El callejón seguía sumido en la penumbra, con la arena pegajosa adherida a la piel de Wyn. Su respiración era errática, entrecortada contra la áspera palma que sellaba su boca. El peso del hombre sobre ella era sofocante, su cuerpo presionando contra el suyo de una forma que la mantenía completamente inmovilizada. Apenas podía mover las piernas atrapadas bajo el peso de sus caderas, y sus brazos quedaban torcidos contra el suelo arenoso. El frío del arma contra su sien se sentía como un pinchazo de hielo, un recordatorio cruel de lo frágil que era su vida en ese momento. La mano que la silenciaba estaba caliente y áspera, con un toque deliberado, controlado hasta lo enfermizo. Wyn tragó con dificultad, sintiendo cómo su garganta se cerraba con el terror. Intentó calmar su respiración, pero su pecho subía y bajaba con violencia, traicionándola. El hombre encima de ella no se movía. Parecía estar disfrutando el momento. Lentamente, inclinó la cabeza hacia su oído, el roce de su re
La conciencia regresó a Wyn como una ola lenta y densa, arrastrándola de la oscuridad al entumecimiento. Su cuerpo se sentía pesado, su mente aún más. Antes de abrir los ojos, notó la sensación de un colchón bajo su espalda. Intentó mover los dedos de la mano, comprobando si podía responder a su propio cuerpo. Le costó, pero logró flexionarlos levemente. Parpadeó con debilidad, la luz filtrándose en su visión borrosa mientras un dolor sordo le latía en la cabeza. ¿Qué había pasado? Con esfuerzo, se incorporó hasta quedar sentada en la cama, llevando una mano a la parte trasera de su cabeza. Una punzada aguda le recorrió el cráneo al tocar la zona adolorida. Frunció el ceño. —¿Te duele? La voz inesperada la hizo girar el rostro con brusquedad. Davian estaba allí, apoyado contra la pared a su izquierda. Había estado observándola todo este tiempo. Su expresión era indescifrable, pero en su mirada había una chispa de diversión mal disimulada. —Estás en nuestro refugio —informó
El teléfono reposaba a sus pies, insignificante en apariencia, pero Wyn lo observó como si arrastrara consigo un peso imposible.Inspiró hondo antes de inclinarse, su mano flotando apenas un segundo sobre el dispositivo antes de cerrarse en torno a él. El contacto fue un choque helado contra su piel, más gélido de lo esperado, más denso. Como si el ambiente se cerrara sobre ella en el instante en que sus dedos rozaron el dispositivo.Apretó el teléfono con los dedos, conteniendo el temblor en su mandíbula.No había nada que cuestionar, nada que examinar. Solo un trozo de vidrio y metal entre sus dedos, y el peso de lo inevitable.El hombre permanecía firme, su presencia llenando el espacio sin necesidad de moverse. No la instó a darse prisa. Solo aguardó, dándole margen suficiente para comprender que cualquier intento de escapar de aquello era inútil.—¿Qué tengo que decir? —preguntó Wyn, procurando que su voz sonara casual.El hombre metió la mano en el bolsillo de su chaqueta con ca
El tedio se había vuelto su única compañía. Habían pasado días desde que Wyn quedó atrapada en aquella habitación, su mundo reducido a cuatro paredes y una cama. Bajo la supervisión de Davian. Y eso, no lo hacía muy feliz. El silencio en la habitación era espeso, solo interrumpido por el ocasional crujido de la madera bajo el peso de sus movimientos. Wyn se giró con desgano sobre el colchón, apoyando la mejilla contra su rodilla doblada, y dejó escapar un suspiro silencioso mientras dirigía la mirada hacia su “vigilante”. Davian estaba atrincherado en una de las esquinas, con la espalda apoyada contra la pared y una rodilla elevada donde descansaba un brazo. Su expresión era una colección de hastío mal reprimido, y murmuraba para sí con un tono que oscilaba entre la impaciencia y la exasperación. Wyn se quedó mirándolo, aburrida, viendo cómo su boca se movía en palabras masculladas, apenas audibles. Como si discutir consigo mismo pudiera mejorar su humor. Días atrás, lo habí
