La televisión emitía un murmullo constante en la pequeña sala, una combinación de voces monótonas y sonidos ambientales que llenaban el espacio sin aportar nada realmente relevante.
Wyn apenas le prestaba atención. El noticiero siempre encontraba algo de qué hablar: tráfico, política, el clima. Nada que le interesara.
Estaba sentada en el viejo sofá, con la laptop sobre sus piernas. La pantalla iluminaba su rostro con un resplandor tenue mientras sus dedos tecleaban rápidamente, buscando cualquier pista que la ayudara a descifrar aquel maldito papel.
Pero nada coincidía.
Suspiró y recostó la cabeza en el respaldo, frotándose los ojos con los dedos. Se sentía agotada, pero su mente seguía inquieta, repasando cada detalle, cada posibilidad.
En algún punto, el murmullo de la televisión cambió. No le prestó atención al principio, hasta que una frase se filtró con nitidez entre el ruido de fondo:
—El cuerpo de un hombre fue encontrado esta madrugada en un callejón al sur de la ciudad...
Su mano quedó inmóvil sobre su rostro. Wyn abrió los ojos y fijó la vista en la pantalla de la TV, su atención capturada por completo.
Las imágenes eran borrosas, pero el lugar lucía abandonado, sucio y oscuro. En la esquina de la pantalla, un pequeño texto en letras blancas describía la escena con frialdad: “Hombre hallado sin vida. Posible homicidio”.
—La policía recibió el aviso de una pareja que se encontraba en las inmediaciones... —continuó la reportera—. Según los informes, el hombre, de aproximadamente cuarenta y cinco años, presentaba signos de tortura extrema. Se cree que fue asesinado de manera violenta y que su cuerpo continuó siendo mutilado después de su muerte.
Wyn frunció el ceño.
No era común escuchar algo así en las noticias.
La pantalla cambió a una fotografía de la víctima junto a su nombre. Ella lo observó con atención, repitiendo el nombre en voz baja.
«Daniel Mercer»
Algo en él le resultaba extrañamente familiar.
Frunció los labios y desvió la mirada, escarbando en su memoria.
Repasó mentalmente cada rostro con el que se había cruzado en los últimos días, descartando. Hasta que la imagen encajó.
Ah…
Su expresión se endureció.
Ahora lo recordaba.
Era el hombre con el que se había tropezado al llegar a la ciudad. El mismo que no se disculpó, que caminó con prisa, y con la mirada esquiva, como si temiera que algo o alguien lo estuviera acechando.
¿Un ajuste de cuentas?
Aquella actitud nerviosa no había sido una simple coincidencia. Desde el principio, parecía saber que lo estaban siguiendo.
Pero ¿quién? ¿Y por qué?
Wyn dejó escapar un suspiro y apoyó la espalda contra el asiento, sin apartar la vista de la pantalla. Su mente seguía encajando piezas, pero el noticiero ya había pasado a otro tema, arrastrando la noticia con él.
Desvió la mirada hacia la esquina de la pantalla. Se le hacía tarde.
Cerró la laptop con rapidez, apagó la televisión y tomó su mochila antes de salir.
***
El aire matutino seguía siendo fresco cuando pisó la calle.
El mismo camino, el mismo ritmo, las mismas calles llenas de gente que iba y venía sin prestarle atención. Y aun así, algo no se sentía bien.
No tenía sentido.
Pero cuanto más intentaba ignorarlo, más presente se hacía.
Si alguien lo estaba siguiendo aquel día, ¿Había estado demasiado cerca de algo que no debía? Sin darse cuenta, ¿ella también había estado en peligro ese día?
Las preguntas la acompañaron incluso cuando el día avanzó. Las horas transcurrieron entre la rutina de siempre, pero la inquietud nunca terminó de irse.
Cuando salió del establecimiento al final del turno, deslizó la mano en el bolsillo y sintió el crujido del papel doblado.
Lo había traído consigo.
Lo desdobló con cuidado bajo la luz tenue de un farol, repasando los símbolos y números una vez más. Había intentado descifrarlo en internet sin éxito. Ningún resultado coincidía, ninguna página arrojaba respuestas.
Quizás porque no era algo reciente.
