Entrar a la biblioteca por segunda vez se siente extraño. Debería ser un espacio familiar, pero es como si volviera a pisar ese suelo por primera vez.
Wyn mira a su alrededor.
El hombre que limpiaba la vez anterior ya no está. Quizás era un trabajador temporal, quizás simplemente hoy tiene otro turno. Pero su ausencia le da un aire distinto al lugar.
Su mirada se desliza hacia las escaleras. Las observa por un momento, indecisa, como si estuvieran desafiándola a subir.
Exhaló con fuerza y, antes de darle demasiadas vueltas, apoyó una mano en la barandilla y comenzó a ascender.
***
El tercer piso tenía la misma atmósfera pesada y casi olvidada. Apenas pasó la puerta, sus ojos se encontraron con los de él.
Fue un simple reflejo. Él estaba moviendo un par de libros y justo pasaba cerca de la entrada. No había forma de evitarlo. Por eso, cuando sus miradas chocaron, la irritación en su rostro apareció casi de inmediato. Apartó la vista sin siquiera molestarse en disimular su fastidio y continuó caminando, cruzando la habitación hasta dejar los libros en un espacio vacío en los estantes.
Ella no dijo nada. Tampoco él.
Wyn se movió entre los estantes con calma, deslizando la mirada por los lomos de los libros. Su intención original había sido leer algo, pero ninguna portada parecía llamarle la atención lo suficiente. O quizás, simplemente, su mente estaba en otra parte.
Sus pasos la llevaron sin pensarlo hasta la repisa donde seguía estando la máquina de escribir. Se sentó en el suelo, recostada contra la madera, y dejó caer su mochila a un lado. La abrió y sacó su libreta. Por alguna razón, siente que aquí, en este preciso instante, las ideas fluyen con más claridad.
Pasa las hojas hasta encontrar un espacio en blanco, y en algún momento, sin querer, su mirada se deslizó de nuevo hacia él. No tenía intención de observarlo realmente… pero lo hizo.
Y comenzó a escribir.
Describió la forma en que se movía. Su porte, la forma en que se mueve con naturalidad entre los estantes, la expresión seria en su rostro. Sin darse cuenta, su pluma empieza a describirlo. Su aura. Su mirada. La intensidad de su presencia. Incluso su voz, que aún resuena en su mente, baja y algo rígida. Se sumerge tanto en su escritura que pierde la noción del tiempo.
Detalles.
Y más detalles.
No se percató de que él ya no estaba en su sitio.
Hasta que sintió su sombra inclinarse sobre ella.
—¿Qué escribes?
Su voz llegó demasiado cerca, acompañada del leve crujido de la madera bajo sus pies. Wyn se sobresaltó, su espalda pegándose contra la repisa mientras cerraba la libreta de golpe.
—¡Nada!
El arqueó una ceja, la mirada oscura y curiosa. Su reacción exagerada solo parecía haber despertado más su interés.
—¿Nada? —Su tono tenía un deje de diversión—. Entonces no te importará si lo leo.
Antes de que pudiera reaccionar, él estiró una mano para intentar tomar la libreta. Ella se aferró a ella con ambas manos, sujetándola contra su pecho.
—No.
Él ladeó la cabeza, evaluándola por un segundo, antes de volver a intentarlo.
Wyn giró hacia un lado, alejándose, pero él no parecía tener intención de rendirse tan fácilmente.
Lo siguiente se sintió casi ridículo: un pequeño forcejeo infantil, con él intentando tomar la libreta y ella esquivándolo como podía, cada uno soltando frases cortas en un intento de hacer que el otro cediera.
—Dámela.
—No.
—Déjame ver.
—¡Que no!
—¿Por qué tanto secreto? ¿Acaso estabas escribiendo sobre mí?
—¡Por supuesto que no!
—Entonces muéstramelo.
Ella se aferra más fuerte al cuaderno, sintiendo el calor subirle al rostro.
Si se lo quita y lo lee, va a querer que la tierra se la trague.
Porque sí. Claro que había estado escribiendo sobre él.
