2. PRIMER ENCUENTRO

  Nadir Figueiro, el único vástago de Josué Figueiro, uno de los hacendados más influyentes y prósperos de la región, era bien conocido no solo por su linaje sino también por su destreza en la cría de ganado vacuno. Las dos mil hectáreas de tierra fértil que poseía se extendían como un tapiz verde bajo el cielo abierto, albergando a más de mil cabezas de ganado. 

Estos animales no solo eran el núcleo de su imperio agropecuario, sino también la fuente de una impresionante producción que superaba los tres mil litros de leche y las cinco toneladas de carne al mes, abasteciendo tanto al mercado local como al internacional. Esta vasta contribución no solo consolidaba la posición de la hacienda Figueiro en el mercado, sino que también afirmaba el estatus de Nadir como el ganadero más destacado del sur del país, cimentando así su fortuna y reputación.

La fortuna de la familia Figueiro no se limitaba a la ganadería. Las tierras de Nadir también albergaban yacimientos de diamantes, en particular de rubíes, cuya extracción añadía un brillo especial al ya próspero negocio familiar. Estas gemas eran meticulosamente procesadas y transformadas en joyas exquisitas y exóticas en sus propias empresas joyeras. Al final de cada mes, las piezas se subastaban alcanzando precios estratosféricos, lo que incrementaba aún más la fortuna de los Figueiro.

 Este éxito convertía a Nadir en el soltero más codiciado de la región; las familias más acaudaladas lo veían como el partido ideal para sus hijas. Sin embargo, Nadir no tenía interés en matrimonios concertados ni en las distracciones del romance. Desde joven, se había fijado metas claras y ambiciosas. Su inteligencia y dedicación lo distinguían en sus estudios, y su padre no podía estar más orgulloso de los logros alcanzados por su hijo.

 Nadir se graduó del bachillerato con los más altos honores, liderando su promoción y dejando una marca imborrable de excelencia académica. Pero no se detuvo allí; sus resultados excepcionales le abrieron las puertas para perseguir su verdadera pasión: la Ingeniería Metalúrgica. Con una visión clara de su futuro, se dispuso a estudiar en el extranjero, aceptado en una de las universidades más prestigiosas de Alemania, donde continuaría forjando su camino hacia la grandeza.

 Nadir Josué Figueiro, así rezaba su nombre completo. A pesar de ser un hombre de innegable atractivo, que suscitaba suspiros allá por donde transitaba, había decidido que no se dejaría llevar por las convenciones sociales ni por la presión de su estatus. Estaba resuelto a casarse por amor, tal como lo había hecho su padre. Admiraba profundamente la relación de sus padres, que después de tantos años mantenían su amor tan fresco y vibrante como en sus inicios.

 Josué Figueiro había conocido a Vania en una tarde inesperada, mientras cabalgaba por los confines de la finca familiar, recién heredada tras la pérdida de sus progenitores, en un trágico accidente aéreo. Habían estado en París, presentando una joya excepcional elaborada con las piedras preciosas de sus minas, cuando su jet privado se estrelló en el viaje de regreso. Aquel día marcó a Josué con la dualidad más extrema: el dolor por la negativa a acompañar a sus padres y la culpa que le acosaba por ello, y la sorpresa del encuentro más significativo de su vida.

 Nadir se deleitaba cada vez que su padre narraba el encuentro con Vania. Ella galopaba con tal ímpetu que su cabellera dorada parecía una estela celestial, un ángel enviado para mitigar su dolor. Josué siempre decía que Vania era la mujer más bella que había visto jamás, y desde el momento en que sus miradas se cruzaron, con aquellos intensos ojos verdes clavándose en los suyos, quedó irremediablemente enamorado. 

  Era natural que Nadir fuera un hombre de notable hermosura, heredero de la gracia y el atractivo de sus padres. Al igual que su padre, abrigaba la esperanza de que, algún día, el amor irrumpiera en su vida de manera inesperada y maravillosa. La finca “Los Figueiro,” era un reflejo de la alegría y la felicidad que emanaban de sus dueños, una prosperidad que se extendía generosamente a las familias de los obreros que trabajaban para ellos. Estas familias vivían en un pequeño poblado construido por la misma mano benefactora de Nadir, convirtiéndose en objeto de admiración y envidia para todos en las millas a la redonda.

