—¿De qué hablas? Tú eres nuestra hija verdadera, aunque claro está que no queremos desprendernos de Viviana. Además, sabes que tanto Cristian como Luan la quieren. No sería lo más justo que ella se case con Pedro, ¿no crees? —dijo Rosa Espinar.—La familia Ocampo ya está preparando la boda. Camila, recoge tus cosas. En dos semanas, vendrá gente de la familia Ocampo para llevarte a Binorte —añadió Eduardo Morales.Después de soltar frases vagas, Eduardo y Rosa colgaron el teléfono.Mirando la pantalla de su celular, que poco a poco se apagaba, Camila Morales fijó la vista hacia la foto sobre la mesa.En la foto, sus padres, su hermano mayor y su amigo de la infancia la rodeaban. Llevaba un vestido de princesa y una corona en la cabeza; su cara irradiaba felicidad.En aquellos días, todos sus amigos y conocidos querían ser como ella, todos le guardaban envidia. Tenía unos padres que la trataban como su mayor tesoro, un hermano mayor que la adoraba como a nadie y una amistad de la infanci
Cuando Camila volvió a abrir los ojos, ya había caído la noche. Miró a su alrededor y se encontró en una habitación vacía de hospital. De la nada, una mueca de desagrado apareció en su cara.Poco después, una enfermera entró con un informe médico en mano. Le explicó brevemente su estado y le informó que debía pagar la cuenta, pues recibiría el alta al día siguiente.Camila se tomó su tiempo para revisar el informe, mientras su celular, a un lado de la cama, vibraba sin parar.Eran mensajes de Viviana. Le había enviado decenas de fotos, presumiendo sin parar.En ellas, se veía a Luan cargándola en su espalda hasta casa, a Cristian con un delantal cocinándole la cena, a ambos hombres rodeándola con un cariño desbordante. A sus pies, una montaña de regalos.Entre los mensajes, destacaba uno en particular:[Camila, Cristian y Luan me quieren demasiado. Soy la muchacha más afortunada del mundo.]Echó un vistazo a las fotos y los mensajes, pero no respondió ni uno solo.Después de descansar
Al llegar el fin de semana, Camila fue a la iglesia La Serenidad. Había escuchado que aquel lugar era conocido por sus milagros, así que decidió ir a rezar por su prometido.Se decía que Pedro Ocampo había sido un joven excepcional, el orgullo de toda su familia, hasta que un accidente de auto lo dejó postrado en cama durante cinco largos años.Ahora que iba a casarse con él, sus destinos estaban irremediablemente atados: si él prosperaba, ella también; si él caía, ella caería con él.Pero Camila ya había tomado una decisión. Haría todo lo posible para despertarlo. Si no lo lograba, lo cuidaría por el resto de su vida. Solo él y ella. Nadie más.Subió los escalones arrodillándose paso a paso, rezando con devoción. Pero, al llegar a la mitad de la montaña, se topó con unos rostros familiares: Luan y CristianTenían las rodillas raspadas, con sangre brotando sin cesar, pero aun así protegían a Viviana en medio, cuidando que no tropezara.Ellos también se sorprendieron al verla allí. Vivi
Camila no entendía la actitud de Luan. Apenas hace un momento, él había declarado que Viviana era la persona más importante en su vida. Y ahora la miraba con una expresión de celos y devoción que la desconcertaba.Estaba a punto de responder cuando, de repente, Viviana tropezó y cayó al suelo sin motivo aparente.—¡Ay! —gritó. Al verla, Luan y Cristian olvidaron lo que le habían preguntado a Camila y corrieron a socorrerla. Con los ojos llenos de lágrimas y con una dulzura fingida les dijo.—Ustedes están heridos. No se preocupen por mí. Luego, dirigiéndose a Camila, pidió con voz temblorosa:—¿Me ayudas a entrar para descansar un rato?No le dio tiempo a responder, se inclinó sobre ella y apoyó todo su peso en sus hombros. Ella quiso apartarla por instinto, pero sus fuerzas apenas le respondían. Sin más opción, tuvo que dejar que se sujetara de ella.Apenas cruzaron un arco, Viviana se detuvo de golpe. La fragilidad en su rostro desapareció por completo. En su lugar, una sonrisa b
