8.  MANUEL LIMONTA

 Me quedo de una pieza viendo como el espía abre justo la puerta del apartamento frente al mío, sin dejar de mirarme sonriendo. Tomo las cosas y entro en el mío furiosa. ¡Esto es demasiado, esa bruja tuvo que averiguar todo! De seguro mi medio hermano entró en mi computadora y le dio todas las informaciones al espía. ¡Dios papá! ¿Por qué tuviste que casarte con esa bruja y no con mi madre? De seguro lo engañó, papá no es malo, solo tuvo mala suerte al casarse con esa mujer del demonio.

 Manuel Limonta, es el dueño de la finca “El Potrillo''. No tan beneficiada con las riquezas como la finca “Los Figueiro”. Pero tampoco era mala, sin embargo,  su dueño, Manuel Limonta, se dedicaba a la cría de ganado, en especial de caballos de pura sangre. En sus primeros tiempos se desarrolló como una finca muy prometedora y relevante en el mundo de los caballos, llegó a ser la mejor del este del país. 

 La abundancia de dinero con el que, de pronto se vio Manuel, lo hizo perder la cabeza. Envuelto en todo lo que le podía dar su fortuna, se dejó llevar con el tiempo, y se fue dedicando a los vicios del alcohol y la droga.  Fue dejando de lado el cuidado de su finca, hasta llevarla casi a la quiebra total. Lo cual, tuvo un fatal desenlace. Ya que sin darse cuenta, cayó en la trampa que le tendió su vecino Ricardo del Monte,  nada más y nada menos que un oportunista muy poderoso en la región. 

 Tenía una hija muy difícil de controlar, Rosario del Monte. Una mujer con pocos atributos, de un carácter muy arribista, egoísta, liberal, envidiosa y con muy mala forma de tratar a los demás. Que se creía el centro del universo con su porte, que no pasaba de un metro cuarenta centímetros de altura, cabello castaño, ojos grises que hacían de su mirada algo intimidante, y que se creía la mujer más hermosa de la región. Que se entregó al vicio de la droga, por lo que salió embarazada del capataz de su finca, Darío.

 Su padre Ricardo, siempre estaba a la expectativa deseando apoderarse de su finca, y que se hacía pasar por su compañero de juergas, contribuyendo en que Manuel se hundiera cada día más en el mundo de los vicios. Hasta tenerlo allí donde quería, derrotado, quebrado, borracho y a su merced. Al enterarse que su hija estaba embarazada, hizo enseguida el plan de casarla con Manuel Limonta, por lo que lo citó a un bar, le compró mucha bebida y le hizo la propuesta.

—Manuel, te traigo una propuesta que creo nunca vas a rechazar —dijo mirándolo fijo y volviendo a llenarle la copa, que Manuel bebió de un solo golpe. —Te quiero mucho, como si fueras mi propio hijo, es por eso que hago esto. No puedo dejar que te sigas destruyendo. —Siguió hablando sin dejar de llenarle la copa, que seguía ingiriendo Manuel. —Y para que veas lo mucho que te aprecio, quiero que te cases con mi hija Rosario —dijo y se apresuró a seguir al ver la expresión de sorpresa que el aludido puso a pesar de estar ebrio. —A cambio de que te cases con ella, te ofrezco comprar toda la deuda que tienes y darte más para que puedas volver a encaminar tu finca, además te voy a comprar una nueva dote de caballos, todos son tuyos, solo te pido que honres a mi hija.

—Está bien, contesta Manuel, solo debo primero cerciorarme de que todo esto que me dices es verdad. Cuando tengas todo eso que me prometes te aseguro que me caso con tu hija lo más pronto que pueda, planifica la boda y cuando lo tengas todo me avisas.

Toda esta conversación ocurrió bajo los efectos del alcohol. Por su parte, Ricardo, cumplido su cometido, hizo que Manuel firmara un contrato con él.

—Ah, Ricardo —lo detuvo a pesar de que estaba borracho. —¿Dentro de ese contrato no está incluido el amor, verdad?

—No, Manuel, solo te pido honres a mi hija Rosario, ella es una vergüenza para toda la familia. No tienes que preocuparte por nada más —le aseguró el futuro suegro sonriendo.

—Ah, bueno, porque nunca tu hija fue santo de mi devoción —dijo el ebrio Manuel, tomando otro trago y concluyó. —Solo te pido una cosa, explícale bien para que no tenga dudas que es solo por honrarla. ¡Que no vaya a esperar nada más de mí! ¿Entendido?

—Entendido, muy bien entendido, no te preocupes, se lo haré entender a mi hija.

 Le contestó muy complacido, Ricardo del Monte. Regresó a su casa y se dispuso a realizar su plan.  

—Buenos días, señor —asomó la cabeza por la puerta del despacho su sirvienta María Inés—. ¿Me mandó a llamar, señor?

—Sí, vete ahora mismo y dile a mi hija que la estoy esperando, que venga rápido. ¡Y no quiero excusas! Si no quiere venir dile que subiré a buscarla a golpes.

—Sí, señor. Enseguida, señor.

 Dijo la sirvienta y salió corriendo, asustada, pensando en qué nuevo lío se habría metido la señorita Rosario, para que el señor estuviera de tan mal humor tan temprano en la mañana. Tocó la puerta de la habitación de ella varias veces sin obtener respuesta, por lo que se decidió a abrir y entrar. Rosario dormía profundamente.