 La mañana había despertado con una ligera humedad en el aire, pero la vida en la mansión seguía su curso tranquilo y sereno. El cielo despejado se extendía en un azul intenso, realzando la belleza del día. Los ojos azules de Nadir, reflejando aquel cielo, brillaban con un fulgor especial, un destello que evidenciaba la dicha que sentía al vivir en aquel lugar idílico. La felicidad lo inundaba al compartir su existencia con sus amados padres en la finca, un lugar que consideraba insustituible y que formaba parte inseparable de su ser.

A la hora del almuerzo, Pastora, el ama de llaves, anuncia que ya está servido. Allí siempre se reúnen con mucho amor Vania, Josué y Nadir, nunca faltan a esta cita, les gusta mucho compartir en la mesa.

—Es un regalo de la vida un día así tan hermoso, ¿verdad padre? —comenta Nadir, admirando el paisaje a través de la amplia ventana. —Lástima que hoy se anuncia una tormenta y ya se vislumbra en el horizonte.

—Así es hijo, ya sabes cómo es esta temporada. Amanece un sol radiante y en un instante todo cambia —responde su padre con una voz serena, mientras degusta el exquisito manjar que tienen delante.

—No me agradan estos cambios bruscos —manifiesta Vania, observando con cierta inquietud el cielo desde el gran ventanal. Las tormentas siempre le han causado temor.

—No te preocupes querida, aseguraremos bien las puertas. No tienes que temer, y ambos estaremos aquí —le asegura su esposo con ternura, acariciando su mano.

—Sí, mamá. Te cuidaremos muy bien —asegura Nadir acercándose y depositando un beso en su mejilla—. Nos tienes a nosotros que no dejaremos que te pase nada.

—Gracias, hijo —susurra ella con voz tenue.

 Para distraerla de la inminente tempestad, comienzan a relatar historias chistosas, logrando que Vania olvide momentáneamente cómo el cielo se va tiñendo de gris. La comida transcurre entre risas y anécdotas, creando un ambiente cálido y familiar. Al terminar, Vania se retira junto a su esposo para cumplir con la tradición de la siesta. Nadir, sin embargo, permanece despierto, preocupado por cómo el día se va ensombreciendo. Más de dos horas después, empieza una llovizna fina y persistente.

 Los pastores se apresuran a reunir el ganado para protegerlo en un lugar seguro, pues saben que cuando la lluvia arrecia, el río que bordea las fincas por estos lares suele crecer y tornarse peligroso. Nadir supervisa y acompaña a los trabajadores en sus labores. Al caer la tarde, la lluvia se intensifica hasta convertirse en un aguacero torrencial acompañado de truenos estruendosos y ráfagas de viento. Su padre asoma por la puerta de la casa y lo llama con urgencia.

—Nadir, hijo, por favor avísale a Sergio que le diga a los pastores que no salgan más. Las reses restantes se recogerán mañana —pidió el padre con urgencia.

—Entendido, papá. Ya les había advertido, pero sabes cómo son, no les gusta dejar el trabajo a medias —respondió Nadir, preparándose para volver a montar.

—Lo sé, pero con tantos truenos y relámpagos es peligroso estar a caballo. Podría ser muy riesgoso para ti. Así que no te demores. No me agrada la idea de que estés afuera con este tiempo y te necesito aquí —añadió el padre.

—Sergio, papá dice que no salga nadie más. Que lo que queda de las reses se recogerá mañana —comunicó Nadir al capataz, quien se esforzaba por encerrar a las vacas alarmadas por los truenos. —¿Me escuchaste, Sergio? —insistió al notar la distracción del hombre en su labor. —La tormenta es muy intensa y no queremos accidentes. Hay demasiados rayos y truenos, nadie debe salir.

—Claro, mi niño —respondió finalmente Sergio García, el capataz y hombre de confianza de Josué. —Lo comunicaré de inmediato. No te preocupes, todos estarán a salvo al regresar.

