Capítulo3
Al llegar el fin de semana, Camila fue a la iglesia La Serenidad. Había escuchado que aquel lugar era conocido por sus milagros, así que decidió ir a rezar por su prometido.

Se decía que Pedro Ocampo había sido un joven excepcional, el orgullo de toda su familia, hasta que un accidente de auto lo dejó postrado en cama durante cinco largos años.

Ahora que iba a casarse con él, sus destinos estaban irremediablemente atados: si él prosperaba, ella también; si él caía, ella caería con él.

Pero Camila ya había tomado una decisión. Haría todo lo posible para despertarlo. Si no lo lograba, lo cuidaría por el resto de su vida. Solo él y ella. Nadie más.

Subió los escalones arrodillándose paso a paso, rezando con devoción. Pero, al llegar a la mitad de la montaña, se topó con unos rostros familiares: Luan y Cristian

Tenían las rodillas raspadas, con sangre brotando sin cesar, pero aun así protegían a Viviana en medio, cuidando que no tropezara.

Ellos también se sorprendieron al verla allí. Viviana, con los ojos enrojecidos, acarició dos rosarios en su muñeca y, con la voz quebrada, sollozó:

—Camila, Luan y Cristian se enteraron de que esta iglesia es la más milagrosa y quisieron venir a rezar por mí. Mira cómo tienen las piernas…

Camila no les prestó atención. Siguió de rodillas con fervor, subiendo un escalón tras otro, mientras en su mente se repetía,

«Que Dios lo bendiga, que mi esposo despierte, que tenga paz y alegría en esta vida.

Que Dios lo bendiga, que mi esposo despierte, que tenga paz y alegría en esta vida.

Que Dios lo bendiga, que mi esposo despierte, que tenga paz y alegría en esta vida.»

Los tres la miraron en completo desconcierto.

Cristian no pudo contenerse más. La sujetó del brazo con fuerza y exclamó:

—¿Qué locura te ha dado para venir aquí? ¡Hay casi diez mil escalones hasta la iglesia! ¿Piensas subirlos todos de rodillas? A menos que alguien te haya salvado la vida, nadie, ¡nadie! merece que te desgastes tanto por él.

Camila le sonrió con calma y respondió:

—¿Entonces ella les salvó la vida?

Luan contestó instintivamente, casi como un reflejo:

—Viviana es diferente, ella es la persona más importante para mí.

Sin embargo, a los diecisiete años, cuando Luan le confesó su amor, le había jurado que la amaría para siempre. Sin embargo… ahora era Viviana la persona más importante en su vida.

Camila rio. Al principio en voz baja, luego con más fuerza, hasta que unas lágrimas silenciosas se resbalaron por su cara.

—Claro —dijo con serenidad—, y por eso, la persona por la que estoy rezando también es la más importante para mí.

Dicho esto, retiró su mano con suavidad, dio un paso al costado y subió un nuevo escalón para arrodillarse otra vez.

Cristian la observó en silencio, su expresión no encontraba forma distinguible, cargada de emociones contradictorias. Finalmente, soltó un suspiro y dijo:

—Ya entendí. Lo estás haciendo por mí, ¿verdad? Entonces basta, Camila. No quiero que sufras por mí.

Luan la miró con una ternura y añadió:

—Camila, desiste. Tampoco quiero que lo hagas por mí.

Camila permaneció en silencio.

Les lanzó una mirada indiferente, alzó la vista hacia la lejana cima y, sin titubear, volvió a arrodillarse.

Esa actitud tan impersonal dejó a Cristian y a Luan atónitos.

Por primera vez, ignoraron a Viviana y, sin más que decir, comenzaron a seguirla escalinata arriba.

El tiempo transcurrió, segundo a segundo, y el sol comenzó a teñir el cielo de tonos dorados y carmesí. Cuando el atardecer se cernía sobre la montaña, finalmente llegaron a la iglesia.

Con las rodillas ensangrentadas, Camila se arrastró con dificultad hasta el altar. A la luz temblorosa de una vela encendida, tomó una cruz y, con pulso firme, escribió un nombre.

Cristian y Luan, que la seguían de cerca, se inclinaron para ver las iniciales escritas sobre la madera: P.O.

Sus corazones se encogieron de golpe.

P.O.… No eran las iniciales de Cristian. Tampoco las de Luan.

Antes que ella pudiese guardar la cruz, Luan la sujetó con fuerza de la muñeca, su mirada encendida de furia. Con una voz tensa, la cuestionó:

—¿Quién es ese tal P.O.?

Podía aceptar que ella estuviera pidiendo un favor por su hermano, mas no permitiría que otra persona estuviera en su corazón.

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