Si se trataba de un código antiguo, la mejor opción era buscar en libros.
Y la mejor fuente para eso estaba en la biblioteca al borde de la ciudad, lo que significaba otro viaje en taxi.
Guardó el papel de vuelta en su bolsillo y echó un vistazo a la calle.
No tenía sentido perder más tiempo.
***
El taxi la dejó frente a la biblioteca, como siempre lo hacía. Cruzó el umbral, y apenas lo hizo, un golpe seco resonó en los pisos superiores.
Algo había caído.
El sonido fue seguido por pasos fuertes, apresurados, bajando por las escaleras. Su mirada se dirigió automáticamente hacia allí.
Y lo vio.
El mismo semblante de siempre: impaciente, malhumorado. Pero esta vez…
Sus ojos oscuros parecían más profundos, casi como pozos sin fondo. Su expresión era la de alguien que podía arrancarle la garganta a cualquiera en cualquier momento.
La sensación fue inmediata. Una advertencia instintiva recorrió su cuerpo, haciéndola dar un paso atrás.
Su cabello estaba ligeramente desordenado, como si se hubiera jalado de la frustración. Y sus pasos eran pesados, cargados de rabia.
No dijo nada.
Ni siquiera disminuyó el paso cuando llegó a su altura. La chocó al pasar, haciéndola dar otro paso atrás por el impacto.
Pero no se atrevió a girar la cabeza para verlo alejarse.
Casi sin respirar, mantuvo la vista fija en el suelo, con el temor irracional de que cualquier movimiento, incluso el más leve, pudiera hacer que él se volviera contra ella.
Un portazo rompió la tensión en el aire.
El sonido reverberó en la biblioteca vacía, seguido de un silencio sepulcral.
Solo entonces se permitió exhalar el aire que había estado conteniendo.
Temblorosa, miró por encima del hombro.
Él ya no estaba.
Frunció el ceño.
Siempre tenía mala cara, pero esta vez… se veía terrible.
—Que genio... —murmuró, tratando de calmar el extraño escalofrío que recorrió su espalda.
Sacudió la cabeza y decidió concentrarse en lo que había venido a hacer.
El código.
***
Parecía que alguien había tenido una rabieta.
Los libros estaban esparcidos por el suelo, algunos abiertos con las páginas dobladas, otros apilados de cualquier manera, como si hubieran sido pateados en un arrebato de frustración. Pero ella no estaba aquí para eso.
Recorrió los estantes con calma, ignorando a propósito el desastre del tercer piso.
No era su problema.
Escaneó los títulos hasta que encontró dos libros que podrían servirle: uno sobre criptografía básica y otro sobre códigos en manuscritos antiguos.
No era exactamente lo que buscaba, pero algo debía de haber ahí.
Los guardó en su mochila y, cuando giró para irse, sus ojos volvieron a detenerse en el suelo.
Suspiró.
Observó el desastre en el suelo y, con un chasquido de lengua, dejó su mochila a un lado antes de agacharse.
—No sé por qué hago esto… —murmuró, tomando el primer libro.
Acomodó un par de libros más, sin tomar en serio el orden. Solo para terminar rápido y largarse.
Pero, al alzar uno de los libros, una sensación áspera le rozó los dedos.
Se detuvo. Bajó la mirada y frotó la yema de sus dedos con el pulgar.
Estaban sucios.
Pasó la mano por la cubierta de otro libro y vio pequeños rastros de polvo seco adheridos a la madera del suelo. No era tanto, pero ahí estaba.
Tierra.
O… algo parecido.
¿Había caído de sus zapatos?
Tal vez.
Pero la textura era extraña.
Entre las partículas claras había otras más oscuras, secas, apelmazadas en algunos pliegues de las hojas.
No quería pensar en lo que parecía.
Pero lo hacía.
Y el estómago se le hizo un nudo.
Aquí solo había estado él.
Terminó de acomodar lo que pudo con movimientos automáticos, intentando no prestar demasiada atención. Se sacudió las manos contra los jeans, agarró su mochila y se enderezó.
¿Qué demonios había estado haciendo?
Se quedó un segundo más, mirando los rastros en el suelo, antes de girar sobre sus talones.
