Te Esperé en el Tiempo
Te Esperé en el Tiempo
Por: Amanda Del Río
Capítulo1
—¿De qué hablas? Tú eres nuestra hija verdadera, aunque claro está que no queremos desprendernos de Viviana. Además, sabes que tanto Cristian como Luan la quieren. No sería lo más justo que ella se case con Pedro, ¿no crees? —dijo Rosa Espinar.

—La familia Ocampo ya está preparando la boda. Camila, recoge tus cosas. En dos semanas, vendrá gente de la familia Ocampo para llevarte a Binorte —añadió Eduardo Morales.

Después de soltar frases vagas, Eduardo y Rosa colgaron el teléfono.

Mirando la pantalla de su celular, que poco a poco se apagaba, Camila Morales fijó la vista hacia la foto sobre la mesa.

En la foto, sus padres, su hermano mayor y su amigo de la infancia la rodeaban. Llevaba un vestido de princesa y una corona en la cabeza; su cara irradiaba felicidad.

En aquellos días, todos sus amigos y conocidos querían ser como ella, todos le guardaban envidia. Tenía unos padres que la trataban como su mayor tesoro, un hermano mayor que la adoraba como a nadie y una amistad de la infancia que solo tenía ojos para ella.

Camila nunca se planteó que su felicidad fuera finita.

Pero al cumplir dieciocho años, descubrió que tenía un compromiso matrimonial.

Era un acuerdo que su abuelo había hecho antes de morir. Como Camila y su amigo de la infancia, Luan Santos, se querían desde pequeños, la familia Morales planeaba entorpecer su unión cuando ella fuera mayor de edad.

Sin embargo, el destino tenía otros planes. Su prometido, Pedro Ocampo, quedó en estado vegetativo tras un accidente de auto.

Para no parecer una familia que desamparaba a alguien en desgracia y sobre todo en aras de mantener intacta su buena reputación, la familia Morales se vio obligada a seguir adelante con el compromiso.

Ellos no estaban dispuestos a enviar a la hija que habían mimado durante años a cuidar de un hombre en coma. Así que todos en la familia había angustia por el acuerdo.

Al final, a la familia Morales se le ocurrió una solución: adoptar a una hija que tomara el lugar de Camila en ese matrimonio indeseado.

Así fue como Viviana, una joven que había crecido en un orfanato y vagado por las calles, llegó a la familia Morales.

Los Morales se sentían culpables por hacerla cargar con ese matrimonio indeseado. Así que para compensarla, decidieron darle todos los lujos, colmándola de bendiciones. Le daban 60.000 dólares mensuales para sus gastos. Se le compraba infinidad de excentricidades cada día, y su amigo de la infancia se desvivía por cumplir hasta el más mínimo de sus caprichos. Incluso Camila terminó cediendo todo lo suyo.

¿Viviana quería su habitación? ¡Se la entregó!

¿Sus trofeos? ¡También!

Viviana sufrió insuficiencia renal y quiso su riñón, ¡hasta de eso la despojó!

Lo que Camila jamás imaginó fue que Viviana resultaría ser la persona más manipuladora e ingrata que hubiera conocido. Con astucia, la acusó y le tendió trampas una y otra vez, manipulando cada situación a su favor. En apenas cinco años, logró arrebatarle la atención y el cariño que alguna vez le fueron confiados.

Su hermano se enamoró de Viviana. Su amigo de la infancia también cayó rendido ante ella. Incluso sus propios padres empezaron a insistirle en que cumpliera el compromiso, pues no querían que Viviana tuviera que abandonar la casa.

Camila siempre había sido una persona de palabra. Al principio, creyó que Luan la amaba y, además, no quería hacer sufrir a sus padres y a su hermano viéndola partir a otra ciudad. Pero ahora, viendo que todos preferían a Viviana a su lado, tomó una decisión: asumiría su compromiso y se casaría.

Después de todo, era un deber que le pertenecía.

