—Cariño, ¿cuándo volveremos a verte? —la tristeza en la voz de la mujer no pudo ser ocultada.
—Pronto. Ya sabes cómo es esto, Natalia —explicó el hombre con fastidio, aparentemente aburrido de dar siempre las mismas explicaciones—. Son negocios. Debo ir y venir para asegurarme de que todo marche bien. Pero no te preocupes, estaré en casa en un mes, ¿está bien? Una caricia llegó a la mejilla derecha de la joven y rápidamente se dejó envolver como un gatito perezoso, ronroneando ante su delicado gesto. —Los niños y yo te extrañaremos mucho —su mirada estaba llena de devoción, mientras veía al hombre que amaba a punto de partir. —Y yo los extrañaré a ellos. Ambos padres se giraron para divisar el trío de camas. Sus pequeños dormían plácidamente, ajenos a la realidad de que su padre estaba a punto de irse nuevamente. —Ellos sufren mucho siempre que te vas —comentó Natalia, testigo principal de la desilusión que embargaba a sus pequeños cada vez que tenían que despertarse para encontrarse con la noticia de que su progenitor había desaparecido una vez más. —En algún momento tendrán que acostumbrarse —dijo el hombre, sin más, inflexible. Esto le hizo preguntarse a Natalia si para Roberto la idea de relación se basaba únicamente en esto: una constante ausencia, migajas de cariño y tiempo. —No quiero que mi vida sea así para siempre —le comunicó ella, dejándose envolver por la tristeza. Necesitaba a un hombre presente, no a una pareja que apenas parecía visitarla cuando tenía algo de espacio libre. —No volveremos con lo mismo, Natalia —el hastío de Roberto fue evidente. Parecía estarse cansando de la conversación—. Debo irme ya. El hombre se dirigió a la puerta sin ánimos de dar nuevas explicaciones y tomó su maleta, dispuesto a marcharse y dejar a su mujer e hijos atrás. La puerta se cerró frente a los ojos de Natalia y una vez más sintió aquella desazón. Su corazón dolió. Siempre las personas a las que quería la abandonaban, aunque Roberto dijo que volvería y siempre lo hacía. Pero su ausencia le calaba profundamente. Aun así decidió no derrumbarse, estaba a punto de amanecer y sus tres pequeños seguramente se sentirían desolados ante la idea de no ver a su padre por un mes entero. Así que debía preparar su mejor cara, esa de “todo está bien” y consolarlos, ese era su deber como madre. Sin embargo, nada preparó a Natalia, para lo que se enteraría más tarde… —¡Nati! ¡Nati! ¡Abre la puerta! —alguien golpeó fuertemente la entrada y supo que se trataba de su vecina Aleja. —¿Qué ocurre, Aleja? Mira la hora que es —la acusó, porque sus hijos ya estaban durmiendo y lo último que quería era que se despertarán luego de un día tan complicado. —¡Esto es importante, mujer! —la sacudió desesperada. —¡¿Dime qué es?! —se contagió de su angustia. —¡Míralo! ¡Míralo por ti misma! —la apremió ella, extendiéndole una revista que Natalia no tardó en leer. El mundo de la joven mujer se sacudió cuando leyó la primera plana de aquel encabezado que terminaría por romperle el corazón en mil pedazos. “Dos grandes familias empresariales se unen en santo matrimonio este fin de semana: Roberto Buendía y Ana Paula Colmenares, darán el sí en el altar este sábado” La fecha de la celebración estaba pautada para el día siguiente y Aleja se encontró preguntándole si pensaba asistir y desenmascarar al desgraciado. —Hay que arruinarle la fiesta —le incito ella con deseos de venganza. Pero Natalia estaba demasiado conmocionada para contemplar esa idea, lo único que pensaba era que no tenía la menor idea desde cuándo la estaba engañando, peor aún, al parecer era con ella con quien engañaba a esa otra mujer. La había convertido en su amante y a sus hijos los había transformado en un trío de bastardos indeseados. A la mente de la mujer llegó el recuerdo de cuando se enteró de su embarazo, el terror que