Capítulo 004

—Pero ¿cómo es eso de que vas a casarte? —se horrorizó Aleja, mientras Natalia la colocaba al día de todo lo que había sucedido en la boda de Roberto.

—Lo sé, es una locura. Pero es tarde para retractarme.

Ya le había dado su palabra a ese hombre y seguramente no le sentaría nada bien una negativa. Además, su propuesta había sido razonable. Aunque seguía sin saber cuáles eran las motivaciones de aquel extraño.

Evidentemente quería vengarse… ¿Pero qué era tan importante?

—¿Y cómo piensas decírselo a los niños?

—No lo sé —se sentó sobre la cama, preocupada—. Todo está cambiando demasiado rápido. Siento que será mucho para ellos.

—Seguramente sí —reflexionó su compañera—. Tan solo tienen cuatro años. Aunque debo admitir que son muy inteligentes.

Natalia sintió su corazón arrugarse al pensar en sus pequeños, todos confundidos y angustiados cuando le dijera que no volverían a ver a su padre.

—¿Crees que Roberto no vuelva a buscarte?

—Yo espero que no —dijo con resentimiento al recordar cómo la había sacado de la iglesia como si fuera basura, arrojándola a la calle.

—Ojalá porque si no…

—¡Yo no le temo! —respondió, desafiante.

—Y eso está muy bien, amiga —la felicitó Aleja, aunque su semblante seguía mostrándose preocupado—. Pero debes saber, mejor que nadie, que Roberto es explosivo. Está acostumbrado a tenerte en la palma de su mano y seguramente enfurecerá al ver que te has salido de su dominio.

—¡Pues eso no me importa! — su voz se elevó una octava, disgustada ante la posible pretención de ese sujeto de que todo siguiera como antes—. ¡Roberto ya no tiene ningún derecho sobre mí o mis hijos, lo perdió en el justo instante en que nos negó frente a cientos de personas en esa iglesia!

Las lágrimas aparecieron en los ojos de Natalia al recordar el humillante momento. Las miradas de todos, los cientos de dedos, señalándola como si realmente fuera una oportunista que buscaba dinero; la sensación de sofoco ante ser juzgada, inferior, poca cosa como le había gritado ante todos.

¿Cómo Roberto podía tratar así a una persona que lo había amado sinceramente durante tanto tiempo?

Ahora que echaba un vistazo al pasado, se visualizaba a sí misma, siendo tan devota, tan entregada a un hombre que no hacía otra cosa que avergonzarse de ella. Porque esa era la razón por la cual no la sacaba de paseo, por la cual no la llevaba al centro comercial o a comer un helado.

Sentía que había pasado más de cinco años de su vida en una cárcel, escondida para que nadie la viera, porque eso era lo que él había intentado hacer todo este tiempo. Evitar que los relacionen.

Como si fuera una peste.

Como si tuviera una enfermedad mortal.

Como si la odiara en lugar de amarla.

De repente, la puerta de la casa de Aleja fue tocada con insistencia. Ambas mujeres se miraron con extrañeza. Era más de las once de la noche, así que no tenía sentido ninguna visita a una hora tan tarde.

—¿Quién puede ser? —se encontró Natalia preguntándole angustiada a su amiga.

—Déjame ver.

Aleja se acercó a la ventana de la casa y ahogó un grito cuando comprobó que se trataba de la figura de un furioso Roberto.

—¡No puede ser, está aquí!

Inmediatamente, Natalia sintió que sus extremidades temblaban, pero no era únicamente de miedo, sino también de una profunda rabia.

¿Cómo se atrevía a aparecerse luego de lo que le había hecho?

—¿Qué hacemos? —la apremio Aleja. A este paso, los fuertes golpes en su puerta terminarían despertando a todo el vecindario.

—Ábrele.

—¿Estás segura?

—Lo estoy.

Aleja se mostró dudosa, pero terminó accediendo.

Al instante, el cuerpo enorme de Roberto invadió el umbral de la casa. Sus ojos se veían llameantes, enfurecidos. Y Natalia no le dio tiempo de decir la primera palabra, cuando se acercó igual de encolerizada, impulsándose para darle una fuerte cachetada que hizo que la mejilla del hombre se inclinara hacia un lado debido al impacto.

—¡¿Cómo te atreves?! —explotó el hombre, aparentemente dispuesto a enseñarle modales.

—¡¿Qué haces aquí?! —rugió ella sin dejarse intimidar por su tono amenazante.

—Estuve buscándote todo el día. Debí imaginarme que estabas en esta ratonera —le echo una ojeada al lugar, como si realmente se tratara de un basurero donde nadie debería habitar.

—¿Buscándome? —ignoró su comentario despectivo—. ¿Y eso para qué? Pensé que todo había quedado muy claro en la iglesia.

—Sé que te debo una explicación, Natalia, así que…

—¡¿Explicación?! —gritó perdiendo los estribos—. Estás mal de la cabeza si piensas que esto se solucionará con una de tus flamantes explicaciones. ¡Lárgate de aquí, Roberto! ¡Tú y yo ya no tenemos nada de que hablar!

—¡Basta, Natalia! ¡Vas a escucharme, lo quieras o no!

—¡Por supuesto que no! —lo empujó desesperada por desaparecer de su presencia su insufrible cara. Lo odiaba tanto. Era un cínico—. ¡Solo desaparece de mi vista y olvida que alguna vez nos conocimos! ¡Largo de aquí!

—¡No! —se negó el hombre, tomándola fuertemente de los brazos para que se calmara—. Recoge tus cosas y la de los niños. Regresa a la casa. Volveré en un mes como quedamos y todo será como antes. ¿Está bien?

—¿En serio? —Lo miró, perpleja—. ¿En serio piensas que aceptaré el lugar de amante?

—Siempre estuviste bien con eso —le soltó a la cara—. No veo por qué ahora deba de afectarte.

Natalia quedó con la boca ligeramente abierta, no podía creer lo que escuchaba. Al parecer, Roberto no tenía límites en su descaro.

—Estuve bien porque no tenía ni la menor idea —soltó lamentándose por haber sido tan ciega—. ¡Por el amor de Dios, Roberto! ¡Es increíble que seas tan cínico!

—Basta de teatro. Ve a empacar —ordenó rotundo.

—No, basta tú de tus ínfulas de todopoderoso —perdió la calma—. ¡Largo de aquí y no me vuelvas a buscar!

Con mucho esfuerzo lo sacó de la propiedad a punta de empujones. El pecho de Natalia subía y bajaba por la impotencia del momento.

En ese instante recordó el número de aquel sujeto, su futuro marido, y no tuvo más alternativa que llamarlo a pesar de lo tarde que era. Pero sabía que Roberto no se daría por vencido tan fácil.

El tono de llamada sonó durante un rato y, por un instante, pensó que no le respondería, pero luego, en medio de una serie de sonidos inconexos, le contestó con tono agitado.

—Arison —fue su saludo enojado.

—Disculpa la hora, pero debo pedirte un favor.

Sabía perfectamente que debía de salir de ese lugar cuanto antes. Roberto no se quedaría tranquilo hasta que se hiciera su voluntad, pero esta vez le demostraría que ya nada sería igual, que ella también podía casarse en medio de una boda extravagante sin mirar atrás...

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