|Capítulo veinticinco|

Habían pasado tres semanas desde que se casaron, desde que vivían en aquella casa.

Alejandro se marchaba muy temprano y regresaba a la hora del almuerzo, donde él había enseñado a Ariel a cocinar unos tres platillos y ella lo hacía lo mejor posible. Regresaba para no dejarla almorzar sola, ya que solo eran ellos dos.

Mientras ella se sumergía en la lectura con nuevos libros que él llevaba, Alejandro pasaba las horas en el despacho que ahora era suyo, las palabras escaseaban y solo se juntaban en las comidas.

La distancia era cada vez más grande entre ambos, compartiendo casa, pero en habitaciones separadas, una al lado de la otra.

Cuando Alejandro no estaba, ella solía salir a caminar, ya conocía a una mujer muy agradable en aquel lugar, que solo vivía a seis casas de la suya, su nombre era Berenice. Ella le había presentado a algunos vecinos y Ariel le expresó su inquietud por no saber cocinar la gran cosa, a lo que Berenice se ofreció a ayudarla con algunas recetas.

Berenice también
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