Camila terminó siendo llevada al hospital gracias a la ayuda de un buen samaritano.Era la segunda vez que se lastimaba en la cabeza, y el médico no tardó en reprenderla por no saber cuidarse.Ella no supo qué responder. ¿Cómo explicarle que esas heridas no eran producto de su descuido, sino de los dos hombres que, alguna vez, habían sido lo más importante en su vida?En medio de sus pensamientos, su teléfono vibró por una notificación.Con el ceño fruncido, lo abrió.Lo primero que escuchó fue la voz dulce y frágil de Viviana, fingiendo preocupación:—Camila también está herida. La están vendando en la sala de al lado. Cristian, Luan, ¿por qué no van a verla? Pobrecita, seguramente se siente muy sola y triste.Cristian, que estaba arreglando una manzana para dársela a Viviana, respondió con frialdad:—Viviana, eres demasiado buena. Ella me lastimó con su actitud. Que sienta lo mismo, a ver si aprende.Luan, con la misma indiferencia, le pasó un vaso de agua con suavidad antes de añadi
En medio del alboroto, Camila callada en una esquina. Todo el bullicio a su alrededor no tenía nada que ver con ella.Después de cortar la torta, una animada melodía de piano llenó el salón, y los jóvenes apuestos junto con las muchachas hermosas empezaron a bailar. Viviana recorrió el lugar con la mirada hasta que sus ojos se posaron en Camila. Con una sonrisa cargada de arrogancia, se acercó lentamente.—¿Cómo te sientes, Camila? Seguro estás resentida porque soy yo la protagonista de tu fiesta de cumpleaños, ¿verdad? Pero no puedes hacer nada, porque ya ves, papá, mamá, Cristian y Luan me quieren más a mí. ¿Qué importa la sangre? Mírate, igual te tengo bajo mis pies. Qué patética y débil eres, me das lástima. Camila sabía que solo quería provocarla, pero sus lágrimas se habían agotado en esos últimos años.Así que simplemente la miró con indiferencia, mientras la otra siguió alardeando por un rato más. Pero cuando notó que Camila no lloraba como esperaba, dio un p
En un instante, en el salón entero se instaló un silencio sepulcral.La cara de Viviana palideció.Camila, tambaleándose, se puso de pie. Casi lo había olvidado. Temiendo que Viviana volviera a incriminarla como la última vez, había escondido una cámara en uno de sus aretes. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y, con los dedos temblorosos, se quitó el arete que contenía la cámara. Sin dudarlo, lo conectó a la pantalla grande.Las imágenes hablaron por sí solas. Se veía con claridad cómo, al pasar detrás de ella, Viviana escondió el collar en los pliegues de su falda de gasa. Y no solo eso, el video también capturó cada una de sus palabras provocadoras y despectivas.La opinión en la sala cambió de inmediato. Miradas de desprecio y repulsión se clavaron en Viviana.Camila, con el cabello deshecho y el cuerpo tembloroso, sacó su celular y, con una determinación, marcó el 911.—¿Aló? ¿Policía? Quiero denunciar a alguien que intentó incriminarme de un robo…Al escuchar esas palab
Al final no resistió lo suficiente para esperar a que llamara a la ambulancia y se desmayó. Estuvo tirada en el suelo media hora, hasta que Luan la encontró y la llevó al hospital. Tras más de veinticuatro horas inconsciente, finalmente despertó. El dolor en su pecho era insoportable. Tres costillas rotas hacían que cada respiración fuese una tortura.Su cuerpo estaba tan débil que ni siquiera podía coordinar movimiento; cada leve intento se sentía como si mil agujas le atravesaran la piel.Eduardo y Rosa no se apartaron de su lado ni un solo segundo, con rostros llenos de preocupación.Cristian no dejaba de preguntarle al médico, buscando una manera de aliviar su dolor.Luan le sostenía la mano con fuerza, limpiando el sudor frío que perlaba su frente. Era raro, pero tras el accidente, toda la atención parecía haber vuelto a centrarse en ella.Camila sabía que no estaban allí únicamente por preocupación, tampoco para cuidarla.—El médico dice que el dolor es temporal. Aguanta un po