el príncipe, así que... —respondió con una sonrisa mientras seguía acariciándome.—Además, trato de pensar bien las cosas antes de hacerlas, y por eso me salen bien —añadió con aire confiado.—Pues eres... eres talentoso porque to
Luego de que él se fuera frustrado, yo me levanté, ahora más tranquila, para irme a casa. Mientras bajaba las escaleras, vigilé que no hubiese nadie pasando y caminé hasta encontrarme con mi jefa.—¡Hey! Qué bueno que te encuentro, Elena, porque tengo malas noticias —dijo, y me estremecí.—Creo que deberás trabajar hoy, porque una de tus compañeras se enfermó gravemente —mencionó, a lo que yo suspiré, molesta.—Tranquila, al menos te lo van a pagar —agregó.Sin más opción, acepté y fui a cambiarme con mi uniforme de sirvienta. Ella no sospechó nada, supongo que porque pensó que me había vestido para irme a mi casa en el pueblo. Esa noche dormí en mi cuarto del sótano. Me puse manos a la obra, ya que era muy importante mantener todo impecable, especialmente porque traerían invitados. Había una gran fiesta en la que, además, el príncipe podría encontrar pareja, algo que me preocupaba y me causaba un nudo en el pecho, una sensación que no debería tener, ya que confundía las cosas.Mient
Después de esa tragedia, una compañera de trabajo llamada Amantina vino a mi casa a contarme lo sucedido, y quedé impactada. Porque, justamente esa noche, había hecho lo que hice, y ahora sentía un peso de culpabilidad inquebrantable. No sabía qué hacer ni qué decir, ya que me imaginaba que Alan estaba devastado por todo lo ocurrido esa noche, y, además, debía reinar.Amantina me contó todo muy amablemente, a pesar de que casi nunca le había dirigido la palabra. Solo le hablaba de vez en cuando y la ayudaba a realizar sus tareas; fue la única con la que logré tener un poco más de conversación. Era una chica muy hermosa, de cabello castaño y un poco robusta, pero muy femenina. Era graciosa, y conmigo se complementaba, porque las dos nos reíamos aún más juntas. Pero este era un momento preocupante y complicado.Era ahora cuando más nuestra jefa nos necesitaba para hacer una limpieza agotadora y profunda.Así que, nerviosa, me vestí mientras Amantina me esperaba, y caminamos hacia el r
El rey Alan, ahora sentado en su trono, infeliz y melancólico, escuchaba las peticiones de su pueblo. Fue bondadoso y realista con cada persona, aclarando tanto lo que podía cumplir como lo que no.Después, con la corona aún sobre su cabeza, se dirigió a la corte junto a su primo, donde hablaron sobre asuntos económicos, barcos y otros temas de estado.Alan debía celebrar una gran fiesta y un torneo en honor a su reinado, pero no deseaba acceder a tal evento. Se sentía abrumado y deprimido. Su primo intentaba motivarlo, pero rara vez lograba sacarlo de ese estado. Alan estaba sumido en la tristeza por la muerte de sus padres y porque me había perdido, sin saber dónde estaba ni qué había sido de mí.Llevaba días encerrado en su habitación, detestando al mundo entero. No hablaba con nadie ni salía de sus aposentos. No quería asistir a la corte, y mucho menos sentarse en el trono. Sin embargo, cuando surgían asuntos importantes, salía con diligencia, pues era un rey de palabra y no des