Y con detalles tan específicos que recién ahora se da cuenta de lo mucho que lo ha observado.
El juego continuó, entre empujones leves y fintas fallidas. Cada vez que uno intentaba adelantarse, el otro reaccionaba a tiempo.
Por un instante, pensó que todo terminaría en una derrota humillante. Que él la superaría en reflejos, le arrebataría la libreta y leería con una sonrisa arrogante cada palabra que había escrito sobre él.
Pero entonces, el sonido de un zumbido interrumpió la escena.
El teléfono en su bolsillo vibró con insistencia.
Resopló, visiblemente irritado, y se detuvo a regañadientes. Se llevó una mano al bolsillo, sacando el móvil con el ceño fruncido antes de contestar.
No dijo nada al contestar. Solo escuchó.
Su expresión permaneció en calma al principio, pero con cada segundo que pasaba, algo en su mirada se endurecía. Apenas se notaba: un ligero apretar de la mandíbula, y la forma en que sus dedos se tensaban alrededor del teléfono.
Ella no podía oír la conversación, pero lo que fuera que le estaban diciendo parecía desagradable.
Finalmente, cerró los ojos con exasperación y exhaló un susurro resignado.
—Bien.
Una sola palabra.
Terminó la llamada y guardó el teléfono con un movimiento brusco. Cuando volvió a mirarla, ya no tenía ese aire divertido y burlón de antes. Su expresión había recuperado la dureza habitual, esa frialdad cortante con la que la había mirado la primera vez que lo vio.
—Tengo que irme —dijo sin emoción, como si la conversación le hubiera drenado cualquier interés por seguir discutiendo.
Es… distante.
No le dio tiempo a preguntar nada.
Él solo se giró y, con pasos firmes, se alejó sin mirar atrás.
Ella permaneció quieta, sintiendo aún la presión de la libreta contra su pecho, el calor residual de la adrenalina en su piel.
No supo cuánto tiempo pasó así, con la mirada fija en el pasillo vacío.
La forma en que su actitud cambió después de la llamada...
No pudo evitar preguntarse qué había pasado.
Finalmente, dejó escapar un suspiro, soltando la tensión que había contenido en sus músculos.
Movió los dedos alrededor de la libreta y, con más calma, la colocó sobre su regazo. Se permitió unos segundos para recomponerse, cerrando los ojos y apoyando la cabeza contra la estantería detrás de ella.
Pero entonces, algo llamó su atención.
Un pequeño pliegue de papel en el suelo.
Frunció el ceño.
¿Eso siempre estuvo ahí?
Se inclinó y lo recogió con cuidado, notando la textura rugosa bajo sus dedos. No recordaba haber dejado caer nada.
Lo desplegó lentamente.
Líneas de símbolos extraños y números se extendían por la hoja en una secuencia que no tenía ningún sentido. No eran palabras, ni siquiera parecía un idioma. Más bien… un código.
El aire pareció volverse un poco más frío.
No era suyo.
Pasó la yema de los dedos por los trazos, como si al tacto pudiera descifrar lo que significaban.
Debió de caérsele a él cuando sacó el teléfono.
Cerró la nota y la guardó en su bolsillo casi sin pensar.
Le lanzó una última mirada a la escalera por donde él había desaparecido.
Exhaló un resoplido leve, apoyando un codo sobre su rodilla y dejándose caer un poco hacia adelante.
—Oh, es cierto. —murmuró—. Aún no sé su nombre...
Rozó distraídamente su labio inferior con la yema del dedo, como si el gesto pudiera ayudarla a ordenar sus pensamientos.
Y, de alguna manera, intuía que no sería tan fácil averiguarlo.
