Tres niños en secreto ¡Me convertí en su amante sin saberlo!
Tres niños en secreto ¡Me convertí en su amante sin saberlo!
Por: Daly3210
Capítulo 001

—Cariño, ¿cuándo volveremos a verte? —la tristeza en la voz de la mujer no pudo ser ocultada.

—Pronto. Ya sabes cómo es esto, Natalia —explicó el hombre con fastidio, aparentemente aburrido de dar siempre las mismas explicaciones—. Son negocios. Debo ir y venir para asegurarme de que todo marche bien. Pero no te preocupes, estaré en casa en un mes, ¿está bien?

Una caricia llegó a la mejilla derecha de la joven y rápidamente se dejó envolver como un gatito perezoso, ronroneando ante su delicado gesto.

—Los niños y yo te extrañaremos mucho —su mirada estaba llena de devoción, mientras veía al hombre que amaba a punto de partir.

—Y yo los extrañaré a ellos.

Ambos padres se giraron para divisar el trío de camas. Sus pequeños dormían plácidamente, ajenos a la realidad de que su padre estaba a punto de irse nuevamente.

—Ellos sufren mucho siempre que te vas —comentó Natalia, testigo principal de la desilusión que embargaba a sus pequeños cada vez que tenían que despertarse para encontrarse con la noticia de que su progenitor había desaparecido una vez más.

—En algún momento tendrán que acostumbrarse —dijo el hombre, sin más, inflexible.

Esto le hizo preguntarse a Natalia si para Roberto la idea de relación se basaba únicamente en esto: una constante ausencia, migajas de cariño y tiempo.

—No quiero que mi vida sea así para siempre —le comunicó ella, dejándose envolver por la tristeza. Necesitaba a un hombre presente, no a una pareja que apenas parecía visitarla cuando tenía algo de espacio libre.

—No volveremos con lo mismo, Natalia —el hastío de Roberto fue evidente. Parecía estarse cansando de la conversación—. Debo irme ya.

El hombre se dirigió a la puerta sin ánimos de dar nuevas explicaciones y tomó su maleta, dispuesto a marcharse y dejar a su mujer e hijos atrás.

La puerta se cerró frente a los ojos de Natalia y una vez más sintió aquella desazón. Su corazón dolió. Siempre las personas a las que quería la abandonaban, aunque Roberto dijo que volvería y siempre lo hacía. Pero su ausencia le calaba profundamente.

Aun así decidió no derrumbarse, estaba a punto de amanecer y sus tres pequeños seguramente se sentirían desolados ante la idea de no ver a su padre por un mes entero. Así que debía preparar su mejor cara, esa de “todo está bien” y consolarlos, ese era su deber como madre.

Sin embargo, nada preparó a Natalia, para lo que se enteraría más tarde…

—¡Nati! ¡Nati! ¡Abre la puerta! —alguien golpeó fuertemente la entrada y supo que se trataba de su vecina Aleja.

—¿Qué ocurre, Aleja? Mira la hora que es —la acusó, porque sus hijos ya estaban durmiendo y lo último que quería era que se despertarán luego de un día tan complicado.

—¡Esto es importante, mujer! —la sacudió desesperada.

—¡¿Dime qué es?! —se contagió de su angustia.

—¡Míralo! ¡Míralo por ti misma! —la apremió ella, extendiéndole una revista que Natalia no tardó en leer.

El mundo de la joven mujer se sacudió cuando leyó la primera plana de aquel encabezado que terminaría por romperle el corazón en mil pedazos.

“Dos grandes familias empresariales se unen en santo matrimonio este fin de semana: Roberto Buendía y Ana Paula Colmenares, darán el sí en el altar este sábado”

La fecha de la celebración estaba pautada para el día siguiente y Aleja se encontró preguntándole si pensaba asistir y desenmascarar al desgraciado.

—Hay que arruinarle la fiesta —le incito ella con deseos de venganza.

Pero Natalia estaba demasiado conmocionada para contemplar esa idea, lo único que pensaba era que no tenía la menor idea desde cuándo la estaba engañando, peor aún, al parecer era con ella con quien engañaba a esa otra mujer. La había convertido en su amante y a sus hijos los había transformado en un trío de bastardos indeseados.

A la mente de la mujer llegó el recuerdo de cuando se enteró de su embarazo, el terror que sintió y que no tardó en comunicárselo al hombre que, se suponía, la amaba.

Roberto siempre supo que venía de una familia tradicional y que su deseo era casarse para que así los niños vivieran en un hogar legalmente constituido, pero él se había negado, le había hecho ver qué el matrimonio no tenía verdadera importancia y que lo importante era que estaban juntos.

—No me iré a ningún lado. Los cuidaré a los cuatro —le había dicho.

Pero todo era falso.

La realidad era que Roberto no quería casarse con ella, porque tenía a alguien más. A alguien a quien sí estaba dispuesto a darle el lugar que se merecía, con bombos y platillos, con una gran fiesta, con la primera plana de una revista.

Sin embargo, a ella la había convertido en un vil secreto. Una mancha que no debería ser revelada al mundo. Y lo odiaba por eso.

—Natalia, no es momento de derrumbarse. Piensa en tus hijos —la alentó Aleja a mantenerse fuerte, viendo cómo sus piernas flaqueaban y caía al suelo sin parar de llorar.

¿Pero cómo no hacerlo?

No únicamente acababan de romperle el corazón, sino que también habían humillado a sus hijos.

Ya podría incluso imaginarse los comentarios de la gente insensible:

“Mira, su papá no los quiere. Los ocultan como un feo secreto”

Eso calaría hondamente en la autoestima de sus pequeños, si permitía que esta situación se mantuviera por más tiempo.

«Debía hacer algo», pensó entonces recobrando sus fuerzas.

Rápidamente, se dirigió a su habitación y comenzó a hacer su maleta, no únicamente era su ropa, sino también la de sus hijos. No sabía a dónde iría, pero si algo estaba claro en su mente, era que desaparecería del radar de Roberto Buendía, pero antes… arruinaría su flamante boda.

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