El día había llegado y Alejandro no sabía ni desde que hora estaba despierto. Sus manos llenas de harina, al igual que todo su rostro, sentía harina hasta en los oídos, en los ojos, por todas partes.Ariel se movía con gracia en la cocina, mientras el horno hacía lo suyo.Había tantos sabores que ya Alejandro no sabía cuál era cuál, pero Ariel tenía todo bajo control, porque a pesar de que era su primera vez, estaba muy emocionada, más que inspirada, quería ganar tanto como Alejandro y él no dejaba de repetirle que tenían que ganar.El día anterior él había comprado un uniforme a juego para ambos, a ser utilizados en la venta de los pastelillos en la feria.—¿No es un poco exagerado? — Preguntó Ariel al notar que iban a juego.—¿Exagerado? Somos un equipo. No le veo lo exagerado—dijo, sonriendo.Llevaron todas las cosas al coche y fueron para tomar sus puestos en la feria.Al llegar allí, lo primero que notó Alejandro era que tenían un mal lugar, es decir, la posición que les había to
Regresó junto a él, se quedó observando su rostro y no le pareció que se viera tan mayor, desde luego que sí más que ella, pero no como para criticar o juzgar la pareja que ambos formaban.Alejandro era un hombre muy apuesto, pero el aspecto de Ariel era un tanto infantil.—No nos vemos tan mal.— Dijo en voz baja.A lo lejos, Fabio miraba los puestos, sin lograr ver donde estaba su amigo, porque definitivamente ellos no quedaban de cara al público.Fue necesario llamar a Alejandro para que le indicara dónde estaban. Cuando llegó hasta ellos, no perdió la oportunidad de fotografiar a su amigo y luego reírse un poco mientras Alejandro mantenía una expresión seria.—Ariel.— Se acercó a ella y le dio dos besos. —He venido para comprar un pastelillo, ¿cuál sabor me recomiendas?— Observó la gran variedad y ella le brindó el de chocolate. Alejandro recibió el dinero y Fabio se hizo a un lado.Cuando Ariel observó las personas que estaban detrás de Fabio, ella había pensado que esas personas
Alejandro escuchó un sonido extraño y no recibió respuesta al volver a llamar a la puerta.Preocupado, decidió entrar.Miró el desastre que había en la habitación y a Ariel desmayada en el suelo, junto a sus vómitos.—¡Ariel!— La tomó en sus brazos y la dejó en la cama, apartó el cabello de su cara y limpió su boca, tomó su móvil y llamó a una ambulancia. —Ariel, despierta.— Tocaba su cara, ella movió un poco los ojos y al final comenzó a reaccionar.—Estoy…mareada.— Dijo sin fuerzas.—Hemos trabajado mucho este fin de semana, solo estás muy agotada. Ya llamé a una ambulancia, te pondrás bien.—Tengo sueño.— Cerró otra vez los ojos.Cuando la ambulancia llegó, comenzaron a revisar a Ariel y al final la llevaron al hospital.Estaban a la espera de algunos análisis.El doctor asignado se acercó a ellos con los resultados.Ariel dormía.—Parece ser que está muy agotada, señor Fendi. Su esposa debe de guardar reposo y lo más conveniente es que le hagamos una transfusión de sangre. La anem
Ariel estaba recostada a su cama, Alejandro había acomodado sus almohadas, dejándola a una buena altura para comodidad de su espalda y su cuello, que también le dolían.—Gracias por limpiar la habitación, siento que hayas tenido que hacerlo.— Dijo. El olor que había era muy agradable.—No fue nada. Necesito hablar algo contigo, mañana tenemos que ir a otro doctor y…tengo que decirte algo.— Se sentía nervioso y a la vez muy triste porque aquel descuido había sido de él y nunca pensó en esa posibilidad, sobre todo porque ya habían pasado dos meses de ese hecho y ella nunca expresó sentirse diferente o extraña. —¿Qué tanto sabes de tu cuerpo?—preguntó directamente.Sabía que Ariel se había criado en las calles, que no estuvo todo el tiempo con su madre… que no tuvo una vida normal.—¿Qué pregunta es esa? ¿Qué tengo que saber de mi cuerpo? Sé lo necesario.—respondió Ariel.—Lo que quiero decir es…¡no sé qué tanto sabes! Y pensar en explicarte esto, me da dolor de cabeza. No sé hasta donde