La televisión emitía un murmullo constante en la pequeña sala, una combinación de voces monótonas y sonidos ambientales que llenaban el espacio sin aportar nada realmente relevante.Wyn apenas le prestaba atención. El noticiero siempre encontraba algo de qué hablar: tráfico, política, el clima. Nada que le interesara.Estaba sentada en el viejo sofá, con la laptop sobre sus piernas. La pantalla iluminaba su rostro con un resplandor tenue mientras sus dedos tecleaban rápidamente, buscando cualquier pista que la ayudara a descifrar aquel maldito papel.Pero nada coincidía.Suspiró y recostó la cabeza en el respaldo, frotándose los ojos con los dedos. Se sentía agotada, pero su mente seguía inquieta, repasando cada detalle, cada posibilidad.En algún punto, el murmullo de la televisión cambió. No le prestó atención al principio, hasta que una frase se filtró con nitidez entre el ruido de fondo:—El cuerpo de un hombre fue encontrado esta madrugada en un callejón al sur de la ciudad...Su
Wyn había perdido la noción del tiempo. Podían haber pasado días, tal vez una semana, pero le resultaba imposible estar segura.Su rutina se había vuelto monótona y agotadora, reduciéndose a trabajar y volver a casa, donde pasaba horas encerrada, con los libros, sus notas y aquel enigmático papel que aún no lograba descifrar.La biblioteca había quedado relegada a un segundo plano. Desde que encontró aquel rastro de tierra extraña en el tercer piso, algo en ese lugar le daba mala espina. La sensación de que algo estaba sucediendo no la dejaba en paz. Cuanto más intentaba ignorarlo, más presente se hacía en su mente, como una advertencia silenciosa. Y esa incertidumbre solo avivaba su curiosidad.Si quería respuestas, tenía que empezar por ahí. ***Las horas se le escapaban sin que lo notara. Se sumergía en su investigación hasta que el agotamiento la arrastraba sin previo aviso. A veces, terminaba dormida con la cabeza sobre las páginas de su cuaderno, otras veces en el sofá, en una p
Wyn volvió a leer.Una vez.Otra.Y otra vez.Sus ojos recorrían las letras como si al final de cada relectura algo fuera a cambiar, como si la tinta fuera a disolverse y reformarse en algo menos terrible. Pero no. Seguía allí. El mismo nombre. La misma dirección. La misma condena impresa en ese maldito papel.Su pulso martilleaba en sus oídos.Otra vez.Otra vez.Pero no importaba cuántas veces lo intentara.El nombre no desaparecía.La dirección tampoco.Daniel Mercer.Ese nombre ya no le pertenecía a un hombre.Le pertenecía a un cadáver.A un cuerpo encontrado en un callejón.Wyn tragó saliva. Ni siquiera la policía mostró fotos, y aun así, todo el mundo entendió que había sido algo terrible. Algo que ni siquiera un forense, alguien que veía la muerte todos los días, pudo describir sin una pausa incómoda.¿Por qué él tenía este nombre?¿Por qué estaba escrito aquí?Y ahora este papel.Frío, ligero, inofensivo en apariencia.En su poder.Su pulso se sintió pesado cuando bajó la vist
La dirección en el papel la llevó a una calle silenciosa, demasiado para su gusto.No había nadie en los pavimentos ni cruzando la calle, como si la ciudad entera estuviera dormida. Sus pasos resonaban en el asfalto mientras sus ojos escudriñaban cada detalle, buscando algo que delatara la razón por la que estaba allí.Nada.Se obligó a seguir avanzando, aunque la inquietud se aferraba a su pecho como un peso frío. Sus ojos recorrieron los ventanales oscuros y las puertas cerradas, buscando algún indicio de movimiento. Todo seguía inmóvil. Pero entonces, un cosquilleo en la nuca la hizo detenerse. Giró la cabeza lentamente, conteniendo el aliento, pero la calle detrás de ella seguía tan vacía como antes. Tal vez solo era su imaginación jugándole una mala pasada… o tal vez no.Estaba paranoica. O al menos eso pensó, hasta que algo en el suelo captó su atención.Una colilla de cigarro, apenas consumida, con un tenue resplandor en la punta que se apagó en cuestión de segundos. Se detuvo
