Rara cercanía

Habían pasado solo unos días desde que le permitieron volver, pero la sensación de libertad todavía no le calzaba del todo.

Wyn estaba sentada en el sillón, con una manta sobre las piernas y una libreta abierta apoyada en las rodillas. La casa estaba en silencio. No había música, ni televisión de fondo, ni el eco de otra voz que no fuera la suya. Solo el sonido suave del lápiz moviéndose sobre el papel y, de vez en cuando, el crujido de la madera vieja al moverse con el viento.

Afuera, el cielo se mantenía gris, como si no supiera si era hora de despertar o de dormir. La luz que entraba por la ventana era apenas suficiente para escribir sin encender lámparas, y Wyn ni siquiera había pensado en mirar el reloj.

Escribir se le había hecho una especie de costumbre, aunque no era como antes. No lo hacía por gusto ni como parte de su rutina.

Solo como una forma de llenar el tiempo.

En algún momento dejó de escribir y se quedó mirando el techo, sin pensar en nada concreto. El silenc
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