Ariel se levantó cuando apenas el sol comenzaba a asomarse por el horizonte. No había dormido casi nada. Las horas se le hicieron eternas entre las sábanas, con la mente atrapada en una tormenta de pensamientos y los ojos ardiendo de tanto llorar. Se sentía exhausta, tanto física como emocionalmente. Caminó en automático hacia el baño y se dio una ducha rápida, con el agua tibia corriendo por su piel, esperando que le ayudara a despejar la mente, aunque fuera un poco. Cuando se miró en el espejo, apenas se reconoció: sus ojos hinchados, su rostro pálido, reflejaban el peso de los últimos días.Se vistió sin pensar demasiado en su atuendo, solo quería cubrirse con algo cómodo. Al salir del baño, el olor a café recién hecho llegó a sus fosas nasales. Alejandro estaba allí, en la cocina, preparando el desayuno. Ariel lo miró un segundo, sin realmente verlo, y pasó junto a él sin prestarle atención a lo que cocinaba. Su estómago estaba revuelto, pero no quería discutir eso, no ahora. Sin
El silencio en el coche fue opresivo durante todo el trayecto de regreso. Ninguno de los dos se atrevió a hablar, como si las palabras pudieran romper algo aún más frágil que lo que ya estaba roto entre ellos. Ariel miraba por la ventana, pero no veía nada. Su mente estaba envuelta en una nube de confusión y tristeza. Todo había cambiado en cuestión de días, y ahora su vida pendía de un hilo, un hilo que apenas lograba sostener. Alejandro, a su lado, mantenía ambas manos firmemente aferradas al volante, con el rostro tenso y la mente en un torbellino de culpa y remordimientos.Cuando finalmente llegaron a la casa, Ariel apenas pudo contenerse. Caminó lentamente hacia la sala y se desplomó en el sofá, como si sus piernas ya no pudieran sostenerla más. Había estado conteniendo el dolor durante todo el viaje, intentando mantenerse firme, pero la sensación de vacío y desesperanza la consumía. Alejandro la observó por unos segundos desde la entrada, con los hombros caídos, como si llevara
El lunes amaneció gris y pesado, reflejando el estado de ánimo de Alejandro. Se levantó antes que Ariel, después de haber pasado la mayor parte de la noche en vela. Sabía que ese día no sería como cualquier otro. Lo que había sucedido el fin de semana seguía fresco en su mente, las palabras que no se habían dicho, el llanto de Ariel, y esa conversación que solo había dejado más incertidumbre entre ambos.Después de vestirse en silencio, Alejandro comenzó a organizar lo necesario. Había contratado una persona para que se encargara de las tareas del hogar, algo que, en otros tiempos, Ariel nunca habría permitido. Pero en su estado actual, la prioridad era que guardara reposo, que el bebé estuviera bien. Se aseguró de que todo estuviera en orden: desde las comidas que debía preparar el servicio hasta las tareas de limpieza y los horarios.Todo funcionaría con precisión, como cualquier asunto de negocios en su vida. Pero esta vez, no se trataba solo de una transacción o un acuerdo profesi
El vientre de Ariel había comenzado a crecer, y con él, también lo había hecho una nueva esperanza.Ahora, con casi cuatro meses de embarazo, cada día era una pequeña victoria, un día más en el que la vida dentro de ella seguía avanzando, creciendo, fortaleciéndose. Tanto ella como Alejandro habían dedicado todos sus esfuerzos a cuidarlo, a hacer todo lo posible para que ese milagro no se desvaneciera.El miedo de los primeros meses seguía presente, pero poco a poco, había sido sustituido por una nueva emoción, la alegría y la expectativa de sentir por primera vez a su bebé.Ariel estaba en su cama esa tarde, descansando como solía hacer desde que el médico le había recomendado reposo. Acariciaba su vientre casi de forma inconsciente, mientras sus pensamientos vagaban entre el presente y un futuro que empezaba a parecer menos incierto. Sentía cómo su cuerpo cambiaba, adaptándose a la vida que crecía dentro de ella. El miedo no había desaparecido del todo, pero esa tarde, mientras sus