El callejón seguía sumido en la penumbra, con la arena pegajosa adherida a la piel de Wyn. Su respiración era errática, entrecortada contra la áspera palma que sellaba su boca. El peso del hombre sobre ella era sofocante, su cuerpo presionando contra el suyo de una forma que la mantenía completamente inmovilizada. Apenas podía mover las piernas atrapadas bajo el peso de sus caderas, y sus brazos quedaban torcidos contra el suelo arenoso. El frío del arma contra su sien se sentía como un pinchazo de hielo, un recordatorio cruel de lo frágil que era su vida en ese momento. La mano que la silenciaba estaba caliente y áspera, con un toque deliberado, controlado hasta lo enfermizo. Wyn tragó con dificultad, sintiendo cómo su garganta se cerraba con el terror. Intentó calmar su respiración, pero su pecho subía y bajaba con violencia, traicionándola. El hombre encima de ella no se movía. Parecía estar disfrutando el momento. Lentamente, inclinó la cabeza hacia su oído, el roce de su re
La conciencia regresó a Wyn como una ola lenta y densa, arrastrándola de la oscuridad al entumecimiento. Su cuerpo se sentía pesado, su mente aún más. Antes de abrir los ojos, notó la sensación de un colchón bajo su espalda. Intentó mover los dedos de la mano, comprobando si podía responder a su propio cuerpo. Le costó, pero logró flexionarlos levemente. Parpadeó con debilidad, la luz filtrándose en su visión borrosa mientras un dolor sordo le latía en la cabeza. ¿Qué había pasado? Con esfuerzo, se incorporó hasta quedar sentada en la cama, llevando una mano a la parte trasera de su cabeza. Una punzada aguda le recorrió el cráneo al tocar la zona adolorida. Frunció el ceño. —¿Te duele? La voz inesperada la hizo girar el rostro con brusquedad. Davian estaba allí, apoyado contra la pared a su izquierda. Había estado observándola todo este tiempo. Su expresión era indescifrable, pero en su mirada había una chispa de diversión mal disimulada. —Estás en nuestro refugio —informó
El teléfono reposaba a sus pies, insignificante en apariencia, pero Wyn lo observó como si arrastrara consigo un peso imposible.Inspiró hondo antes de inclinarse, su mano flotando apenas un segundo sobre el dispositivo antes de cerrarse en torno a él. El contacto fue un choque helado contra su piel, más gélido de lo esperado, más denso. Como si el ambiente se cerrara sobre ella en el instante en que sus dedos rozaron el dispositivo.Apretó el teléfono con los dedos, conteniendo el temblor en su mandíbula.No había nada que cuestionar, nada que examinar. Solo un trozo de vidrio y metal entre sus dedos, y el peso de lo inevitable.El hombre permanecía firme, su presencia llenando el espacio sin necesidad de moverse. No la instó a darse prisa. Solo aguardó, dándole margen suficiente para comprender que cualquier intento de escapar de aquello era inútil.—¿Qué tengo que decir? —preguntó Wyn, procurando que su voz sonara casual.El hombre metió la mano en el bolsillo de su chaqueta con ca
El tedio se había vuelto su única compañía. Habían pasado días desde que Wyn quedó atrapada en aquella habitación, su mundo reducido a cuatro paredes y una cama. Bajo la supervisión de Davian. Y eso, no lo hacía muy feliz. El silencio en la habitación era espeso, solo interrumpido por el ocasional crujido de la madera bajo el peso de sus movimientos. Wyn se giró con desgano sobre el colchón, apoyando la mejilla contra su rodilla doblada, y dejó escapar un suspiro silencioso mientras dirigía la mirada hacia su “vigilante”. Davian estaba atrincherado en una de las esquinas, con la espalda apoyada contra la pared y una rodilla elevada donde descansaba un brazo. Su expresión era una colección de hastío mal reprimido, y murmuraba para sí con un tono que oscilaba entre la impaciencia y la exasperación. Wyn se quedó mirándolo, aburrida, viendo cómo su boca se movía en palabras masculladas, apenas audibles. Como si discutir consigo mismo pudiera mejorar su humor. Días atrás, lo habí