El refugio tenía un olor particular, una mezcla de madera vieja, metal frío y el persistente aroma a pólvora. Wyn apenas lo había notado los primeros días, atrapada en la monotonía de su habitación. No era una prisionera en el sentido estricto, pero tampoco la habían dejado moverse con libertad. Al principio, la mantuvieron bajo estricta vigilancia, como si esperaran que intentara escapar en cualquier momento. Pero cuando vieron que no representaba una amenaza real—que no intentaba rebelarse, que no era un problema—, las restricciones se aflojaron. Ahora, podía moverse por ciertas áreas del refugio, aunque siempre bajo la mirada vigilante de Davian. No importaba a dónde fuera, él estaba ahí. Unos pasos detrás, otras caminando en silencio a su lado, con el ceño fruncido y esa expresión de desagrado que parecía reservada solo para ella. Wyn no necesitaba voltear para saber que él estaba ahí; su presencia pesaba en su nuca como una sombra constante. A nadie le importaba realmente qu
El techo de la habitación tenía una grieta en la esquina derecha. Era lo único que Wyn había encontrado digno de observar en las últimas horas. Estaba acostada boca arriba, pero no en la posición normal. Su cuerpo estaba atravesado en la cama, su cabeza colgando ligeramente sobre el borde, viendo el mundo al revés. Más específicamente, viendo a Davian de cabeza. Él estaba sentado en una silla que no había estado ahí antes, aparentemente algo que había decidido traer recientemente. Aun así, su expresión seguía siendo la misma de siempre: indiferente, como lo había sido durante todos estos días de vigilancia. Ella suspiró con dramatismo. El tiempo en el refugio se había vuelto algo amorfo. No sabía si habían pasado días o semanas. No tenía forma de medirlo. Solo sabía que cada mañana despertaba en la misma habitación, caminaba por los mismos pasillos con la misma sombra tras ella, y volvía a acostarse en la misma cama, repitiendo el ciclo. No había nada que hacer. Ni siquiera pod
Si Davian tenía un talento especial, además de su habilidad para asesinar sin remordimientos, era el de ignorarla con una dedicación casi admirable. Wyn había perdido la cuenta de cuántas veces había bufado en los últimos tres días. Desde que él le leyó las notificaciones de su teléfono, su actitud había dado un giro de ciento ochenta grados. No es que antes fuera particularmente cálido, pero al menos la miraba cuando hablaba. Ahora ni eso. No respondía, no mostraba ni el más mínimo interés en su presencia y, aunque su tarea era vigilarla, lo hacía con la apatía de alguien que simplemente cumplía con un castigo. No entendía qué demonios le pasaba ni por qué se comportaba como si ella hubiera cometido un crimen imperdonable. ¿Era por ese mensaje de Evan? Ridículo. Pero claro, esperar madurez emocional de Davian era tan absurdo como esperar que le diera un trato decente. Si la iba a vigilar como un perro guardián, al menos podría disimularlo un poco. Pero no. Él había optado por la
El tren redujo la velocidad con un ruido metálico mientras la voz del altavoz anunciaba la última parada. A través de la ventanilla sucia, las luces mortecinas de la estación parpadeaban con desgana. Afuera, la noche era espesa y silenciosa, rota solo por el sonido de la lluvia golpeando el techo del andén.Wyn Lancaster tomó aire, profundo y medido, antes de cerrar su libreta con un golpe seco. No había escrito ni una sola palabra en todo el viaje. Ni una línea. Ni una idea lo suficientemente digna para plasmar en tinta.Desde hacía semanas, su cabeza era un desierto, seco y sin rastros de creatividad. No importaba cuánto intentara engañarse diciendo que solo necesitaba un descanso o que la inspiración llegaría en cualquier momento. No llegaba.Y era frustrante.Ajustó la bufanda alrededor de su cuello y se puso de pie cuando el tren terminó de detenerse. El vagón estaba casi vacío, salvo por un hombre dormido en una esquina y una mujer revisando su teléfono con expresión de agotamien