Capítulo 002

Aleja había sido su principal cómplice en todo esto. La sostuvo de la mano y le dio palabras de aliento en el momento en que sintió que no podía más. Ahora era esa misma mujer, quien cuidaba de sus hijos, mientras ella, con un vestido negro, se dirigía al lugar donde sería llevada a cabo aquella boda.

Natalia sentía que se ahogaba con cada paso que daba, el aire parecía no circular bien a sus pulmones, pero sabía que, esto era un mal necesario. Si ella sufría, lo justo era que Roberto Buendía sufriera también.

Al llegar a la iglesia no pudo hacer otra cosa que maravillarse. Era justo como siempre había soñado casarse, la diferencia era que tanto lujo y opulencia iban dirigidos a alguien más.

Aun así, no pudo evitar admirar la arquitectura gótica de la catedral, el arco de flores que adornaba ambos lados de la entrada. Rosas blancas y peonias se entrelazaban con cintas doradas.

Una alfombra roja se extendía desde la entrada hasta el altar y pudo imaginar a la hermosa novia siendo tratada como una reina.

«¿Y a ella qué?», se preguntó, sintiendo que sus ojos se humedecían con un poco de celos.

Sin embargo, no entendía qué era lo que le había hecho a ese hombre para que la menospreciara de esta manera.

¿Por qué la humillaba?

¿Por qué no pudo decirle la verdad y ahorrarle tanto sufrimiento?

Era un cobarde y pagaría por burlarse de ella…

De repente, los invitados al matrimonio comenzaron a moverse como abejas alborotadas en un panal. Natalia supo entonces que la feliz pareja acababa de llegar, así que aprovecho la conmoción para colarse en la iglesia y ocupar uno de los últimos asientos sin levantar sospechas.

Y así, en cámara lenta, vio cómo ingresaba al hombre que se suponía conocía desde hacía más de cinco años, el mismo hombre que supo conquistarla, hacerle tres hijos y luego romperle el corazón en mil pedazos.

A los pocos minutos, la marcha nupcial comenzó a sonar y vio a la novia vestida de blanco, siendo acompañada por un hombre que se suponía era su padre.

Su vestido era de ensueño: corte de princesa que se ajustaba perfectamente a su esbelta figura, encaje francés con flores intricadas, una falda de tul brillante, que capturaba la luz con cada movimiento.

Era simplemente exquisito a la vista.

Natalia alzó la mirada y divisó cómo Roberto esperaba a la flamante novia con una sonrisa plasmada en su cara. Sus ojos brillaban con devoción y notó entonces que nunca la había observado de esa forma.

Las lágrimas escaparon de sus ojos y quiso contenerlas, quiso evitar que la máscara de pestaña se le corriera ocasionando una mancha negra, ¿pero cómo hacerlo cuando sentía que le abrían un agujero en el pecho?

Dolía demasiado.

Aun así, apretó los puños a su costado para darse valor y resistió lo mejor posible el resto de la ceremonia.

El oficiante habló sobre la importancia de los votos y luego hizo la tan esperada pregunta.

—¿Hay alguien aquí reunido que se oponga a esta unión?

Se hizo un silencio sepulcral entre los presentes. Era evidente que nadie esperaba que una persona se levantara de su asiento y dijera:

—¡Yo!

En ese justo instante, la novia, Ana Paula Colmenares, se giró para mirar a un petrificado Roberto, quien no dejaba de ver a la mujer que se encontraba al fondo de la sala, con un vestido negro y mucha determinación en sus ojos castaños.

—¿Qué significa esto, Roberto? —preguntó en un susurro Ana Paula, demasiado concentrada en guardar las apariencias.

—No es nada —contestó el hombre, dispuesto a silenciar a aquella intrusa.

—¡Dile la verdad, Roberto! —demandó Natalia, siendo testigo de como intentaba torcer la situación como el cobarde que era.

—No hay ninguna verdad —la contradijo el hombre con odio en su mirada—. ¿Qué haces aquí? —rugió, aparentemente dispuesto a sacarla de la iglesia a empujones.

Era la primera vez que Natalia lo veía tan enojado y supo entonces que esta era su verdadera careta. La de un hombre desalmado a quien no le importaba destruir a cualquiera con tal de que no se interpusiera entre sus planes malvados.

—¿Entonces eres así de cobarde?

Natalia tomó valor y caminó más cerca del altar para mirarlos a la cara, mientras revelaba toda la verdad.

—¡Lárgate de aquí! —le exigió el hombre.

Inmediatamente, sintió cómo le apuñalaban el corazón al ser tratada de esta manera tan despectiva, pero decidió ser fuerte por sus hijos. Ellos lo valían.

—Me iré. Por supuesto que me iré —habló rotunda, no solamente refiriéndose a la iglesia, sino también a la vida de Roberto Buendía—, pero primero escúchenme muy bien todos —se dirigió al resto de espectadores—. Este hombre que ven aquí, no es quien ustedes piensan. Es un farsante. Un poco hombre. Incapaz de decirle a su futura esposa que tiene otra pareja y que también tiene tres hijos con ella —reveló, provocando un jadeo general en todos los presentes.

A la novia pareció bajársele la presión en ese justo instante, mientras le preguntaba entre gritos a Roberto si todo esto era cierto.

—¡Por supuesto que no! —bramó el hombre tratando de recuperar su manchada reputación—. Esta mujer es una acosadora. Una oportunista, que no tuvo más alternativa que venir aquí y armar todo este show. ¡¿Por qué no dices la verdad?! —exclamó entre gritos—. ¡Diles que no eres más que una poca cosa que busca algo de dinero!

Todos la miraron a espera de que confirmara esas crueles palabras, pero en su lugar, alzó el mentón renuente a dejarse humillar de esta manera.

—No —respondió, aunque su voz salió demasiado débil, afectada.

—Claro que sí. Lo eres.

Para ese momento ya Roberto había acortado la distancia y la había jalado del brazo, dispuesto a echarla de la iglesia personalmente.

—Muy linda tu historia, pero es falsa —habló con engaños a los presentes, mientras la arrastraba por el pasillo, por ese mismo pasillo donde había entrado la novia con pétalos de rosas siendo lanzados a cada paso que daba.

El contraste era tan deprimente. A una la trataba como a una reina, y a ella, la madre de sus hijos, la trataba como si fuera escoria.

—¡Lárgate de aquí, poca cosa! —la lanzó a la calle, mientras le exigía a uno de los hombres encargados de la seguridad que no le volvieran a permitir el acceso.

Y así, luego de un par de minutos donde fue controlada la conmoción causada por su revelación, la boda de Roberto Buendía y Ana Paula Colmenares fue llevada a cabo como si nada hubiera pasado…

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