Tinta Carmesí
Tinta Carmesí
Por: NOOXURA
Wyn Lancaster

El tren redujo la velocidad con un ruido metálico mientras la voz del altavoz anunciaba la última parada. A través de la ventanilla sucia, las luces mortecinas de la estación parpadeaban con desgana. Afuera, la noche era espesa y silenciosa, rota solo por el sonido de la lluvia golpeando el techo del andén.

Wyn Lancaster tomó aire, profundo y medido, antes de cerrar su libreta con un golpe seco. No había escrito ni una sola palabra en todo el viaje. Ni una línea. Ni una idea lo suficientemente digna para plasmar en tinta.

Desde hacía semanas, su cabeza era un desierto, seco y sin rastros de creatividad. No importaba cuánto intentara engañarse diciendo que solo necesitaba un descanso o que la inspiración llegaría en cualquier momento. No llegaba.

Y era frustrante.

Ajustó la bufanda alrededor de su cuello y se puso de pie cuando el tren terminó de detenerse. El vagón estaba casi vacío, salvo por un hombre dormido en una esquina y una mujer revisando su teléfono con expresión de agotamiento. Wyn agarró su bolso y bajó la maleta del compartimento superior antes de salir al andén.

La estación era más pequeña de lo que imaginaba. Techos bajos, paredes de ladrillo antiguo y un solo quiosco cerrado a esas horas.

Wyn ajustó la correa de su bolso sobre el hombro y tomó el mango de su maleta. No pesaba demasiado, aunque el sonido de las ruedas al rodar sobre el suelo áspero de la estación se sentía exageradamente fuerte en medio de aquel silencio.

El aire tenía ese frío húmedo que deja la lluvia después de caer, calando en la ropa con una incomodidad sutil. Se acomodó el bolso, echó un vistazo rápido a su alrededor y sacó el teléfono con dedos entumecidos.

Diez cuadras. Nada complicado.

La idea de caminar no le entusiasmaba, pero quedarse quieta en un lugar tan vacío tampoco era una opción. Guardó el dispositivo en el bolsillo y echó a andar.

***

La estación quedó atrás en cuestión de minutos. La ciudad dormía, con solo un par de luces encendidas en las ventanas dispersas de los edificios cercanos. Wyn avanzó con paso constante, concentrada en el eco de sus propios pasos y en el leve murmullo de los autos a la distancia.

Fue entonces, cuando notó a un hombre unos metros más adelante. Caminaba rápido, con los hombros encogidos y la cabeza girando en todas direcciones, como si esperara ver a alguien aparecer detrás de él. Wyn frunció el ceño con discreción. Su instinto le advirtió que lo mejor era mantenerse fuera de su camino, así que se hizo a un lado, dejando espacio de sobra en la acera.

Pero él no la vio.

El hombre miró por encima del hombro justo antes de cruzarse con ella y terminó chocando de lleno contra su brazo. El impacto la hizo soltar el bolso, que cayó al suelo con un golpe sordo.

—Hey— soltó ella, más por reflejo que por enojo.

El desconocido se sobresaltó, casi como si la hubiera olvidado en cuanto la empujó. Sus ojos se abrieron un poco, pero en lugar de disculparse, simplemente murmuró algo entre dientes y siguió su camino, con la misma prisa nerviosa de antes.

Wyn lo observó alejarse por un segundo, una punzada de incomodidad apretándole el pecho. No era miedo, no exactamente, pero sí la molesta sensación de que algo era extraño.

Suspiró, recogió su bolso y apresuró el paso.

 ***

Cuando por fin llegó, la casa apareció ante ella como un respiro largamente contenido. Pequeña, de fachada algo descuidada, con pintura desgastada y un buzón torcido al lado de la puerta. Nada terrible, pero definitivamente necesitaba algunos arreglos. La dueña, una señora mayor con la que había hablado por teléfono, le había explicado que no estaba en la ciudad y que el alquiler no era caro precisamente por eso: el lugar tenía sus detalles, pero era habitable.

Sacó la llave, la giró en la cerradura y empujó la puerta, abriéndola con un leve chirrido.

Por dentro, la casa era simple. Un pequeño recibidor con una mesa de madera, un sillón viejo en la sala y una cocina al fondo con electrodomésticos algo antiguos. El interior olía a encierro y madera vieja, pero nada insoportable.

Dejó la maleta a un lado y exhaló despacio.

—Al fin— murmuró.

Sin pensarlo demasiado, avanzó hasta el sofá y se dejó caer de espaldas. El leve polvo que se levantó en el aire no le importó en absoluto. Sintió la aspereza del viejo tapizado bajo su espalda. Pero tampoco se molestó en acomodarse mejor.

Su cuerpo se relajó de inmediato.

Sus ojos pesaban por el cansancio, pero antes de cerrarlos por completo, giró un poco la cabeza. Su bolso seguía ahí, apoyado sobre la maleta. El barro seco manchaba un costado, una pequeña consecuencia del incidente de antes.

Por suerte, no había caído en uno de los charcos.

Tendría que lavarlo mañana.

Su mirada se mantuvo fija en el bolso por un momento más. Ahí dentro estaba su libreta, la misma que había permanecido en blanco durante todo el viaje.

No tenía ideas aún.

Pero algo le decía que pronto las tendría.

Tal vez la sensación de estar en un lugar nuevo ayudaría. Tal vez esta ciudad, con su aire húmedo y calles estrechas, tenía algo para ella.

Tal vez-...

Un bostezo.

Estaba ya medio adormilada, pero con algo de esfuerzo buscó su teléfono en el bolsillo.

Apenas enfocó la pantalla, abrió la conversación con su abuela. “Llegué bien”, escribió con lentitud. Dudó un segundo, antes de añadir un “No te preocupes”.

Era inútil, claro. Su abuela siempre se preocupaba. Aun ahora, cuando ya no era una niña, seguía escuchando su voz recordándole que se abrigara, que comiera bien, que no olvidara cerrar la puerta con llave.

No podía culparla. Siempre había sido así, incluso cuando ella no entendía por qué la ropa de su abuela olía a jabón barato y a veces contaba las monedas antes de ir al mercado. O cuando volvía tarde, con las manos ásperas y un billete arrugado que decía que hoy les alcanzaría para algo más que pan.

Su vista se nubló un poco.

Parpadeó pesadamente, los dedos aún sobre la pantalla.

“Igual te aviso mañana”, escribió por último, y envió el mensaje sin releerlo.

El teléfono se deslizó de su mano al sofá.

Y el sueño la atrapó, antes de que pudiera pensar en algo más.

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