 Nadir observó un momento a Sergio. El hombre, de cabellos canosos y avanzada edad, había trabajado en la finca desde tiempos de sus abuelos y le tenía un gran cariño. A pesar de su edad, su fortaleza y responsabilidad eran incuestionables y había sido un gran maestro para Nadir, quien lo consideraba casi como parte de su familia.

—Nadir, hijo mío —llamó nuevamente el padre desde la casa. —Ven a ayudarme con estos ventanales, siempre me cuesta trabajo cerrarlos bien.

—Ya voy, papá —contestó Nadir mientras aseguraba a su caballo antes de correr en ayuda de su padre.

—Una vez terminemos aquí, debemos asegurar los ventanales de las habitaciones. Tu madre teme mucho a las tormentas —explicó el padre.

—¿Mamá siempre ha tenido miedo a las tormentas? —preguntó Nadir, curioso.

—Sí, es un miedo que tiene desde niña. Se aterra con los truenos, por eso intento estar en casa cuando hay tormentas. No me gusta que esté sola—respondió su padre, mientras la lluvia se intensificaba hasta el punto de que apenas podían ver el exterior.

—Papá, la lluvia es muy fuerte, apenas se ve algo afuera —observó Nadir, preocupado.

—Es verdad, hijo. Hacía años que no veíamos una tormenta de esta magnitud. Sube y espérame allí; voy a buscar a tu madre, hace rato que no la veo—dijo con preocupación.

—¿Crees que se haya escondido? —preguntó Nadir con seriedad, odiaba ver a su madre asustada.

Subieron y Josué comenzó a buscar a Vania con desesperación. Al no encontrarla en los espacios comunes, entró en su habitación matrimonial.

—¿Amor, estás aquí? Dime dónde estás para que no estés sola —llamó con ternura.

Sin respuesta, recordó que una vez la había encontrado en el closet. Al abrirlo, la encontró acurrucada en un rincón. Se inclinó y la abrazó, animándola a salir.

—¿Qué haces aquí? Te prometí que volvería pronto. Dame la mano, salgamos. Estamos aquí para ti —dijo con voz calmada. De repente, la voz de Sergio interrumpió el momento.

—Patrón... patrón...

—Quédate con mamá, yo me encargo —dijo Nadir rápidamente, y bajó corriendo para encontrarse con un Sergio visiblemente alterado. —El patrón está con mamá, ¿qué sucede?

—Es el caballo semental, no sé cómo se soltó y se escapó hacia el río. Debemos ir por él, pero como el patrón ordenó no salir por la tormenta, vine a pedir instrucciones.

—¡Ese caballo no lo podemos perder, o estaremos en serios problemas! ¡Vamos ahora mismo! Después yo le digo a papá 

 Montados en sus caballos bajo la intensa lluvia, no les tomó mucho llegar a la orilla del río donde vieron al semental intentando cruzar hacia el otro lado para reunirse con unas yeguas. Los pastores, con destreza, capturaron al animal con sus lazos.

 Nadir estaba a punto de dirigirse de vuelta cuando, al otro lado del río, una figura cautivadora captó su atención. Una joven de gran belleza lo observaba con ojos desmesuradamente abiertos, como si dudara de la realidad de su presencia. 

 En ese instante, su caballo se encabritó justo cuando un relámpago cortó el cielo seguido por el estruendo de un trueno, iluminando la silueta de la mujer con una claridad sobrenatural antes de que ella se esfumara en la oscuridad.

—¡Nadir... niño... vamos! —lo llamó Sergio desde lejos—. ¡Es muy peligroso quedarse bajo esta lluvia!

—¡Ya voy, Sergio! ¡Ya voy! —respondió Nadir, alzando la voz mientras su mirada barría el lugar donde había visto a la joven, buscando alguna señal de ella. Pero no había nada más que la cortina de lluvia.

 ¿Había sido real o solo una visión producto de la tormenta? Se preguntaba mientras espoleaba a su caballo y emprendía una carrera frenética hacia su hogar.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo