Ariel estaba recostada a su cama, Alejandro había acomodado sus almohadas, dejándola a una buena altura para comodidad de su espalda y su cuello, que también le dolían.—Gracias por limpiar la habitación, siento que hayas tenido que hacerlo.— Dijo. El olor que había era muy agradable.—No fue nada. Necesito hablar algo contigo, mañana tenemos que ir a otro doctor y…tengo que decirte algo.— Se sentía nervioso y a la vez muy triste porque aquel descuido había sido de él y nunca pensó en esa posibilidad, sobre todo porque ya habían pasado dos meses de ese hecho y ella nunca expresó sentirse diferente o extraña. —¿Qué tanto sabes de tu cuerpo?—preguntó directamente.Sabía que Ariel se había criado en las calles, que no estuvo todo el tiempo con su madre… que no tuvo una vida normal.—¿Qué pregunta es esa? ¿Qué tengo que saber de mi cuerpo? Sé lo necesario.—respondió Ariel.—Lo que quiero decir es…¡no sé qué tanto sabes! Y pensar en explicarte esto, me da dolor de cabeza. No sé hasta donde
Ariel se levantó cuando apenas el sol comenzaba a asomarse por el horizonte. No había dormido casi nada. Las horas se le hicieron eternas entre las sábanas, con la mente atrapada en una tormenta de pensamientos y los ojos ardiendo de tanto llorar. Se sentía exhausta, tanto física como emocionalmente. Caminó en automático hacia el baño y se dio una ducha rápida, con el agua tibia corriendo por su piel, esperando que le ayudara a despejar la mente, aunque fuera un poco. Cuando se miró en el espejo, apenas se reconoció: sus ojos hinchados, su rostro pálido, reflejaban el peso de los últimos días.Se vistió sin pensar demasiado en su atuendo, solo quería cubrirse con algo cómodo. Al salir del baño, el olor a café recién hecho llegó a sus fosas nasales. Alejandro estaba allí, en la cocina, preparando el desayuno. Ariel lo miró un segundo, sin realmente verlo, y pasó junto a él sin prestarle atención a lo que cocinaba. Su estómago estaba revuelto, pero no quería discutir eso, no ahora. Sin
El silencio en el coche fue opresivo durante todo el trayecto de regreso. Ninguno de los dos se atrevió a hablar, como si las palabras pudieran romper algo aún más frágil que lo que ya estaba roto entre ellos. Ariel miraba por la ventana, pero no veía nada. Su mente estaba envuelta en una nube de confusión y tristeza. Todo había cambiado en cuestión de días, y ahora su vida pendía de un hilo, un hilo que apenas lograba sostener. Alejandro, a su lado, mantenía ambas manos firmemente aferradas al volante, con el rostro tenso y la mente en un torbellino de culpa y remordimientos.Cuando finalmente llegaron a la casa, Ariel apenas pudo contenerse. Caminó lentamente hacia la sala y se desplomó en el sofá, como si sus piernas ya no pudieran sostenerla más. Había estado conteniendo el dolor durante todo el viaje, intentando mantenerse firme, pero la sensación de vacío y desesperanza la consumía. Alejandro la observó por unos segundos desde la entrada, con los hombros caídos, como si llevara
El lunes amaneció gris y pesado, reflejando el estado de ánimo de Alejandro. Se levantó antes que Ariel, después de haber pasado la mayor parte de la noche en vela. Sabía que ese día no sería como cualquier otro. Lo que había sucedido el fin de semana seguía fresco en su mente, las palabras que no se habían dicho, el llanto de Ariel, y esa conversación que solo había dejado más incertidumbre entre ambos.Después de vestirse en silencio, Alejandro comenzó a organizar lo necesario. Había contratado una persona para que se encargara de las tareas del hogar, algo que, en otros tiempos, Ariel nunca habría permitido. Pero en su estado actual, la prioridad era que guardara reposo, que el bebé estuviera bien. Se aseguró de que todo estuviera en orden: desde las comidas que debía preparar el servicio hasta las tareas de limpieza y los horarios.Todo funcionaría con precisión, como cualquier asunto de negocios en su vida. Pero esta vez, no se trataba solo de una transacción o un acuerdo profesi