—Señorita Rosario, señorita Rosario —la llamó con miedo sabiendo lo mal que se ponía cuando era despertada, al ver que no lo hacía la sacudió por un hombro —¡Señorita Rosario, su padre dice que baje urgente al despacho si no quiere que suba y la baje a golpes! —Gritó y se alejó fuera de su alcance.

—¿Qué dijiste imbécil? ¿Qué haces en mi habitación? —Vociferó furiosa Rosario lanzándole todas las almohadas. —¡Fuera, fuera de mi habitación!

—Su padre dijo que si no bajaba venía a buscarla a golpes, yo, que usted iba, está muy furioso.

—¿Furioso? — preguntó de pronto sentándose en la cama —¿Qué quieres decir con furioso? No he hecho nada.

—¿Está segura? Porque está hecho una fiera, un poco más y le sale fuego de su cabeza, así que apúrense.

—¿En serio? Está bien, no te vayas, ayúdame a arreglarme rápido. ¿Se hará enterado de lo que hice con Darío? Ojalá no sea eso o de seguro me mata.

 Hablaba nerviosa Rosario en lo que se arreglaba de prisa ayudada por la sirvienta. Al fin terminó y bajó corriendo las escaleras hasta llegar al despacho. Se detuvo con miedo, tomó aire antes de tocar.

—Adelante —escuchó la voz molesta de su padre.

—Me mandaste a llamar papá?—preguntó poniendo la cara más inocente que pudo, con una sonrisa fingida. 

— ¡Pasa y siéntate! 

 Gritó de pronto rojo de la furia, dando un fuerte golpe en el buró, haciendo que saltara asustada. Rosario con temor se adentra y cierra la puerta con las manos temblando, pensando en lo que su padre le diría. Ella se sienta y su papá la mira rabioso y le pregunta.

—¿Creíste que no me iba a enterar? ¡¿Cómo pudiste revolcarte con Darío, mi capataz? 

—No, papá…, deja que te explique. —Trató de hablar Rosario.

—¡Cállate! ¡Lo sé todo! —siguió gritando enardecido —¡No solo te drogaste y te le metiste en la cama, obligándolo a estar contigo, ¡desvergonzada! ¡No solo eso, sino que saliste embarazada de él! ¿Me consideras tan imbécil?

—Eso es mentira, papá, él me obligó —trató de jugar la carta de la violación.

—Ja, ja, ja…, ¡Sí que me crees estúpido! Al otro día de hacerlo todos los trabajadores lo sabían, te vieron cuando lo obligaste, ¡así que no me vengas ahora con que te violó!

—Papá…

—Papá nada. Esto que voy a decirte cambiará toda tu vida de ahora en adelante. Fue una decisión que me obligaste a tomar por tu actitud tan desvergonzada, que no me quedó otro remedio.

—Te escucho, papá. ¿A qué decisión te refieres?—preguntó bajando la voz, sin dejar de mirar que estaba realmente molesto su padre, y pensando que a lo mejor la iba a obligar a casar con Darío, el capataz.

—Escúchame muy bien porque no lo repetiré. Debido a eso que hiciste y su resultado, el embarazo de ese bastardo, tomé una decisión. Y quiero que sepas que me va a costar mucho, pero con ello lograré salvar tu honra — continuó hablando su padre, sin dejar de mirarla muy fijo, haciendo que ella temiera lo peor. Por lo que optó por aparentar ser sumisa.

—Te escucho, papá. Haré lo que tú decidas, si con eso logro tu perdón, dijo ya imaginando casada con el buenote del capataz, que no la soportaba. Y que ella obligaría a amarla y a olvidarse de las otras mujeres.

—¡Tome la decisión de casarte con Manuel Limonta!

—Está bien ….  Comenzó a aceptar creyendo que era con Darío, y se detuvo al escuchar el nombre de Manuel. ¡¿Qué?! ¿Manuel? ¿Manuel Limonta? ¡No, no, noooooo, papá! ¡Tú no puedes hacerme eso, no me puedes obligar a casar con él! —gritó desesperada, odiaba a ese hombre con todo su ser, lo despreciaba, porque él la había humillado varias veces.

—¡Puedo y lo haré u olvídate de que eres mi hija! ¡Es mi decisión y punto!

—¡No, y no, papá, jamás me casaré con ese borracho inservible, jamás, jamás!  —Siguió negándose a voces.

—¡Pues dalo por hecho, dentro de un mes te casas! Si no lo haces, te desheredaré, no verás ni un céntimo de mi dinero tú y tu bastardo, y no pienses que te dejaré casarte con Darío, él muy claro me dijo que no era responsable de nada. ¿Tú eliges? ¿O te casas o sales de esta casa sin un centavo para la calle y te olvidas de que eres mi hija? ¿Me escuchas? 

—¡No, nunca, nunca me casaré con él, papá! ¡Nunca!

—¡No te estoy pidiendo tu opinión! Te lo estoy informando, así que entre más rápido lo aceptes mejor para ti. ¡Dalo, por hecho, te casas y punto, porque yo te lo ordeno, no vas a ser la vergüenza de esta familia, embarazada y sin marido! ¡He dicho y ahora vete a tu cuarto y no quiero que salgas de ahí hasta que te lo ordene, entendido! ¡Si lo haces, es porque te vas de esta casa para siempre! ¿Está claro? —Gritó volviendo a golpear la mesa.

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