Definitivamente, era hora de irse...
Wyn había perdido la noción del tiempo. Podían haber pasado días, tal vez una semana, pero le resultaba imposible estar segura.Su rutina se había vuelto monótona y agotadora, reduciéndose a trabajar y volver a casa, donde pasaba horas encerrada, con los libros, sus notas y aquel enigmático papel que aún no lograba descifrar.La biblioteca había quedado relegada a un segundo plano. Desde que encontró aquel rastro de tierra extraña en el tercer piso, algo en ese lugar le daba mala espina. La sensación de que algo estaba sucediendo no la dejaba en paz. Cuanto más intentaba ignorarlo, más presente se hacía en su mente, como una advertencia silenciosa. Y esa incertidumbre solo avivaba su curiosidad.Si quería respuestas, tenía que empezar por ahí. ***Las horas se le escapaban sin que lo notara. Se sumergía en su investigación hasta que el agotamiento la arrastraba sin previo aviso. A veces, terminaba dormida con la cabeza sobre las páginas de su cuaderno, otras veces en el sofá, en una p
Wyn volvió a leer.Una vez.Otra.Y otra vez.Sus ojos recorrían las letras como si al final de cada relectura algo fuera a cambiar, como si la tinta fuera a disolverse y reformarse en algo menos terrible. Pero no. Seguía allí. El mismo nombre. La misma dirección. La misma condena impresa en ese maldito papel.Su pulso martilleaba en sus oídos.Otra vez.Otra vez.Pero no importaba cuántas veces lo intentara.El nombre no desaparecía.La dirección tampoco.Daniel Mercer.Ese nombre ya no le pertenecía a un hombre.Le pertenecía a un cadáver.A un cuerpo encontrado en un callejón.Wyn tragó saliva. Ni siquiera la policía mostró fotos, y aun así, todo el mundo entendió que había sido algo terrible. Algo que ni siquiera un forense, alguien que veía la muerte todos los días, pudo describir sin una pausa incómoda.¿Por qué él tenía este nombre?¿Por qué estaba escrito aquí?Y ahora este papel.Frío, ligero, inofensivo en apariencia.En su poder.Su pulso se sintió pesado cuando bajó la vist
La dirección en el papel la llevó a una calle silenciosa, demasiado para su gusto.No había nadie en los pavimentos ni cruzando la calle, como si la ciudad entera estuviera dormida. Sus pasos resonaban en el asfalto mientras sus ojos escudriñaban cada detalle, buscando algo que delatara la razón por la que estaba allí.Nada.Se obligó a seguir avanzando, aunque la inquietud se aferraba a su pecho como un peso frío. Sus ojos recorrieron los ventanales oscuros y las puertas cerradas, buscando algún indicio de movimiento. Todo seguía inmóvil. Pero entonces, un cosquilleo en la nuca la hizo detenerse. Giró la cabeza lentamente, conteniendo el aliento, pero la calle detrás de ella seguía tan vacía como antes. Tal vez solo era su imaginación jugándole una mala pasada… o tal vez no.Estaba paranoica. O al menos eso pensó, hasta que algo en el suelo captó su atención.Una colilla de cigarro, apenas consumida, con un tenue resplandor en la punta que se apagó en cuestión de segundos. Se detuvo
El callejón seguía sumido en la penumbra, con la arena pegajosa adherida a la piel de Wyn. Su respiración era errática, entrecortada contra la áspera palma que sellaba su boca. El peso del hombre sobre ella era sofocante, su cuerpo presionando contra el suyo de una forma que la mantenía completamente inmovilizada. Apenas podía mover las piernas atrapadas bajo el peso de sus caderas, y sus brazos quedaban torcidos contra el suelo arenoso. El frío del arma contra su sien se sentía como un pinchazo de hielo, un recordatorio cruel de lo frágil que era su vida en ese momento. La mano que la silenciaba estaba caliente y áspera, con un toque deliberado, controlado hasta lo enfermizo. Wyn tragó con dificultad, sintiendo cómo su garganta se cerraba con el terror. Intentó calmar su respiración, pero su pecho subía y bajaba con violencia, traicionándola. El hombre encima de ella no se movía. Parecía estar disfrutando el momento. Lentamente, inclinó la cabeza hacia su oído, el roce de su re
La conciencia regresó a Wyn como una ola lenta y densa, arrastrándola de la oscuridad al entumecimiento. Su cuerpo se sentía pesado, su mente aún más. Antes de abrir los ojos, notó la sensación de un colchón bajo su espalda. Intentó mover los dedos de la mano, comprobando si podía responder a su propio cuerpo. Le costó, pero logró flexionarlos levemente. Parpadeó con debilidad, la luz filtrándose en su visión borrosa mientras un dolor sordo le latía en la cabeza. ¿Qué había pasado? Con esfuerzo, se incorporó hasta quedar sentada en la cama, llevando una mano a la parte trasera de su cabeza. Una punzada aguda le recorrió el cráneo al tocar la zona adolorida. Frunció el ceño. —¿Te duele? La voz inesperada la hizo girar el rostro con brusquedad. Davian estaba allí, apoyado contra la pared a su izquierda. Había estado observándola todo este tiempo. Su expresión era indescifrable, pero en su mirada había una chispa de diversión mal disimulada. —Estás en nuestro refugio —informó
El teléfono reposaba a sus pies, insignificante en apariencia, pero Wyn lo observó como si arrastrara consigo un peso imposible.Inspiró hondo antes de inclinarse, su mano flotando apenas un segundo sobre el dispositivo antes de cerrarse en torno a él. El contacto fue un choque helado contra su piel, más gélido de lo esperado, más denso. Como si el ambiente se cerrara sobre ella en el instante en que sus dedos rozaron el dispositivo.Apretó el teléfono con los dedos, conteniendo el temblor en su mandíbula.No había nada que cuestionar, nada que examinar. Solo un trozo de vidrio y metal entre sus dedos, y el peso de lo inevitable.El hombre permanecía firme, su presencia llenando el espacio sin necesidad de moverse. No la instó a darse prisa. Solo aguardó, dándole margen suficiente para comprender que cualquier intento de escapar de aquello era inútil.—¿Qué tengo que decir? —preguntó Wyn, procurando que su voz sonara casual.El hombre metió la mano en el bolsillo de su chaqueta con ca
El tedio se había vuelto su única compañía. Habían pasado días desde que Wyn quedó atrapada en aquella habitación, su mundo reducido a cuatro paredes y una cama. Bajo la supervisión de Davian. Y eso, no lo hacía muy feliz. El silencio en la habitación era espeso, solo interrumpido por el ocasional crujido de la madera bajo el peso de sus movimientos. Wyn se giró con desgano sobre el colchón, apoyando la mejilla contra su rodilla doblada, y dejó escapar un suspiro silencioso mientras dirigía la mirada hacia su “vigilante”. Davian estaba atrincherado en una de las esquinas, con la espalda apoyada contra la pared y una rodilla elevada donde descansaba un brazo. Su expresión era una colección de hastío mal reprimido, y murmuraba para sí con un tono que oscilaba entre la impaciencia y la exasperación. Wyn se quedó mirándolo, aburrida, viendo cómo su boca se movía en palabras masculladas, apenas audibles. Como si discutir consigo mismo pudiera mejorar su humor. Días atrás, lo habí
El refugio tenía un olor particular, una mezcla de madera vieja, metal frío y el persistente aroma a pólvora. Wyn apenas lo había notado los primeros días, atrapada en la monotonía de su habitación. No era una prisionera en el sentido estricto, pero tampoco la habían dejado moverse con libertad. Al principio, la mantuvieron bajo estricta vigilancia, como si esperaran que intentara escapar en cualquier momento. Pero cuando vieron que no representaba una amenaza real—que no intentaba rebelarse, que no era un problema—, las restricciones se aflojaron. Ahora, podía moverse por ciertas áreas del refugio, aunque siempre bajo la mirada vigilante de Davian. No importaba a dónde fuera, él estaba ahí. Unos pasos detrás, otras caminando en silencio a su lado, con el ceño fruncido y esa expresión de desagrado que parecía reservada solo para ella. Wyn no necesitaba voltear para saber que él estaba ahí; su presencia pesaba en su nuca como una sombra constante. A nadie le importaba realmente qu