Raidel mantenía la velocidad del vehículo dentro de los límites permitidos, su concentración dividida entre la carretera y la tormenta emocional que Lianet llevaba a su lado. La escuchó hablar por teléfono con Carlos, una elección que lo dejó perplejo dada la conocida enemistad entre ellos. En el tumulto de su dolor, Lianet había olvidado esa crucial pieza de su vida.—No deberías haberlo llamado —dijo Raidel, su voz firme y serena, un contrapunto a la tempestad de Lianet. Sus ojos permanecían fijos en el camino que se desplegaba ante ellos—. No necesitas su ayuda. Te dije que estaré contigo.—No tienes que acompañarme, Raidel, con que me lleves al aeropuerto es más que suficiente —respondió Lianet, sus manos temblorosas limpiando las lágrimas que brotaban sin cesar.—Prometí acompañarte y así será —insistió Raidel, con una convicción que hizo que Lianet lo mirara con gratitud. En su mirada encontró la promesa de un apoyo incondicional, un faro en medio de la oscuridad de su desespera
Finalmente, el vehículo se detuvo frente a la terminal del aeropuerto. Raidel, que había estado al pendiente de Lianet, recibió a un hombre de confianza, el piloto de su padre, quien les aseguró que todo estaba dispuesto para su partida. Sin embargo, les informó que debían aguardar aún media hora más. Lianet, consumida por la ansiedad, paseaba de un lado a otro, incapaz de encontrar sosiego en la espera. La llegada de su padre Manuel, acompañado por su prometido Nadir, alteró aún más su ya agitado estado. Nina, con los ojos rojos de llorar la miró con tristeza. Lianet se sintió abrumada por la situación y buscó refugio en el baño del aeropuerto. A pesar del enojo que burbujeaba en su interior contra su padre, no pudo evitar ser afectada por la profunda tristeza que manaba de él. La visión de Manuel, con su rostro surcado por lágrimas que fluían incesantes mientras abrazaba la mochila contra su pecho, una mochila cuyo contenido Lianet conocía bien ahora que era, aunque se resistier
El doctor siguió explicando que habían logrado estabilizar y detener el sangrado. Sin embargo, las próximas horas serían críticas para su recuperación. —Su estado es grave pero estable. Ahora mismo, él está bajo el coma inducido para permitir que su cuerpo se recupere del trauma y la operación. El alivio inicial al escuchar que Manuel estaba vivo y estable fue rápidamente reemplazado por la preocupación por lo que el futuro podría deparar. Lianet asintió con la cabeza, tratando de procesar la información médica que le había sido entregada.—¿Podemos verlo? —inquirió Lianet. —En breve podrán pasar a verlo uno a uno. Es importante no agobiarlo con demasiados estímulos. Cuando despierte, necesitará ver caras familiares y sentirse seguro— explicó el médico con calma. El eco del llanto de alivio de Lianet resonó en los pasillos del hospital, rompiendo la tensa atmósfera que los rodeaba. Nadir la envolvió en sus brazos con una fuerza protectora, permitiéndole liberar su angustia mient
Las palabras de Nadir cayeron sobre Lianet como una lluvia de pétalos, suaves y reconfortantes. Sus ojos se inundaron de lágrimas ante tal muestra de solidaridad y cariño. No necesitaba mirar a su alrededor para sentir el apoyo incondicional de sus amigos; bastó con ver a su padre, quien a pesar de la debilidad que aún lo aquejaba, sonreía y asentía con un gesto leve pero lleno de gratitud y amor. En ese instante, Lianet supo que la recuperación de Manuel sería tejida no solo con medicinas y cuidados médicos, sino con el hilo invisible e indestructible del amor familiar y la amistad.Los ojos de Lianet se llenaron de lágrimas ante el gesto tan hermoso de todos sus amigos. Miró a su padre, quien sonrió asintiendo levemente, dándole su bendición sin necesidad de palabras.—Eso es genial —dijo Lianet, apretando la mano de su padre con ternura. El viaje transcurrió sin contratiempos; Manuel lo pasó dormido, ajeno al movimiento a su alrededor. Los caballos también viajaron con calma, in