sintió y que no tardó en comunicárselo al hombre que, se suponía, la amaba. Roberto siempre supo que venía de una familia tradicional y que su deseo era casarse para que así los niños vivieran en un hogar legalmente constituido, pero él se había negado, le había hecho ver qué el matrimonio no tenía verdadera importancia y que lo importante era que estaban juntos. —No me iré a ningún lado. Los cuidaré a los cuatro —le había dicho. Pero todo era falso. La realidad era que Roberto no quería casarse con ella, porque tenía a alguien más. A alguien a quien sí estaba dispuesto a darle el lugar que se merecía, con bombos y platillos, con una gran fiesta, con la primera plana de una revista. Sin embargo, a ella la había convertido en un vil secreto. Una mancha que no debería ser revelada al mundo. Y lo odiaba por eso. —Natalia, no es momento de derrumbarse. Piensa en tus hijos —la alentó Aleja a mantenerse fuerte, viendo cómo sus piernas flaqueaban y caía al suelo sin parar de llorar. ¿Pero cómo no hacerlo? No únicamente acababan de romperle el corazón, sino que también habían humillado a sus hijos. Ya podría incluso imaginarse los comentarios de la gente insensible: “Mira, su papá no los quiere. Los ocultan como un feo secreto” Eso calaría hondamente en la autoestima de sus pequeños, si permitía que esta situación se mantuviera por más tiempo. «Debía hacer algo», pensó entonces recobrando sus fuerzas. Rápidamente, se dirigió a su habitación y comenzó a hacer su maleta, no únicamente era su ropa, sino también la de sus hijos. No sabía a dónde iría, pero si algo estaba claro en su mente, era que desaparecería del radar de Roberto Buendía, pero antes… arruinaría su flamante boda.Aleja había sido su principal cómplice en todo esto. La sostuvo de la mano y le dio palabras de aliento en el momento en que sintió que no podía más. Ahora era esa misma mujer, quien cuidaba de sus hijos, mientras ella, con un vestido negro, se dirigía al lugar donde sería llevada a cabo aquella boda.Natalia sentía que se ahogaba con cada paso que daba, el aire parecía no circular bien a sus pulmones, pero sabía que, esto era un mal necesario. Si ella sufría, lo justo era que Roberto Buendía sufriera también.Al llegar a la iglesia no pudo hacer otra cosa que maravillarse. Era justo como siempre había soñado casarse, la diferencia era que tanto lujo y opulencia iban dirigidos a alguien más.Aun así, no pudo evitar admirar la arquitectura gótica de la catedral, el arco de flores que adornaba ambos lados de la entrada. Rosas blancas y peonias se entrelazaban con cintas doradas.Una alfombra roja se extendía desde la entrada hasta el altar y pudo imaginar a la hermosa novia siendo trata
Natalia se fue de la iglesia con el corazón deshecho.Una lluvia torrencial empapó su vestido negro, haciendo que la tela se le adhiriera al cuerpo, mientras sus extremidades no paraban de temblar producto del intenso frío.No tenía idea de dónde estaba. Llevaba minutos caminando sin parar y sin rumbo fijo.Lo único que quería era alejarse lo más posible de aquel dolor que la consumía por dentro, la realidad de saber que no significaba nada en la vida de Roberto.Ahora estaba sola. Con tres niños.Se sentó en la parada de autobús a esperar el transporte público.Lo único que deseaba era que aquel día espantoso terminara y pudiera estar de vuelta con sus niños. Abrazarlos y estrecharlos contra su pecho, para ver si el dolor mermaba, aunque sea por un momento.De repente, un auto se detuvo frente a sus ojos, haciendo que el agua que llenaba las calles se alzara y la salpicara completamente.Natalia sintió una enorme ira invadirla al instante. Esto era lo último que le faltaba.Se levant