Pensando en la fecha que Eduardo y Rosa le habían mencionado, Camila tomó un bolígrafo y marcó un círculo rojo en el calendario, justo dos semanas después. Escribió «partida» y, sin mediar palabra, subió a su habitación.

En ese preciso momento, la puerta del salón se abrió de golpe.

Dos personas entraron apresuradamente: su hermano, Cristian Morales, y su amigo de la infancia, Luan.

Sin darle tiempo a reaccionar, ambos subieron corriendo las escaleras y, antes de que pudiera procesar la situación, la empujaron con fuerza hacia abajo.

—¡Ah…!

Camila rodó por los escalones. Su frente chocó violentamente contra el suelo, y de inmediato, la sangre comenzó a correr por su cara.

Un dolor punzante se le apoderó del cuerpo, haciéndola temblar y sudar frío al instante. Pero los dos hombres, de pie en lo alto de la escalera, no hicieron el menor intento de ayudarla. En lugar de eso, sacaron sus celulares y comenzaron una videollamada con Viviana.

—Viviana, ¿viste cómo acabamos de empujar a Camila por las escaleras? Ahora sí deberías empezar a creer que eres la más importante para nosotros. Por favor, deja de estar brava y regresa a casa.

Tendida en el suelo, con el cuerpo adolorido y la sangre decorando el mármol, Camila abrió los ojos de par en par. Un dolor mucho más profundo que el físico la atravesó.

Nunca, ni en sus peores pesadillas, habría imaginado que ellos serían capaces de algo tan cruel. Todo para demostrarle a Viviana, quien se había marchado de casa, que la querían más a ella que a su propia hermana.

Del otro lado de la pantalla, Viviana ya estaba tan conmovida y comenzó a llorar:

—Cristian, Luan, ya les creo. No voy a seguir haciendo berrinche, vuelvo ahora mismo.

Al escuchar esto, ambos hombres soltaron un suspiro de alivio.

Esperaron a que Viviana colgara la llamada y entonces bajaron apresuradamente las escaleras.

—Camila, ¿te duele mucho? Viviana nos dijo que se sentía muy insegura y nos pidió que lo demostráramos nuestro cariño así. Tuvimos que hacerle caso, ella es muy joven para andar sola quién sabe a dónde. No podíamos quedarnos tranquilos sin saber de su paradero. Tuvimos que hacerte pasar por esto, pero te lo compensaremos después —dijo Luan.

Camila estaba tan adolorida que ni siquiera podía hablar.

Cristian y Luan, alarmados al verla en ese estado, estaban a punto de llevarla al hospital cuando, de pronto, el celular de uno de ellos volvió a sonar. Era Viviana. Con una voz débil y melosa, dijo:

—Cristian, Luan… soy una bobita, me perdí. No encuentro el camino de regreso a casa.

Al escucharla, ambos sintieron un nudo en la garganta. Sin pensarlo dos veces, colgaron la llamada y se apresuraron a salir en su búsqueda. Sin embargo, tras dar unos pasos, como si de pronto recordaran algo, se detuvieron y miraron a Camila.

—Camila, Viviana está perdida. Es peligroso que ande sola por la calle —dijo Cristian con tono impaciente—. Ve al hospital por tu cuenta, ¿sí?

Y así, sin dudarlo ambos dieron la vuelta y se marcharon, dejándola tirada en el suelo sin mirar atrás.

Camila observó sus espaldas alejarse y sintió un dolor profundo que le desgarraba el alma.

Shockeada por el golpe de la caída y de las palabras, concentró todo su esfuerzo en llegar hasta el teléfono y marcar a emergencias.

La herida en su nuca no paraba de sangrar, empapando su ropa de rojo carmesí en cuestión de segundos.

Antes de perder la conciencia por completo, un único pensamiento cruzó su mente:

«¿Compensarme después? No habrá un después.»

En dos semanas, abandonaría la ciudad.

Y esta vez, cortaría todo lazo con ellos, ahora era diferente, la decisión era irrevocable.

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