Alan estaba convencido de que podría encontrarme, así que habló con uno de sus consejeros de confianza y le confió un secreto:—Quiero que busques a una chica llamada Elena, es una de las sirvientas de los pisos de abajo. Nunca suben aquí, por lo que tendrás que ser muy sigiloso. Habla con su jefa, haz preguntas discretas y que te muestre quién es. Dale una buena cantidad de monedas para comprar su silencio. Y además, dale este mandato: si alguien llega a enterarse de esto, yo mismo cortaré su lengua, y la tuya también. Síguela, día y noche.—Quiero saber cada detalle, incluso el más pequeño, sobre ella. Sé discreto, y que no te vea, porque si lo hace, estarás en serios problemas conmigo. ¡Ve! —ordenó el rey, con una mirada firme y peligrosa.El consejero, Struck, era fiel al rey, y aceptó el encargo sin dudarlo. Desde ese momento, me siguió en silencio, sin que yo notara nada. Mientras, yo continuaba con mis tareas diarias, trabajando en el jardín y ayudando en la cocina con las demá
Mientras caminaba por el bosque, el crujido de unas hojas me alertó. Al voltear, lo vi a él, con su imponente presencia y su capa ligera ondeando en el viento, siguiéndome de cerca.—¿Qué? —pregunté, con el corazón acelerado, cuando de repente me agarró por la cintura y me atrajo hacia su cuerpo.—Llévame a tu casa... a tu casa en el pueblo —exigió, con la respiración agitada, su rostro rozando el mío, el calor de su piel haciendo que el mundo se desvaneciera a nuestro alrededor.—¿Por qué? —pregunté, asustada pero incapaz de alejarme de él.—Porque lo digo yo... y tú lo sabes —su tono era intenso, casi autoritario, pero sus ojos brillaban con una lujuria que me hacía temblar.Me llevó hacia su caballo, y cuando intenté protestar, le dije temerosa—. Majestad, los caballos me dan miedo...Sin pensarlo el se rió y dandole ternura me levantó entre sus fuertes brazos y frente a él en la montura, nuestros cuerpos ahora completamente pegados.—No te caerás... —susurró contra mi oído, su ri
Después de esa noche inolvidable, caminé hacia la cocina en la mañana para beber un vaso de agua que había en la cubeta, hasta que escuché la puerta y rápidamente la abrí. Era un chico de pelo corto y blanco, desesperado. —¡Tienes que ayudarme, por favor! —dijo asustado, mirando hacia todos lados. Pero como no lo conocía, no podía dejarlo pasar. —Es que no te conozco. ¿Qué necesitas? ¿Quién eres? —pregunté, cerrando la puerta tras de mí mientras salía afuera. —¡Te explico después! ¡Escóndeme! —me dijo, muy angustiado. —Mira, ahora mismo no puedo porque hay alguien conmigo, pero si quieres, escóndete detrás de la casa —le dije, y él corrió a abrir la pequeña puerta de mi patio trasero para ocultarse. Asustada por la situación, miré a mi alrededor. Cuando vi que varios hombres y soldados del reino venían buscándolo, disimulé y entré. Al verificar que Alan seguía plácidamente durmiendo, lo acaricié. Se despertó como un bebé, bostezando y estirándose al verme acariciándolo y sonrien
Al despertar, sentí un sobresalto en el pecho al descubrir a Alan, de pie junto a la cama. Su desnudez quedaba expuesta ante mis ojos, revelando la magnificencia de su cuerpo. —¿Qué hacéis allí? —pregunté, incorporándome con premura, los nervios apoderándose de mí. —Os contemplo, ¿no puedo acaso? —repuso él, con una sonrisa pícara que encendía en mí un fuego incontrolable, mientras comenzaba a trepar sobre la cama con la gracia de un cazador al acecho. Sentí en mi interior una calidez creciente, y no pude resistir. Antes de que lograse alcanzarme, me lancé sobre él con ímpetu, mis labios buscando los suyos con deseo. En el acto, nuestros cuerpos se encontraron, y sus músculos poderosos cedieron bajo el peso de mi pasión. —¡Eres majestuoso! —exclamé, mis manos recorriendo su fuerte pecho, mientras sus ojos me contemplaban, impresionado por mi osadía. Mi piel desnuda se fundía con la suya en un abrazo fervoroso. —No, vos sois la majestuosa —murmuró, en un intento de voltear la sit