—Pero ¿cómo es eso de que vas a casarte? —se horrorizó Aleja, mientras Natalia la colocaba al día de todo lo que había sucedido en la boda de Roberto. —Lo sé, es una locura. Pero es tarde para retractarme. Ya le había dado su palabra a ese hombre y seguramente no le sentaría nada bien una negativa. Además, su propuesta había sido razonable. Aunque seguía sin saber cuáles eran las motivaciones de aquel extraño. Evidentemente quería vengarse… ¿Pero qué era tan importante? —¿Y cómo piensas decírselo a los niños? —No lo sé —se sentó sobre la cama, preocupada—. Todo está cambiando demasiado rápido. Siento que será mucho para ellos. —Seguramente sí —reflexionó su compañera—. Tan solo tienen cuatro años. Aunque debo admitir que son muy inteligentes. Natalia sintió su corazón arrugarse al pensar en sus pequeños, todos confundidos y angustiados cuando le dijera que no volverían a ver a su padre. —¿Crees que Roberto no vuelva a buscarte? —Yo espero que no —dijo con resentimiento al reco
Tres pares de ojitos marrones la miraban expectantes.Natalia supo que había llegado el momento de la verdad, debía de explicarle a sus pequeños los cambios que se avecinaban para sus vidas…Pero ¿cómo decirles que iba a casarse con un extraño cuando hacía un par de días veían a sus padres juntos y felices?Sin duda sería un shock tremendo para ellos, pero más allá de la impresión de la noticia, estaba segura de que les dolería más saber que su padre los había negado delante de una gran multitud de personas.Entonces, indiferentemente de la circunstancia, el sufrimiento estaba a la orden del día y era inevitable.—Sé que esto seguramente les sorprenderá mucho —comenzó, sopesando las palabras con cabeza fría. Debía ser muy cuidadosa con esto—. Ustedes están acostumbrados a ver a papá y a mamá juntos, pero muchas cosas han cambiado y...El trío de niños intercambiaron una mirada entre ellos, intrigados.—A mí también me duele que las cosas ya no puedan ser como antes, pero…Natalia trag
Su amiga Aleja llegó a la hora acordada y Natalia no pudo hacer otra cosa que abrazarla, mientras le agradecía por el gesto de venir a ayudarla con sus hijos.—Te lo pagaré —le dijo a la mujer, separándose de aquel abrazo. Aleja sacudió la mano quitándole peso a su labor de niñera por esa noche. —No es necesario —contestó con voz suave. Era una persona pacífica, que transmitía tranquilidad con solo observarla—. Recuerda que para eso estamos las amigas. —Gracias, Aleja. Gracias por todo —le agradeció nuevamente a punto de volver a estrecharla contra su pecho. Natalia no tenía a nadie más que pudiera brindarle apoyo.—Mejor ve. Llegarás tarde —le recordó su misión de esa noche y sintió que los nervios la invadían por enésima vez en la última hora. —¿Cómo me veo?Aleja curvo sus labios en una sonrisa pícara e hizo un gesto lascivo con su lengua. Esto era una broma juguetona que le hizo entender a Natalia que se veía apetecible con ese vestido puesto.—Sin duda te robarás todas las m
El resto de la velada transcurrió entre felicitaciones y cuchicheos. Natalia sintió la insistente mirada de su ex pareja siguiendo cada uno de sus movimientos, pero no le dio el gusto de darle su atención.Esto de ignorar abismalmente a Roberto estaba resultando muy entretenido. No pudo evitar sonreír con un toque maquiavélico, cuando diviso en una esquina del salón a una disgustada Ana Paula, quien parecía reclamarle algo a Roberto.Sin embargo, Natalia también notó que su acompañante se mostraba muy interesado en la escena que se desarrollaba a pocos metros.—¿Ustedes son amigos? —se atrevió entonces a preguntarle a Fabián, recordando la manera atenta en que había saludado a esa tal Ana Paula.El hombre le devolvió la mirada con el ceño fruncido, aparentemente cavilando profundamente su cuestionamiento.—No —dijo sin más, cosa que la dejo con más dudas que antes.—Pero… —estuvo a punto de rebatirle, porque realmente parecían cercanos; sin embargo, una mirada dura de su parte la sile