El vientre de Ariel había comenzado a crecer, y con él, también lo había hecho una nueva esperanza.Ahora, con casi cuatro meses de embarazo, cada día era una pequeña victoria, un día más en el que la vida dentro de ella seguía avanzando, creciendo, fortaleciéndose. Tanto ella como Alejandro habían dedicado todos sus esfuerzos a cuidarlo, a hacer todo lo posible para que ese milagro no se desvaneciera.El miedo de los primeros meses seguía presente, pero poco a poco, había sido sustituido por una nueva emoción, la alegría y la expectativa de sentir por primera vez a su bebé.Ariel estaba en su cama esa tarde, descansando como solía hacer desde que el médico le había recomendado reposo. Acariciaba su vientre casi de forma inconsciente, mientras sus pensamientos vagaban entre el presente y un futuro que empezaba a parecer menos incierto. Sentía cómo su cuerpo cambiaba, adaptándose a la vida que crecía dentro de ella. El miedo no había desaparecido del todo, pero esa tarde, mientras sus
El día finalmente había llegado.Después de semanas llenas de incertidumbre, emoción y, en ocasiones, miedo, Ariel y Alejandro se encontraban en el hospital para el siguiente gran paso en su camino hacia la paternidad: descubrir el sexo del bebé.Era un momento que ambos esperaban con ansias, pero también con una mezcla de emociones. A pesar de todo lo que había sucedido entre ellos, ese pequeño ser que crecía en el vientre de Ariel les había dado una nueva razón para seguir adelante, juntos.Sentados en la sala de espera, el silencio entre ellos no era incómodo, sino lleno de expectativas. Ariel miraba a su alrededor, observando a las otras parejas que también estaban allí, algunas con caras de emoción y otras con gestos nerviosos. Su mano descansaba sobre su vientre, acariciándolo suavemente, una costumbre que había adoptado desde que el bebé comenzó a moverse. Alejandro estaba a su lado, su pierna moviéndose nerviosamente, una señal de que, aunque estaba tratando de mantenerse tran
Alejandro estaba sentado en su oficina, revisando unos documentos que había estado postergando desde hacía días.El sonido de su teléfono lo sacó de sus pensamientos. Era Herminia, la señora que trabajaba en la casa y le hacía compañía a Ariel en su ausencia. Su llamada a esa hora le pareció extraña, pero no dudó en contestar de inmediato.—Herminia, ¿qué ocurre? —preguntó, pero lo que escuchó al otro lado de la línea le heló la sangre.—¡Señor Alejandro! Es la señora Ariel... algo terrible ha pasado —la voz de Herminia estaba rota, entrecortada por el pánico—. Una mujer entró a la casa... la agredió... la señora está sangrando mucho. Una ambulancia la ha llevado al hospital, yo... no sé qué hacer.Por un segundo, todo el mundo de Alejandro se detuvo. La realidad pareció desvanecerse a su alrededor. Sangre. Herminia había dicho que Ariel estaba sangrando. Su mente intentó asimilarlo, pero cada palabra era como un golpe en el estómago. Todo lo que había temido desde que Ariel quedó emb
—Señor Fendi, su esposa, Ariel, sufrió una caída muy fuerte, y debido a su estado avanzado de embarazo y a su historia médica previa de amenaza de aborto, esto ha desencadenado complicaciones graves.Alejandro escuchaba, pero sentía que no podía procesar las palabras. El doctor continuó, con tono firme pero lleno de empatía.—La caída provocó un desprendimiento de placenta, una situación extremadamente peligrosa para su esposa y el bebé. La placenta, que alimenta y oxigena al bebé, se ha separado del útero, lo que ha provocado una hemorragia severa y la interrupción del suministro de oxígeno al feto.Alejandro sintió que el aire lo abandonaba. Desprendimiento de placenta. Había escuchado ese término antes, pero jamás había imaginado que algo así pudiera pasarle a Ariel.—Hicimos todo lo posible para estabilizarla —continuó el doctor—, pero el daño fue grave. El bebé… no sobrevivió.Alejandro sintió como si todo su cuerpo se desmoronara. Las palabras del doctor le cayeron encima como u