Capítulo 37

En cuanto ingresaron a la cabaña, Ernesto se acercó a ella y la besó con ese desespero y esa misma urgencia que sentía en la SUV, la pegó a su cuerpo y la estrechó, mientras liberaba algunas lágrimas que tenía guardadas desde hace tres años.

—¿Qué te ocurre? —Aranza colocó sus manos sobre sus mejillas y lo miró con preocupación.

Ernesto fijó su mirada sobre su rostro, y deslizó las manos sobre sus sedosas hebras, disfrutando de la suavidad de su larga cabellera.

—Me has hecho tanta falta —mencionó arrastrando la voz—, le pedí tanto a Dios que me diera una señal, y apareciste en mi vida, llegaste para devolverme el aliento y sentirme vivo —explicó.

Aranza se acercó a él y lo besó con urgencia, percibiendo que su corazón estaba henchido de felicidad.

—Nunca te lo he dicho, pero también me sentía muy sola —expresó—, creí que estaba destinada a vivir así, solo dedicándome a Aby —confesó.

—Nunca volveremos a sentirnos solos —mencionó.

—¿Qué pasará cuando tengas que volver a la Ciudad de Mé
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