En ese instante, Lianet tuvo una revelación. Desde el momento en que su padre había llegado a Alemania con el corazón roto, ella había crecido en fortaleza sin siquiera darse cuenta; como si un sexto sentido le hubiera advertido que debía convertirse en el pilar de su padre. Y así lo haría, decidió con una determinación férrea. Cuidaría de su padre con todo el amor que pudiera dar, sería su refugio y su consuelo, su faro en la oscuridad. En ese compromiso silencioso, Lianet encontró una nueva faceta de su amor filial: una promesa eterna de protección y compañía. Después de asegurarse de que su padre, Manuel, había sucumbido finalmente al abrazo del sueño, Lianet descendió las escaleras con pasos que resonaban en el silencio de la gran casa. Encontró a Lina, la fiel ayudante de la familia, y le pidió con voz suave pero firme que se quedara al lado de su padre. La idea de que él estuviera solo, aunque fuera por un instante, le resultaba insoportable. Luego, se dirigió a Melisa, qui
La decisión estaba sellada, inamovible como los cimientos de una antigua fortaleza. Manuel, con una pasión que ardía en sus palabras, intentó disuadir a Lianet que abandonar su educación en Berlín sería un error, pero sus argumentos se desvanecían ante la determinación de su hija La resolución de Lianet era como una roca inquebrantable de firmeza que ni las más vehementes súplicas de Manuel podían conmover. —Lía hija, y estoy bien, no me sucederá nada en estos tres años que te quedan —insistía Manuel.—Papá, deja de insistir, no me iré. No voy a ocultarme más —declaró Lianet con una voz que resonaba con la fuerza en la casa, y decidida se giró para enfrentar a su padre que se detuvo y la miró sorprendido. —¿Sabes por qué quise estudiar en Alemania? —preguntó ella de pronto.—Porque es una buena universidad —respondió Manuel—Es verdad, lo es, pero ese no fue el motivo principal —le contestó Lianet para su asombro—. Fue para esconderme, para escapar de todos los que me perseguían
En ese espacio sagrado, entre el eco de recuerdos y el susurro del viento, padre e hija compartieron un momento de revelación y conexión. Las sombras del pasado se dispersaban lentamente, dando paso a la luz cálida de la comprensión y el amor incondicional. El inicio del año académico transcurrió sin contratiempos, y para asombro de Lianet, la entrevista que tuvieron con Camila marcó un antes y un después. En ella, su padre habló con una mezcla de nostalgia y amor inextinguible sobre Cecilia López Limonta, la célebre campeona mundial de equitación. Tras revelarse la profunda conexión de Lianet con una figura tan venerada, aquellos que una vez conocieron y admiraron a Cecilia comenzaron a mirar a Lianet bajo una nueva luz, teñida de respeto y admiración. Lianet, por su parte, se sentía liberada. Había dejado atrás los temores y las inseguridades que la habían atormentado, y ahora se enfrentaba a la vida con una renovada valentía, fortalecida por el amor de su prometido. Él era un ho
Manuel, desbordante de alegría, mantenía su ritual matutino de llevar flores a la tumba de su amada Cecilia. Fue en uno de esos momentos de recogimiento cuando fue sorprendido por la llegada de Lianet y Nina, quienes lo abrazaron con cariño. —Mi segundo papá —le dijo Nina con afecto, pues así lo llamaba desde que lo conoció— necesito tu ayuda.—Ya me imaginaba que este encuentro tenía un motivo —dijo Manuel con una sonrisa—. Cuéntame, mi segunda hija, ¿cómo puedo ayudarte?—Díselo tú Lía —instó Nina, escondiéndose detrás de una risueña Lianet.—Verás, papá —comenzó Lianet—, como bien sabes, el padre de Nina quiere comprometerla con un chico que no ama...—Pero ella está enamorada de ese chico pelirrojo —interrumpió Manuel con comprensión— y quieres que hable con tu padre para que te permita casarte con él.—¡Sí, por favor, segundo papá! —exclamó Nina juntando las manos en un gesto suplicante.—Está bien, veré qué puedo hacer. Pero ahora concentrémonos en la boda que se avecina. ¿Por q